El compromiso

Ilustrísimo Señor Compromiso:


D. Fulanito de Tal y Cual, mayor de edad, vecino de Aquí, con domicilio a efectos de notificaciones en la calle de la Alegría y provisto de N.I.F. cero mil cerocientos cero cero., ante V.E. comparece y como mejor proceda


EXPONE:


Que el que suscribe ha llegado ya a una edad, según se refleja en la fotocopia del D.N.I. que se adjunta al presente escrito como prueba de veracidad de lo que dice.


Que siendo lo citado anteriormente cierto en todos sus extremos, cree conveniente para su buena salud mental el aceptar el compromiso como bandera. Que para ello ha dado los pasos necesarios para modificar su comportamiento ante las cosas importantes – o que considere importantes, al menos – que se brindan en ocasiones por la vida.


De esta forma, en adelante, y ante determinadas circunstancias, cambiará sus deberes, que nunca arañaron – no lo consiguieron aunque en ocasiones lo intentaron- su independencia, por el compromiso, mucho más sacrificado, pero más satisfactorio para los fines que plantea.


Que para conseguir los objetivos propuestos:

1.- Intentará decir siempre la verdad, aunque duela.

2.- Aceptará retos de los considerados la mayoría de las veces como imposibles.

3.- Abrirá el correo electrónico varias veces al día en busca de respuestas.

4.- Si no encuentra respuestas, se hartará de hacer preguntas.

5.- Se levantará cada mañana pensando que se puede conseguir (esto lo leí en El vendedor más grande del mundo de Og Mandino, creo).

6.- Nunca desfallecerá.


Por lo anteriormente expuesto, a V.I.


SOLICITA:


Tenga por presentado el presente escrito, su copia y los documentos acreditativos de lo que decimos, tenga a bien admitirlo y, previas las consideraciones que fueran oportunas, acceda a conceder al que suscribe la capacidad necesaria para comprometerse con las cosas que merezcan la pena, teniendo en cuenta no solamente el carácter operativo de la petición, sino el carácter humanitario de la misma.


Es justicia (confío poco en la suerte) que pido Aquí, a tanto del cuanto de dos mil y pico





Fdo: El recién comprometido.



Se traspasa...

SE TRASPASA ESTE NEGOCIO

... por no poderlo atender.


Fdo: La dirección.

Vodafón


(Quede claro que donde dije digo, digo Diego o digo Movistar o Amena o Filomena).

Mi móvil, mi mejor amigo desde hace unos años, y su inseparable compañera, la agenda multifunción de última generación donde guardo todos mis contactos – sin los que ya no sé vivir -, han dicho basta, se han estropeado, han fenecido. Pero no hay problema: tenemos un supercontrato de empresa que permite renovar los aparatos averiados con coste cero.

¡Allá voy! Raudo y veloz marco el número especial que nos dan a las empresas especiales para tratarnos de forma especial y que nos hace distintos al resto de los mortales. No hay nadie. Se pone una maquinita. Sí, ya lo sé, pueden pensar que uno está tonto si le sorprenden hablando con una máquina, pero ésta es distinta: ésta es la maquinita que han instalado en Vodafón para que trate de una forma especial a las empresas especiales y que nos hace distintos al resto de los mortales.

Por favor, marque su clave secreta, me dice atentamente. 4444, ¡ya está! Por favor, vuelve a dirigirse a mí, marque el 1 si su llamada se debe a una avería de su aparato, marque el 2 si quiere contactar con la tienda, marque el 3 si es para otras necesidades. Uno, digo yo convencido, mientras mi pensamiento se va directamente a qué se referirá con otras necesidades. Continúa preguntándome la susodicha: su teléfono ¿es de tarjeta o de contrato? Sin inmutarme y muy seguro de mí mismo digo la palabra mágica: “contrato”. No conforme con mi respuesta, me sigue interrogando: Diga si desde el teléfono que está llamando es el que figura en el contrato o está llamando desde otro. He de reconocer que ahí empiezo, muy susceptible yo, a mosquearme. Vamos a ver, si estoy llamando porque se me ha estropeado el teléfono, le he dicho UNO que es el número que me dijo que marcara si se trataba de una avería, entonces, y creo queda muy claro y meridiano, no puedo estar llamando desde él, querida Watson, porque entre otras cosas ¡ESTÁ ESTROPEADO! Me insiste: Diga sí o no. ¡No!, digo yo en un tono un poquito más fuerte; éste me lo ha dejado un amigo para que llame… Marque el número de teléfono sobre el que quiera realizar la consulta, me sugiere sin dejarme terminar la explicación en un tono de voz que ya no se me aparece tan amable. Señorita, el 600002001. Repita el número, por favor. ¡Caso en Soria! ¡Además está sorda! Le he dicho que es el 600002001. Mientras mi cabeza empieza a preguntarse para que me piden todos esos datos si ya los tiene Vodafón porque para hacer el maravilloso contrato de empresa nos pidieron hasta el carnet de identidad de una prima tercera de la mujer de un compañero de despacho para poder ofrecernos un descuento añadido en las llamadas del 0,03%, la maquinita vuelve a dirigirse a mí y me dice: En unos momentos le pondremos en contacto con una operadora, permanezca a la espera.

