La tierra que piso...


Vivo en un vergel. Mi tierra, tantas veces denostada por aquellos que creen ser adelantados, es un paraíso durante la mayor parte del año. Sólo el tórrido verano - que también tiene sus encantos, aunque hay que saber mirarlos - parece reflejar hacia fuera señales equivocas de sequedad anual y amarillos perennes.




Hace unos años pensaba que esa belleza era la gran desconocida del país en el que vivo y que había que poner todos los medios del mundo para contar cómo las encinas, formando arboleda, guarecen de las inclemencias del tiempo a ciervos, cochinos y demás especies protegidas, cómo la primavera se refleja en el jaral como no puede hacerlo en casi ningún lugar, cómo huele el campo en el otoño de sus valles, cómo corre el agua sin mancha alguna…





Ahora soy mayor y he comprendido. Ahora sigue siendo, aunque en menor medida, una gran desconocida, pero ahora no es el tiempo de contarlo. Ahora disfruto de ella como no lo había hecho nunca y entiendo que no hace falta que el adelantado venga a decirnos cómo es su futuro ni cómo tienen que ser las cosas bellas. De eso entendemos nosotros. Desde hace tanto…


¡Qué cosas!




Entre infernal e invernal sólo hay una letra.
Y mucha distancia…

Entre burro y barro sólo hay una letra.
Casi no hay distancia…

Entre tú y yo… una sola letra
para unir distancias.

Los sueños...




Nunca desistas de un sueño.
Sólo trata de ver las señales que te lleven a él.
Paulo Coelho.



Las personas nunca se van del todo. Los sueños ayudan a encontrar el reposo en la humana intranquilidad por las ausencias. Y lo hacen sin que nos enteremos, sin darnos cuenta. Y a veces creemos soñar cosas… y no las recordamos. No podemos. Esos sueños han venido a reparar viejas heridas. Una vez curadas, desaparecen para siempre. En su partida dejan un pequeño rastro en nuestra conciencia… pero sólo es eso: un pequeño rastro, quizás para que sepamos que ya no hay averías.


¿Por qué si no al amanecer queremos recordar lo soñado y sólo vienen a nuestra cabeza retazos de lo que pasó?


Cada uno es libre de imaginar cómo son sus sueños. Cada uno es libre para interpretarlos. Yo sueño. Yo soy libre. Y sueño los sueños como quiero.


Uno es su vida





Uno es su vida. Y la de sus abuelos. Y la de sus padres. Y uno es como ha aprendido que hay que ser, aunque esté equivocado. Y nadie le tiene que decir que lo suyo no lo ha vivido o no ha existido porque sí lo ha vivido y porque sí ha existido.


La guerra – la nuestra y cualquier otra - destruyó cientos de familias de uno y otro bando. Y la democracia nos enseñó que podemos vivir juntos, pensemos como pensemos, seamos lo que seamos, y que sólo las urnas deciden quién ostentará el poder temporalmente. Por eso, hasta hoy, mientras la ley no lo prohiba, cada uno puede pensar en este país que llamamos España como quiera y le apetezca.


Vivimos en DE-MO-CRA-CIA que es una cosa que se inventó 5000 años antes de Cristo por los griegos. En ella los políticos representan el poder del pueblo, que somos nosotros. Y es el mejor modo de vivir, aunque haya decisiones que muchas veces no nos gusten. Y nosotros somos tan sólo los nietos de los que murieron en la guerra y los hijos de los que construyeron nuestra querida libertad. Y la mezcla, en la mayoría de los casos, de esos dos bandos. Sangre de las dos “españas” corre por nuestras venas, aunque no queramos. Y gracias a esa democracia que nos ha tocado vivir podemos decir con libertad VIVA FRANCO, VIVA CARRILLO o VIVA LA MADRE QUE ME PARIÓ. Sin que esté prohibido. Sin que nadie te censure. Sin que nadie se mofe o haga befa de lo que uno piensa porque su abuelo estuvo en uno u otro bando o porque su padre participó en el 75 desde el ala socialista, el centro o la derecha.


Yo, personalmente, mí-me-conmigo, tuve la suerte de tener un abuelo republicano que murió, con demencia senil, diciendo “que vienen a por mí” “que me llevan al molino” (que era donde fusilaban a los rojos “coloraos” como él) y otro abuelo Carabinero (hoy sería Guardia Civil reconvertido), que se salvó milagrosamente de ser fusilado en la plaza de toros de Cáceres por el sólo hecho de acoger en régimen de pensión en su casa a un capitán del ejercito franquista. Y aún suponiéndole de “derechas” se salvó por minutos - y por la valentía de ese capitán que se puso delante del pelotón y dijo que si disparaban contra mi abuelo le dispararan primero a él - de ser fusilado por sus “amigos” del bando nacional.




¿Tengo que cargarme yo a alguno de mis abuelos ahora? ¿Los puedo seguir aceptando como eran? ¿Qué página de mi propia historia arranco?

Orígenes



Un día, en casa de mis padres, hace ya algunos años, encontré una fotografía que reclamó poderosamente mi atención. Mi madre, con un vestido blanco tipo Audrey Hepburn en Vacaciones en Roma, se apoyaba en una barandilla de hierro de algún parque de Coimbra mientras mi padre sonreía detrás de su bigote al fotógrafo que amablemente se habría ofrecido para la ocasión y para retratar el que se me apareció como un feliz momento. Guardé – más bien creo que robé - aquella foto para mí. Estaba datada por detrás: una fecha escrita a bolígrafo me dijo todo lo que debía saber sobre ese viaje.

Fue realizada nueve meses antes de mi venida al mundo, por lo que en cierta manera yo también era portugués, cuando menos fui engendrado allí. Si es cierto que existe la reencarnación y si es cierto, según alguna teoría, que ésta se produce en el mismo momento en que empieza nuestra existencia, en el mismo instante en que ésta se genera, mi espíritu y parte de mi alma fueron recogidos en algún lugar de Portugal y pertenezco de alguna manera a la patria primitiva de los nietos del Conde de Portus Cale.

Mi madre me dijo que ese septiembre consiguieron dejar a mis hermanos mayores - que los tenía y sigo teniendo - repartidos entre familiares y que pasaron quince días los dos solos, sin más compañía que un coche, dinero en el bolsillo y sus sentimientos, recorriendo Portugal: Coimbra, Sintra, Oporto, Cascais y, como no, Lisboa, la omnipresente, fueron entre otros sus destinos. Y el que sería el mío, también.

Y este fin de semana allí estuve de nuevo. Saludé a viejos amigos del corazón y a viejos sentimientos del alma, si es que acaso tengo. Lisboa, minha amada, ¡cómo te eché de menos esta vez!…


Em uma só palavra: Portugal






 
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