Llegará ese día…



Leer, leer, leer, vivir la vida
que otros soñaron.
Leer, leer, leer, el alma olvida
las cosas que pasaron.
Se quedan las que quedan, las ficciones,
las flores de la pluma,
las solas, las humanas creaciones,
el poso de la espuma.
Leer, leer, leer; ¿seré lectura
mañana también yo?
¿Seré mi creador, mi criatura,
seré lo que pasó?

Miguel de Unamuno


Llegará un día en el que no volveréis a ver el fondo de mi rostro reflejado en el agua de este limpio estanque de juramentos, ofrecimientos y compromisos. Llegará un momento en el que las palabras agotarán – no podría ser de otra manera - su ciclo natural en mi interior y tendré que abandonar mi casa con pena, quizás por no tener más para contar, tal vez por carecer de medios para decir... En ese instante sabré que no hay vuelta atrás, que parto para no volver, sin equipaje que me ancle y con los recuerdos que me quepan por bandera, tal cual llegué a esta orilla aquella mañana de primavera.


Ese día, si he conseguido que se hayan grabado en el corazón de quien tuvo la osadía y la paciencia de leer estelas de sentimiento, habré triunfado. Mi único deseo, la última ambición del ser humano que vive en mí ahora, es que algunas palabras buenas, acaso las mejores (si es que las hubo), permanezcan en los rincones de la memoria de aquellos emigrantes anónimos que construyeron paso a paso, sin darse cuenta, este teatro virtual de verdades a medio formar donde uno es quien no dice ser y otro fue lo que realmente pudo ser.



A Turu, con cariño, que me dio una frase para
que yo construyera sin escrúpulos otra mentira.

Ayer estuve…


Ayer estuve donde el arte de las musas le roba el poder a la palabra, en un lugar donde los sonidos, siempre sensibles, eternamente frágiles, se hacen dueños del espacio y del tiempo.

Ayer estuve donde esa palabra calla, aunque sea por un instante, por un solo instante, para que los dedos vuelen por entre la misma esencia del ébano, el marfil, el arce escogido o el barnizado a mano y así, despacio, suavemente, puedan interpretar a su manera lo que vieron, lo que aprendieron, lo que saben ejecutar en vida independiente y libre, cada uno por su lado.

Ayer estuve allí, en un rincón del alma donde se juntan pensamiento y cuerpo al son que marcan los compases, donde fluyen sin querer los saberes naturales de los más pequeños, los de aquellos que por edad no temen ni a la soledad del escenario ni a sí mismos, los de aquellos que respiran todavía sin fantasmas.

Ayer disfruté oyendo, viendo y sintiendo como oyen, ven y sienten los que quieren disfrutar.

Ayer la sombra fui yo. Hoy el reflejo de aquello eres tú. Y ellos también.


Para Luc




Días de alto en las lecturas… y de sol desprevenido. No hay tiempo, no tengo tiempo… Vivimos camufladas épocas de un pan que amenaza ser escaso bajo el boato europeo de infames crisis que no son y un maravilloso Circo del de siempre, del de ¡pasen y vean…!, del de ¿Cómo estás ustedeeees…?, para engañar convenientemente las hambres del que menos se da cuenta, que también puedo ser yo. Y es que las “eurocopas” del fútbol, los “rolangarros” y el “uinblendón” del tenis, las carreras de “fennandoalonso” y las motos de Pedrosa, Bautista y el inestable Lorenzo y algún que otro deporte de cuyo nombre no me acuerdo, dictan a pie juntillas lo “cojonudos” que somos los españoles delante de una tele de plasma y una cerveza fresquita bebida a la sombra de un bar con aire acondicionado. Si a todo eso le añadimos el ajetreo del fin de curso escolar, no queda un rato libre para descansar o un espacio de tiempo para dedicar a los libros, esos artefactos con hojas blancas, tinta negra y pasta dura que tanto bien me hacen. No soy capaz de hacer el equipaje del Rey José, Pepe Botella para los amigos... No soy consciente de los ejemplares que he ido almacenando para cuando sea posible, que será probablemente en el mes del descanso… Sólo un hueco, un pequeño recoveco diario, trae de vez en cuando ante mis ojos y para que lo reparta por el conocimiento, cuando lo tengo, “Las estaciones lentas”, “puñados de palabras en las que, a veces, pueden/las cosas respirar,/compartir con nosotros el estremecimiento/que las mantiene vivas...”



