Pachi


Tengo en mi rostro las huellas de las lágrimas de ayer, un reflejo nítido de lo que realmente soy. Tengo en mi alma un agujero enorme, tan grande que no alcanzo a ver las palabras que nos quedaron por decir. Tengo un dolor que me duele sin hacer daño pero que hiere en cada pensamiento y mucha rabia contenida para soltar.


Él, que nunca espera, me esperó. Esperó a que volviera de la isla verde de los pájaros negros, a que el avión que traía mi cuerpo y sus pensamientos tomara tierra, a que llegara a esa casa que recibe al extraño y al que no lo es con esa frase que intuía el mañana y que sólo hoy comprendo: Con Francisco me quedo en vosotros. Esperó a que sacara del coche la última maleta. Entonces, en ese preciso instante, me llamó para decirme que se iba, que no podía más, y que fuera a Sevilla a jugar con él la última partida en lo alto de la colina.




Mi corazón hoy, un día después, es un instrumento que aunque no suena está lleno de sentimientos recién amanecidos que tardaré tiempo en asimilar, una caja inmensa repleta de abrazos y besos de los buenos, de aquellos que tuve que recibir, de esos otros que necesité regalar. Ayer vi el trigo en el trigal en su máximo esplendor, el que sembraste aquellos días sin darte cuenta o no, que no lo sé, y comprobé que todavía hay un tiempo para llegar al final del camino, tu camino, nuestro camino.




Dicen que abriste la puerta, que deseabas partir. Yo creo que no. Esa puerta la utiliza todo el que se va, cualquiera puede abrirla. Seguro que tú preferiste escoger otra vereda, quizás más difícil pero a la larga más útil. Como siempre. Te veo claramente haciendo un hueco en el grueso muro que nos separa del otro lado para que nos llegue después del adiós esa luz que los seres normales no podemos ver.


Sé que ahora estarás poniendo orden en el cielo de tus sueños, diciéndoles cómo hay que hacer las cosas a los que están allí desde siempre, pero no olvides que en tu bosque siempre habrá también un niño esperando a que le digas qué es lo que hay que hacer ahora. Y que ese niño todavía puedo ser yo.









Sigo viendo...






Lo que veo...







 
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