Hundió sus manos...




Hundió sus manos en la herida como nadie nunca lo hizo. ¿Eres tú?, preguntó.


Sí, soy yo, aquél al que todos seguían por su forma de hablar.


Y ¿qué ha pasado para que ya nada sea igual?, preguntó de nuevo.


Ni yo lo sé, dijo compungido.





¡Ha estallado la paz!

Radio Tirana informa: ¡Ha estallado la paz!


En un albanés claro, el breve mensaje ha sido interceptado a primera hora de la mañana en la difícil orografía de Kosovo. Veinticinco mil familias se beneficiarán de un programa que luego morirá de éxito. Aunque nunca, jamás, en absoluto, se superará el drama de los Balcanes, se trabajará desesperadamente en la unificación de las familias, partidas por la guerra y el orgullo, por la batalla y la edad avanzada de los que prefirieron quedarse. Sí, la guerra ha terminado. ¡Reagrupaos! Desde Macedonia y Montenegro en la Cruz, también el Cristal y la Media Luna, de un rojo sonrojante, se trabaja a destajo. No hay tiempo. ¡Aprovechad el momento! ¡El mundo duerme! La Agencia Central de Búsquedas trabaja día y noche para restablecer el contacto entre las víctimas, para la reunión de las familias dispersas, por bosques remotos, montañas oscuras y laderas de muerte, en particular de los niños con sus padres, si es que todavía son niños y si todavía, cuando los encuentren, existen padres sin tierra removida por encima de sus hambrientos cuerpos.

Kosovo. Navidad-1998.



Podría haber sido, pero ni siquiera fue en Navidad. La guerra terminó en marzo de 1999 en Rambouillet… y terminó para que empezara otra, esta vez internacionalmente invasiva, que puso fin a las batallas y a la tiranía, no al conflicto: ya nunca se dejará de mirar de reojo al vecino…



Este fin de año voy a reflexionar. Este fin de año que viene me ha hecho un fin de año mayor. Este fin de año también tengo que ¿felicitar? a los demás por Navidad. Y me ha salido esto. A lo mejor mañana estoy un poco más contento.


Una oración por la sierra...



Ayer fuimos parte de un todo que llegaba hasta donde la imaginación y las encinas nos dejaban ver. Fuimos parte de un pedazo de historia que escribieron el río, los pinos, sus sombras y millones de estrellas en un cielo infinitamente limpio. Fuimos un trozo de la ilusión por levantar cosas, las que fueran, barrer espacios impensables y construir edificios singulares en una naturaleza sin igual. Fuimos nosotros siempre, en un tiempo sin horas, un reloj sin agujas plagado de recuerdos y cariños que nunca volverán… Fuimos adolescencia y juventud en estado puro, sin puertas, sin límites, sin freno alguno, sin parangón. Fuimos rebelde conciencia hermanada en un pequeño huerto del que bebían las fuentes de los sueños, las risas y la amistad. Fuimos hijos de un puente de piedra polifémico, un sólo ojo que nos unía y separaba a la vez de la despiadada civilización. Fuimos hijos de las gentes llanas de aquellas tierras, de sus vides y olivos, de sus casas y bodegas… Fuimos hijos de una tierra abonada por cientos de almas puras, pulidas y pulidas con el espíritu del atrevido huesudo que un buen día decidió que El Poverello estuvo allí, que siempre estuvo allí. Fuimos lo que quisimos, porque alguien se ocupó de que fuéramos nosotros mismos.


Y ahora somos fruto maduro de la libertad conseguida sin aspavientos en abrazadas inquietudes de juventud. Somos la suerte siempre buscada por otros que camina, acaso corre, sin tristezas. Somos nosotros, sin remedio. Ahora somos padres de una naturaleza que espera que la mimen como ella hizo con nuestras conciencias, de una naturaleza que tan sólo espera que volvamos para preguntarnos, con total tranquilidad, cómo estamos y qué fue de nosotros. Somos padres de unas ideas bañadas desnudas en el Árrago, extendidas en una vieja plaza de lo que un día quiso ser un campamento juvenil y guardadas con cariño hasta el año siguiente en un viejo refugio hecho con manos profanas… Y sólo vendimos y vendemos libertad, la máxima expresión que un ser humano pudo jamás alcanzar. Vendemos la semilla que prendió en nuestros corazones sin apenas darnos cuenta… un amanecer tan hermoso que nunca llegó a su final. Ahora es nuestro momento, no se nos puede olvidar, … ahora y en la hora de nuestra vida vivida.


Amén.





Mi naranjo.





Os presento a mi naranjo.

Este año me ha dado 17 naranjas.

El año pasado me dio otras 17.

Y… ¿el anterior? También me dio 17.

Alguno, si es que hay alguien, se preguntará por qué las cuento.

Error de planteamiento.

Yo no las cuento. Nunca las he contado. Las cuenta él: por eso me da siempre las mismas.

Digo yo.

Y no las contéis que ya me he comido algunas.

Voy a por un invierno que después se me hace tarde. ¡Es que me entretengo con unas tonterías! Al final nos toca un invierno malo...


A por uno blanco y confortable.



Voy a buscar un invierno... que me han dicho que ya están llegando.

A ver si encuentro uno como éste para este año.








Volveré pronto, creo.



Un sucedido...



El problema no es que se cayera el ascensor. El verdadero y gran problema es que yo estaba dentro…


Arriba: 1, 2, 3, 4, 5, y ¿6? Clank, clank, clank, al suelo, todo el mundo al suelo (esto me suena de un golpe de estado o algo así)… Empieza a caer el ascensor… y yo también: Fiuuuuuuuuu 6, 5, 4 y ¿3? Clank, clank, clank. Golpe en la pierna y el hombro: ligera contusión. Fin del descenso ¿por el momento?

- Pi, pi, pi, pi, pi, pi, pi… Buenos días ¿en qué puedo ayudarle?
- Vera usted señorita… es que el ascensor se ha “escacharrao”.
- No se preocupe.
- ¿Cómo no me voy a preocupar si estoy atrapado?
- Dígame su nombre
- Fulanito
- Apellidos
- Tal y tal
- ¿En qué piso vive?
- Mire es que no vivo aquí…
- ¿Estaba de visita?
- Sí, es que mi madre vive aquí.
- ¿Cómo se ha roto?
- ¡Y yo qué sé! Pero bueno, ¿me van a sacar o está haciendo una encuesta para Sigma-2?
- El técnico está ya avisado, permanezca en el interior.


No sé si no se daba cuenta de la magnitud del sucedido o es que estaba en prácticas, como siempre: ¿Dónde quiere que permanezca? Estoy ¡a-tra-pa-do! Sólo puedo permanecer en el interior, que yo sepa.

Quince minutos de espera. Se abre la puerta superior. Averiguo que he aterrizado entre el tercero y el cuarto piso. ¡Sal de ahí! Grita el portero del inmueble. No, contesto yo convencido y vencido tras la descarga de adrenalina. Vuelvo a hablar con la voz del cielo:

- Señorita, me han abierto la puerta… ¿salgo o espero?
- ¿Tiene que trepar?
- Más bien sí.
- ¡Yo que usted no lo haría! (¡hala, más animos que es lo que necesito!)
- ¿Y si se descuelga esto del todo? ¿si se rompe el cable?
- En teoría no se puede (esto me sonó al chiste de “suéltese que un coro de ángeles le recogerá antes de que llegue al suelo... pero ¿hay alguien más?”).

Por fin, después de varios minutos de espera y la desconexión previa de otros dos botones más de seguridad, salgo raudo y veloz al exterior.


Sí, ya lo sé, a algunos les da por hacer puenting, a otros por hacer tejading en África y a mí… a mí me gusta el ascensoring. Todos terminados en ING, todos directos al vacío, como el banco de la tele.

¡Ah, qué mañana es ésta, que me despierta a la estupidez de la vida, y a su gran ternura! Casi lloro, viendo aclararse ante mí, debajo de mí, la vieja calle estrecha… que decía Pessoa.


Ensayo con las letras...





Cada mañana…

... sigo yendo a verte ¿me reconoces?
Como perro viejo, busqué una salida
a la sinrazón de tu agazapada vida
por y entre cobardes. ¡No me conoces!

¿Es así? ¿Cómo lo hizo él? ¿Hay que rimar rimando? ¿Es obligatorio? Con verte… tenerte, entretenerte, tejerte, entretejerte, cogerte, inerte,… ¿amarte? Con vida… ida, partida, querida, alada, osada, temida,… ¿perdida? Sigo…


Cada mañana…

… a tu puerta llego y cerrada está.
El mismo camino. Como cada día
al majador pego, sin hallar respuesta.
Buen vino seré pues sólo traía alegría…


... y la reparto, es gratis para todo aquél que la quiera tener. ¿Quién quiere alegrías? Yo soy así, regalo alegrías a quién le haga falta. Vengo, eso sí, como aquellos poetas, como los dos, el de Colliure y el amigo de Buñuel: ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar, el mar, sólo la mar… Y tú, tú no te preocupes, que no es para tanto, todavía nadie me ha reconocido y creo que he olvidado hasta quién soy.


