Un sucedido...



El problema no es que se cayera el ascensor. El verdadero y gran problema es que yo estaba dentro…


Arriba: 1, 2, 3, 4, 5, y ¿6? Clank, clank, clank, al suelo, todo el mundo al suelo (esto me suena de un golpe de estado o algo así)… Empieza a caer el ascensor… y yo también: Fiuuuuuuuuu 6, 5, 4 y ¿3? Clank, clank, clank. Golpe en la pierna y el hombro: ligera contusión. Fin del descenso ¿por el momento?

- Pi, pi, pi, pi, pi, pi, pi… Buenos días ¿en qué puedo ayudarle?
- Vera usted señorita… es que el ascensor se ha “escacharrao”.
- No se preocupe.
- ¿Cómo no me voy a preocupar si estoy atrapado?
- Dígame su nombre
- Fulanito
- Apellidos
- Tal y tal
- ¿En qué piso vive?
- Mire es que no vivo aquí…
- ¿Estaba de visita?
- Sí, es que mi madre vive aquí.
- ¿Cómo se ha roto?
- ¡Y yo qué sé! Pero bueno, ¿me van a sacar o está haciendo una encuesta para Sigma-2?
- El técnico está ya avisado, permanezca en el interior.


No sé si no se daba cuenta de la magnitud del sucedido o es que estaba en prácticas, como siempre: ¿Dónde quiere que permanezca? Estoy ¡a-tra-pa-do! Sólo puedo permanecer en el interior, que yo sepa.

Quince minutos de espera. Se abre la puerta superior. Averiguo que he aterrizado entre el tercero y el cuarto piso. ¡Sal de ahí! Grita el portero del inmueble. No, contesto yo convencido y vencido tras la descarga de adrenalina. Vuelvo a hablar con la voz del cielo:

- Señorita, me han abierto la puerta… ¿salgo o espero?
- ¿Tiene que trepar?
- Más bien sí.
- ¡Yo que usted no lo haría! (¡hala, más animos que es lo que necesito!)
- ¿Y si se descuelga esto del todo? ¿si se rompe el cable?
- En teoría no se puede (esto me sonó al chiste de “suéltese que un coro de ángeles le recogerá antes de que llegue al suelo... pero ¿hay alguien más?”).

Por fin, después de varios minutos de espera y la desconexión previa de otros dos botones más de seguridad, salgo raudo y veloz al exterior.


Sí, ya lo sé, a algunos les da por hacer puenting, a otros por hacer tejading en África y a mí… a mí me gusta el ascensoring. Todos terminados en ING, todos directos al vacío, como el banco de la tele.

¡Ah, qué mañana es ésta, que me despierta a la estupidez de la vida, y a su gran ternura! Casi lloro, viendo aclararse ante mí, debajo de mí, la vieja calle estrecha… que decía Pessoa.


Ensayo con las letras...





Cada mañana…

... sigo yendo a verte ¿me reconoces?
Como perro viejo, busqué una salida
a la sinrazón de tu agazapada vida
por y entre cobardes. ¡No me conoces!

¿Es así? ¿Cómo lo hizo él? ¿Hay que rimar rimando? ¿Es obligatorio? Con verte… tenerte, entretenerte, tejerte, entretejerte, cogerte, inerte,… ¿amarte? Con vida… ida, partida, querida, alada, osada, temida,… ¿perdida? Sigo…


Cada mañana…

… a tu puerta llego y cerrada está.
El mismo camino. Como cada día
al majador pego, sin hallar respuesta.
Buen vino seré pues sólo traía alegría…


... y la reparto, es gratis para todo aquél que la quiera tener. ¿Quién quiere alegrías? Yo soy así, regalo alegrías a quién le haga falta. Vengo, eso sí, como aquellos poetas, como los dos, el de Colliure y el amigo de Buñuel: ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar, el mar, sólo la mar… Y tú, tú no te preocupes, que no es para tanto, todavía nadie me ha reconocido y creo que he olvidado hasta quién soy.