Dicho lo divino - que a nadie importa, ni a mí siquiera… -, paso a describir - por deseo expreso de una amiga virtual - lo mundano, para lo que por sistema tengo un rato para perder:


No me gusta (aunque no creo que importe):

1.- El “bacalao” y todo tipo de música que tenga como único fin el ruido.
2.- La manipulación política en los medios de comunicación.
3.- Que haya que comprobar a diario y previamente si los dibujos animados de la tele son adecuados para los niños o no.
4.- Que desordenen el desorden natural de mis cosas.
5.- Que me digan lo que tengo que hacer.


Me gusta (sí me importa):

1.- Leer cualquier cosa y escribir.
2.- Aprender a tocar el piano, si es que acaso se puede, a esta edad.
3.- Hacer felices a los míos.
4.- Moverme en moto por la ciudad.
5.- Una salida extra con los amigos recordando lo bien que lo pasábamos hace tanto.


No entiendo (ni falta que hace, creo):

1.- Para qué sirve el Ministerio de Igualdad (a no ser que valga para que los hombres alcancemos en derechos a las mujeres o “miembras”).
2.- Por qué los niños españoles nunca acaban de aprender inglés aunque se pasen media vida estudiándolo.
3.- Por qué si quince autonomías remamos en la misma dirección siempre acabamos en el puerto de las dos que reman contracorriente.
4.- Por qué, desde que se instauró la democracia, el inquilino que por turno y número de votos reside en la Moncloa acaba convirtiéndose sin remedio en un auténtico “gilipollas” a los dos años, aproximadamente, de vivir allí.
5.- Por qué se siguen pelando tan mal los palotes.


Me gustaría (esto va para la galería, esa que espera convencida que detrás de las palabras que malviven en el blog resida un hombre cuerdo o comprometido):

1.- Que los coches funcionaran con aire o, a menos perder, que la gasolina bajara a la mitad.
2.- Que no hubiera guerras.
3.- Que no existiera el hambre en el mundo.
4.- Que la gente, incluyendo en este apartado a las personas, transeúntes y peatones en general, fuera feliz.
5.- De ésta (con acento en la e por riesgo de ambigüedad) ya no me acuerdo, así que no sería importante.


Y como dijo el poeta en una de sus lentas estaciones:

Desde lejos me observan como lo haría ese cielo
común de los pastores…

Buenos días a todos y a todas en el segundo día de un verano que se prevé caluroso, como siempre que es verano y hace calor. ¡Faltaría más...!

A Lola...



Ayer se fue de nuestro lado, sin hacer ruido. Y yo, perdido en esos recuerdos de la infancia donde su sola presencia era signo de alegría para los más pequeños, busco desesperado algún madero salvador al que asirme fuertemente. Me duelen los dolores más extraños, los que reflejan callados la parte dulce en los adentros, los que me dicen al oído que un lejano día fui feliz con poca cosa, los que me cuentan en silencio que ella estuvo allí, que fue parte principal de aquello que hoy rememoro y reformo a mi antojo. Y siento que me falta algo por hacer, una palabra por decir, una frase que compense la balanza, para que los “te doy” que regalaba sean recíprocos. Y la encontré en la poesía de alguien que también formó parte del nosotros familiar, de un ayer plagado de vivencias.


