Esta vez llamó…


Llamó a mi puerta ayer por la mañana…




… y la dejé pasar.



Iba a escribir una canción pero se ha ido. No es mi culpa que tenga un alma viajera, que entra y sale por donde quiere, que viene y va dejando dolores...

Todos los años me acaba pasando lo mismo…

La hoguera



¡La hoguera, madre, la hoguera! Olor a barrio antiguo y humo, a niños eternos que buscan y roban maderas, a permisos puntualmente concedidos para tratar con brasas y rescoldos… Danzas alegres alrededor del purificador fuego, sagrado y cristiano como nunca. Cada año, cada siglo… los mismos rituales, las mismas gentes provistas de antorchas, los mismos vecinos clamando venganzas. La ciudad entera arde con las tropas de Alfonso IX de Borgoña. Ha llegado la hora… ¡Muerte a los moros! ¡Muerte al sarraceno! ¡Muerte al invasor! ¡Viva el Rey! ¡Viva San Jorge!

Cuenta la leyenda que un capitán cristiano tenía por amante a una bella princesa musulmana. En el año 1.229 las tropas de Alfonso IX de León intentaban en vano y por sexta vez en ocho años la reconquista de la ciudad en poder de un Said agareno, padre de la enamorada. Gracias a los favores de la joven mora, el capitán cristiano conoció un túnel subterráneo que atravesaba las fortificadas murallas almohades. La ruta que sirvió para encuentros secretos de amor y pasión, en la víspera del 23 de abril sirvió como camino expedito para que los cristianos sorprendieran en la noche a sus enemigos y abrieran las puertas a sus tropas. Esa noche Cáceres fue recuperada para la cristiandad y dotada de fueros por el rey leonés. Era la víspera de San Jorge, máximo protector de los ejércitos de este lado del Señor.

En el fuero concedido se manda que la celebración en honor a San Jorge habría de consistir en la quema de hogueras por parte de sus vecinos para simular los distintos asentamientos de las tropas cristianas que tomaron la ciudad. Esas hogueras no se encendían por los soldados tanto para protegerse del frío como para prender las “brevas” y flechas de fuego que asaeteaban a los moros.


Y así se viene haciendo desde hace tanto…


La Dama del Tejo…




… Llegué muy pronto hasta la plaza del barrio de Rossío donde se iba a producir el evento al atardecer. Nada nuevo bajo un sol que castiga sin piedad el empedrado y que dio luz a través de los tiempos a tantas corridas de toros, desfiles militares y festejos de todo tipo, improvisados unas veces y brutalmente previstos otras, para un pueblo obediente y acogedor. Hasta los arcos moriscos adheridos a la imponente fachada del Teatro María II parecían haber estado allí siempre, incluso antes de su construcción sobre el solar en el que se encontraban los restos del antiguo Palacio de Estaus y su sórdida historia secular. Ese edificio, diseñado inicialmente como alojamiento para los nobles que visitaban la ciudad por negocios o cortesía, se utilizó con posterioridad y durante un largo periodo de tiempo como sede de una cruel Inquisición portuguesa que enjauló en sus sótanos a convictos herejes para después quemarlos vivos en el mismo lugar de la plaza donde ahora se levantan impolutos los monumentos que la embellecen.


Cada ciudad guarda en su memoria una forma de mirarla y sólo el que se preocupa de conocer y estudiar sus entresijos previos es capaz de ver que lo que ahora se antoja hermoso y puro un día fue cárcel y castigo para muchas almas inocentes de otra época. Las cosas nunca son como parecen o como se nos aparecen aunque el ser humano se preocupe una y otra vez de enterrar sus maldades con edificios solemnes, estatuas de héroes a caballo sobre pedestales de mármol blanco, fuentes italianas con caños de agua limpia y peces de color naranja, placas que conmemoran las hazañas de algún aventajado ciudadano o un acontecimiento glorioso de la villa. Y la erigida en el epicentro mismo de la antigua desgracia al primer emperador de Brasil Don Pedro IV, al fin y al postre culpable directo de la independencia de la colonia en mil ochocientos veintidós, no dejaba de ser un parche de oro sobre la grieta de sangre y sufrimiento que un día manó a borbotones desde las mismas entrañas de aquel solado de cantería.


Me encontraba en el corazón de la eterna Lisboa y necesitaba estar todavía más despierto, más ágil de pensamiento, por lo que decidí calmar la sequedad de mi garganta tomando una botella de agua y una “bica” de exquisito café “brasileiro” en las inmediaciones de la plaza, un elixir denso, breve y aromático como ninguno y que tampoco nadie sabe hacer como ellos. La calidad, el tipo de grano, su tueste, el agua elegida y la presión de la cafetera son fundamentales para captar los sabores que atesora el fruto maduro de la planta americana. Así fue como me encontré sin darme apenas cuenta sentado en una silla de la terraza de la cafetería “Nicola”, inmaculado espacio para imperecederas tertulias de escritores y artistas sin rancio abolengo, un lugar donde las palabras anidaron y reivindicaron para la lengua lusitana un merecido hueco a perpetuidad.