Se va acercando el invierno, lo noto: ya huelen las chimeneas a brasas de encina y olivo – carbón, carbón, carbón de encina y picón, que decía la canción - y mi calle se despierta cada mañana un poquito más tarde, arropada en hojas secas que acurrucan el rocío. ¿No sientes el frío? Viene del Norte, como casi siempre, con los zorzales, las palomas ¿mensajeras? - ¡claro que te exagero! - y esos pequeños pájaros de un blanco inmaculado, casi imposible. Parecen pintados en el paisaje ¿Cómo se llamarán?


No olvides que siempre vas en las cosas que veo. A veces me sorprendes y, a veces... a veces me sorprendo yo también. Y Bailas una dulce danza incansable y lenta ¿acaso herida? vestida de blanco ¿inmaculado? ¿casi imposible? Bailas y bailas. Vuelves a bailar. Bailas sin parar. Tralará, tralará…


El “Corteinglé”.


***





Vivo en una pequeña ciudad del oeste. Y como todo lugar del oeste que se precie ha de tener pistoleros, un “cherif”, una cantina, un motel y muchos caballos. Y, por supuesto, un tren que nunca acaba de llegar.

La mía tenía muchas cantinas y ahora iban a hacer un grandísimo motel, con ruleta y todo, que iba a dar trabajo a muchísima gente del pueblo y atraería a muchos forasteros, que dejarían sin darse cuenta sus ganancias en la ciudad. Pero a lo peor no va a poder ser: los “cherifs” han echado a los caballos a unas monjitas buenas que iban a recibir un montón de millones para gastar en obras sociales en el tercer mundo o en el centro mismo de la pobreza por cambiar unos cromos con un tal Ramón Areces. ¿El motivo? Los indios. No contaban con ellos. Al dueño de la funeraria se le ocurrió decir que había unos cuantos pistoleros que iban a atracar el banco y… se armó. Los esperaron y, después de millones y millones de disparos para matar sólo a uno, los metieron en la cárcel. Mientras tanto, los indios robaron el banco y, además, se llevaron el “güisky” de la cantina.

Al final no se descubrió, porque estas cosas se descubren sólo en las películas o "telefilms", pero los indios estaban a cargo de uno de los “cherifs” y el chivato no fue el de la funeraria, sino uno de los pistoleros que se cambió de bando por una bolsa de dólares…

... o los que finalmente robaron el banco eran los pistoleros disfrazados de indios y éstos, disfrazados de pistoleros, acabaron entre rejas. Yo qué sé.

Empieza a hacer frío. Se acerca el gélido y duro invierno, pero yo no me preocupo porque hay algo que nunca cambia, que siempre es así, año con año, desde el amanecer de mi vida: ¡Ya es primavera… pero, ojo, sólo en el Corteinglé!

¿Cómo lo ves?


Una sombra de pena.



Llevaba ya algunos días sin escribir en el blog porque no se me ocurría qué decir – ya sé que es muy raro porque yo siempre tengo algo que decir, aunque sea mentira - y el señor que me cuenta las cosas que escribo y vive dentro de mí ni siquiera me hablaba. Es extraño, pero algunas veces, cuando menos lo esperas, noticias externas, un pequeño detalle, factores que debían ser ajenos influyen de tal manera dentro de uno que parece que se olvida todo. Tendemos, por naturaleza, a armar el caparazón y decidimos que “lo demás” no nos va a hacer más daño. Llevo varios días dando vueltas y vueltas por la bobosfera y sólo me he visto en ella como espectador. Un comentario aquí, una mirada allá, … es el máximo rendimiento que he sacado de mi ordenador personal multimedia de última generación con turbopropulsor incorporado.



Pero hoy he despertado. Hoy las noticias me han dolido tanto que no lo he podido resistir. Alguien, que ha perdido una pierna y parte de su vida en un atentado por una bomba ¿mal colocada?, decía ante su Señoría en la Audiencia Nacional una frase conmovedora, desgarradora, helada, hiriente, lacerante, afectada, desconsolada, impresionante, inquietante, emotiva, turbadora, enternecedora… Alguien al que le cambió la vida por la gracia de unos viles asesinos decía: “En mi casa de se hizo de noche y una sombra de pena y tristeza envolvió a mi familia”.



Hemos visto muchos atentados, de un color o de otro, de un país o de otro, de una ideología o de otra, de unos asesinos o de otros,… Estamos vacunados contra todo lo que nos despachan los periódicos, radios y, sobre todo, las televisiones. Parece que nada nos pueda afectar ya. ¿Nada? A mí hoy me pareció, estoy seguro de ello, que Eduardo Madina pronunció la frase más descriptiva que acaso se pueda hacer sobre los daños que provoca el terrorismo.



“Tanto él como su padre y su madre sufrieron una profunda depresión. Su padre y él la superaron, pero su madre murió a los 10 meses de un infarto, que Madina achaca al atentado. Todo ello unido a los padecimientos morales padecidos durante y después, que se contraen no sólo a su persona, sino también a su familia más cercana".



Y mientras tanto, dos hijos de Belcebú, encerrados en una jaula como fieras, asesinos despiadados, sin posibilidad alguna de rehabilitación, reían y reían sin parar.


Ahí dejo la foto como prueba de lo que digo.






Rabo de nube







Si me dijeran pide un deseo,
preferiría un rabo de nube,
un torbellino en el suelo
y una gran ira que sube.

Un barredor de tristezas,
un aguacero en venganza
que cuando escampe parezca
nuestra esperanza.

Si me dijeran pide un deseo,
preferiría un rabo de nube,
que se llevara lo feo
y nos dejara el querube.

Un barredor de tristezas,
un aguacero en venganza
que cuando escampe parezca
nuestra esperanza.

Silvio Rodríguez.





He buscado en el “cajón de las cosas que hay que tener en cuenta” tratando de encontrar uno. Debí perder el que tenía, porque, seguro estoy, una vez lo tuve. ¿Alguien tiene uno que le sobre? No me importa que esté usado porque los deseos más íntimos nunca se gastan. Quiero barrer todas las tristezas y echar fuera lo más feo. Sólo así llegaré hasta la esperanza: le tengo que decir unas cuantas cosas a la cara, de hombr@ a hombr@.

Un rabo de nube es un tornado en el Caribe. Yo quiero un tornado bueno y justo, si ello fuera posible. No creo que sea tanto pedir. Cuando lo tenga en mi poder, cuando me llegue, fijaos bien: si miráis hacia el mar veréis como todas las velas se hinchan, los pájaros vuelan sin esfuerzo alguno y el cielo se llena de cometas de colores. Entonces la esperanza estará conmigo, para siempre.

... y entonces seremos cometas...








En estos días.

En estos días, todo el viento del mundo sopla en tu dirección,
la osa mayor corrige la punta de su cola
y te corona con la estrella que guía: la mía.

Los mares se han torcido con no poco dolor hacia tus costas,
la lluvia dibuja en tu cabeza la sed de millones de árboles,
las flores te maldicen muriendo, celosas.

En estos días no sale el sol, sino tu rostro.
Y en el silencio, sordo del tiempo, gritan tus ojos:
¡Ay!, de estos días terribles.
¡Ay!, de lo indescriptible.

En estos días no hay absolución posible para el hombre,
para el feroz, la fiera que ruge y canta ciega.
Ese animal remoto que devora y devora primaveras.

En estos días no sale el sol, sino tu rostro
y en el silencio, sordo del tiempo, gritan tus ojos
¡Ay!, de estos días terribles
¡Ay!, del nombre que lleven
¡Ay!, de cuantos se marchen
¡Ay!, de cuantos se queden

¡Ay!, de todas las cosas
Que hinchan este segundo
¡Ay!, de estos días terribles
Asesinos del mundo.


Silvio Rodríguez.

LA DESPEDIDA.


En alguna ocasión he podido comprobar como un peatón da las gracias al conductor que se detiene delante de un paso de cebra para que pueda cruzar la carretera. ¿Le da las gracias por permitirle ejercer su derecho? Vivimos en un mundo absurdo. El peatón no tiene nada que agradecer, es su derecho a pasar lo que prevalece sobre lo demás, sobre la obligación del conductor a detenerse. Sin embargo, hemos llegado a un punto de envilecimiento tal que hay que dar gracias porque alguien nos otorgue lo que nos corresponde: Muchas gracias por dejarme ejercer un derecho que es mío.


