Cosas de niños…


Un niño de siete años que vive conmigo, harto contento, le dice a su madre al volver del colegio: Hoy la profe me ha preguntado qué son las palabras polisémicas... Yo le he dicho que son las que significan más de una cosa... Y le he puesto hasta un ejemplo: la luna… la del cielo y la del coche…

En ese momento un hermano más pequeño que también vive con nosotros se echa a reír y le espeta: ¡Halaaaaa, si la luna no entra en un coche! ¡Qué bruto!

¡Qué curioso!




Doce explicaciones tiene que dar el diccionario de la R.A.E para definir la palabra político. De ellas, la que más me gusta es la que menos refleja al individuo que desempeña ese papel en la actualidad. Dice a secas: Cortés, urbano. Busco términos que puedan estar relacionados, de alguna u otra forma, con ella y me sorprendo otra vez. Plebiscito necesita tan sólo tres definiciones, urna requiere cinco, referéndum se basta con dos, Senado se entiende con cinco, Congreso con seis y votación con dos. ¿Entonces? ¿Tan difícil es averiguar el verdadero significado de “político”? ¿Hay alguna definición más difícil? Sí. Busco la palabra partido. Necesita treinta y cuatro justificaciones de la Academia. ¡Así no se puede arreglar un país!

Para que se hagan ustedes una pequeña idea: el amor, quizás lo más delicado, embarazoso y agotador para que sea explicado con palabras, necesita tan sólo, y digo tan sólo, catorce interpretaciones. Y aún así, algunas no son verdad.

Órdenes son órdenes...


Cinco comensales. La hora de la cena. La única dama de nuestras vidas reprueba esa fea conducta. Todos callamos. Asentimos. Tienes razón mamita, se oye a uno decir. ¡Pelota!, contesta rápidamente el otro. El de las gafas sólo parpadea. Nos miramos sorprendidos. Vale, no volveremos a quitarnos los zapatos, no volveremos a andar por la casa descalzos… Prometemos portarnos bien y llevar nuestros pies abrigados durante el crudo invierno… No te enfades…

Una hora más tarde, cuando ya duermen plácidamente los chavales que hacen ruido en mi hogar, entro en la cocina, el fatídico lugar donde prometimos lo que prometimos…

La orden la hemos entendido, pero puede que todavía sea pronto para asimilarla.

Hago una foto. No me puedo resistir.



El señor de la hojarasca


Se acerca despacio al umbral de mi puerta, al lugar donde recibo al caminante, el otoño con su gris aparecer. La espesa niebla y la fina lluvia matinal me anuncian una estación que siendo nueva se muestra perpetuamente avejentada. Llega el tiempo de la melancolía y de su mano, ¡cómo no!, el de las temidas depresiones. Después de la claridad y el calor del perdido estío, triunfa, marchito y mojado, el señor de la hojarasca que revierte primaveras.

Y sin embargo, ese estado al que me lleva el revolotear agitado de los pájaros buscando no sé qué cosas, la bajada en varios tonos de la recta luz, el acortamiento de los días o el baile incesante de las amarronadas hojas, lejos de amilanar al niño que vive en mí le hace sentir bien. Me gusta esta época del año, quizás porque me proporciona tranquilidad, paz, quietud,… tal vez porque a través de una ventana su visión es reconfortante. El otoño activa algo en mi cabeza y mi sangre – ahora avanza mucho más lenta por mis venas, lo sé – sosiega poco a poco, pausadamente, mi cerebro y su perenne no saber estar quieto.

En el soportal que da paso a mi vida, hay un lugar reservado para él. Cada año, tal vez por suerte, mi otoño es más otoño. Cada año, tal vez por desgracia, yo soy más yo.

¿Qué ha cambiado?


Leo en el blog de Turu la magnífica y clarificadora exposición de Leopoldo Abadía sobre la crisis económica que nos ocupa y preocupa. Diariamente vemos en los medios de comunicación la caída en picado de las Bolsas, la paralización de los mercados financieros, la quiebra de grandes sociedades, el despido masivo de obreros de las grandes fábricas y un sinfín de despropósitos que a nosotros, los seres normales, los que no vemos más allá de nuestra economía familiar, nos tienen “acojonaos”.

Pero ¿qué ha cambiado? ¿Por qué hemos llegado hasta aquí? Creo que el mercado inmobiliario ha arrastrado a todos los demás sectores a un callejón sin salida por culpa, por la gran culpa, de los Bancos, verdaderos dueños y señores del chiringuito financiero. Yo sólo sé que hace un par de años cualquier individuo, “casado” y con dos nóminas más o menos "decentes", iba a un banco a por 180.000 euros para la compra de una vivienda siendo poseedor tan sólo de 600 euros ahorrados con mucho esfuerzo para la señal de un piso, y al final, después de que la Tasadora Oficial del Banco diera un valor muy superior al del mercado al inmueble en cuestión (sobretasación se llama), acababa llevándose 240.000 euros que servían para pagar el piso, el impuesto de transmisiones, el arreglo de la cocina y un flamante BMW. Todo ello a pagar en 35 años (420 cómodos plazos), más 2 de carencia que seguro no vivirán, con un interés muy bajo. Cuando preguntabas por qué habían hecho eso, por qué se habían endeudado en más dinero del que necesitaban, siempre te contestaban que la cuota resultante era sólo un poquito superior al alquiler que estaban pagando hasta ese día, para terminar sentenciando: …y encima ahora es mío. Luego los intereses subieron y esas cuotas dejaron de ser paritarias, pero eso no viene a cuento ahora.

