Felicitaciones.



Ahora sí, ahora es Navidad: No me ha tocado la lotería – por eso no me habéis visto en la tele haciendo el idiota con una botella de champán -, mi chaquetón guarda para sí y para mi nariz el olor a los pubs del después de la cena de empresa, mi cuerpo y mi casa guardan retazos de “cocción de gambas” por un “hazlo tú que te sale muy bien” –¡qué se le va a hacer, me lo creo siempre y caigo un año sí y otro año también! -, las tiendas de alimentación están llenas de gente desesperada por comprar lo que eternamente se olvida, los amigos inundan mi móvil de mensajes navideños patrocinados por “Vodafón” o “Timofónica” y el fútbol se va de vacaciones hasta después de las fiestas. Ahora estoy seguro: Es Navidad.


Aunque estas fechas no son para mí - sobretodo por las ausencias - tan buenas como nos muestran los anuncios de televisión, he decidido felicitar la Navidad a todos los que me acompañan a diario en la blogosfera. Quiero desear unas felices fiestas a los verdaderos dueños y señores del Ciberespacio. A aquellos que visito y me visitan porque son amigos, familia o entraron por “error” y se quedaron… Y sobretodo a aquellos que ni siquiera saben que soy yo el que entra en su casa casi todos los días sin permiso (aunque la culpa sea de ellos por dejar las puertas abiertas), a los que bajo la protección que me otorga el anonimato sigo casi a diario, a esos que se han encontrado alguna vez un comentario sin firma que era mío…


Y como contestaba el borracho cuando aquél camarero le preguntaba de madrugada qué quería: ¡Yo sólo quiero que se acabe la guerra en el mundo y que la gente sea feliz!


Dicen que la Navidad es una parte de la infancia que llevamos dentro y que sólo despierta cuando el invierno llama a la puerta. Y añado yo que cuando el “Corteinglé” y “El Lobo” ponen los anuncios en la tele, pero eso no viene a cuento ahora.


Feliz Navidad a todos.


Ahí voy…


(*) Este nacimiento lo hizo un chaval que vive en mi casa. Y a mí casi se me cayeron las lagrimas cuando lo vi. Faltan los Reyes pero no cabían en la foto.

Canción de Navidad




¿Silvio?

Almu-pena...



Línea 8. Aldea Moret-Mejostilla de Espadero. Con la mirada clavada en el espejo retrovisor, el conductor del autobús espera impaciente la llegada a la carrera de una joven. Casi no llego, llega a decir entre jadeos mientras se acomoda en primera fila. Ella no paga. Ningún día paga. Los pasajeros habituales parecen ser sabedores y cómplices de ello.


Saluda sin querer y con una mano recogida dentro de unos viejos guantes de lana a un compañero de viajes y fatigas, más de lo segundo que de lo primero o más de lo primero que de lo segundo, que todo puede ser. Saluda como si no quisiera saludar, quizás por el recuerdo borroso de lo que sucedió anoche, un recuerdo que le dice que una cara tan delicada como la suya – Pareces una princesa, le decía su padre cuando era niña - no debe ser golpeada jamás. Y menos aún por una triste “papelina”.


Primera parada. Con un “Hola Almudena” se acerca a su asiento un chaval que acaba de subir. Tiene, como ella, el gesto curtido por el sol y una media sonrisa perenne que enseña una hilera de dientes oxidados, cuando los hay, por años inyectados en heroína. ¿Dónde vas? - le pregunta mientras guarda un envoltorio de papel plata en los bolsillos intentando que ella no se dé cuenta. O intentando que sí. ¿Dónde voy a ir?, al mismo sitio que todos – le contesta esquivando descaradamente su mirada.


Segunda parada. Dos nuevos jóvenes entran el autobús y se dirigen a la parte de atrás. Parece que no han dormido bien, ni ayer ni nunca. La ropa holgada que un lejano día ajustó en sus cuerpos ayuda a ofrecer una imagen de dejadez mayor, si acaso cabe. También parecen tener prisa, una prisa que les lleva todos los días a ninguna parte. Siempre corriendo, con esa celeridad que mete el “jaco” por las venas a quien se engancha. ¿Por qué correr si no hay a donde ir?


Tercera parada. Del fondo de un gran bolso lleno de nada la nueva viajera saca una vieja tarjeta de crédito y simula el gesto de introducirla en el lector. El conductor, acostumbrado a la treta, le dice un “buenos días” que suena a un “lo de siempre”. Rápidamente se incorpora al grupo de la parte de atrás gritando desde el fondo: ¡Almudena, que no dices “ná”! ¿Te hemos hecho algo? Y ella disimula, como sólo lo hace alguien que ha aprendido a representar un papel de protagonista en el teatro de la vida y de la muerte.