¡Tócate la nariz! Pues por ahí quería haber empezado yo. Si cuando llamé hace tres cuartos de hora me ponen con una operadora que sepa castellano, un castellano "de andar por casa", un castellano coloquial, ya tendría un nuevo teléfono con coste cero ¿NO?

¡Pues no! Después de escuchar el “Letitbi” (porque a los que tenemos contrato especial nos ponen esa y a los que no lo tienen… también) de los “Bitels” en versión acústica – creo que interpretado por Paul Mauriat – dos veces y media, la maquinita me dice muy atentamente: LAMENTAMOS INFORMARLE QUE NUESTRAS OPERADORAS SE ENCUENTRAN ACTUALMENTE OCUPADAS. INTÉNTELO DE NUEVO DENTRO DE UNOS MINUTOS.


¿?



La voz de la colina


Sobre cada colina
de la tierra que hay,
sobre todas las cumbres,
en un rapto animal,
abalánzate, ciérnete,
canta y vuelve a cantar,
"voz" de mi alma
y de mi libertad.

Miguel Hernández


Me llaman desde la colina. Otra vez, la tercera en poco tiempo, oigo, escucho, intuyo, percibo esa voz, temblorosa ya, que me dice que haga lo conveniente, que confía ciegamente en lo que haga ¿acaso alguna vez fue así? Esa palabra nunca estuvo en su particular vocabulario. ¡Imposible! Algo está pasando…En el diccionario de su vida no existió ni conveniente, ni apropiado, ni adecuado, ni oportuno, ni idóneo. ¡Jamás! Y no me gusta lo que oigo: palabras vencidas por el destino, palabras sin ilusión por el “qué vendrá”, palabras llevadas solamente por la inercia de un mísero viento, palabras que duelen…



Y me rebelo contra mí. Y me sublevo contra todos. ¡Maldigo la hora en la que me estuve quieto! ¡Maldigo el minuto que me llevó a lo adecuado! ¡Maldigo mi espíritu, el que no tuve y ni siquiera me molesté en buscar!


Sé que hay tiempo, todavía hay tiempo. Un tiempo que ya no se puede desperdiciar.

La muerte sigue en los trenes...

La muerte sigue en los trenes. Y en el aire infectado y nauseabundo que respiro. Hierro fundido en altos hornos de horror, refinado en la mayor bajeza del ser humano, corroído por la envidia y la cicuta, oxidado por la dejadez del mal llamado bienhechor, - dos pícaros galgos me vienen siguiendo, - … hierro que puede atestiguar con fidelidad absoluta lo que escribo, hierro que no entiende de ideales (¡qué contrasentido! Llaman ideal al fanatismo. Ideal tiene que ser otra cosa).

-

En Iberia, tierra de conejos fenicia, costa de conejos griega, - Pero no son galgos. Pues, ¿qué son? Podencos siempre la eterna discusión, la eterna disputa por el “y tú más” que nos ha descrito fielmente durante siglos. El que manda, el que juzga, el que absuelve, el que ordena, el que envía, el que mata, el que castiga, el que nunca perdona, olvidó los trenes, su verdadera esencia, sus hierros de muerte… y olvidó más… olvidó los furgones reventados del Norte… y los sótanos de sangrado y desangrado humo negro… y las vidas arrancadas a los que nunca tuvieron culpa, ni una pequeña culpa, ni la más mínima culpa, - Son galgos, te digo. Digo, que podencos - a los que les cambió la vida sin haberlo pedido, en una milésima de un mínimo segundo, a los que hundieron sin tener barcos, a los que ahora olvidan…


-

Por eso yo digo ¡BASTA! ¡Déjenme ya en paz y no me defiendan! ¡No me representen, ni unos ni otros! ¡De mis amigos me guarde Dios, que de mis enemigos…! No sé si son galgos o si son podencos - En esta disputa, llegan los perros y pillan descuidados a mis dos conejos -, más tampoco importa: son perros muy perros, eso sí son perros y no los podencos o los flacos galgos, los que se atribuyen el poder supremo de decidir lo que no importa, de corroborar lo que no interesa, de averiguar si el ombligo sigue ahí, de aseverar razones vacías e interesadamente interesadas a sus fines por los siglos de los siglos.

