Un hasta luego…



Porque a lo mejor no hace falta pensar…
Porque a lo mejor no hacen falta las excusas…
Porque a lo mejor hay que dejarse llevar…
Porque a lo mejor “la felicidad está en la sala de espera de la felicidad”…
Porque sé que lo que he descubierto en este tiempo llena todo mi espacio…
Porque sé que no necesito más…

Llegará un día en el que no volveréis a ver el fondo de mi rostro reflejado en el agua de este limpio estanque de juramentos, ofrecimientos y compromisos. Llegará un momento en el que las palabras agotarán – no podría ser de otra manera - su ciclo natural en mi interior y tendré que abandonar mi casa con pena, quizás por no tener más para contar, tal vez por carecer de medios para decir... En ese instante sabré que no hay vuelta atrás, que parto para no volver, sin equipaje que me ancle y con los recuerdos que me quepan por bandera, tal cual llegué a esta orilla aquella mañana de primavera.

Ese día, si he conseguido que se hayan grabado en el corazón de quien tuvo la osadía y la paciencia de leer estelas de sentimiento, habré triunfado. Mi único deseo, la última ambición del ser humano que vive en mí ahora, es que algunas palabras buenas, acaso las mejores (si es que las hubo), permanezcan en los rincones de la memoria de aquellos emigrantes anónimos que construyeron paso a paso, sin darse cuenta, este teatro virtual de verdades a medio formar donde uno es quien no dice ser y otro fue lo que realmente pudo ser…





… Y llegó ese día. Cada empresa tiene una etapa. Cada etapa tiene un por qué. Y cada por qué una respuesta que hay que buscar. En este pequeño rincón virtual lo he pasado muy bien. En él descubrí que la vergüenza sólo existe en el corazón de los que no se atreven. Ahora voy a imaginar mañanas que usarán todo mi tiempo. Ahora parto hacia otro lugar. Mañana también...

Ha sido un placer participar con todos ustedes durante estos años…

Nos vemos en la red.


Les dejo con esta canción. La compartí durante mucho tiempo, casi toda la vida, con la primera persona que supo que este blog iba a nacer. Hoy, en este hasta luego, me acordé... No podía ser de otra manera. Va por ti…

Guardo…


Y si una duda te hace
señas a diez mil kilómetros,
lo dejas todo, te arrojas
sobre proas, sobre alas,
estás ya allí; con los besos,
con los dientes la desgarras:
ya no es duda.
Tú nunca puedes dudar.
Pedro Salinas.
La voz a ti debida.


Guardo una noche sin luna que quiere llover tras los cristales... Y el profundo sonido de un abrazo en el silencio de la madrugada que despierta para siempre al que nunca tuvo tiempo para sí. Después siento que empieza a moverse el espacio que respiro muy despacio, lentamente. Ya no se detiene… A partir de ahí, nada. Desde ese momento, todo. Nada para llenar corazones vacíos. Todo para decidir en el camino lo que realmente importa.

Hoy viene a mi memoria una sonrisa y un nombre. Un tiempo feliz en el prefacio. Una rosa en el epílogo. Un golpe inesperado en el cuerpo del libro que me leía. Y aunque nunca me conformo - me lo impide mi carácter -, me adapto. Soy un camaleón en constante evolución y sigo guardando cartas para no enviar en el cajón de la memoria por si mañana me hacen falta. Sigo buscando en la espesura del bosque el tono que falta en el cuadro. Sigo formando al individuo que quiero ser mañana, si acaso es posible.

Miro el calendario. Todos los días se me aparecen iguales en la forma, no hay duda. Cinco en blanco, dos grises. Y así siempre. Y así todas las semanas. Sólo nosotros los hacemos diferentes. Sólo nosotros podemos pintarlos de otro color. Ahora estoy en esa tarea... Sé que es imposible reflejar en la escritura con exactitud cierta un sentimiento sin cometer algún error, sin que alguien equivoque el sentido de la última palabra. Sin que lo confunda yo mismo, que también es probable. No lo puedo evitar. Tampoco me importa y aunque últimamente las letras que muestro van hacia dentro, sé que ahí fuera, donde viven los humanos, existen otras formas, otras maneras de entender. Pero no son las mías, que me esperan cada mañana detrás de lo que pienso y me piden salir al exterior así, tal como las ven. Ahora también he descubierto que la barba que cubre mi rostro ya no me oculta, aunque eso no viene a cuento ahora.

Hoy, cuando todo está volviendo a su sitio, sigo abrazando esa variable. Y no se está mal.

He traído dos flores que no se ven. Pero se sienten. Disfruten de la fragancia que desprenden. Llenen sus ojos con el color. Aprovechen su frescura porque son puras. Las he cogido esta mañana temprano de un sitio escondido… Tuve intención de traerlas ayer hasta aquí, pero concerté una cita con mi destino y no lo pude hacer. Tampoco quise.