En mi paseo diario por la “bobosfera”, recomendado por mi médico de cabecera para el buen funcionamiento de mi organismo, he podido constatar con desilusión que una amiga del ciber-espacio dice adiós. Ella fue la primera que hizo un comentario en este humilde blog y me hizo ver que hay alguien más allá de lo que escribo. Y dice que se va. Ha vaciado su maleta de palabras y sentimientos y no permite que nadie la abra. Es más, creo que se ha metido ella dentro de la maleta…


De alguna manera, me he acostumbrado a mis amigos virtuales. A algunos los conozco personalmente, a otros me los ha presentado la red. Los primeros, muchas veces son distintos en la red que en la realidad. Los segundos, son un descubrimiento agradable: los imagino como quiero, los intuyo como son, los adivino a mi manera. Y me gustaba. Y me gusta. Y creo que me gustará.


No sé por qué alguien que abre un blog y, lo que es peor, lo mantiene – no es tarea fácil, lo aseguro -, alguien que se dedica a contar verdades y mentiras “tralará” que pasan y pasean por su conocimiento y a veces, incluso, por su corazón, de repente… dice adiós. No es justo. Nadie se puede ir. Me he acostumbrado a llamar a esas puertas todos los días y si en alguna no hay alguien… me “cabreo”. Es mi derecho. Se me otorgó por la gracia de la “bobosfera” (que me guía y que me aturde) y ahora no se me puede quitar. Nadie me puede privar de él, aunque se detenga para permitirme cruzar en un paso de peatones. Tengo derecho a seguir leyendo y saber que todo, cuando menos, sigue igual.



La penúltima entrega de su difunto blog decía esto:

..Y un día supo, con la certeza con la que se saben esas cosas, que no. Que no se dejaría tocar por ningún otro. Que ni vínculo ni derecho serían más fuertes que la determinación a que nadie profanara jamás el recuerdo del tacto que dibujó fuego por su cuerpo, de aquellos labios que construyeron puertos y abrieron islas, de aquel cuerpo que encajaba perfecto en cada arista de su alma llenándolo todo. Todo. Hasta hacer del resto la nada. Nada.

Y así se guardó, en celofán de memorias, como un ramo de flores que olvidado no podría entregarse más... porque le había encontrado. Y le había perdido.


Yo la guardé. No sé por qué, pero la guardé en el cajón de las cosas que hay que tener en cuenta. Me pareció que anticipaba su despedida. Y no me equivoqué. Ella sí se equivoca. Pessoa decía que nunca amamos a nadie, que amamos sólo la idea que tenemos de alguien. Añadía que lo que amamos es un concepto nuestro, es decir, a nosotros mismos. Y a lo mejor tenía razón. A lo mejor no. Yo qué sé. Yo solo sé que hay que amar “por si acaso…”, no vaya a ser que uno se lo pierda por un “quítame allá esas pajas”. Y ella ha empezado a perdérselo. Ha empezado a trazar un camino en el agua y se ahogará si no la avisamos. En el agua no hay caminos, se hace camino al andar. En el agua sólo estelas… Por mí que no quede: estás avisada.


Si por lo menos hubiera dicho un “hasta luego”, en lugar de “adiós”…









El compromiso

Ilustrísimo Señor Compromiso:


D. Fulanito de Tal y Cual, mayor de edad, vecino de Aquí, con domicilio a efectos de notificaciones en la calle de la Alegría y provisto de N.I.F. cero mil cerocientos cero cero., ante V.E. comparece y como mejor proceda


EXPONE:


Que el que suscribe ha llegado ya a una edad, según se refleja en la fotocopia del D.N.I. que se adjunta al presente escrito como prueba de veracidad de lo que dice.


Que siendo lo citado anteriormente cierto en todos sus extremos, cree conveniente para su buena salud mental el aceptar el compromiso como bandera. Que para ello ha dado los pasos necesarios para modificar su comportamiento ante las cosas importantes – o que considere importantes, al menos – que se brindan en ocasiones por la vida.


De esta forma, en adelante, y ante determinadas circunstancias, cambiará sus deberes, que nunca arañaron – no lo consiguieron aunque en ocasiones lo intentaron- su independencia, por el compromiso, mucho más sacrificado, pero más satisfactorio para los fines que plantea.


Que para conseguir los objetivos propuestos:

1.- Intentará decir siempre la verdad, aunque duela.

2.- Aceptará retos de los considerados la mayoría de las veces como imposibles.

3.- Abrirá el correo electrónico varias veces al día en busca de respuestas.

4.- Si no encuentra respuestas, se hartará de hacer preguntas.

5.- Se levantará cada mañana pensando que se puede conseguir (esto lo leí en El vendedor más grande del mundo de Og Mandino, creo).

6.- Nunca desfallecerá.


Por lo anteriormente expuesto, a V.I.


SOLICITA:


Tenga por presentado el presente escrito, su copia y los documentos acreditativos de lo que decimos, tenga a bien admitirlo y, previas las consideraciones que fueran oportunas, acceda a conceder al que suscribe la capacidad necesaria para comprometerse con las cosas que merezcan la pena, teniendo en cuenta no solamente el carácter operativo de la petición, sino el carácter humanitario de la misma.


Es justicia (confío poco en la suerte) que pido Aquí, a tanto del cuanto de dos mil y pico





Fdo: El recién comprometido.



Se traspasa...

SE TRASPASA ESTE NEGOCIO

... por no poderlo atender.


Fdo: La dirección.

Vodafón


(Quede claro que donde dije digo, digo Diego o digo Movistar o Amena o Filomena).

Mi móvil, mi mejor amigo desde hace unos años, y su inseparable compañera, la agenda multifunción de última generación donde guardo todos mis contactos – sin los que ya no sé vivir -, han dicho basta, se han estropeado, han fenecido. Pero no hay problema: tenemos un supercontrato de empresa que permite renovar los aparatos averiados con coste cero.

¡Allá voy! Raudo y veloz marco el número especial que nos dan a las empresas especiales para tratarnos de forma especial y que nos hace distintos al resto de los mortales. No hay nadie. Se pone una maquinita. Sí, ya lo sé, pueden pensar que uno está tonto si le sorprenden hablando con una máquina, pero ésta es distinta: ésta es la maquinita que han instalado en Vodafón para que trate de una forma especial a las empresas especiales y que nos hace distintos al resto de los mortales.

Por favor, marque su clave secreta, me dice atentamente. 4444, ¡ya está! Por favor, vuelve a dirigirse a mí, marque el 1 si su llamada se debe a una avería de su aparato, marque el 2 si quiere contactar con la tienda, marque el 3 si es para otras necesidades. Uno, digo yo convencido, mientras mi pensamiento se va directamente a qué se referirá con otras necesidades. Continúa preguntándome la susodicha: su teléfono ¿es de tarjeta o de contrato? Sin inmutarme y muy seguro de mí mismo digo la palabra mágica: “contrato”. No conforme con mi respuesta, me sigue interrogando: Diga si desde el teléfono que está llamando es el que figura en el contrato o está llamando desde otro. He de reconocer que ahí empiezo, muy susceptible yo, a mosquearme. Vamos a ver, si estoy llamando porque se me ha estropeado el teléfono, le he dicho UNO que es el número que me dijo que marcara si se trataba de una avería, entonces, y creo queda muy claro y meridiano, no puedo estar llamando desde él, querida Watson, porque entre otras cosas ¡ESTÁ ESTROPEADO! Me insiste: Diga sí o no. ¡No!, digo yo en un tono un poquito más fuerte; éste me lo ha dejado un amigo para que llame… Marque el número de teléfono sobre el que quiera realizar la consulta, me sugiere sin dejarme terminar la explicación en un tono de voz que ya no se me aparece tan amable. Señorita, el 600002001. Repita el número, por favor. ¡Caso en Soria! ¡Además está sorda! Le he dicho que es el 600002001. Mientras mi cabeza empieza a preguntarse para que me piden todos esos datos si ya los tiene Vodafón porque para hacer el maravilloso contrato de empresa nos pidieron hasta el carnet de identidad de una prima tercera de la mujer de un compañero de despacho para poder ofrecernos un descuento añadido en las llamadas del 0,03%, la maquinita vuelve a dirigirse a mí y me dice: En unos momentos le pondremos en contacto con una operadora, permanezca a la espera.

¡Tócate la nariz! Pues por ahí quería haber empezado yo. Si cuando llamé hace tres cuartos de hora me ponen con una operadora que sepa castellano, un castellano "de andar por casa", un castellano coloquial, ya tendría un nuevo teléfono con coste cero ¿NO?

