El último libro


Un libro de amores,
de flores
fragantes y bellas,
de historias de lirios que amasen estrellas;
un libro de rosas tempranas
y espumas
de mágicos lagos en tristes jardines,
y enfermos jazmines,
y brumas
lejanas
de montes azules...
Un libro de olvido divino
que dice fragancia del alma, fragancia
que puede curar la amargura que da la distancia,
que sólo es el alma la flor del camino.
Un libro que dice la blanca quimera
de la Primavera,
de gemas y rosas ceñida,
en una lejana, brumosa pradera
perdida...

Antonio Machado.



Busco con ansiedad el último libro, el que hable en voz baja con mi interior, el que diga y enseñe a la razón aquello - lo que sea, que da igual - que arranque del letargo, de sus nervudas raíces, al ruin humano que vegeta dentro de mí. Por eso creo que a veces no termino algunos, por culpa, por la gran culpa, por la grandísima culpa de ese perenne rastreo. Por eso creo que siempre estoy indagando, porque no acierto a descansar en algunas páginas o a reflejarme en esas historias. Por eso creo que siempre tengo diez o doce ejemplares, de los más diversos y dispersos temas, esperando en un selecto apartado de mi estantería particular, en esa que yacen las esperanzas y malviven los estados oníricos efímeros. Tal vez, que no lo sé, únicamente aguardan agazapados, acurrucados, escondidos o encogidos el momento adecuado en mi particular estado de ánimo para ser elegidos para una gloria que a buen seguro tendrán.


La culpa la tengo yo por ser un individuo que no tiene ideas y malvive como puede de unos sentimientos tan extraños que nunca llego a controlar. Compulsivos muchas veces, sí, pero sentimientos al fin y al cabo.


Sí, ya lo sé, se me ha vuelto a ir la cabeza... pero estamos en la etapa africana del verano, en la calle abrasan sus cuarenta grados y todavía no me he ido de vacaciones.

La caída de la red...


Buenos días, dígame… le atiende Elorín… ¿en qué podemos ayudarle?

La voz suave, aplatanada y dulce de quién está al otro lado del teléfono me hace dudar y en un principio no sé si he llamado al número de información de Timofón o a la playa donde se rueda el anuncio “me estás estresando” del ron Malibú.

- Pues mire señorita… quería saber por qué llevo toda la mañana sin conexión a internet. No sé si es un problema de mi ordenador o de la compañía suministradora…

- No se preocupe usted, “broder”… Estamos trabajando en ello para restablecer el servicio próximamente… es que se ha caído la red…

- ¿Cómo dice…? ¿Qué se ha caído qué?

- … La red, que se ha caído la red.

- Ya, lo entiendo - le dije sorprendido a la amable señorita para luego volver a preguntar - y ¿por qué no la recogen?

- No comprendo, caballero…

- Que digo yo que si la red se ha caído tendrán que bajar a recogerla ¿no?

- Sigo sin entenderle, “mihenmano”…

- Verá usted señorita… es la cuarta o quinta vez en los dos últimos meses que llamo a este número de teléfono de atención al consumidor, que en este caso soy yo, y siempre me dicen lo mismo, que se ha caído la red. Yo no sé a dónde se ha caído y tampoco entiendo ni por qué nadie va a recogerla ni por qué tardan tanto en hacerlo… Lo único que sé es que cada vez que a ustedes se les cae esa dichosa red no tengo conexión a internet y yo sin esa conexión ya no sé vivir. ¿No la pueden atar un poco más fuerte para que no se caiga?

La señorita cortó de repente la conversación transoceánica y yo… yo me quedé otra vez con cara de bobo y sin internet. ¿Alguien lo entiende?