Caminaba…


Y la vida es misterio, la luz ciega
y la verdad inaccesible asombra;
la adusta perfección jamás se entrega,
y el secreto ideal duerme en la sombra.
Por eso ser sincero es ser potente;
de desnuda que está, brilla la estrella;
el agua dice el alma de la fuente
en la voz de cristal que fluye de ella.
Rubén Darío.

Hoy era un día diferente. He visto al hombre al que le pesaban las ropas y la vergüenza. Caminaba desnudo por la orilla de la playa. El único lastre que le acompañaba en el trayecto era su propio yo, pero ahora era libre. Y parecía contento. Hoy, cuando nadie puede controlar lo que no se ve, ese individuo sabe que su actitud contra el mundo viene determinada por una variable. Nada más. Hoy, las olas mojaban sus pies al romper contra la orilla y borraban despacio las huellas que no han de quedar. Ha descubierto que cuando todo acaba, empieza el mañana. Hoy ese hombre camina hacia el sol y no se detendrá hasta que se abrase.

Dicen…


“Cada uno de nosotros es en verdad una idea de la Gran Gaviota, una idea ilimitada de la libertad - diría Juan por las tardes, en la playa -, y el vuelo de alta precisión es un paso hacia la expresión de nuestra verdadera naturaleza. Tenemos que rechazar todo lo que nos limite. Esta es la causa de todas estas prácticas a alta y baja velocidad, de estas acrobacias..."
“No creas lo que tus ojos te dicen. Sólo muestran limitaciones. Mira con tu entendimiento, descubre lo que ya sabes, y hallarás la manera de volar."
Juan Salvador Gaviota. Richard Bach.

Dicen que muy de mañana se sintió solo y abandonado. Sus compañeros habían partido a tierras cálidas y fértiles donde pasar el duro y gélido invierno y habían olvidado al amigo que estaba ocupado en sueños imposibles. Dicen que en su soledad se asomaba una y otra vez al acantilado y sólo era capaz de ver al fondo del precipicio agua furiosa, transformada en olas gigantescas y espuma, reventando las rocas. Y que entonces el vértigo se apoderaba de sus alas impidiendo cualquier movimiento, cualquier intento de huida. Cuentan que un día, cuando ya se había olvidado de la suerte, el silbido del viento lo despertó en la noche y le reveló sus mejores instintos. Entonces pensó que no tenía nada que perder si lo intentaba... Cuentan que aquella mañana ese viento acunó al pájaro con su canción más bella y lo hizo despegar. Y echaron a volar... Incluso alguien consiguió ver cómo, en un vuelo perfecto, llegaban a rozar el sol con las alas. Dicen que desde entonces son uno y que nadie es capaz de batir las alas como aquel pájaro. Cuentan que nadie sopla mejor que aquel viento…

Liberando…

Fue una alegría de una sola vez,
de esas que no son nunca más iguales.
El corazón, lleno de historias tristes,
fue arrebatado por las claridades.
Fue una alegría como la mañana,
que puso azul el corazón, y grande,
más comunicativo su latido,
más esbelta su cumbre aleteante.
Miguel Hernández.

Tanto mal causé, tanto bien levanto...

Y me gustó hacer lo que hice. Y decir lo que dije porque hay cuentas en el camino viejo que estaban sin cuadrar. El error, mantenido en el tiempo, colapsa los espacios del recuerdo y de la imaginación. Porque los recuerdos, para ser buenos, para mantenerlos frescos, han de ser tranquilos. Cerrando esa herida antigua se me volvieron a escapar verdades sin querer. Ya no sé de otra manera. Hoy vuelvo a estar tranquilo, he recuperado parte del yo vagabundo y bohemio que tanto bien me hacía…

En la madrugada, después de tantos años, he vuelto a escuchar la parte subrayada de esa canción que guardaba en un baúl.

Y en la claridad de pensamiento que me ofrece la mañana he descubierto con satisfacción que no siempre se llega tarde...

El peso…


No quisiera decir - y no lo voy a hacer - que el peso de lo que intento cada mañana me impide entender con claridad la letra de la canción que me acompaña… No me gustaría pensar - porque intuyo que la capacidad se distorsiona cuando es más fuerte el agujero - que el peso de lo que miento mantiene a flote al ser que me respira… Puede ser que el que bombea, el que todo lo puede, siga jugando con los sentidos y se esconda bajo la almohada sin que nadie le reprenda. Tampoco es cierto que desde entonces no dé conmigo porque siempre estuve en el mismo lugar. Y a las mismas horas. Ayer vi de nuevo al extraño, ese extraño que se me parece tanto. Vagaba entre los iguales… Permanecía encadenado a las rutinas, sin oponer resistencia. Él era la rutina… una isla dentro de un gran continente. Y ha de acostumbrarse a tal condición.