-

Son vidas robadas, las unas y otras, las de ayer, hoy y siempre, iguales en muerte, voladas por el Norte, rematadas por el Sur, desvalijadas por el Este y atacadas por el Oeste (sustituya el lector, si hay alguno, el punto cardinal por el país o países que tenga por conveniente). Son vidas que ya no vivirán - Los que por cuestiones de poco momento dejan lo que importa llévense este ejemplo - por el capricho de un gatillo fácil, por la decisión de un ser que cree ser Dios mientras se transforma en el mismo Lucifer, por una llamada asesina que por respuesta espera un seco y frío “bum”, por un detonador traicionero… Eran vidas por vivir. Eran vidas que ya no vivirán. Eso es lo que importa.

La muerte sigue en los trenes … dicen que por galgos, otros por podencos.

El "crecepelo"







Hace unos años estuve en Israel. Sí, ya sé que hay más gente que ha ido, pero yo lo cuento por lo que me sucedió con un formidable, inigualable y maravilloso crecepelo.



Con la excusa de la "peregrinación" a Tierra Santa, nos metían diariamente en un autobús y nos enseñaban, como se enseñan las cosas a los turistas, especialmente a los turistas peregrinos, los monumentos y lugares relevantes del país de Yavhé, Alá, Mahoma y Jesús. Todo iba bien hasta que llegamos al mar Muerto, famoso mundialmente por su alta salinidad, hasta el más obeso flota sin necesidad de saber nadar, y las propiedades curativas de sus barros. Bueno, pues en ese trajín de “a la derecha el mar muerto, a la izquierda unos camellos”… nos metieron en “una preciosa tienda donde, señoras y señores, ustedes podrán adquirir todas las cremas de AHAVA que deseen”.




Las mujeres enloquecieron de repente. Parecía que les había tocado la lotería. Pero ¿qué era AHAVA? ¿qué tenía aquella maravillosa palabra para que las féminas entraran en éxtasis? Pues la misma palabra lo dice, o no. AHAVA es una marca de cremas de todo tipo y cuyas propiedades curativas y estéticas son milagrosas, creo: para los pies doloridos, para los pies cansados, para los pies hinchados, para el juanete torcido, para los callos de los pies, para la dermatitis nosequé, para el codo de tenista, para el cuidado del cutis, para las patas de gallo, para la suavidad de las manos, para el fortalecimiento de las uñas de las manos, para el fortalecimiento de las uñas de los pies, para la belleza del niño, de la niña, de la mamá y de la agüelita, para limpiar, exfoliar (siempre pensé que exfoliar era otra cosa) y refrescar la piel…




Así las cosas y dado que yo no tenía nada que hacer, soy casi perfecto y no me huelen los pies (por lo menos yo no me los huelo) ni tengo "patas de gallo", me entretuve, pasé el rato, aguanté el tirón, mirando los preciosos y maravillosos botes que esperaban ser adoptados en las estanterías del lugar mientras mi querida esposa daba cuenta de la tarjeta visa.




Pero un bote llamó mi atención: por su forma, por su colorido, por sus letras hebreas… Lo cogí, lo miré para averiguar el contenido y… de repente, un palestino, que hablaba un castellano casi perfecto para el tipo de castellano que se habla en Palestina, me espetó: “¡Mu bueno! ¡Mu bueno para el pelo! Tú das en cabeza y sale pelo. No se cae nunca. Sale más. ¡Compra, compra!”




No podía salir de mi asombro. Un tipo calvo como una bola de billar estaba intentando venderme un crecepelo, a mí, que entonces tenía muchísimo más que él. Ahora también. ¡Ya!, le dije socarronamente, si es tan bueno ¿por qué no te lo echas tú? A lo que me contestó sin complejo alguno y señalando su cabeza: No. Lo mío es un accidente. ¡Ya!, le volví a decir yo, y lo mío es de nacimiento ¡No te “jode”!