Se va acercando el invierno, lo noto: ya huelen las chimeneas a brasas de encina y olivo – carbón, carbón, carbón de encina y picón, que decía la canción - y mi calle se despierta cada mañana un poquito más tarde, arropada en hojas secas que acurrucan el rocío. ¿No sientes el frío? Viene del Norte, como casi siempre, con los zorzales, las palomas ¿mensajeras? - ¡claro que te exagero! - y esos pequeños pájaros de un blanco inmaculado, casi imposible. Parecen pintados en el paisaje ¿Cómo se llamarán?


No olvides que siempre vas en las cosas que veo. A veces me sorprendes y, a veces... a veces me sorprendo yo también. Y Bailas una dulce danza incansable y lenta ¿acaso herida? vestida de blanco ¿inmaculado? ¿casi imposible? Bailas y bailas. Vuelves a bailar. Bailas sin parar. Tralará, tralará…


El “Corteinglé”.


***





Vivo en una pequeña ciudad del oeste. Y como todo lugar del oeste que se precie ha de tener pistoleros, un “cherif”, una cantina, un motel y muchos caballos. Y, por supuesto, un tren que nunca acaba de llegar.

La mía tenía muchas cantinas y ahora iban a hacer un grandísimo motel, con ruleta y todo, que iba a dar trabajo a muchísima gente del pueblo y atraería a muchos forasteros, que dejarían sin darse cuenta sus ganancias en la ciudad. Pero a lo peor no va a poder ser: los “cherifs” han echado a los caballos a unas monjitas buenas que iban a recibir un montón de millones para gastar en obras sociales en el tercer mundo o en el centro mismo de la pobreza por cambiar unos cromos con un tal Ramón Areces. ¿El motivo? Los indios. No contaban con ellos. Al dueño de la funeraria se le ocurrió decir que había unos cuantos pistoleros que iban a atracar el banco y… se armó. Los esperaron y, después de millones y millones de disparos para matar sólo a uno, los metieron en la cárcel. Mientras tanto, los indios robaron el banco y, además, se llevaron el “güisky” de la cantina.

Al final no se descubrió, porque estas cosas se descubren sólo en las películas o "telefilms", pero los indios estaban a cargo de uno de los “cherifs” y el chivato no fue el de la funeraria, sino uno de los pistoleros que se cambió de bando por una bolsa de dólares…

... o los que finalmente robaron el banco eran los pistoleros disfrazados de indios y éstos, disfrazados de pistoleros, acabaron entre rejas. Yo qué sé.

Empieza a hacer frío. Se acerca el gélido y duro invierno, pero yo no me preocupo porque hay algo que nunca cambia, que siempre es así, año con año, desde el amanecer de mi vida: ¡Ya es primavera… pero, ojo, sólo en el Corteinglé!

¿Cómo lo ves?


Una sombra de pena.



Llevaba ya algunos días sin escribir en el blog porque no se me ocurría qué decir – ya sé que es muy raro porque yo siempre tengo algo que decir, aunque sea mentira - y el señor que me cuenta las cosas que escribo y vive dentro de mí ni siquiera me hablaba. Es extraño, pero algunas veces, cuando menos lo esperas, noticias externas, un pequeño detalle, factores que debían ser ajenos influyen de tal manera dentro de uno que parece que se olvida todo. Tendemos, por naturaleza, a armar el caparazón y decidimos que “lo demás” no nos va a hacer más daño. Llevo varios días dando vueltas y vueltas por la bobosfera y sólo me he visto en ella como espectador. Un comentario aquí, una mirada allá, … es el máximo rendimiento que he sacado de mi ordenador personal multimedia de última generación con turbopropulsor incorporado.



