Me lo explique, oiga...


Para el que no lo entienda: Si esto es como cuenta el señor cartero en su amable escrito y nadie le abre el portal... ¿cómo ha conseguido colocar el cartel encima de los buzones?

Supongo, y es mucho suponer, que en un estado de ofuscación absoluto y ante la necesidad imperiosa de colocar el aviso.... entró en el portal - que claro está estaba abierto -, puso su escrito y se llevó el correo a la oficina.

Creo que así quedó tranquilo: ¡Hala, ya están avisados!

¡Paíssss!

Un año...








Sé que estás ahí detrás… pero asómate un poco más para que te vea.

J.T. y el segundo de Ónuba


Y el toro en el Sur.
Una media luna sobre su testuz.
El toro no sabe cómo obedecer.
Y uno, dos y tres…
…¡Toro! ¡Toro! ¡Eh!
Patas y pitones en busca del tres
Pero el tres espera y…
Uno, dos y tres.
Con tres capotazos le para los pies.
Punta de percal, mano burladora.
Sal torero, sal ahora.
Manuel Benítez Ortega.

Y cuando la luna nueva siguió la estela en el agua que dejó su hermano el sol, bajó confiado a la orilla con ese porte altanero del que disfruta al andar, del que se gusta en el paso, del que sabe caminar. Quiso ver, sin que le cuenten, cómo bailaban las olas sin mano diestra que guíe ni una izquierda natural, sin engaños ni trapíos, sin castigos ni puyazos, sin sangre en el arenal. Y las vio morir despacio, lamiendo sin aspavientos, vencidas por el cansancio el fino albero del mar. Luego fue por la ribera para ver si era verdad que el polvo de las salinas alegremente danzaba entre fango y matorral, entre cante y bulerías, entre fino y palmear. Y comprobó que era cierto, que los montones de sal capean a sobresaltos, en el blanco inmaculado, la marisma y el juncal.

Entonces llegó a la plaza que en un lleno a rebosar esperaba que aquel hombre enseñara al animal cómo se bailan las olas, cómo danza allí la sal, qué fandango es el que duele en lo hondo del cantar de esas gentes tan humildes que exprimen el litoral. ¡Hágase el silencio! ¡Calle la plebe que en el redondel el maestro se la juega! Y a la bestia en la cadencia, en el círculo al compás, va moldeando sin barro lo que el campo y la bravura nunca le supieron dar. Entre olés y algarabía fue liberando congojas, deshaciendo aquellos nudos, más marineros que nunca, que apretaban el tragar. Y es que el miedo, que no es libre y enclaustra esa profesión, acongoja muy despacio, se recrea en los pitones, en la armadura del bicho, en la piel del animal. Y tan lento como asusta hay que volverlo a soltar, debe salir de ese cuerpo para disfrutar andando, para gustarse en el paso, para saber caminar, para que lo vean todos los que lleguen hasta el mar.

Para los tres compañeros de viaje, viandas y tertulia. Ya no podré decir que nunca estuve en plaza ni entiendo. Bueno, entender sigo sin entender. Y creo que así seguiré.

 
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