Desde aquel privilegiado asiento de hierro pude contemplar de forma sosegada el panorama que me ofrecía la vista del foro, su amplitud, su belleza, sus tiendas de moda, el teatro María II y, sobre todo, la cantidad de personas que iban de un lado para otro sin importarles ni quién era yo ni qué motivos me habían traído hasta allí. No pude evitar que mi pensamiento se transportara al mismo lugar unas horas más tarde, imaginar de forma aproximada cómo sería ese mismo escenario al atardecer, a la hora en que los desconocidos nos encontraríamos por primera vez, si acaso las gentes continuarían habitándolo con el mismo frenesí y el mismo bullicio matutino de sábado de compras y si alcanzarían algunos de ellos a ser testigos cualificados de todo lo que en ese instante aconteciera…

Creo que vencí…


Le gusta leer, mucho. Todas las noches negociamos el tiempo y las páginas que puede avanzar antes de apagar su luz de cabecera. Tiene una edad muy temprana pero ya han pasado por su estantería bastantes libros, entre los que se encuentran – ¡Cómo no! - Harry Potter I, II, III, IV, V, VI,… Las Crónicas de Narnia o El ejército negro I y II.

El viernes su profesor le dijo que ya tenía que leer algo más denso… Papá ¿qué es más denso?, me preguntó.

Según la R.A.E. denso es algo compacto, muy pesado según su volumen. Para mí y según esa definición es especialmente denso Harry Potter con sus novecientas páginas de pesadez por volumen y sus historias inabarcables para una mente rígida y compacta como la que poseo, pero no creo que eso venga a cuento ahora.

Era mi oportunidad. Sabía que se había abierto un hueco para que entrara otro tipo de luz. Ni corto ni perezoso me planté con él el sábado por la mañana en la librería del barrio y le compré tres libros por el precio de uno sólo de cualquiera de los otros que lee habitualmente y que nos “atropellan” en las estanterías más importantes y más visibles de cualquier establecimiento comercial: Robinson Crusoe de Daniel Defoe, Miguel Strogoff y Cinco Semanas en Globo de Julio Verne.

Creo que a esto es a lo que se refiere tu profesor - le dije con el corazón henchido -, pero te advierto que en estos libros no vas a encontrar trucos de magia, ni naves espaciales, ni armas que no sean las fabricadas con un palo y cuerdas por un náufrago y que se utilizan para cazar lo que se va a comer, ni espadas siderales con rayo láser, ni reinos de oscuridad, ni animales que hablen, ni criaturas mitológicas que resucitan tropecientas mil veces, ni… Aquí encontrarás otra cosa, literatura pura y dura quizás. Encontrarás invención e imaginación, otra forma de contar verdades y mentiras… Robinson, por ejemplo, es la historia de un hombre que después de un naufragio se encuentra sólo en una isla. Todo lo que inventa es para sobrevivir. Sólo tiene sus manos y una gran imaginación. Como la vida misma, hijo…

Su cara era de extrañeza ante todo aquello que le contaba, pero esta mañana vi cómo guardaba el libro en su mochila para que su “profe” le diera el permiso conveniente – en la edad de formación el de un padre no es suficiente y lo acepto resignado - y autorizara la lectura de aquellas historias prohibidas, de otra época.

Creo que por una vez vencí, pero sólo fue para que él mañana venciera…

En la boca de los niños…




Al otro lado del teléfono se encuentra esa mujer que le dio vida. Él, entusiasmado, como si fuera el primer cumpleaños al que asiste dice: - Mamá, le hemos regalado a Pacheco un ordenador de juguete en el que se ven las “contemplaciones”.

Ella, extrañada por la aseveración de su zagal, le pregunta sin más: - ¿Qué contemplaciones…?

Él, con ese aire de suficiencia que tienen los niños de sietes años cuando saben de lo que están hablando, contesta convencido: … pues qué contemplaciones van a ser: la Osa Mayor, la Osa Menor,…


La R.A.E debería tener en cuenta que su diccionario no siempre dice la verdad. Cuando uno decide salir de noche y mirar al cielo, lo que realmente está haciendo es “contemplar” el firmamento. ¿Acaso alguien sale a “constelar” las estrellas?

Pues eso.

Sin razones (reales)


Buscamos palabras en nuestro interior con armonía, mucho celo y cuidado extremo para componer en silencio limpios sentimientos. Sacamos de lo más profundo de nuestra inteligencia, si acaso la tenemos, aquello que habitualmente podemos - y a veces, raramente, queremos - por llenar de promesas de sueños esos malditos cuadernos del diablo. Arrancamos, si es menester, pequeños trozos de un sangrante y dolorido corazón para dar vida a un párrafo que se nos antoja eterno. Soplamos con todas nuestras fuerzas al mismísimo viento si queremos comprobar el vuelo rasante de esas nubes que amenazan grises nuestro entorno. Pero algunas veces - porque la justicia existe en nuestra memoria interna - vencemos y comprobamos que la gloria de esa batalla pasa a formar parte de nuestra orgullosa milicia de versos, de nuestras flamantes tropas de prosa o de nuestro valiente ejército de verdades.


Alegarán que es un subgénero perverso y vacuo, boicotearán nuestros quehaceres diarios con soflamas de purismo seráfico, hundirán si pueden nuestra elección más íntima y pajarearán sin ningún disimulo nuestras creaciones puras para rebatir hasta el último punto de lo escrito… más no podrán porque la voluntad de un ser no puede ser plegada por el que hace tiempo malvive encorvado y encorsetado en las normas que a ellos, sus propios creadores, hicieron esclavos.

 
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