Pero hoy he despertado. Hoy las noticias me han dolido tanto que no lo he podido resistir. Alguien, que ha perdido una pierna y parte de su vida en un atentado por una bomba ¿mal colocada?, decía ante su Señoría en la Audiencia Nacional una frase conmovedora, desgarradora, helada, hiriente, lacerante, afectada, desconsolada, impresionante, inquietante, emotiva, turbadora, enternecedora… Alguien al que le cambió la vida por la gracia de unos viles asesinos decía: “En mi casa de se hizo de noche y una sombra de pena y tristeza envolvió a mi familia”.



Hemos visto muchos atentados, de un color o de otro, de un país o de otro, de una ideología o de otra, de unos asesinos o de otros,… Estamos vacunados contra todo lo que nos despachan los periódicos, radios y, sobre todo, las televisiones. Parece que nada nos pueda afectar ya. ¿Nada? A mí hoy me pareció, estoy seguro de ello, que Eduardo Madina pronunció la frase más descriptiva que acaso se pueda hacer sobre los daños que provoca el terrorismo.



“Tanto él como su padre y su madre sufrieron una profunda depresión. Su padre y él la superaron, pero su madre murió a los 10 meses de un infarto, que Madina achaca al atentado. Todo ello unido a los padecimientos morales padecidos durante y después, que se contraen no sólo a su persona, sino también a su familia más cercana".



Y mientras tanto, dos hijos de Belcebú, encerrados en una jaula como fieras, asesinos despiadados, sin posibilidad alguna de rehabilitación, reían y reían sin parar.


Ahí dejo la foto como prueba de lo que digo.






Rabo de nube







Si me dijeran pide un deseo,
preferiría un rabo de nube,
un torbellino en el suelo
y una gran ira que sube.

Un barredor de tristezas,
un aguacero en venganza
que cuando escampe parezca
nuestra esperanza.

Si me dijeran pide un deseo,
preferiría un rabo de nube,
que se llevara lo feo
y nos dejara el querube.

Un barredor de tristezas,
un aguacero en venganza
que cuando escampe parezca
nuestra esperanza.

Silvio Rodríguez.





He buscado en el “cajón de las cosas que hay que tener en cuenta” tratando de encontrar uno. Debí perder el que tenía, porque, seguro estoy, una vez lo tuve. ¿Alguien tiene uno que le sobre? No me importa que esté usado porque los deseos más íntimos nunca se gastan. Quiero barrer todas las tristezas y echar fuera lo más feo. Sólo así llegaré hasta la esperanza: le tengo que decir unas cuantas cosas a la cara, de hombr@ a hombr@.

Un rabo de nube es un tornado en el Caribe. Yo quiero un tornado bueno y justo, si ello fuera posible. No creo que sea tanto pedir. Cuando lo tenga en mi poder, cuando me llegue, fijaos bien: si miráis hacia el mar veréis como todas las velas se hinchan, los pájaros vuelan sin esfuerzo alguno y el cielo se llena de cometas de colores. Entonces la esperanza estará conmigo, para siempre.

... y entonces seremos cometas...








En estos días.

En estos días, todo el viento del mundo sopla en tu dirección,
la osa mayor corrige la punta de su cola
y te corona con la estrella que guía: la mía.

Los mares se han torcido con no poco dolor hacia tus costas,
la lluvia dibuja en tu cabeza la sed de millones de árboles,
las flores te maldicen muriendo, celosas.

En estos días no sale el sol, sino tu rostro.
Y en el silencio, sordo del tiempo, gritan tus ojos:
¡Ay!, de estos días terribles.
¡Ay!, de lo indescriptible.

En estos días no hay absolución posible para el hombre,
para el feroz, la fiera que ruge y canta ciega.
Ese animal remoto que devora y devora primaveras.

En estos días no sale el sol, sino tu rostro
y en el silencio, sordo del tiempo, gritan tus ojos
¡Ay!, de estos días terribles
¡Ay!, del nombre que lleven
¡Ay!, de cuantos se marchen
¡Ay!, de cuantos se queden

¡Ay!, de todas las cosas
Que hinchan este segundo
¡Ay!, de estos días terribles
Asesinos del mundo.