¡Pues no! Después de escuchar el “Letitbi” (porque a los que tenemos contrato especial nos ponen esa y a los que no lo tienen… también) de los “Bitels” en versión acústica – creo que interpretado por Paul Mauriat – dos veces y media, la maquinita me dice muy atentamente: LAMENTAMOS INFORMARLE QUE NUESTRAS OPERADORAS SE ENCUENTRAN ACTUALMENTE OCUPADAS. INTÉNTELO DE NUEVO DENTRO DE UNOS MINUTOS.


¿?



La voz de la colina


Sobre cada colina
de la tierra que hay,
sobre todas las cumbres,
en un rapto animal,
abalánzate, ciérnete,
canta y vuelve a cantar,
"voz" de mi alma
y de mi libertad.

Miguel Hernández


Me llaman desde la colina. Otra vez, la tercera en poco tiempo, oigo, escucho, intuyo, percibo esa voz, temblorosa ya, que me dice que haga lo conveniente, que confía ciegamente en lo que haga ¿acaso alguna vez fue así? Esa palabra nunca estuvo en su particular vocabulario. ¡Imposible! Algo está pasando…En el diccionario de su vida no existió ni conveniente, ni apropiado, ni adecuado, ni oportuno, ni idóneo. ¡Jamás! Y no me gusta lo que oigo: palabras vencidas por el destino, palabras sin ilusión por el “qué vendrá”, palabras llevadas solamente por la inercia de un mísero viento, palabras que duelen…



Y me rebelo contra mí. Y me sublevo contra todos. ¡Maldigo la hora en la que me estuve quieto! ¡Maldigo el minuto que me llevó a lo adecuado! ¡Maldigo mi espíritu, el que no tuve y ni siquiera me molesté en buscar!


Sé que hay tiempo, todavía hay tiempo. Un tiempo que ya no se puede desperdiciar.

La muerte sigue en los trenes...

La muerte sigue en los trenes. Y en el aire infectado y nauseabundo que respiro. Hierro fundido en altos hornos de horror, refinado en la mayor bajeza del ser humano, corroído por la envidia y la cicuta, oxidado por la dejadez del mal llamado bienhechor, - dos pícaros galgos me vienen siguiendo, - … hierro que puede atestiguar con fidelidad absoluta lo que escribo, hierro que no entiende de ideales (¡qué contrasentido! Llaman ideal al fanatismo. Ideal tiene que ser otra cosa).

-

En Iberia, tierra de conejos fenicia, costa de conejos griega, - Pero no son galgos. Pues, ¿qué son? Podencos siempre la eterna discusión, la eterna disputa por el “y tú más” que nos ha descrito fielmente durante siglos. El que manda, el que juzga, el que absuelve, el que ordena, el que envía, el que mata, el que castiga, el que nunca perdona, olvidó los trenes, su verdadera esencia, sus hierros de muerte… y olvidó más… olvidó los furgones reventados del Norte… y los sótanos de sangrado y desangrado humo negro… y las vidas arrancadas a los que nunca tuvieron culpa, ni una pequeña culpa, ni la más mínima culpa, - Son galgos, te digo. Digo, que podencos - a los que les cambió la vida sin haberlo pedido, en una milésima de un mínimo segundo, a los que hundieron sin tener barcos, a los que ahora olvidan…


-

Por eso yo digo ¡BASTA! ¡Déjenme ya en paz y no me defiendan! ¡No me representen, ni unos ni otros! ¡De mis amigos me guarde Dios, que de mis enemigos…! No sé si son galgos o si son podencos - En esta disputa, llegan los perros y pillan descuidados a mis dos conejos -, más tampoco importa: son perros muy perros, eso sí son perros y no los podencos o los flacos galgos, los que se atribuyen el poder supremo de decidir lo que no importa, de corroborar lo que no interesa, de averiguar si el ombligo sigue ahí, de aseverar razones vacías e interesadamente interesadas a sus fines por los siglos de los siglos.

-

Son vidas robadas, las unas y otras, las de ayer, hoy y siempre, iguales en muerte, voladas por el Norte, rematadas por el Sur, desvalijadas por el Este y atacadas por el Oeste (sustituya el lector, si hay alguno, el punto cardinal por el país o países que tenga por conveniente). Son vidas que ya no vivirán - Los que por cuestiones de poco momento dejan lo que importa llévense este ejemplo - por el capricho de un gatillo fácil, por la decisión de un ser que cree ser Dios mientras se transforma en el mismo Lucifer, por una llamada asesina que por respuesta espera un seco y frío “bum”, por un detonador traicionero… Eran vidas por vivir. Eran vidas que ya no vivirán. Eso es lo que importa.

La muerte sigue en los trenes … dicen que por galgos, otros por podencos.

El "crecepelo"







Hace unos años estuve en Israel. Sí, ya sé que hay más gente que ha ido, pero yo lo cuento por lo que me sucedió con un formidable, inigualable y maravilloso crecepelo.



Con la excusa de la "peregrinación" a Tierra Santa, nos metían diariamente en un autobús y nos enseñaban, como se enseñan las cosas a los turistas, especialmente a los turistas peregrinos, los monumentos y lugares relevantes del país de Yavhé, Alá, Mahoma y Jesús. Todo iba bien hasta que llegamos al mar Muerto, famoso mundialmente por su alta salinidad, hasta el más obeso flota sin necesidad de saber nadar, y las propiedades curativas de sus barros. Bueno, pues en ese trajín de “a la derecha el mar muerto, a la izquierda unos camellos”… nos metieron en “una preciosa tienda donde, señoras y señores, ustedes podrán adquirir todas las cremas de AHAVA que deseen”.




Las mujeres enloquecieron de repente. Parecía que les había tocado la lotería. Pero ¿qué era AHAVA? ¿qué tenía aquella maravillosa palabra para que las féminas entraran en éxtasis? Pues la misma palabra lo dice, o no. AHAVA es una marca de cremas de todo tipo y cuyas propiedades curativas y estéticas son milagrosas, creo: para los pies doloridos, para los pies cansados, para los pies hinchados, para el juanete torcido, para los callos de los pies, para la dermatitis nosequé, para el codo de tenista, para el cuidado del cutis, para las patas de gallo, para la suavidad de las manos, para el fortalecimiento de las uñas de las manos, para el fortalecimiento de las uñas de los pies, para la belleza del niño, de la niña, de la mamá y de la agüelita, para limpiar, exfoliar (siempre pensé que exfoliar era otra cosa) y refrescar la piel…




Así las cosas y dado que yo no tenía nada que hacer, soy casi perfecto y no me huelen los pies (por lo menos yo no me los huelo) ni tengo "patas de gallo", me entretuve, pasé el rato, aguanté el tirón, mirando los preciosos y maravillosos botes que esperaban ser adoptados en las estanterías del lugar mientras mi querida esposa daba cuenta de la tarjeta visa.




Pero un bote llamó mi atención: por su forma, por su colorido, por sus letras hebreas… Lo cogí, lo miré para averiguar el contenido y… de repente, un palestino, que hablaba un castellano casi perfecto para el tipo de castellano que se habla en Palestina, me espetó: “¡Mu bueno! ¡Mu bueno para el pelo! Tú das en cabeza y sale pelo. No se cae nunca. Sale más. ¡Compra, compra!”




No podía salir de mi asombro. Un tipo calvo como una bola de billar estaba intentando venderme un crecepelo, a mí, que entonces tenía muchísimo más que él. Ahora también. ¡Ya!, le dije socarronamente, si es tan bueno ¿por qué no te lo echas tú? A lo que me contestó sin complejo alguno y señalando su cabeza: No. Lo mío es un accidente. ¡Ya!, le volví a decir yo, y lo mío es de nacimiento ¡No te “jode”!




Sobra decir que le compré el bote. Soy así, no lo puedo evitar. Sí, lo compré. Me cayó bien el tipo. Hay que tener cara para vender crecepelos cuando no se tiene ni uno en la cabeza. Y ese hombre me vendió un maravilloso bote de crecepelo del Mar Muerto que yo guardé en la maleta como si hubiera adquirido un tesoro. Juro que nunca lo usé. En más de una ocasión tuve tentaciones, pero no lo usé. Sobretodo porque ese tipo de cosas hay que usarlas cuando uno está sólo en casa, para que los tuyos no se den cuenta de que estás un poquito... ¿"pallá"? Ya lo estaba viendo: Abro el bote, me desnudo, me extiendo el barro “lila” por la cabeza, lo dejo reposar durante diez minutos (eso me lo tradujo un amigo que sabía hebreo porque era israelí), me ducho y, de sopetón, empieza a salirme una melena como la de Bob Marley.




Pues no. Estoy seguro de que precisamente no hubiera pasado eso. Estoy seguro que mi vecina me hubiera denunciado, porque después de abrir el bote, desnudarme y extenderme el barro lila por la cabeza… habría sonado el timbre (en las películas siempre pasa) y yo, que soy muy educado, me habría puesto una toalla en la cintura y hubiera ido presto a abrir la puerta, sin caer en la cuenta de que una cabeza de ser humano no debe ser de color violeta (más que nada porque es raro). Allí me hubiera encontrado con mi vecina y una pequeña tacita de porcelana para que le diese un poco de sal. Aparte del susto que se habría llevado, se habría dado perfecta cuenta de que o su vecino era un extraterrestre o se había vuelto idiota. Digo yo.



