Me sigo moviendo…

Foto Wikimedia

Amanezco. Sentado en un veloz caballo de hierro que olvidó el humo y el chu chú en el andén de una estación de la aldea que me aguanta, adelanto paisajes sin retorno. Todo se mueve a mi alrededor. Todo gira, todo cambia… Demasiada velocidad para un pensamiento, para ese pensamiento que me hace feliz y que escondo de los que no comprenden. Demasiada vista en el horizonte para asumir tan pronto. Compruebo – aquí no cabe la sorpresa - que lo único que permanece anclado al territorio soy yo, ese hombre que conoce lo demás, ese hombre que no percibe cosa alguna de sí. Un, dos, tres… He llegado al destino…

Esta ciudad existe porque la estoy pisando. Sólo por eso. Acabo de descubrir que no era el recuerdo de un año apartado en la memoria de una juventud. Es mucho más. Es parte de la raíz. Nosotros lo sabemos. Ella también. Las calles recogen aún en su empedrado un manojo de cartas amarillas. Esas cartas, la caligrafía perfecta que envidié, anunciaban el después en lo que ayer viví, en lo que ahora vivo. Y son para no leer. O no son para leer. O sí, que tampoco se sabe en este instante quedo…

Veo gentes que se mueven sin ton ni son. Más sin ton que con son. Que van a todos lados y a ninguna parte. De alguna manera este lugar también es ninguna parte. Entre esos seres se desplaza una figura difusa que reconoce con claridad lo que trasluce mi inteligencia, lo que pergeño en el silencio. Lo sé porque sonríe y los demás - no pueden observar más allá, es imposible -, miran al suelo. Nadie sonríe de verdad si no está contento - se percibe en lo que atisban sus ojos -. Nadie dirige esa mirada al suelo si no vive en gris. Sé que yo también algunas veces miro al suelo. Sé que no me gusta el gris…

Ya de vuelta – los billetes no daban otra opción. Mi forma de ser, tampoco -, oigo el chu chú y huelo el humo. No es posible… O sí. Puede que esté regresando a mí, otra vez…

Más tarde, mucho más tarde, aparezco en esa casa. Tres, dos, uno...

Me muevo…


Una bailarina danza en las madrugadas del desvelo que ocupa mi raciocinio. Ayer estuve con ella. Volvió en la noche, desde un sueño de otro tiempo. Se metió en el lugar donde antes el cuerpo que me habita descansaba sin remedio. Lo hizo sin avisar… Para ella no hay puertas que atravesar o muros que saltar. Seguía vistiendo de trapos y brillaba en la oscuridad de la luz y de las palabras. Un día de hace algunos años se aferró a mí cuando metí la mano en la montonera de peleles en aquel tenderete del mercado medieval. Desde entonces, cuando sabe de ese frío que se mete en el cuerpo por donde vegeta el descuido, viene a verme en el silencio, en las tinieblas, donde las imágenes sólo son posibles en una imaginación, donde se conjuga el ser en plenitud. Y me cuenta cosas al oído, muy bajito, de esas que calman la sed. Y me susurra un nombre, es el mío, ese nombre figurado que representa lo mejor de mí mismo... Y me hace bailar... Y cantar... Lará lará lará...

Ayer me dijo que siguiera la senda, que no parara aunque oyera voces o gritos, que sólo uno sabe a dónde va, que uno siempre acaba sabiendo a dónde va...

Ayer bailé hasta el amanecer. Y hoy no estoy cansado.

Rarezas...



Esta noche la ventana que me habla me lleva a otro lugar, cerca de lo indiscreto, lejos de lo cotidiano, de lo que bien me hace.

¿A quién le interesa una verdad si no es su verdad? Hoy se me ha vuelto a caer el cielo encima de lo que tiento y la luna, tantas veces reflejo de lo que miro, se marchó con un cometa sin despedirse, se enamoró de su cola, llevándose la sonrisa. Ya no hay tren en ese andén que espere a lo que no llega. El penúltimo salió ayer... El agua de su antigua chimenea se evaporó en el horizonte de su traqueteo sin calmar una voz ronca y seca como la que me ocupa. ¿A quién le interesa esa verdad si no se puede cantar? La una y media es un punto en el recuerdo que acompaña perenne lo que veo y la maleta que me arrastra, la que guarda mis conjuros, se perdió en el aeropuerto de la ciudad de los espejos, donde todos se miran a sí mismos. Tengo un calendario repleto de fechas que manejan a su antojo lo que no se olvida. Tengo un orden y un concierto anclados a la memoria. El concierto fue un fracaso. El orden calló y cayó desvalido entre el tumulto de los indecisos. ¿A quién le interesa una verdad que no se puede contar? Si te pudiera decir… Si te pudiera cantar… Si te pudiera contar…

Sé que yo también seré tan sólo una fecha en el calendario de otros, pero eso será mañana… De momento todavía sé quién soy y guardo los recuerdos a buen recaudo.