Hoy (prueben a hacerlo si acaso les reciben), el mismo Director de la sucursal del barrio que les animaba a llevarse dinero, a comprar el BMW, a arreglar la cocina... echa para atrás no sólo a los nuevos clientes con capacidad de endeudamiento sino a cualquiera que intente retirar sus propios fondos de la entidad. Para llevarse una cantidad, digamos alta, por la ventanilla hay que escapar a un interrogatorio forzoso por parte del empleado que por turno te corresponda. No saques dinero ahora que te doy (él y sólo él) un 6% y te lo puedes llevar cuando quieras, no saques dinero ahora para comprar una vivienda porque vamos a tener en el banco un montón de pisos de la gente que no paga, no saques dinero ahora que los pisos van a bajar a la mitad…

¿Qué ha cambiado entonces? ¿La educación y la formación? ¿La moralidad? No. Lo único que ha cambiado es que los bancos fueron los primeros que se endeudaron convirtiendo en papel mojado nuestras hipotecas, vendiéndolas al mejor postor, que siempre era un grupo de especuladores de Oklahoma o Lienchenstein, a cambio de un interés, y nadie les dijo que eso no se podía hacer. Prestaron mucho más dinero del que tenían y ahora… ahora no permiten siquiera que una pequeña o mediana empresa, esas que dan empleo directo y “decente” al 80% de los habitantes de nuestro país, negocien un mísero pagaré que les permita funcionar en su día a día, un mísero pagaré que convertido en dinero líquido permita que esa empresa siga dando pedales.

Los bancos, y sobre todo aquellos que tenían la obligación moral y legal para controlar esos bancos, son los culpables. Su avaricia hipotecaria nos ha traído hasta aquí. Nosotros, mejor o peor formados, sólo perseguíamos un sueño lícito: Tener una casa propia y un coche nuevo... Y nos dieron el dinero para ello. Y, a lo peor, no nos lo tenían que haber dado o nos tenían que haber ofrecido otras fórmulas para adquirir esa vivienda.

Alguien que no me habla…



…Y ese alguien que habita y piensa dentro mí guarda ahora un silencio profundo. No sabe que hay un lienzo blanco en mi pared que espera las letras que no tengo, que no sé pintar en soledad. Desconoce que ese cuadro inmaculado y puro me vigila, me acecha, me atosiga,… desde la otra parte de la perversa ventana que me conecta sin remedio a la realidad. Ignora por completo que un viejo amigo se fue de mi lado – es definitivo, lo sé - llevándose las letras que me faltaban por escribir.

Hay un tiempo para todo – también lo sé - y tal vez el mío, en este preciso momento, en este instante quedo, es el de la calma y el sosiego. Aun así, haciendo lo que estoy haciendo ahora, contando nada, barajando palabras, jugando al escondite, lo estoy quebrando. No lo sé hacer de otra manera. ¡Qué se le va a hacer!

No soy nada...


No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.

Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Fernando Pessoa como Álvaro de Campos.



Decía el Señor Soares hablando y divagando – como habla y divaga en el Desasosiego - sobre su cuerpo y su alma: “Parece que este cuerpo destinado para comerciante y esta alma destinada para hombre educado son, cuando están a solas, investidos misteriosamente de algo interior que es exterior a ellos, y que no hablan, sino que se habla en ellos, y la voz dice lo que sería mentira que ellos dijesen”. Y esa voz interior que nadie oye y que no habla sino que se habla en mí o en mi pensamiento y en el de Bernardo, existe. O tiene que existir, que no es igual. Vive y la siento en mí como vive en Bernardo, la oigo y me dice las cosas que tengo que escribir y plasmo casi sin darme cuenta en un papel. Y me inspira sobre determinados temas que desconozco o que creía desconocer hasta ese momento. Incluso, conociendo de algún modo el asunto del que me habla, tengo la sensación de que aquello que habita dentro de mí sabe que más que yo mismo sobre ese determinado asunto en cuestión. Y palpo cada palabra, cada frase, cada párrafo que sale de dentro de mi ser como si las conociera, aunque antes nada hubiera sabido sobre el tema. Y es una sensación extraña que se apodera de mi cerebro, quizás de lo que llaman alma, o de las dos cosas, de forma espontánea y probablemente maravillosa. Parece que alguien habita dentro de mí, alguien que me dice cosas para escribir, alguien a quien conozco sin que nadie me lo haya presentado nunca.

 
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