¿Quién mató a Lorca?: Fuenteovejunita




¡Surtidores de los sueños
sin aguas
y sin fuentes!
Se ven con el rabillo
del ojo nunca frente
a frente.
Como todas las cosas
ideales, se mecen
en las márgenes puras
de la Muerte."



En el barranco de Víznar todavía se oye - ¡Oh pena de los gitanos! Pena limpia y siempre sola - el eco de un grito, instantes antes de apretar el gatillo de un fusil robado a la envidia contra el lugar donde la espalda pierde su honroso nombre: ¡Por maricón!



Estoy leyendo, me tiene absorbido, el último testamento del siempre conflictivo Sánchez Dragó. Muertes Paralelas, se llama. Se atreve a comparar y a poner en el mismo plano las muertes de personajes tan dispares y antagónicos como Lorca, Jose Antonio Primo de Rivera, Buenaventura Durruti, Muñoz Seca, Ramiro de Maeztu y su propio padre, periodista asesinado –primero por los rojos y después por los azules (ver libro) - un mes antes de que él viniera al mundo.



Pero lo más interesante, exclusivamente para mí, de lo que escribe y reescribre es la descripción que hace de España - la de antes, la de ahora y la de siempre –, su cainismo y sobretodo su envidia con mayúsculas mayestáticas, siempre por encima de las propias ideas políticas. Hace suya una frase de Don José Ortega y Gasset – él le tutea, yo no me atrevo - “Ser de izquierdas como ser de derechas es una más de las estupideces del ser humano” y termina el prólogo con otra lapidaria: “Lamento profundamente haber nacido español”.



Viene a decir que da igual quién ganara la guerra (en el sentido de que los otros habrían hecho lo mismo si hubieran vencido), que por encima de las ideas, los españoles somos – éramos y seremos - profundamente envidiosos y que la mayor parte de las muertes producidas en ambos bandos se debieron a ella, nunca a la posición política del ajusticiado: se aprovechó el hecho político para ajusticiar al rival económico o similar. Y así cientos de veces. Y así en los dos bandos.



Y digo todo esto por la polémica surgida sobre el asesinato del insigne Federico. Al que siempre pensé - Y a la mitad del camino, bajo las ramas de un olmo, guardia civil caminera lo llevó codo con codo - asesinaron por sus ideas políticas. Ahora, una nueva investigación, revela y rebela que lo asesinaron por envidia, por escribir magistralmente “La casa de Bernarda Alba” en la que, al parecer, describía de manera ruin a la familia del que le asesinó, del que le pegó un tiro por la espalda - porque te has muerto para siempre, como todos los muertos de la Tierra, como todos los muertos que se olvidan en un montón de perros apagados - en el barranco de Víznar por “maricón”.



Si fuéramos capaces de comprender que la envidia es asesina por naturaleza - tanta envidia y odio, que ni un Duende pudo salvarse, dice el poeta (Antonio Machado) a propósito del magnicidio del poeta -, que antes, mucho antes, infinitamente antes, que las ideas políticas están las personas –piensen como piensen, sean lo que sean, estén donde estén- nos iría mejor. Diría más: Nos iría bien.



¿Quién mató al Comendador? Fuenteovejuna, Señor.


Para mi querido Sur, si tiene a bien.

La historia. Domingo, 2 de abril de 2006.

Anoche quedaron el Norte y el Sur. Anoche brindaron el Norte y el Sur. Anoche se amaron el Norte y el Sur… y no estabas tú. No había desencuentros entre Norte y Sur. La línea borrada ya no separaba los dos hemisferios. El Sur en harapos, pantalón raído, camisa por fuera, no desentonaba con el viejo Norte vestido de tul, plancha y compostura.

El arte del Norte se fundió en abrazos con creación del Sur. El Sur del diseño casó en breve tiempo al viento del Norte y una flor añil, la flor más preciosa que atrevida siempre se empeñó en salir. Parieron un hijo en tan solo un rato. Nunca nadie vio parto semejante sin ningún dolor. ¡Era maravilla lo que contemplaba el testigo mudo en aquella ocasión! El Norte abrazaba con letras muy gordas, siempre colocadas y en su justo sitio, el dibujo grande que en multicolor embrujaba el Sur.

Anoche quedaron el Norte y el Sur. Y en tan solo un rato, a base de amor y otras composturas, pusieron remedio a los males del mundo y a sus propios males, uno en la poesía, otro en el trasluz.

Anoche brindaron el Norte y el Sur, por lo que vendrá, por lo que llegó. Como en esponsales yo solo di fe, de que lo que fue es lo que pasó: Anoche se amaron el Norte y el Sur, por primera vez, sin que nadie viera hasta dónde juntos se puede llegar.

… y el Norte, dichoso, vestido en harapos, disfrazaba al Sur con su compostura. Y el Sur se dejaba, sin revoluciones, llevar por las letras juntadas por días. Uno era el secreto, aquél el misterio. En la mezcla estaba el mejunje dulce que bebimos juntos…





El vigía.


POSDATA: Como no podía ser de otra manera y mientras duraba el encuentro, el viejo Norte dio buena cuenta de un suculento plato de jamón ibérico de bellota, torta del casar, pan de Aliseda y vino del país. Mientras tanto, el Sur hacía suyas unas cuantas copas llenas de hielo, larios y coca-cola.



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Ahora. Septiembre de 2006.

… y hoy el Sur se ha ido… nadie sabe adónde. Si alguien se lo encuentra, espero me avise, que mis pretensiones no son elevadas: sólo quiero verle, saber como está, decirle que cuando callaron las armas y cesaron los desfiles victoriosos, se hizo un abrumador silencio. Un silencio que duele, más que la guerra.


Ya tú sabes.



Soledades


Siempre estoy preguntándome por qué tuvo que irse. Desconozco la causa por la que se alejó, qué fuerza poderosa lo atrajo hacia otra parte tan distante de mí.



Si él estuviera aquí, mis noches no serían tan largas y sus oscuras sombras tan densas y pesadas. No estaría tan sola si él estuviera aquí, la soledad se disiparía con el calor de su compañía. Si él estuviera aquí, el tiempo no pasaría como si cada segundo fuera una eternidad en la que ahogarse.




Con la tenue luz de la noche, que se filtra por el ventanal, adivinaría la forma de su cuerpo, relajado, entre las blancas sábanas. Mis dedos rozarían, curiosos, su tibia superficie y él, medio dormido, me abrazaría fuertemente para que no me ausentase de su lado. Acercaría mis labios a su quieto respirar, reposaría la cabeza sobre su pecho, siempre podría despertarle suavemente, simplemente para decirle “te quiero”.




Su sombra sería mi sombra, no habría otras sombras que se interpusieran entre las nuestras. Su vida sería mi vida, yo sólo estaría pendiente de él, viviría por él. Si él estuviera aquí, el paso del tiempo, mis arrugas, mis canas, estarían suavizadas con el bálsamo de sus besos, con sus mimos, con sus abrazos y yo no esperaría ávida de sus labios, de sus formas, de su compañía, de su calor.




Si él estuviera aquí, yo nunca estaría sola.



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Lo encontré en un cajón. En casa de mi madre.