Nota del autor.- Alguno, extrañado, se preguntará cómo conseguí hablar con un ser humano directamente, un ser humano de los de verdad, saltándome el protocolo de la maquinita, esa que empieza a decirte, después de escuchar durante cinco minutos el “Letitbí” de los “Bitels” interpretado por “Paul Mauriat”, sin miramiento alguno: si la llamada es para una avería… pulse 1, si la llamada es por un despiste de un primo… pulse 2, si la llamada es porque usted estaba aburrido y no sabía que hacer… pulse 3… Tengo un truco: Cuando la máquina habla y empieza con el jueguecito de los “pulse” uno debe permanecer en silencio, totalmente callado. La maquinita no está preparada para que el que está al otro lado de la línea no le hable. Entonces, enseguida, de repente, te ponen con lo que llaman “un operador”. Y ese operador, aunque esté en el Caribe, te habla, te escucha… aunque no te entienda. Pruébenlo.

El olvido que seremos…


Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y los que seremos.

Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los triunfos de la muerte y las endechas.

No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá quien fui sobre la tierra.

Bajo el indiferente azul del cielo,
esta meditación es un consuelo.

Jorge Luis Borges


“Sobrevivimos por unos frágiles años, todavía, después de muertos, en la memoria de otros, pero también esa memoria personal, con cada instante que pasa, está siempre más cerca a desapacerecer. Los libros son un simulacro de recuerdo, una prótesis para recordar, un intento desesperado por hacer un poco más perdurable lo que es irremediablemente finito.”


No suelo recomendar libros. De vez en año inserto un post que habla de alguno que cayó en mis manos y descolocó mis sentimientos durante un breve espacio de tiempo, pero no me gusta decirle a la gente lo que tiene que leer o lo que no: Allá cada uno con sus “cadaunadas”. La reseña que aparece en el margen izquierdo de esta bitácora con el título “Estoy en” sólo muestra el ejemplar – cuando no se me olvida cambiarlo - que en ese momento estoy destrozando, sin más pretensión que la de ofrecer una información adicional por si a alguien, principalmente a seres humanos a los que les guste la lectura, le pudiera interesar o no sabe en ese momento qué comprar o regalar a un ser querido. Más de una vez el que suscribe, que soy yo, ha adquirido algún libro publicitado en alguna que otra página amiga. Incluso los he llegado a leer, pero eso no viene a cuento ahora.

Hoy sí, hoy voy a recomendarles uno. Hacía tiempo que no lo pasaba tan bien y tan mal delante de una novela. Hacía más tiempo todavía que mi corazón no me decía que siguiera leyendo y mi cabeza no me obligaba a subrayar frases de forma compulsiva para que luego no se me olvidaran. Es un libro autobiográfico en el que se sentirán representados aquellos que tuvieron la suerte de tener un padre de verdad, esos que disfrutaron de una existencia en familia, aquellos que vieron en su hogar una figura paterna que influyó, por su noble condición, con sus aciertos y con sus errores, en la forma de encarar la vida y en el carácter que se creó con el correr del tiempo dentro de uno mismo.

Si este verano tienen algún rato libre… no se lo pierdan. Lean despacio, recréense, disfruten…

“Todos los amigos que fueron al entierro de Héctor Abad Gómez tenían miedo. Algunos, para protegerse, se escondieron desvergonzadamente tras los árboles . Sólo dos de ellos se atrevieron a hablar: Carlos Gaviria recordó aquellas horrorosas palabras pronunciadas en Salamanca, en tiempos de la guerra civil española, por un franquista de infame recordación, Millán Astray: «¡Viva la muerte, abajo la inteligencia!»

El otro que habló fue el escritor Manuel Mejía Vallejo, paisano (ambos eran de Jericó) y uno de los amigos más cercanos a Abad, quien dijo valientemente este corto discurso:

Vivimos en un país que olvida sus mejores rostros, sus mejores impulsos, y la vida seguirá en su monotonía irremediable, de espaldas a los que nos dan la razón de ser y de seguir viviendo. Yo sé que lamentarán la ausencia tuya y un llanto de verdad humedecerá los ojos que te vieron y te conocieron. Después llegará ese tremendo borrón, porque somos tierra fácil para el olvido de lo que más queremos. La vida, aquí, están convirtiéndola en el peor espanto. Y llegará ese olvido y será como un monstruo que todo lo arrasa, y tampoco de tu nombre tendrán memoria. Yo sé que tu muerte será inútil, y que tu heroísmo se agregará a todas las ausencias.”