Sobra decir que le compré el bote. Soy así, no lo puedo evitar. Sí, lo compré. Me cayó bien el tipo. Hay que tener cara para vender crecepelos cuando no se tiene ni uno en la cabeza. Y ese hombre me vendió un maravilloso bote de crecepelo del Mar Muerto que yo guardé en la maleta como si hubiera adquirido un tesoro. Juro que nunca lo usé. En más de una ocasión tuve tentaciones, pero no lo usé. Sobretodo porque ese tipo de cosas hay que usarlas cuando uno está sólo en casa, para que los tuyos no se den cuenta de que estás un poquito... ¿"pallá"? Ya lo estaba viendo: Abro el bote, me desnudo, me extiendo el barro “lila” por la cabeza, lo dejo reposar durante diez minutos (eso me lo tradujo un amigo que sabía hebreo porque era israelí), me ducho y, de sopetón, empieza a salirme una melena como la de Bob Marley.




Pues no. Estoy seguro de que precisamente no hubiera pasado eso. Estoy seguro que mi vecina me hubiera denunciado, porque después de abrir el bote, desnudarme y extenderme el barro lila por la cabeza… habría sonado el timbre (en las películas siempre pasa) y yo, que soy muy educado, me habría puesto una toalla en la cintura y hubiera ido presto a abrir la puerta, sin caer en la cuenta de que una cabeza de ser humano no debe ser de color violeta (más que nada porque es raro). Allí me hubiera encontrado con mi vecina y una pequeña tacita de porcelana para que le diese un poco de sal. Aparte del susto que se habría llevado, se habría dado perfecta cuenta de que o su vecino era un extraterrestre o se había vuelto idiota. Digo yo.



¿Quién mató a Lorca?: Fuenteovejunita




¡Surtidores de los sueños
sin aguas
y sin fuentes!
Se ven con el rabillo
del ojo nunca frente
a frente.
Como todas las cosas
ideales, se mecen
en las márgenes puras
de la Muerte."



En el barranco de Víznar todavía se oye - ¡Oh pena de los gitanos! Pena limpia y siempre sola - el eco de un grito, instantes antes de apretar el gatillo de un fusil robado a la envidia contra el lugar donde la espalda pierde su honroso nombre: ¡Por maricón!



Estoy leyendo, me tiene absorbido, el último testamento del siempre conflictivo Sánchez Dragó. Muertes Paralelas, se llama. Se atreve a comparar y a poner en el mismo plano las muertes de personajes tan dispares y antagónicos como Lorca, Jose Antonio Primo de Rivera, Buenaventura Durruti, Muñoz Seca, Ramiro de Maeztu y su propio padre, periodista asesinado –primero por los rojos y después por los azules (ver libro) - un mes antes de que él viniera al mundo.



Pero lo más interesante, exclusivamente para mí, de lo que escribe y reescribre es la descripción que hace de España - la de antes, la de ahora y la de siempre –, su cainismo y sobretodo su envidia con mayúsculas mayestáticas, siempre por encima de las propias ideas políticas. Hace suya una frase de Don José Ortega y Gasset – él le tutea, yo no me atrevo - “Ser de izquierdas como ser de derechas es una más de las estupideces del ser humano” y termina el prólogo con otra lapidaria: “Lamento profundamente haber nacido español”.



Viene a decir que da igual quién ganara la guerra (en el sentido de que los otros habrían hecho lo mismo si hubieran vencido), que por encima de las ideas, los españoles somos – éramos y seremos - profundamente envidiosos y que la mayor parte de las muertes producidas en ambos bandos se debieron a ella, nunca a la posición política del ajusticiado: se aprovechó el hecho político para ajusticiar al rival económico o similar. Y así cientos de veces. Y así en los dos bandos.



Y digo todo esto por la polémica surgida sobre el asesinato del insigne Federico. Al que siempre pensé - Y a la mitad del camino, bajo las ramas de un olmo, guardia civil caminera lo llevó codo con codo - asesinaron por sus ideas políticas. Ahora, una nueva investigación, revela y rebela que lo asesinaron por envidia, por escribir magistralmente “La casa de Bernarda Alba” en la que, al parecer, describía de manera ruin a la familia del que le asesinó, del que le pegó un tiro por la espalda - porque te has muerto para siempre, como todos los muertos de la Tierra, como todos los muertos que se olvidan en un montón de perros apagados - en el barranco de Víznar por “maricón”.



Si fuéramos capaces de comprender que la envidia es asesina por naturaleza - tanta envidia y odio, que ni un Duende pudo salvarse, dice el poeta (Antonio Machado) a propósito del magnicidio del poeta -, que antes, mucho antes, infinitamente antes, que las ideas políticas están las personas –piensen como piensen, sean lo que sean, estén donde estén- nos iría mejor. Diría más: Nos iría bien.



¿Quién mató al Comendador? Fuenteovejuna, Señor.


 
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