Adolescencia...

ADOLESCENCIA

Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte,
y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente.
- El pie breve,
la luz vencida alegre—.
Muchacho que sería yo mirando
aguas abajo la corriente,
y en el espejo tu pasaje
fluir, desvanecerse.

Vicente Aleixandre, 1924-1927


Desde mi adolescencia me envían recuerdos de felicidad que compartimos juntos, señales de tiempos remotos en los que la vida salía a borbotones por todos y cada uno de los poros de mi cuerpo.

Desde mi juventud llegan a mi memoria imágenes que creía perdidas. Las fotos de mi pasado revelan que estuve allí, que siempre estuve allí, entre pinos y agua clara, entre estrellas y luciérnagas, entre sol y calor.

Ahora, desde esta maldita cuarentena que me apresa, se me aparecen las cosas de otra manera: añoradas, sosegadas, meridianas, transparentes… Y en muchas estás tú. En casi todas. Marcando, con el instinto animal más básico, el territorio en el que pisas, demostrando al inexperto fotógrafo que el centro de la borrosa foto tenías que ser tú, derrochando la vitalidad insultante que te vestía, comprobando de reojo si está todo en orden, en tu orden, esperando tan sólo a lo que estás esperando, a propósito y sin darte cuenta…

El lector




Dicen que tengo que adjetivarme. Voy buscando por la red, ¿hay otro lugar? No encuentro nada. Un racimo de páginas escolares explican detallada y sucintamente los conceptos básicos. Nada se parece a lo que anhelo. Y juro que he buscado por todos los rincones.

Alguien se los llevó todos. ¿Quién se guardó los calificativos? ¿Acaso ya no quedan determinativos? Los posesivos, por los tiempos de "libertad" que corren, de momento no me interesan. Quizás los indefinidos… La red, por su obligatoria ascendencia sajona, está llena de demostrativos. No me valen. No hay nada que demostrar, no se trata de eso.

De repente, sin casualidad, accedo a una página que siempre estuvo conmigo: http://www.jmjurado.org. Ahí estaban todos: publicitados para los expertos, escondidos para que cualquier profano los pudiera desvirgar, desdoblados para que se puedan leer, manufacturados con cariño y pasión, trabajados desde el más oscuro de los rincones…

El lector de almanaques se llama. Me detengo largo rato. La página, su propio nombre lo indica, tiene ALMA. Allí descubro, cuando lo entiendo, lo más profundo de las palabras, tienen vida casi todas. También es MANÁ, caído del cielo para que los recientes nos alimentemos. Cuenta con un recio ANAQUEL, donde se sostienen los libros de la sabiduría, la que por empezar tan tarde ya no podré alcanzar.

Ahí empezaré a adjetivarme, si soy capaz.

 
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