Mercedes

Llego al despacho temprano. Aprieto presuroso, incluso antes de encender la luz, el botón del ordenador que me conecta a la vida. Entro en Internet y doy el acostumbrado paseo virtual por la "bobosfera". ¡Qué descubrimiento! : Es como un patio de vecinas pero sin que se molesten porque vigilas lo que hacen. Veo un mensaje aquí, otro allá,… Compruebo que sigue viva, muy viva, llena de poetas, escritores en potencia, pequeños dictadores, futuros políticos, etcétera. Lo habitual.
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De repente, algo reclama mi atención fuera del ciberespacio. Encima de mi mesa hay algo extraño: He recibido una carta, sí, un escrito de los que vienen generalmente cerrados para comunicar algo a una persona, una carta de las de antes, de las de correos, de las que dentro de poco se verán en los museos. La miro. La vuelvo a mirar. ¿Se habrán equivocado? Mi sonrisa va creciendo. No se han equivocado. Es para mí y me escribe Mercedes. No es una chica cualquiera. La Mercedes que me escribe es la de los coches, esos que llevan una estrella en el capó para que sea primero arrancada y, después, robada.
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Compruebo la dirección. Es para mí, no hay duda: mi nombre, mi ciudad, mi código postal y mi calle. ¿Qué querrán? ¿Ya he alcanzado el lugar estable donde se compran esos coches? ¿Creerán que soy torero? ¿He entrado en la base de datos de los sujetos que pueden comprarse uno? Tengo que aclarar mis dudas. Cojo suavemente el sobre y con un abrecartas (la misma palabra indica para qué vale) rasgo cuidadosamente la parte superior del sobre. Desde el interior me observa un precioso folleto que dice: No busques más, lo tenemos todo. ¡Ya está! Ya me estoy viendo montado en un precioso CLK descapotable azul cielo…
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Pero por momentos desaparece la sonrisa de mi cara y rompo de súbito en mil pedazos la misiva. ¡Será posible! Llevo trabajando desde que se reunificó el olimpismo en Seul. Estoy casado hace un montón de años y tres niños. Lucho cada día (esto me lo voy a inventar para dar más dramatismo a lo que escribo) para subir peldaño a peldaño en el inclinado e inestable escalafón que ha impuesto la sociedad de consumo (¿ha quedado bien?). Y mil cosas más. ¡Y todo ello para que MERCEDES me escriba y me ofrezca UNA "FRAGONETA"!
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NOTA DEL AUTOR: La marca de automoción germana me envió un catálogo de la VITO y la SPRINTER, dos vehículos industriales, de esos que se ven a cientos y de color blanco en los mercados itinerantes de nuestros pueblos o de los que en color azul ceniza transportan a los viajeros desde los aeropuertos a los hoteles de cuatro estrellas o más. Eso sí, me ofrecían probarlas en cualquier concesionario del país. ¡TOTALMENTE GRATIS!

¡Ayer me encontré a un hombre!

Ayer me encontré a un hombre. Ya sé que la afirmación que hago puede parecer una perogrullada pero es que es muy difícil encontrar a un hombre de verdad, en toda la extensión de la palabra (por favor, eviten comentarios jocosos sobre el tema).
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En el tiempo que nos ha tocado vivir es muy difícil conocer a una persona en todas sus capacidades y sentimientos. Presumimos de conocer a los demás "como nadie"; se nos llena la boca de "mi amigo" cuando apenas hemos compartido unas cervezas con el que tenemos enfrente: "Me lo vas a decir a mí, que lo conozco como si lo hubiera parido" es una de las habituales aseveraciones que atestiguan lo que digo.
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Todos llevamos dentro un montón de sentimientos que no afloran nunca, bien porque no tenemos oportunidad de sacarlos, bien porque no queremos que salgan de allí donde están. En determinadas situaciones que plantea la vida, lo difícil es sacar el hombre (mujer) que llevamos dentro. Cuando surge un "gran problema", un escollo de verdad, lo fácil es esconder la cabeza como un avestruz, lo fácil es mirar para otro lado, lo fácil es fingir que no pasa nada.
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Ayer encontré a alguien que agarró al "toro por los cuernos" y dijo "basta". Alguien que sacó el hombre que llevaba dentro y se plantó. Alguien que tenía escondidos dentro de su cuerpo un montón de sufrimientos que le hacían mella en silencio desde hacía muchos años. Alguien que simplemente hizo lo más difícil: salirse de la rutina para ser él mismo.
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Aunque él todavía no lo sepa, su actuación, lo de ayer, le marcará para toda la vida. Para bien. Estoy seguro.
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¡Ayer me encontré a un hombre de verdad!

El "copión"

Cuando era niño, porque una vez fui niño, de eso estoy casi seguro, copiaba. Lo confieso Señoría. Copiaba todo lo que podía y todo lo que mis nervios permitían. Principalmente copiaba a mis compañeros de clase lo que escribían en sus exámenes. Menos el "empollón", que siempre había uno, todos los demás copiábamos. A veces, por poner algo, copiábamos mal, pero copiábamos. Era algo consustancial al niño: si eres niño eres un copión (copiota, creo, le llaman ahora). Pero crecí. Ahora soy mayor y procuro, dentro de los límites que me marca el señor que vive dentro de mí, ser original. Procuro escribir lo que pienso después de pensar lo que escribo. Incluso al revés. Hice un blog para hablar conmigo mismo. Si a los demás, los pocos que lo leen, lo que escribo les vale, mejor. Pero nunca pensé en hacer un blog para inspirar a los idiotas. Eso lo tengo claro.

Todo esto viene a cuento porque estando de vacaciones en una soleada playa del Sur de España, compré un periódico de los que se editan en mi Comunidad Autónoma (todavía no somos Nación) –nos los llevan al lugar de vacaciones para recordarnos quiénes somos -. Ojeando y hojeando el ejemplar, de repente me sobresalté: un señor, por llamarlo de alguna manera, profesor de historia contemporánea o algo así, había copiado lo que yo había escrito en mi blog. Había copiado fragmentos enteros de un texto y los había deformado a su conveniencia. Transformó mi humilde memoria poética en memoria partidista y política. Sin mi permiso. Sin cita alguna. Sin cortarse un pelo. ¡Sinvergüenza!

Pregunté a gente que entiende de esto, por suerte en nuestro país siempre encuentras a alguien "que lo había visto venir" o que sabe "qué es lo que te está pasando" o simplemente se lo inventa, y me dijeron que es habitual. Que un porcentaje muy alto de lo que se inserta en los periódicos se extrae por sus autores de la blogosfera. Se inspiran en los blogs, en lo que decimos los demás. ¡Joder!, pues eso será normal pero a mí no me había pasado nunca y me llevé un susto de tres pares de… hasta que caí en la cuenta que el idiota había copiado lo que yo había escrito: por unos instantes pensé que había escrito un artículo en el periódico y no me acordaba…

Ya sé que esto no sirve para nada, ni lo pretendo. Me apetecía contarlo y decirle al idiota, si es que se vuelve a asomar por aquí, lo que le hubiera dicho a mi compañero de pupitre si le pillo en el momento de transcribir mi examen al suyo: ¡Copión, que eres un copión! ¡A que se lo digo al profesor!

La prisión


Busco en la muerte la vida,
salud en la enfermedad,
en la prisión libertad,
en lo cerrado salida
y en el traidor lealtad.
Pero mi suerte, de quien
jamás espero algún bien,
con el cielo ha estatuido,
que, pues lo imposible pido,
lo posible aún no me den.
Miguel de Cervantes

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Nunca lloré por ella. Nunca la presté mucha atención. Nunca pensé en ella como el báculo de mi vejez. Tampoco nunca imaginé lo que vendría después. Viví la vida en presente, sin tiempo para el futuro. Creí que iba a estar bien: pensar en el mañana era cosa de otros, de los que pasaban hambre, de la gente normal y corriente, no de los elegidos. Yo me sentía distinto, controlaba todo a cada momento y nunca pensé que llegaría a viejo y acabaría mis días en una prisión. Ahora, en la soledad, en mi maldita soledad, la extraño como a nadie. Sólo mi madre, a la que no correspondí con suficiente fuerza durante su vida, hizo aflorar en mí sentimientos parecidos.
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Y estoy pagando la osadía. Algunas noches me despierto sobresaltado y con la cara mojada. Creo que lloro en sueños. O en pesadillas porque no sé lo que son. El desasosiego que siento no tiene comparación con nada. Mi desventura parece ser el precio que tengo que pagar por mi necedad. Entonces sí estoy en una cárcel, pero dentro de mi cuerpo. Siento como mi alma, a pesar de no haber creído ni en ella ni en Dios nunca, me aprieta y me ahoga. Juan duerme a pierna suelta, él no tiene remordimientos, ni recuerdos, ni otra vida como yo. Algo en su cerebro le permite ser feliz con lo que tiene. ¿Podría borrar mis recuerdos? ¿Acaso el hombre está condenado a vivir con su memoria eternamente?
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Ahora creo que tú lo que buscabas era la felicidad, pero equivocaste el lugar donde encontrarla. No existe la felicidad. Existen los momentos felices y, desgraciadamente, son muy pocos a lo largo de una vida. Por lo menos a lo largo de una vida como la mía. Y tú, cariño mío, buscabas lo que no existe y así no se encuentra nada. Si hubieras dedicado tu vida a otro… Si hubieras puesto todo el empeño en algo que fuera, cuando menos, humano… Si no me hubieran herido… Si me hubieran matado cuando me correspondía… Tendría que haber intuido cuánto amabas, cuánto querías. Lo tendría que haber intuido para cambiar también mi destino. ¿Se puede cambiar el destino? Pero estuve ciego, toda mi vida. Ahora, desde esta cárcel en que se está convirtiendo mi propio cuerpo, veo que te amé, siempre.
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De "Cuarenta". Próximamente en sus quioscos, que según la RAE es un "pabellón pequeño para vender periódicos, refrescos, etcétera". Creo que "Cuarenta" entra en el apartado de "etcétera". Digo yo.