Si es cierto que todo está en su sitio ¿por qué me sigue doliendo la cabeza?

Me siento...


Me siento a la puerta y embebo mis ojos en los colores y en los sonidos del paisaje, y canto lento, sólo para mí, vagos cantos que compongo mientras espero…

Me siento a la puerta y pienso en lo que fui, en lo que ahora no soy…

Me siento a la puerta y veo un lugar que me habita y no existe…

Me siento a la puerta y siento que el todo está en uno mismo…

Pienso, veo y siento… Mi patria soy yo. Va a donde yo voy. Es la infancia de una calle con piedras y una luz sin farolas. Y un amigo que viene a buscarme a la puerta de casa años más tarde. Mi patria soy tú y un te quiero que dejé por olvido en la vergüenza de un pupitre vacío, que no pudo salir de aquel aula. Mi patria me sigue detrás, en la sombra que retiene silencios por saber demasiado. Es también una ola, una risa y un llanto. Es la claridad y el sol, la letra de una canción común y un verde paraje apartado en la sierra, un viejo colegio y uniformes azules con medias, un futuro a esculpir muy despacio en la dura piedra que me sirve de espejo y revela otro yo. Mi patria no sabe de luchas, de antiguas querellas o disputas vanas porque no es de tierra, banderas o signos, ni de raza o cunas, ni linajes vacuos. Sólo ve mañanas… Es verdad tan real y cercana que siento cómo saca los codos o clava sus uñas para defenderse de las alimañas. Y es, por y sobre todo, un sueño de ojos abiertos que levanto cada jornada y que adapto como quiero a esa figura frágil que me sostiene en el aire. Mi patria viene conmigo y cambia cada día, como cambio yo…

Rarará rarararará rarararará rararararaaaa…

Inflexión…


Ah, no es verdad que la vida sea dolorosa o que sea doloroso pensar en la vida. Lo que es verdad es que nuestro dolor sólo es serio y grave cuando lo fingimos tal. Si somos naturales, se pasará lo mismo que ha llegado, se esfumará como ha crecido. Todo es nada, y nuestro dolor en ello. Fernando Pessoa.

A veces, cuando miro para atrás, veo un punto de inflexión que reclama el total de mis atenciones y me enseña con dureza que en el ayer algo recto se torció para siempre. Cuando espero un poco más y reflexiono soy capaz de subir un peldaño y otear claramente que no es más que un punto en una curva que ha cambiado de sentido el gráfico que me representa. Porque lo que llamamos vida, al fin y al cabo es un plano blanco atravesado por una raya muy gorda que fluctúa, que sube o baja, en función de los destinos, de los afectos, de lo sentido, del calor del sol, del estado del viento o del capricho de un gris nubarrón. Hoy, sin embargo, debo haber subido otro escalón y ese punto se difumina en mi consciencia y es sólo un cambio morfológico que padecen las palabras que transcribo. Hoy el dictado viene relajado y no sabe - ni se preocupa por ello - a dónde va. Últimamente nunca sabe a dónde va, pero tampoco importa.

Ayer estuve lejos y comprobé que el todo viaja con uno, que no es sencillo dejar una parte en casa y creer que metiendo en la maleta la ropa que luego nos hará falta estamos preparados para lo que luego vendrá. En un bolso no tienen cabida las cosas intangibles, las invisibles, las inciertas, las que dan respuestas o generan preguntas. Ayer estuve lejos y me lleve conmigo lo que ni siquiera me atrevo a contarme. Sé que el miedo no aporta nada al hombre pero hay ocasiones que se acerca por la espalda, no lo ves venir, y te sorprende. Intuyo que hay que aprender a vencerlo, aunque no de cualquier manera. Hacerle frente con descaro puede ser una solución. Cambiarle las reglas - sus propias reglas, si es preciso -, probablemente otra. Sin dar pasos no se avanza en el camino.

Sigo buscando… Continuaré por el Todo sin olvidarme del Quién, para acabar en el Más, que es donde me encuentro a gusto.

Tengan ustedes un buen día.


Partiré...


El viento es un caballo:
óyelo cómo corre

por el mar, por el cielo.