"Allá: todo está allí, en esa orilla.
Todo está en ti, mujer: todo en la amada.
Sobre mi seco pozo de silencio
espero la humedad de tu palabra,

lo mismo que la hiedra: brocal solo,
lodo y cal solo hacia las nuevas aguas.
Aquí todo está aquí, en esta orilla,
hacia mi pozo lleno de nostalgias.

Todo está aquí. Todo está en ti, canción;
eres canción, paisaje, tarde clara,
mis hijos, versos míos, tierra madre…
abre, llueve en mi pozo tu palabra.

Aquí, sobre mi pozo de silencio,
donde mi seca voz amurallada,
llueve, canción, mujer, llueve mi voz,
llueve tu voz, tu hiedra en mi antesala.”

ALFONSO ALBALÁ ( España, 1924 - 1974 )



Y ya no oiré esa voz en la ventana reclamando que abra mi puerta a los detalles para con esos que hoy son como yo fui ayer… Ya no podré esperar lo que no llega… Ya no…

Con lo puesto…



Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.

Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruidosa cama.

Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.

El odio se amortigua
detrás de la ventana.

Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.

Canción última. Miguel Hernández.


Vengo con lo puesto, que no es nada. No traigo siquiera un equipaje que pueda sobrecargar mis recuerdos. Salí desnudo esta mañana temprano por entre los campos del conocimiento, ya secos pues la estación que aparece lo solicita sin remedio... Vagué sin esperanza entre las callejas de mi memoria, si acaso existía y no fue otra de mis dispersas divagaciones… Me detuve a última hora del mediodía en esta mi casa, un lugar vacío de sentimientos, proclamas y soflamas desde hace tanto que ni sé si algún día estuvo su despensa repleta…

Pero no se asusten, que sólo traigo palabras… Es lo único que pude recoger. Las encontré en esos campos que retuercen mi entendimiento y en esas estrechas callejas que transitan por entre mis evocaciones. Y son de aliento y consuelo, de felicidad y alegría, de esperanza en mañana quizás… Las reparto, pues mi generosidad no conoce límite para lo que no hace falta o es innecesario. Digo que las reparto, que las envuelvo en papel de regalo para aquel que las quiera recoger. Las esparzo sin temor entre las gentes de bien que viven tras los hilos que sujetan mi ventana al resto del mundo y que nunca sé quiénes son, si existen o son otra invención más. ¿Quién no quiere un consuelo? ¿Alguien desprecia un apoyo? ¿Acaso se reniega de un razonamiento para rebatir?

Traigo de todo y para todos… ¿Qué otra cosa podía hacer si no poseo más que este don, sabiendo muy dentro que no es un tal porque siempre es traición? Sé que vuelvo a descolocar mi conciencia a borbotones, que no llego – nunca podré llegar - al lugar que quisiera, más me hacía falta decir que vivo y que estoy aquí.

Algunas veces se me va la cabeza. Otras veces... también.


Sonríe...





Smile though your heart is aching
Smile even though it’s breaking
When there are clouds in the sky, you’ll get by
If you smile through your fear and sorrow
Smile and maybe tomorrow
You’ll see the sun come shining through for you

Light up your face with gladness
Hide every trace of sadness
Although a tear may be ever so near
That’s the time you must keep on trying

Smile, what's the use of crying?
You'll find that life is still worthwhile
If you just smile

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Sonríe aunque te duela el corazón.
Sonríe incluso aún si se está rompiendo;
aún cuando haya nubes en el cielo, te las arreglarás.
Si sonríes en medio de tu temor y dolor...
sonríe y, quizás mañana,
verás el sol brillando para ti.

Ilumina tu rostro con alegría,
oculta todo signo de tristeza,
aunque una lágrima pueda estar siempre cerca.
Este es el tiempo en que tienes que seguir intentándolo;

Sonríe, ¿de qué sirve llorar?
Encontrarás que la vida aún es valiosa
si sólo sonríes





Charlie Chaplin. Algunos lo llamábamos Charlot. Buenos días a todos.