LIBERIA


Liberia, capital Monrovia. Eso es todo lo que yo sabía de ese trozo de África. Hasta hoy. De un tiempo a esta parte mi cabeza no para de preguntarme: ¿Qué hay en Liberia? ¿Por qué se va alguien allí a pasar un mes de su vida? ¿Por qué deja mujer e hijos y se atreve a ir a uno de los lugares más pobres del mundo? ¿Acaso no le satisface su vida occidental? ¿Qué es lo que busca? ¿Cuál es su compromiso?
-
Hablé con el Señor Gugel para que me explicara. Y atento y preparado, como siempre, me sacó de alguna de mis dudas. Me dijo que Liberia significa libertad y que el país fue fundado para que vivieran allí esclavos estadounidenses de raza negra que la acababan de recobrar. Que su capital debe su nombre al Presidente norteamericano Monroe. Que ha habido guerras, muchas y crueles como ninguna, a machetazos, entre hermanos hasta hace muy poco. Que sacaron de sus hogares, si los tenían, a cientos de miles de personas y devastaron su economía, si es que la tenían también. Que un antiguo futbolista del Milan, que no Milán, se presentó a Presidente del país y quedó segundo. La primera fue una mujer llamada Ellen Johnson-Sirleaf. ¿Una mujer gobernando un país africano? No es la primera, pero no es usual (que una mujer gobierne un país es un síntoma claro de desarrollo). Que el hierro y caucho eran y son su principal fuente de ingresos. Y que según el Índice de Desarrollo Humano (I.D.H.) que utilizan los organismos internacionales como parámetro de síntesis del nivel de vida, no está entre los veinte países más pobres del mundo o, lo que puede ser lo mismo, que hay veinte países más pobres que ellos. No es un consuelo, porque se calcula que un 80% de los liberianos sobrevive con menos de un dólar al día y la tasa de mortalidad infantil es la quinta más alta del mundo, teniendo también una de las mayores, que no para de crecer, de VIH (sida) del planeta. Osea, que son extremadamente pobres. Extremadamente. Pobres y enfermos. ¿Y esa es la tierra de la libertad?
-
Y un amigo se va allí. Dice que va arreglar un generador eléctrico, instalar unas placas solares y preparar una red de ordenadores,… pero yo creo que eso es sólo una excusa para ver la pobreza de cerca; una excusa para sentir otros sentimientos; una excusa para comprobar si lo que hace aquí es verdad; una excusa para tener otra experiencia que "justifique" su vida durante un tiempo; una excusa para ser mejor; una excusa, en definitiva, para sentirse de nuevo útil; una excusa, ya lo estoy imaginando, para entrar en el país cantando un desconsolado espiritual en la tierra de los esclavos libres, un canto simple, improvisado, desesperado, un canto de esperanza en la tierra del dolor:
-
Oh, Libertad
Oh Libertad
¡Libertad sobre mí!
Y antes he sido un esclavo.
Me enterrarán en mi sepulcro
e iré a casa a mi señor y seré libre.
No más llantos
No más llantos
¡No más llantos sobre mí!
Y antes…
Allí cantaré…
Allí gritaré…
Allí rogaré…
Oh, Freedom
Oh, freedom
Oh freedom over me.

La ausencia

Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.

Jorge Luis Borges.




Quiero ser capaz algún día de esconder las cicatrices que me dejó tu ausencia. Las tengo por todo el cuerpo y lo peor es que hay ocasiones en que casi no logro tapar las de los brazos. Esas quedan a la vista de los demás que me preguntan sin rubor e insensatamente por las marcas del dolor, recordándome a todas horas quién soy, recordándome a cada minuto quién fui… Las heridas fueron muy profundas. Tú lo sabes. Tú y yo lo sabemos. A ver si soy capaz de sorprenderte, doquiera que estés, y llego hasta el lugar en el que me da igual lo que digan. Ahora tengo todo a mi favor. Por la mañana, el sol, su bendita luz me ayuda a sentirme vivo y mi mirada… mi mirada ya es distinta, limpia y clara. Desaparecen mis fantasmas y los tuyos, que también los tienes, durante un rato. No hay momento del día en el que no piense en ti: en tu dulzura, en la manera de quererme, en la forma de escuchar, en tu belleza sin parangón. No hay día en el que no te eche de menos.

Piornal y septiembre

















En la Sierra de Tormantos el verano no consiguió borrar el verde.








No pudo con la lozanía de su paisaje primaveral.








A 1.200 metros de altitud, o más, la mirada es diferente: Es plácida, descansada, eterna…







Generoso el septiembre de los pies de las estribaciones de Gredos.










La mora en el zarzal.
















El higo en la higuera



La uva en la parra…




… y el cítrico engordando para el gélido diciembre.

Lisboa, meu amor.


En otra vida fui portugués. En otra vida nací en Lisboa.

¡Ah, qué mañana es ésta, que me despierta a la estupidez de la vida, y a su gran ternura! Casi lloro, viendo aclararse ante mí, debajo de mí, la vieja calle estrecha, y cuando los cierres de la tienda de la esquina ya se revelan castaño sucio en la luz que se extravía un poco, mi corazón siente un alivio de cuento de hadas verdaderas, y empieza a conocer la seguridad de no sentir.
¡Qué mañana esta amargura! Y ¿qué sombras se apartan? ¿Qué misterio ha habido? Nada: el ruido del primer tranvía como un fósforo que va a iluminar la oscuridad del alma, y los pasos altos de mi primer transeúnte que son la realidad concreta que me dice, con voz de amigo, que no esté así.

Fernando Pessoa. Del libro del desasosiego.

Cogí el Elevador de Santa Justa que me transportó al cielo de Alfonso I Henriques para visitar la Igreja do Carmo, vestida de huesos desde aquel fatídico 1755. Tomo un café en la pequeña plaza de la que arranca el Largo do Carmo, donde un bigotudo y flaco sesentón canta a Dylan, de forma extraña, en un perfecto inglés, guitarra en mano y suave armónica que aprieta su hambre al cuello.
Desde los salones de té del pavilhao chinés, en la Rua de Pedro V, 68, contemplo sus paredes repletas de vitrinas con antigüedades y miniaturas de todo tipo, principalmente motivos de guerras antiguas y nuevas. Millones y millones de soldaditos de plomo en continua batalla con los de las estanterías superiores e inferiores. Desde fuera parece un restaurante chino y su bermeja puerta permanece en ocasiones cerrada para que sólo al más osado que llama le permitan pasar.
Llego hasta A Brasileira, lugar en el que dicen que se sirve el mejor café del mundo. Observo como Luiz de Camoés, el mayor poeta en lengua portuguesa que se atrevió, incluso, a hacer sonetos en castellano, vigila desde lo alto de su promontorio en la plaza a la que da nombre a un sentado y triste Pessoa que mira con recelo y de reojo al viperino Antonio Ribeiro "Chado", el chillón, que recita de manera impensable venenosos poemas desde el siglo XVI. No se miran. No se atreven. Ni siquiera parecen conocerse.
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Compruebo feliz la llegada del eléctrico 28, el pequeño tranvía amarillo que da color a la gris ciudad, en su sinuoso recorrido por el empedrado de la vieja y empinada Lisboa. Calles imposibles. Madera y hierro se funden en uno para llevar juntos a turista y carterista por las cuestas y callejas de la bella ciudad: Chiado, Alfama, Barrio alto, Castelo de San Jorge y Baixa conocen de memoria su traqueteo. La Praza do Comercio parece ser el final de sus correrías bajo la atenta mirada de un Tejo moribundo.
Lisboa es un río, Lisboa es un mar, Lisboa es el agua que mira al pasar... Lisboa es un puente, otro puente y más… Lisboa son palomas desplumadas, palomas cojas, palomas con exceso de confianza hacia los locos humanos, palomas que picotean los restos de pasteis en las mesas de la Casa Brasileira. Lisboa es turista, es cosmopolita, es la Rua Augusta, es el viejo Tejo, es la libertad. Son siete colinas sin la presumida Roma, son siete balcones llenos de emociones, siete miradores para ver con arte como los tejados de la vieja Alfama flotan en el mar, siete santuarios de mirada incrédula, siete maravillas… Lisboa está en cuesta para que sus casas aparezcan superpuestas y el navegante pueda ver por completo, sin perder detalle, su fisonomía al pasar.
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Lisboa espera, sin reconstruirse, sin posibilidad alguna, pacientemente. Lisboa espera siempre que un viejo fado cante y llore sus desventuras delante de un escaparate de moda. Viejas fachadas de presumidos azulejos intermitentemente desgastados, ventanas de madera blanca raídas por el salitre y el viento, suelos dameros blancos y negros, negros y blancos, blancos… Lisboa espera, sin fin, el momento de la llegada del nuevo cataclismo, sin esperanza alguna, sin necesidad de restaurar lo que inevitablemente, un día, volverá a caer.