Volverán las oscuras golondrinas…

¡Contumaz!, esa es la palabra que describe perfectamente a ese animal alado. He buscado el significado en el diccionario, que para eso está, y me dice que contumaz es alguien obstinado, tenaz en mantener un error. Y las poéticas golondrinas lo son y ¡en qué medida!

Una pareja de golondrinas pretende hacer un nido para criar golondrinos – que no es lo que ustedes están pensando – en la puerta de mi garaje. Yo las disuado y ellas dicen que no. Yo rompo su nido en construcción y ellas, como si nada, vuelven a empezar.

Pensarán que uno no sabe que son especie protegida… Pensarán que uno desconoce que los nidos de esas aves no se pueden tocar so pena en forma de multa cuantiosa… Pensarán que uno no tiene sentimientos... Pensarán que uno desconoce también que no se las puede molestar bajo ningún concepto… ¡Nada de eso! Sólo intento disuadirlas para que hagan su hogar en otro lado y lleguen a tiempo para poner sus huevos y alimentar a sus crías con tranquilidad.

Y todo ello ocurre porque son absolutamente contumaces. La pareja de golondrinas en cuestión, que debe ser muy “nueva”, se empeña una y otra vez en hacer el nido en el vértice superior derecho del portón que da acceso a mi garaje, entre el travesaño fijo superior y la puerta abatible. Así, cada vez que abro la puerta – seis o siete veces por día – el nido se rompe en mil pedazos. Pero ellas, erre que erre, dando coces contra el aguijón, cogiendo en mal latín, diente con diente, haciendo de rey y de roque, vuelven sobre su construcción. Visto lo visto sólo tengo dos opciones: o dejo que críen allí y no utilizo el coche en dos o tres meses o antes de que terminen el nido las disuado para que lo hagan en otro sitio. Opté por la segunda, que era la más lógica – además podría irme de vacaciones con la familia -, y no dejan de sorprenderme porque cada vez que abro la puerta y se rompe el nido… ellas vuelven a empezar. Calculo que llevan iniciados cuarenta y siete, más o menos.

Un chaval que vive en mi casa no entiende el juego que nos traemos entre manos las volátiles y el que suscribe y me dice, me implora, me suplica, que las deje, que hagan su casa, que quiere ver los pollitos, que si no tenemos coche en el verano que no pasa nada porque vamos “adondesea” en avión, que son muy bonitas y azules. Y yo, comento con los labios entrecerrados: Sí, bonitas y azules, pero más tontas que Abundio.

Ya decía Gustavo Adolfo, que de estos pájaros entendía un rato, que volverían las oscuras golondrinas en mi balcón sus nidos a colgar, y que, otra vez, con el ala a sus cristales jugando llamarían, pero que aquéllas… aquéllas que aprendieron nuestros nombres… ésas… ¡no volverían! Pues bien que lo siento por Don Gustavo pero eso no es verdad porque esos artefactos azules con alas no han colgado su nido en balcón alguno – ni intención tienen -, ni juegan con el ala en los cristales – no les da tiempo con tanto ajetreo - y por más que les he dicho cómo me llamo - incluso se lo he gritado para asombro de algún que otro vecino que observa atónito a un individuo al que creían cuerdo hacer aspavientos y gritar su propio nombre al viento - vuelven. Siempre vuelven, aunque acaben sabiendo de memoria el patronímico, el mote y el marital del sujeto que gesticula de forma absurda y vocifera su nombre y apellidos a pleno sol cada jornada.



Ahí, donde está la mancha de barro, lo intentan hacer.

La tarifa nocturna


“La tarifa nocturna de la electricidad tiene los días contados. El día 1 de julio entra en vigor un nuevo sistema de precio basado en la discriminación horaria (TDH), lo que supondrá un mayor número de horas a coste más bajo (lo que se conoce como 'horas valle'), pero con un porcentaje de descuento menor que el que obtienen hoy día las familias dadas de alta en una modalidad que prima el uso de los electrodomésticos durante la noche, cuando los requerimientos energéticos son menores. De hecho, estos hogares se ahorraban hasta un 55 por ciento por poner la lavadora o el lavavajillas entre las 23,00 y las 7,00 horas en invierno y entre las 00,00 y las 8,00 en verano. La denominada 'Tarifa 2.0N' podía aplicarse a cualquier cliente en baja tensión cuya potencia contratada no excediese de los 15 Kw, siempre que contara con el equipo de adecuado.