Silvio Rodríguez.

LA DESPEDIDA.


En alguna ocasión he podido comprobar como un peatón da las gracias al conductor que se detiene delante de un paso de cebra para que pueda cruzar la carretera. ¿Le da las gracias por permitirle ejercer su derecho? Vivimos en un mundo absurdo. El peatón no tiene nada que agradecer, es su derecho a pasar lo que prevalece sobre lo demás, sobre la obligación del conductor a detenerse. Sin embargo, hemos llegado a un punto de envilecimiento tal que hay que dar gracias porque alguien nos otorgue lo que nos corresponde: Muchas gracias por dejarme ejercer un derecho que es mío.


En mi paseo diario por la “bobosfera”, recomendado por mi médico de cabecera para el buen funcionamiento de mi organismo, he podido constatar con desilusión que una amiga del ciber-espacio dice adiós. Ella fue la primera que hizo un comentario en este humilde blog y me hizo ver que hay alguien más allá de lo que escribo. Y dice que se va. Ha vaciado su maleta de palabras y sentimientos y no permite que nadie la abra. Es más, creo que se ha metido ella dentro de la maleta…


De alguna manera, me he acostumbrado a mis amigos virtuales. A algunos los conozco personalmente, a otros me los ha presentado la red. Los primeros, muchas veces son distintos en la red que en la realidad. Los segundos, son un descubrimiento agradable: los imagino como quiero, los intuyo como son, los adivino a mi manera. Y me gustaba. Y me gusta. Y creo que me gustará.


No sé por qué alguien que abre un blog y, lo que es peor, lo mantiene – no es tarea fácil, lo aseguro -, alguien que se dedica a contar verdades y mentiras “tralará” que pasan y pasean por su conocimiento y a veces, incluso, por su corazón, de repente… dice adiós. No es justo. Nadie se puede ir. Me he acostumbrado a llamar a esas puertas todos los días y si en alguna no hay alguien… me “cabreo”. Es mi derecho. Se me otorgó por la gracia de la “bobosfera” (que me guía y que me aturde) y ahora no se me puede quitar. Nadie me puede privar de él, aunque se detenga para permitirme cruzar en un paso de peatones. Tengo derecho a seguir leyendo y saber que todo, cuando menos, sigue igual.



La penúltima entrega de su difunto blog decía esto:

..Y un día supo, con la certeza con la que se saben esas cosas, que no. Que no se dejaría tocar por ningún otro. Que ni vínculo ni derecho serían más fuertes que la determinación a que nadie profanara jamás el recuerdo del tacto que dibujó fuego por su cuerpo, de aquellos labios que construyeron puertos y abrieron islas, de aquel cuerpo que encajaba perfecto en cada arista de su alma llenándolo todo. Todo. Hasta hacer del resto la nada. Nada.

Y así se guardó, en celofán de memorias, como un ramo de flores que olvidado no podría entregarse más... porque le había encontrado. Y le había perdido.


Yo la guardé. No sé por qué, pero la guardé en el cajón de las cosas que hay que tener en cuenta. Me pareció que anticipaba su despedida. Y no me equivoqué. Ella sí se equivoca. Pessoa decía que nunca amamos a nadie, que amamos sólo la idea que tenemos de alguien. Añadía que lo que amamos es un concepto nuestro, es decir, a nosotros mismos. Y a lo mejor tenía razón. A lo mejor no. Yo qué sé. Yo solo sé que hay que amar “por si acaso…”, no vaya a ser que uno se lo pierda por un “quítame allá esas pajas”. Y ella ha empezado a perdérselo. Ha empezado a trazar un camino en el agua y se ahogará si no la avisamos. En el agua no hay caminos, se hace camino al andar. En el agua sólo estelas… Por mí que no quede: estás avisada.


Si por lo menos hubiera dicho un “hasta luego”, en lugar de “adiós”…









 
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