Quinta parada. ¡Es la nuestra!, una voz ronca - gastada diría – interrumpe el obligado silencio del transporte público, una voz que hace que todos salgan del autobús como si el diablo - ¿quién si no? - les estuviera esperando. ¡Vamos!, le grita el de la capucha a Almudena. Ella asiente y hace el gesto de acompañarles… pero en el último instante se da la vuelta y regresa al asiento con una sonrisa pícara. Se cerraron las puertas. Continúa la marcha. Continuará sola. El gesto de asombro de sus compañeros le dice que esta vez le ha salido bien.


Fin del trayecto. San Pedro. Almudena se baja. Mira a derecha a izquierda. Comprueba que está sola. Hoy dirigirá los aparcamientos del Hospital. Es la reina de los aparcacoches. Y sólo necesita unos cuantos euros. Sólo necesita un poco de dinero para comprar una dosis, su dosis. Hoy no tendrá que tomar “metadona”. Hoy y durante un buen rato estará contenta. Hoy y durante un buen rato mi cabeza no parará de dar vueltas a lo que vi y sentí.


Dulce Navidad…





El día catorce tengo una comida de esas que llaman de trabajo pero que sólo sirven para no trabajar ese día. El quince otra. El veintidós una cena, que sumada a la de Nochebuena y Nochevieja hacen tres. Añado a ellas las comidas familiares de Navidad y Reyes y los dos encuentros gastronómicos de hermandad que anual y obligatoriamente celebro con amigos. Estos últimos pueden ser comida o cena, las dos cosas o ninguna. Y digo ninguna porque a veces, cuando uno está con los amigos, se le olvida comer y sólo tiene sed.

Entonces ¿Cuándo voy a tener tiempo para recorrer tranquilamente los cincuenta blogs de conniventes virtuales y otras especies que tengo agregados a la carpeta de “mis favoritos”? ¿Cuándo voy a poder escribir, si es que esto es escribir, un post con el que alimentar mi querido blog?

Así no se puede.

Y de trabajar… ni hablamos.

Por si no me da tiempo… Feliz Navidad a todos los que lean esto. Y a los que no lo lean también.



Cuéntame cómo pasó.



Anoche me sorprendí viendo “Cuéntame”. Me encontré con un reportaje sobre la Transición en el que participaban Alfonso Guerra, Santiago Carrillo, Nicolás Sartorius, Miguel Roca, Manuel Fraga, Ramón Tamames, Victoria Prego… auténticos dinosaurios de nuestra Constitución relatando las disquisiciones, luchas, dimes y diretes, huelgas y manifestaciones que se vivieron por todo el país para llegar a convertir a España en una Monarquía Parlamentaria. Y no me sorprendí porque tuvieran casi treinta años más cada uno de ellos – que los tenían -. Me llamó sobremanera la atención que destacaran la figura del Rey y la de la Iglesia como pilares fundamentales para poder conseguir esos fines.


¿El Rey? ¿La Iglesia? Mi recuerdo llega a ver nítidamente las burlas generalizadas de los niños que éramos por la peculiar forma de hablar del Señor de la Corona y sus discursos encabezados con la frase “la geina y yo…” y el respeto que por otra parte infundía todo lo relacionado con la casa del Señor, donde no cabía ni una media risa.


Con la sola consigna de “mirar siempre adelante, olvidando el duro pasado”, cerraron página y antepusieron Democracia a República y Monarquía a Dictadura, a pesar de apoyar con ello a un “niñato” que había sido mimado por el Caudillo, niñato que por otro lado se jugó el tipo más de una vez por enviar recaderos a los demonios del “Pecé” sin permiso de los próceres de la Patria. Y resultó.


Alabaron - y esto me sorprendió todavía más por la ideología política de la mayoría de entrevistados - el cambio de actitud de una iglesia que había apoyado el Régimen durante 35 años y su cambio de pareceres en el año 71, sin permiso de los fieles y con el Cardenal Tarancón a la cabeza. Llegaron a decir que gracias a que la Iglesia – con el apoyo del Papa Montini – se desvinculó del franquismo y no dieron el visto bueno a un partido político llamado “Democracia Cristiana” - porque, entre otras cosas, querían cristianos en todos los partidos - la Democracia llegó a buen puerto. Que sin esto nunca hubieran sido posibles las libertades que hoy disfrutamos. Sin esto y sin la legalización del Partido Comunista. La iglesia y los comunistas unidos en una causa común.