Los setecientos

Algunos volverán en féretros de madera de cedro, inertes cuerpos tallados en el sagrado sándalo del Líbano que el burocrático e interesado francés separó de la romana Siria. Les ungirán con su volátil aceite y los devolverán uniformados como héroes de una nación sin patria. Setecientos hijos de buenas madres parten a controlar lo que no tiene control con el permiso de los próceres, que no prohombres, de la marchita rosa, la desplumada gaviota y la malvada serpiente.


Y todo ello será contemplado por las fenicias Tiro y Sidón, atacadas sin piedad, una y mil veces, por las incursiones mesopotámicas y cartaginesas. Cae una, se yergue la otra, en sucesiva hegemonía bajo el yugo del joven rey Pigmalión. Nada cambia. La historia repite lo irrepetible.


¡Oh Israel! ¡Oh pueblo elegido por Yavhé para vagar y divagar por los siglos de los siglos! ¡Oh Salomón! ¿Dónde está tu justicia? David, tu hijo más joven, el elegido, yace ahora estrellado después de derrumbar con ira su propio templo.


La vieja Beritus, tantas veces destruida en su envidiosa carrera por igualar a la milenaria Jerusalen, esconde en sus entrañas cientos de inocentes cuerpos aplastados por la implacable sed de los vampiros del sur.


¿En nombre de quién se hace tanto daño? ¿Qué Dios es capaz de soportar tanta ingratitud? ¿Acaso Alá? ¿Tal vez Yavhé? ¿El Dios de los cristianos? ¿Ni uno sólo de los grises mandatarios puede entender que es el mismo? Mahoma y Jesús lloran desde allá las desgracias que infligieron a sus desagradecidos pueblos… Abraham repasa la Torah, sigue buscando un error, un solo error que le otorgue la luz suficiente, la luz que sacará a su pueblo del oscuro túnel del tiempo.

Me voy pal Sur





Tengo que cambiar el aire, la luz, los olores… Voy a cambiar el aire, la luz, los olores… ¡Me voy pal Sur!

Durante unos días seré yo, otra vez. Echo de menos el mercado, sus perfumes, su suelo húmedo y gris, la baldía discusión con las señoras sobre la subida de los precios y lo mal que está la mar, el color de los pescados en los blancos mostradores, los paquetes de papel envolviendo las gambas, el chorro de agua fina de las coquinas purificándose…

Durante unos días seré yo, otra vez. Echo de menos la luz que sin darme cuenta inunda mis pupilas y me hace sentir que estoy en otra tierra, que también es ya mi tierra, el calor de sus despreocupadas gentes y, por supuesto, que me llamen "fenómeno" con esa alegría que sólo allí se tiene...

Durante unos días seré yo, otra vez. Echo de menos la desatención por el vestido, por el móvil, por sentirme imprescindible. Necesito sentarme en una terraza y a la umbría del mediodía beberme dos o tres "vazos" acompañados de mi familia y amigos y de alguna que otra tapa de "choquitos" que tan bien me sientan.

Durante unos días seré yo, otra vez. Echo de menos el mar, la mar, ¡sólo la mar! Su color azul inmenso, los barcos de vela que adornan su pelo, las sinuosas marismas y sus blancas salinas, la larguísima playa de arena fina, la bocana del puerto y el ruido del motor de los pesqueros que me susurran de madrugada,…

Durante unos días seré yo, otra vez. ¡Mañana me voy pal Sur!

Si alguien va para el Sur, no pregunte por mí. Allí soy otro. Allí soy yo. Y no me conocen.

Hasta la vuelta.



Posdata: Y no me llevo quince cocineros. No los necesito. No me hacen falta. Los de allí "fritan" los "pescaítos" como nadie.





Los calzoncillos



Siempre me dio vergüenza comprarlos. Sé que es un trauma, mi pequeño trauma, mi particular trauma, pero no logro superarlo. Uno va a las tiendas y compra lo que le hace falta, sin miedo, sin aspavientos, sin desmesuras, sin conocimiento a veces, pero nunca he sido capaz de comprar calzoncillos. Tampoco he entendido la cultura que por la ropa interior tienen las mujeres y la naturalidad con la que piden sus tallas, telas y colores. Soy incapaz de entrar en una tienda y solicitar de forma espontánea a una dependienta, porque habitualmente además es una mujer, que quiero unos calzoncillos de la talla G, 50% algodón y 50% poliester. Además, no puedo soportar la posterior mirada al espacio que va entre mi cintura y el inicio de mis piernas de esa señora cotejando que la talla que le he dicho es la correcta. Creo, además, que la palabra "slip" fue adoptada por el castellano para que la pudiéramos usar aquellos a los que nos da vergüenza comprar calzoncillos.
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Hace poco me encontraba absolutamente incómodo con la ropa interior que llevaba puesta porque alguien había planchado la goma que la sujeta a la cintura y me picaban ¡cómo picaban! No lo pude resistir y decidí comprar unos nuevos en una tienda que me salió al paso. Una vez hube seleccionado un par ellos, me coloqué en la fila para abonarlos. Entretanto, con mis flamantes calzoncillos en la mano, un chaval de doce o trece años de edad que me precedía y que ese día debía haber comido alubias, alivió parte de su carga y un pesado olor inundó la estancia. No pude evitar pensar que para las personas que estaban en la tienda yo no era más que un simple señor que se había cagado durante la jornada laboral y había decidido entrar de forma súbita a comprar nueva ropa interior. No tuve más remedio que coger a vuelapluma unos cuantos pares de calcetines y una camiseta interior, que no me hacía falta, para evitar ser el centro de atención de tan concurrida sala.
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Ayer me volvió a suceder. Hace poco descubrí unos "slips" de microfibra y sin costuras que en nada se parecen a los que venía usando asiduamente. Los había visto un día, por casualidad, haciendo la compra general en el Carrefour. Así que allí me dirigí para comprar unos cuantos (de esto siempre hay que comprar unos cuantos para no volver a por ellos en una temporada). Con el sigilo que me caracteriza y una vez que tuve cuatro en mi poder, me puse en una caja en la que casualmente no había nadie esperando. ¡Ya está! ¡Pago y me voy! ¡Solucionado! ¡Pasé el trago!…
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¡Qué iluso! La cajera debía estar en prácticas. No sabía cómo funcionaba la cinta transportadora, ni el mecanismo exacto con el que se abría la caja. Después de diez minutos de pruebas ya se había generado una cola de cinco carros y siete u ocho personas observando qué pasaba entre la cajera y aquel señor que tenía cuatro calzoncillos en la mano. Pero ahí no acabaron mis problemas. El precio que me solicitó se me hizo muy alto. Al revisar el ticket comprobé que me había cobrado siete. Señorita, la espeté, se ha equivocado, me ha cobrado "siete de estos" y sólo he comprado "cuatro". Pues tiene que ir a "atención al cliente" para que le devuelvan el dinero, me dijo muy segura. ¡Pero si me acaba de cobrar! A regañadientes y aceptando las "normas de la empresa" y evitando las miradas de los que esperaban impacientemente me dirigí rápidamente allí.
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Detrás del mostrador un joven se afanaba en atender a varias personas a la vez. Cuando me tocó el turno e intentando que nadie se enterara de lo que me pasaba, le dije en voz baja: Es que he comprado "cuatro de estos" y me han cobrado siete. ¿Calzoncillos? Preguntó en voz alta el idiota (porque hay que ser idiota para no saber que lo que tenía entre las manos eran unos calzoncillos de microfibra de última generación sin costuras). Sí, contesté. Es que la chica de la caja me ha dicho que aquí me devolverían lo cobrado indebidamente. No se preocupe, ahora paso el código y le devuelvo el dinero, me dijo.
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¡Ya está! Me devuelve mi dinero y me voy. De repente me sobrecogí de nuevo. El idiota volvía a hacer de las suyas: ¡Mariiii! ¿Cuál es el código de los calzoncillos? Es que le tengo que devolver el dinero a este señor, gritó de nuevo señalándome "calzoncillo en alto" ante la mirada curiosa de no sé cuántas personas. Ya no sabía qué hacer, no sabía si dejar los calzoncillos allí, renunciar a recuperar el dinero o saltar el mostrador y empezar a golpear al idiota. Después de varios intentos fallidos el maldito código fue bien recibido por el ordenador, me devolvió mi dinero y finalmente pude salir de allí.
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Ya no habrá próxima vez. Ya no habrá vergüenzas. Cuando tenga que volver a comprar calzoncillos lo haré como Supermán. Me pondré unos encima de los pantalones y una capa en la espalda con un letrero que diga: ¡Voy a comprar calzoncillos! ¿Pasa algo?

 
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