Ahora tengo que hacer un esfuerzo… Saldré a buscar historias diferentes más allá de lo que alcanzo, aplicables al mundo que manejo con soltura, de risas contagiosas, de fiestas sin caretas, repletas de nimiedades, fruslerías o vaguedades, que entretengan o amenicen, que no hagan pensar porque pensar cansa, que se adapten al otro yo… Me llevará un tiempo, pero volveré…

Tengan ustedes una buena semana… o buen año si tardo un poco más, que en este instante tampoco lo sé.

Otra visita...


No me gustaba aquel cuarto. Cuando ponía el pie en él, era la segunda vez y no sería la última, me daba la sensación de haber retrocedido más de treinta años en el calendario. Las aulas del viejo colegio en el que estudié eran del mismo estilo, se vestían con la misma dejadez. La única diferencia estribaba en que en la prisión no había frailes. Nunca me gustó el Colegio. Demasiado estricto, demasiado oscuro. La memoria me recordaba de vez en cuando aquellas frías clases donde un rancio profesor, con un traje gris manchado de tiza y una corbata mal anudada, explicaba por el viejo método matemáticas o historia, que daba lo mismo. Entonces una congoja se apoderaba de mi cuerpo sin saber concretamente por qué. No encontraba una explicación coherente a esa gélida y desagradable reacción corporal. Quizás sí. Sólo me gustaban las clases de literatura, con independencia de quién las impartiera. Leer, lo que fuera, era una devoción y escribir, sobre todo, una pasión. Y lo hacía en secreto. Un día, aquel fraile me descubrió emborronando letras y me quitó aquella poesía garabateada en un folio en blanco. Era para ella. Para mi sonrojo la leyó en voz alta, a toda la clase. Nunca olvidaría cómo veintisiete adolescentes reían sin parar ante la lectura burlona e irónica de aquel individuo.

Una funcionaria la trajo del brazo y, antes de cerrar la puerta, dijo un “tienen media hora” que retumbó en mis sienes. Siempre media hora. Siempre el mismo protocolo. Me sonrió. Esta vez sí le salió una sonrisa parecida a las que conocí en otro tiempo, esas que siempre recordé con cariño. Parecía encontrarse mejor. Su aspecto indicaba que se había arreglado para la reunión. Una sombra de ojos y un ligero carmín retrataban con certeza lo que digo. Ahora no transmitía pena, aunque tampoco parecía una mujer segura de sí misma como antaño.

Me voy a acostumbrar a que vengas, dijo sonriendo. Parecía contenta. Algo había cambiado, no sólo en su aspecto externo. He estado esperando este momento toda la semana - dijo avergonzada con una voz que parecía no querer salir de su cuerpo -. No sé por qué pero me gusta que vengas…

No sabía cómo romper el hielo. No tenía ni idea de cómo empezar aquella conversación. Tenía que contarle toda la verdad, el fin que me había llevado hasta ella, pero las palabras me habían abandonado. Alguna que otra vez me ocurría. Mi cerebro parecía bloquearse y no mandaba señales al resto del cuerpo. Entonces podía salir de mi boca cualquier cosa. Soy abogado, le dije sin pensar. Se me escapó. Tal vez quise decir otra cosa, pero solté con una ridícula voz hueca: Soy abogado. Mi cabeza se fue directamente a aquel momento, años atrás, en el que le dije un no que quería decir sí. Había metido la pata otra vez, veintitantos años después. La historia siempre se repite, es inevitable en el ser humano.

Pero esta vez ella sí reaccionó. Su cara cambió de expresión. Ahora transmitía un claro enfado. Se levantó rápidamente, dejando caer la silla en la que estaba sentada momentos antes al suelo. Sin decir nada dio media vuelta y se dirigió a la puerta de salida. Se iba. Estaba ofendida. Dio varios toques con la palma de la mano para que abriera la funcionaria. Volvió a golpear la puerta insistentemente. La agarré como pude de los brazos y la retuve por un momento. Déjame que te explique, supliqué. Déjame que te cuente por qué estoy aquí, añadí desesperado.

Ella parecía no escuchar mis palabras. Sólo quería salir de aquel cuarto, como fuera. Iba a marcharse sin decir nada. Antes de que abrieran la puerta de hierro le dije: Siempre estuve ahí, en la otra orilla, esperando a que llamaras, esperando que me dijeras si... Soy el mejor de tus recuerdos, no lo olvides.

Por un momento pareció dudar. Pensé que iba a cambiar de opinión y que olvidaría lo sucedido. La puerta se abrió pero ella no se movió. Detuvo su marcha. Se quedó parada y me dijo fríamente que la había engañado, que era como los demás. Pensé que eras distinto, fueron sus últimas palabras antes de atravesar la línea que la separaba de la libertad. Oí el chirrido estridente del cerrojo, ante mis propias narices. No pude hacer nada por evitarlo. Se había ido y puede que nunca la volviera a ver. Todo se había venido abajo por mi propia torpeza…

 
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