Navegar é preciso

Pablo Pámpano. Navegar é preciso.

“Coger pinturas y mezclarlas en la paleta sin tela ante nosotros en la que poder pintar. Mandar traer piedra para burilar sin tener buril ni ser escultor. Hacer de todo un absurdo, perfeccionar haciéndolas fútiles todas nuestras estériles horas. Jugar a escondidas con nuestra conciencia de vivir. Esculpir en silencio nulo todos nuestros sueños de hablar. Estancar en torpor todos nuestros pensamientos en acción. Oír a las horas decirnos que existimos con una sonrisa encantada e incrédula. Ver al Tiempo pintar el mundo y encontrar al cuadro, no sólo falso, sino hueco." Bernardo Soares. Tenedor de libros de la ciudad de Lisboa.

El rostro de la luna se refleja en tu silueta presumida en medio de la bruma que ha conquistado la noche para un sueño eterno. Hay un río que quiere ser mar y rebota azules infinitos sobre las cúpulas de esas iglesias que vieron tanta historia, que gozaron la crónica en las conquistas del non plus ultra, que sufrieron la derrota con fervor religioso y un pañuelo enamorado en la cabeza. En las cuestas, el acero y los cables hacen incisiones de sangre gris en el recorrido que luego el amarillo intenso esparcirá en un contraste imprevisto por toda la ciudad con alegría. No hay cámara capaz de recoger lo que el ojo del artista percibe. Y hay más. El viejo trovador, desde el fondo de una garganta rota y acompañado de un desvencijado acordeón que sólo suena para él, lanza bocanadas de tristeza al cielo bosquejando el contorno de lo que luego serán las nubes, ésas que atenúan el brillo en los tejados de la vieja Alfama. Y hay mucho más. La Dama aguarda, sin reconstruirse, esperando un nuevo cataclismo. Viejas fachadas de presumidos azulejos intermitentemente desgastados, ventanas de madera blanca raídas por el salitre y el viento, suelos dameros blancos, negros, y blancos y negros, y negros y blancos… No hay necesidad de restaurar lo que mañana volverá a caer. Píntalo, querido amigo, para que lo recuerde. Perfílalo, hermano, para que creamos en el día que existió la saudade. Sigue habiendo más. Viven estampas en sus calles de cuento, en sus rastros de otra época, en sus lonjas de plazuela melancólica que hay que guardar para la eternidad. Lisboa sabe que sus gentes venden fruslerías en mercados antiguos, que la edad avanza sin remedio entre la quincalla y que sus costanas estuvieron ahí siempre, guardando baratijas de mercaderes sin otro oficio que el de ver pasar el tiempo. Lisboa espera que un amigo venga y refleje en el arte su mejor dibujo. Las palabras, a veces, no descubren la descripción de lo que ven y es en lo abstracto, en lo figurado, tal vez en lo más puro, donde uno encuentra lo que nunca buscó, lo que pasó inadvertido entre el bullicio, lo que Bernardo, en su error más flagrante, creyó falso y hueco.

Inconcreciones


“Saber que será mala la obra que no se hará nunca. Peor, sin embargo, será la que nunca se haga. La que se hace queda, por lo menos, hecha. Será pobre pero existe, como la planta mezquina en la maceta única de mi vecina tullida. Esta planta es su alegría, y a veces también la mía. Lo que escribo, y reconozco que es malo, puede también proporcionar unos momentos de distracción de algo peor a un u otro espíritu afligido o triste. Eso me basta, o no me basta, pero sirve de alguna manera, y así es toda la vida.” Pessoa. Desasosiego.

De aquí para allá, y vuelta a empezar. Arriba y abajo, a diestra y siniestra, todo sigue igual. Recorro el camino que marca cada mañana laborable la ventana que domina el mundo que me vive, un hueco por el que se cuelan entremezclados sentimientos y noticias, verdades y mentiras, tralará. ¿Buscando qué? Hay tanta gente que no veo a nadie, me creo y siento incapaz de reconocer a ni un sólo y solo ser humano entre el bullicio. Brujos que no son, desalmados que aparentan, genios sin lámpara maravillosa, inocentes, despistados, inocentes despistados, aspirantes, aspirados, aspirantes aspirados... Y en medio de todo ello los más puros, los poetas, los que se salvan, los poetas que se salvan… Entonces doy un vuelco hacia mí mismo, mas tampoco estoy: He salido a hacer un recado, como casi siempre. Nunca estoy cuando me necesito.

Los acontecimientos de los últimos meses me hacen buscar desesperado por y entre las dudas, pero soy tan tonto que sólo encuentro respuestas. ¿Para qué quiero yo respuestas? Cualquiera y en cualquier lugar tiene miles para darte, para regalarte, para equivocarte. Casi siempre para confundirte o para llevarte por donde no quieres ir. Y a mí, en este instante, me valen las soluciones. Y no están ahí, ni en los lugares en los que estoy buscando ni en internet, que es donde está todo. Tal vez no existan. Tal vez sí. O, como las esperanzas – hay cientos, lo sé -, que están escondidas detrás de las estrellas, descansando en su reverso y por eso son imposibles de observar, difíciles de capturar.

En la absurda reflexión, o no, que me trae hoy hasta aquí, descubro que hay palabras que no deberían existir, que nadie tenía que haber inventado. En ellas viven - perdón, quise decir malviven - las enfermedades, los problemas y la miseria. ¿Quién podría definir algo si la palabra que describe su esencia todavía no ha aparecido? Sí, ya lo sé, siempre hay alguien para ponerle el cascabel al gato, para explicar lo indefinido, para determinar lo indefinible, aunque sea mentira. Lo que quiero decir es que en el disparate que represento, o no, que todo es posible, siento que tal vez las cosas pueden ser diferentes en la cara oculta de la luna, pero no hay nadie que sea capaz de demostrármelo.

Perdonen ustedes por las divagaciones, por la vaguedad de las ideas, por la imprecisión de lo que digo, pero lo que parece un blog a veces se transforma en un estado de ánimo. Y hoy ese estado es inconcreto, incierto, y escribiendo me animo a creer que a través de él puedo ser libre, que al contar lo que cuento suelto lastre y puedo quitarle poder a la vida y así, como quien no quiere la cosa, arrebatarle algunas de esas oscuras estrategias que no llevan a ninguna parte. O por lo menos a una parte en la que se esté bien.

Lo mejor de todo, lo que más me gusta de este artefacto virtual, es que luego, cuando lean esto (si acaso hay alguien detrás de mi ventana) sacarán sus propias conclusiones y la mayoría serán como la mía: Absolutamente equivocadas. O no, que todo es posible.


Sigo queriendo ir a Lisboa, amigo Pablo; y alternar en sus tabernas; y pisar el empedrado de su historia; y cantar Vila morena, terra de fraternidade debajo del puente rojo; y traquetear en su amarillo; y llamarle de tú al Tejo; y beber su vinho verde; y oler la fritura de sus calles, y sentir que la Dama se sigue acordando de mí, de ti, de nosotros…

 
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