Ayer comí “Migas”. Un día de la Constitución de hace 19 años en mi casa había Migas para comer. Un día de la Constitución de hace 19 años mi padre dejó de existir. Durante muchos años no probé las migas por el dolor de su recuerdo. Ayer celebré la Constitución y mis recuerdos más íntimos haciendo unas suculentas “migas extremeñas”. Invité a mi madre a comer, aunque ella no sabía por qué. A la hora de la cena me acompañaron Alfonso Guerra, Santiago Carrillo, Nicolás Sartorius, Miguel Roca, Manuel Fraga, Ramón Tamames, Victoria Prego… Sólo eché de menos a Adolfo Suárez pero no tiene ya la cabeza para este tipo de fiestas. Fue un placer.




Palabras perdidas...

“Mi alma está triste hoy, triste hasta el cuerpo. Todo yo me duelo, memoria, ojos y brazos. Hay una especie de reumatismo en todo cuanto soy. No influye en mí ser la claridad límpida del día, cielo de un gran azul puro, marea alta parada de luz difusa. No me ablanda nada el leve soplo fresco, otoñal como si el estío no olvidase, con que el aire tiene personalidad. Nada es nada para mí. Estoy triste, pero no con una tristeza definida, ni siquiera con una tristeza indefinida. Estoy triste allí fuera, en la calle sembrada de cajones. Estas expresiones no traducen exactamente lo que siento porque sin duda nada puede traducir exactamente lo que alguien siente. Pero de algún modo trato de dar la impresión de lo que siento, mezcla de varias especies de yo y de calle ajena, que, por lo que veo, también, de un modo íntimo que no sé analizar, me pertenece, forma parte de mí”. Pessoa





Son palabras perdidas, encontradas en un cajón donde guardo las cosas que hay que tener en cuenta. Palabras oxidadas, olvidadas por tiempos mejores que recogieron trigos y cebadas en otros campos. Palabras viejas, si acaso puede haber palabras que envejezcan en el trastero de la memoria. Son palabras que encontré no sé dónde ni por qué – tampoco importa -. Palabras tristes que recupero de vez en cuando para recordar quién fui antes y quién soy ahora. Palabras que me dicen que siempre se puede salir de allí donde uno no quiere estar. Nada más.



"Yugo" Chaves.


CARACAS.- Poco más del 50% de los venezolanos rechazó la reforma constitucional propuesta por el presidente Hugo Chaves, según el primer boletín oficial dado por el Consejo Nacional Electoral (CNE) con el 90% de los votos. El mandatario ha comparecido ante los ciudadanos para reconocer la derrota.

Nada más conocerse los resultados, el presidente compareció en la televisión para reconocer la derrota en las urnas. "Felicito a mis adversarios por esta victoria", "Venezuela no se merece tanta tensión", "Deberían saber administrar bien su victoria","Esta propuesta no está muerta, sigue viva, y yo no la retiro", "No es ninguna derrota. Es otro por ahora", y bla, bla, bla...



¿Por qué no te callas?


Por qué lo hago…



Una mujer que vive conmigo me dijo un día que al escribir en un sitio público me exponía sin necesidad: Que nadie – creo que se refería a esos seres extraños que pueblan internet - tiene por qué conocer lo que uno piensa y siente.


Un buen amigo me dijo anoche que a él, que sí sabía la verdadera identidad del autor de las palabras públicas, le gustaba mucho saber que detrás de su compañero de “salidas” había alguien que tenía sentimientos desconocidos para él y que le había gustado descurbrirlos. El otro buen amigo que nos acompañaba, ante las aseveraciones del primero, gruñó y dijo que el que suscribe – que en este caso era yo - era “demasiado sensiblero” para su gusto.


Me gusta escribir. Lo sé ahora. Me gusta comprobar cómo las letras, en un ritual que ahora comprendo maravilloso, se van juntando, una tras otra, y poco a poco van componiendo primero palabras y luego oraciones que rehago una y otra vez. ¡Y ahí está un nuevo párrafo! ¡Y es mío! No sé por qué no lo había hecho antes, tampoco importa… Quizás, ahora que lo pienso, es que antes tenía que hacer otras cosas. Simplemente.


Y es que escribir es un vicio, al menos lo que yo entiendo por tal. O por lo menos se ha convertido en un auténtico vicio que no puedo ni quiero dejar. Es algo que cuando empiezas, cuando te acostumbras, no puedes abandonar. Esa es mi experiencia. Por eso lo cuento.


El día que me canse, el día que no me apetezca decir nada, el día que no salgan las palabras, el día que compruebe que me expongo demasiado, el día que me vea “demasiado sensiblero”… ese día lo dejo. Y no pasará nada.


 
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