La medida, promovida por el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio, no ha sido bien recibida. La Unión de Consumidores de España (UCE) ha pedido el amparo del Defensor del Pueblo, ya que considera un abuso que los abonados vayan a desembolsar un 40 por ciento más que en la actualidad. «La nueva tarifa es más cara porque el usuario paga la potencia máxima para las 24 horas del día», comentan. A su juicio, esto vulnera los derechos fundamentales de los ciudadanos, además de suponer un grave perjuicio económico. Y agregan que los consumidores han recibido ya cartas de sus compañías informándoles de que cambiarán la potencia y que les cobrarán por ello los derechos de acceso.”

¿Cómo dice…? ¿318 euros…? Pero ¿por qué? Hace unos años instalé calefacción eléctrica en mi casa y me acogí a la llamada Tarifa Nocturna. Dos mil euros invertidos en radiadores, cables, acumuladores y otras zarandajas que ahora tendré que tirar. Firmé un contrato con una compañía eléctrica que, bajo el paraguas de Papá Estado, me aseguraba suministro eléctrico limpio a un precio “razonable”. La tarifa nocturna era una ventaja para contratante y contratado porque esos radiadores cargaban – es decir, gastaban luz - durante la noche y, al parecer, como todos estábamos dormidos – o durmiendo que dijo Don Camilo una vez – y la energía no se acumula (requerimientos energéticos menores les llaman) además de hacerle un favor a las Compañías… el ahorro era considerable para el ciudadano.

El otro día recibí una carta en la que se me conminaba a pasar por las oficinas de esa Compañía que tan bien me trató ab initio para autorizar un cambio de potencia, necesario (¿para quién?) y obligatorio (para mí). Y es que alguien que manda – El Ministerio de Industria, por ejemplo - había decidido de forma unilateral y abusiva romper un contrato que los contratantes, con sus pactos, cláusulas y condiciones, habíamos tenido por conveniente y que no afectaba, para mayor seguridad, ni a la moral ni al orden público, que decía aquella ley.

En Derecho y en casi todo en la vida, añado yo, el que la hace la paga. Y yo, Señoría, no he hecho nada. Más bien lo contrario, ya que hasta el día de hoy he abonado los recibos que puntual y mensualmente me han girado vía bancaria, hubiera saldo o no. Son ellos los que han vulnerado los principios más elementales. Son ellos los que han roto un contrato sin previo aviso. Son ellos los que – ahora sí viene al caso – con nocturnidad y alevosía han vulnerado el contrato que tan alegremente firmamos entonces. Son ellos los que, para mi mayúscula sorpresa, me dicen que tengo que abonar 318 euros por ese cambio obligatorio más un 40% de incremento mensual por arreglar su descosido, por cambiar algo que me obligan a cambiar, por ser tan gilipollas y hacer caso a las cosas a las que nunca hay que hacer caso…

Si ni siquiera nos podemos fiar ya de Papá Estado – auténtico valedor de los derechos de los ciudadanos como yo - … ¿cómo me voy a fiar de los demás?

Tu risa

Sólo pretendí que te sintieras bien, aunque fuera por un momento, un diminuto instante… Ni quise perturbar tu realidad, ni quise pisar las flores que con tanto esmero habías plantado en tu jardín. Sólo anhelé llegar hasta el lugar donde te duele porque en ese sitio me duele a mí también.


Hoy, y nada más que hoy, siento que nací para soñar alegrías y para correr por esos campos donde nacen las satisfacciones, para entregar sonrisas a todo aquel que me las pida… Son gratis, oiga. ¡Última oportunidad, señoras y señores! ¡Llévense dos por el precio de una!



 
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