Quiere llevarme: escucha

cómo recorre el mundo

para llevarme lejos.

Escóndeme en tus brazos

por esta noche sola,

mientras la lluvia rompe

contra el mar y la tierra

su boca innumerable.

Escucha como el viento

me llama galopando

para llevarme lejos.

Pablo Neruda.


Hoy partiré de nuevo… Marcho a lo desconocido. Cogeré el hatillo en el que envuelvo lo que siento y volaré a un mundo que sólo existe en la imaginación que me desvela. Hoy partiré de nuevo hacia lo que nunca espera. Y olvidaré que un día estuve ahí, junto a esa sombra mía que persigue al hombre que no es. Hoy, como ayer, tengo un viaje escondido en la manga que hace trampas al ser que me respira, que le engaña con cuentos extraños de otro tiempo y fábulas imposibles. Mas si queréis saber dónde me hallo, buscadme en los adentros, en ese rincón apartado de la noche donde está lo que se entiende, en el trastero viejo que recoge y recorre sin un orden la distancia… Allí me encontraréis, a bordo y preparado, ligero de equipaje, como siempre, y casi desnudo, como los hijos de la mar y aquel poeta.


Y no voy solo. Así no voy solo... Me llevo en el recuerdo más tierno un abrazo entrañable del viento…


El regalito…


El otro día fui a Madrid. El comentario no tendría ninguna importancia si no fuera por lo que me pasó y que les voy a contar como buenamente pueda.

Tengo una amiga que se enteró de mi visita y que tiene un piso en la capital del reino en el que pasa algunas temporadas. Entonces me dijo que si no me importaba…, que ya que iba a pasar por delante de su puerta…, que tenía que recoger unas cosillas que se le habían olvidado la última vez que fue…, que si se las podía traer..., que no me preocupara por las llaves…, que el portero del inmueble las tenía…, que ella le llamaba para que me las diera….

Hasta esta parte de la historia, justo cuando accedí a realizar el “mandado”, todo iba bien.

Cuando me faltaban unos kilómetros para llegar, me llamó y me dijo: Oye, que te las tienes que apañar tú solito con las llaves y convencerle para que te las entregue…, que no tenía el teléfono del portero y envié un sms a una amiga para que me lo facilitara…, que me lo envió enseguida…, que la contesté en otro sms diciéndole que muchas gracias y que Dios se lo pagara con un buen polvete…

Entonces, en ese momento fue cuando la historia se empezó a torcer. Ahora me comprenderán...

Vale, le dije yo, no es que el mensaje a tu amiga sea el más adecuado pero ¿cuál es el problema? Y mi amiga, a la que voy a llamar a partir de ahora mi ex-amiga, me espeta con una tranquilidad total que ¡¡¡se ha equivocado de teléfono!!!! y le ha deseado ese “polvete” al portero del inmueble. Terminó la conversación telefónica diciéndome: ¿No te pensarás que ahora voy a hablar yo con ese hombre! ¡Nunca voy a volver a llamarle! ¡Arréglatelas como puedas! Adiós.

Y colgó.

He de reconocer que en un principio se me soltó la risa. Incluso la carcajada, diría. Pero cuando llegué a la garita donde se refugiaba aquel hombre me cambió la cara: Sesenta y muchos años, absolutamente afeminado y una cara de cachondeo descomunal.

Cuando intenté presentarme, dejó tranquilamente las gafas en el mostrador y con una sonrisa pícara me dijo un “quería las llaves ¿no?” que me empezó a mosquear. Metió sus manos en el bolsillo y me las entregó diciéndome: Venga, que le acompaño yo a la vivienda…

En ese instante me di cuenta de que aquel individuo había pensado que yo era su regalo, el deseado polvete que había estado esperando toda la mañana gracias al sms de mi ex-amiga…

¡No! Le dije sobresaltado. No venga usted conmigo. Ya me apaño yo solito.

Viento…


Nada soy yo,
cuerpo que flota, luz, oleaje;

todo es del viento

y el viento es aire siempre de viaje.

Octavio Paz


Esas palabras duermen en silencio dentro de un recipiente con forma humana, esperando tal vez un momento más favorable… El verbo busca su espacio lentamente, en las conjugaciones regulares, como yo… Amar, temer, partir… Hay una consciencia que intuye que incluso el viento cambia de aires sin previo aviso. Y el aire sólo sabe a dónde va cuando llega a su destino.

Hay un roble cambiando de forma, evolucionando cada segundo. Debe elegir entre el bambú o el viento.

Desconoce que es viento hace tanto…

 
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