El atasco


El otro día fui a Madrid. Los trescientos kilómetros que separan la ciudad donde habitualmente trabajo de la capital del país se pueden hacer desde hace unos meses por autovía. Todo el recorrido con el coche a ciento veinte por hora, ni uno más ni uno menos. En los tiempos que corren no se puede correr – Sí, ya sé que la frase es un contrasentido, pero es la realidad -. Si vas a más velocidad, si se te ocurre ir más rápido, si te da por pisar el acelerador sin darte cuenta… te hacen unas maravillosas fotos los señores de la Guardia Civil que te dejan sin puntos. Y yo sin puntos ya no sé conducir.

Todo iba viento en popa hasta que en las cercanías de la gran urbe, en la salida dieciocho – que antes era la dieciséis, que antes era la… - para ser más exacto, me di de bruces contra un atasco. Sí, un atasco, una cosa de esas en las que una ingente cantidad de vehículos a motor se quedan parados en fila india hasta que al “espabilao” que va primero le da por arrancar otra vez (¿Por qué se pondrá el primero si siempre es el que va más despacio?). En ese lugar, a diestra y siniestra, millones de personas descargan sus tarjetas de crédito y débito en cualquiera de las grandes superficies comerciales que han construido en lo que antes era campo yermo. Y todo ello para que tengamos algo que hacer, para entretenernos durante el fin de semana. Allí se puede encontrar de todo lo que no necesitamos: muebles en fascículos que luego uno nunca acaba de encajar por culpa del tornillo “strongen” que desapareció misteriosamente de la caja verde, ropa de moda que luego no te pones porque se pasa de ídem cuando deja de llover, artefactos varios para mejorar la salud haciendo deportes que no sabías ni que existieran, cachivaches para trabajar en el jardín si es que acaso lo tenemos y si después los sabemos utilizar, clínicas para ponerse o quitarse cosas del cuerpo en 24 horas, hipermercados con comida de todos los países del mundo donde se come algo, establecimientos de comida rápida y mala pero que regalan a los niños un bonito juego que no sirve para nada y que es casi imposible montar, etcétera.

Pues bien, cuando llevaba diez minutos en el susodicho atasco, empecé a impacientarme… empecé a acordarme de la madre del que iba primero (esto me han dicho luego que es lo habitual cuando uno por culpa del tráfico se colapsa a la entrada de Madrid). Después me acordé del alcalde inútil que consentía aquel embudo infame en pleno siglo XXI – esto no me costó trabajo alguno porque últimamente todos se meten con él, esa es la verdad, y los insultos me salían solos -. Después salieron de mi boca cosas como “aquí no vuelvo”, “no sé cómo pueden vivir aquí”, “esto es de locos”, “esto no es calidad de vida”, “es insufrible”, “así va el país”, “la culpa es de Zapatero” (antes le echaba la culpa a Aznar, pero esos eran otros atascos), “¿quién me manda a mí! y mil cosas más que no me acuerdo porque eran “palabrotas”. Finalmente... finalmente recapacité, que no sé lo que es pero la verdad es que me quedé muy tranquilo.

Y es que me acordé que cinco años atrás - o seis o nueve, que da lo mismo para lo que quiero contar – para llegar desde la ciudad donde entonces también vivía hasta la capital de España, que era la misma también, había que transitar por carreteras inmundas, atravesar muchos pueblos e invertir cuatro horas y media en hacer el mismo recorrido que hoy se hace en dos horas y treinta y cinco minutos (dos horas y media de viaje y cinco minutos de atasco en la salida dieciocho, que antes era la dieciséis, que antes era…) sin pasar de ciento veinte, ni uno más ni uno menos.

Y es que el ser humano, especie en la que me incluyo, es así: De lo malo nos solemos olvidar con una facilidad asombrosa cuando probamos lo bueno. Entonces creemos que lo hemos tenido toda la vida. Y como tenemos derecho a ello lo exigimos.

 
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