El mensaje...


Sonó el ding-dong que anunciaba un nuevo mensaje en mi móvil. Rápidamente lo abrí. No daba crédito a lo que me habían enviado: “Cuando vayas por la cuneta, por lo menos dime adiós… ¿o ya no te acuerdas del polvo de anoche?”

Al principio me hizo gracia y pensé que no me acordaba de lo que había hecho la noche anterior, aunque todo indicaba que lo había pasado bastante bien. Después recordé que desde hace unos años no salgo nunca solo, por lo que decidí llamar a la persona que me había mandado tan cariñoso recado:

-- ¿Dígame?

-- Hola, buenas tardes. Sólo quería decirte que te has equivocado de cuneta, de polvo y de número de teléfono…

No sé por qué pero me pareció que la chica pasó bastante vergüenza...

El africano


“Cuando se es rico, en oro o en sabiduría, hay que tener miramientos con la indigencia de los demás”.

“No te deseo que tengas inteligencia, pues tendrás que ponerla al servicio de los poderosos, te deseo que tengas suerte, para que la gente inteligente esté a tu servicio”.

“Una comunidad se desintegra cuando consiente en abandonar al más débil de sus miembros”.

Le preguntaron a una madre a cuál de sus hijos quería más. Ella contestó: "al enfermo hasta que cure, al pequeño hasta que crezca, al viajero hasta que vuelva”.

“El príncipe hace proyectos en su palacio sin saber que en el mismo instante, en una choza, los dedos de un artesano están tejiendo su sudario”.

“Con frecuencia los mejores actos se realizan por las peores razones, y los peores actos por las mejores razones”.

“Un hombre no es nunca pobre del todo mientras tiene lengua en la boca”.

“Aunque pudiéramos perdornarle lo que ha hecho ¿cómo podríamos perdonarle las cosas de las que lo acusamos?”

Acorralado…


La policía seguía su pista desde hacía tiempo. Por méritos propios se había convertido en el delincuente más buscado del país, por primera vez había conseguido ser el número uno en algo. Su delito, el peor de todos, no tenía cabida en el mundo de los justos. Llevaba dos meses escondido y solo en el bosque, viviendo como una alimaña, alimentándose de raíces y frutos silvestres… Y ahora estaba acorralado. Más de doscientos agentes vigilaban su escondrijo, los francotiradores apuntaban directamente al lugar por el que podría intentar escapar y, más temprano que tarde, tendría que salir. La falta de agua y alimentos señalaba su final. Por fin iban a detener al personaje que acabó con los sueños de cientos de personas.

Desde que hizo lo que hizo, el país entero era un infierno. Se habían creado dos grupos claramente diferenciados y contrapuestos. Sin acuerdo posible, los ciudadanos habían tomado partido por uno u otro bando, reinando la crispación. Las posturas eran irreconciliables y los sucesos del pasado fueron desenterrados sin ningún miramiento. Se había olvidado completamente aquel solemne momento que consiguió que por primera vez la nación viviera una época de libertad como nunca había tenido, pero por culpa de aquel individuo todo se había olvidado, todo se había perdido, parecía que nunca hubiera habido paz entre hermanos. Ahora sólo había disputas, incluso dentro de las mismas familias, donde padres e hijos tenían, en muchas ocasiones, posturas antagónicas. Todo se había vuelto un caos y, para nuestra desgracia, se intuía una nueva rebelión militar, como la que nos tuvo prisioneros durante cuarenta largos años. Con su detención se esperaba que todo volviera a la normalidad, con la devolución de lo robado todo volvería a ser como antes…

Aquel tipo, impunemente y a plena luz del día, ante moros y cristianos, ante sirios y troyanos, ante políticos y personas honradas,... había cometido la mayor de las indignidades, había robado el consenso. Sin él no era posible una existencia digna. Sin el consenso no había futuro. Eso estaba claro.


Si los hombres...



El público internauta parece interesado en la ropa interior masculina y es un tema, lo he comprobado, del que casi nadie escribe. Si esto que digo no fuera cierto ¿por qué hay tanta gente consultándole al Señor Gugel por tallas, colores, tipos y demás zarandajas de la ropa interior? Me dicen que es muy fácil comprar calzoncillos, que soy un exagerado, que hoy las cosas se hacen con más naturalidad… Y a lo peor tienen razón y yo sólo soy fruto de una educación arcaica y trasnochada. A lo mejor no la tienen. Si no me creen, que no tienen por qué hacerlo porque me lo puedo estar inventando, pregunten a sus hermanos, padres, novios, maridos o hijos por la talla que usan, ya verán que la mayoría de los entrevistados no tendrá ni idea o nunca habrá comprado “de eso” porque “de eso se ocupa tu madre”.

Ahora bien, ¿qué pasaría si nosotros en vez de usar slips tuviéramos que utilizar, por una mutación genética de la madre naturaleza, braguitas y sujetadores?

Ya estoy viendo a algunos que conozco intentando explicar a una humilde vendedora que los “wonderbrá” no le sientan bien porque se le suben en exceso las tetas o abriéndose la camisa de par en par en medio de la tienda para que pudieran comprobar en directo su talla.

Pero peor, si cabe, sería lo de las bragas, porque un hombre con tanga- que es lo que se lleva ahora, creo - se convierte ipsofacto en un Fórmula 1. A ver quién es el guapo que aguanta una tira de tela enganchada todo el día entre las dos paredes rocosas del lugar donde la espalda pierde su honroso nombre sin parecer que tenga mucha prisa por llevar el culo “palante”.

Dejaré para otro capítulo lo de los “picardías”, esas prendas que se inventaron para incentivar la imaginación de unos hombres a los que en el asunto erótico no había que incentivar nada. Más bien lo contrario. Y si esto no fuera así ¿para qué se inventó el bromuro?

Esa quietud…




Arrancó por fin sus pies de aquella peana fría y dura. Al principio le costó mucho trabajo, se hacía casi insuperable mover cada una de sus pétreas articulaciones, pero poco a poco fue sintiendo que algo se movía en su interior y se abría paso desde lo que debía ser el corazón a los demás miembros de su gélido cuerpo, aportando el calor que nunca tuvo.

Bajó lentamente hasta dónde ella esperaba inmóvil, todavía sin dar crédito a lo que estaba sucediendo. Se abrazaron como sólo dos enamorados pueden hacerlo, como si aquel momento fuera el último, como si el destino de ambos terminara allí. Él la besó torpe y apasionadamente con esos labios que ella sintió como témpanos de hielo aunque maravillosos.

Él sólo había pedido un deseo… y le fue concedido. Durante veinte siglos había cumplido con su trabajo de forma fiel, era el mayor exponente de los de su género. Durante dos mil años no se había movido ni por un solo instante, ni siquiera cuando los restauradores pretendieron averiguar por qué, al contrario que sus desarmados hermanos, estaba tallado en una sola pieza o cuando le rociaron con aquellos ácidos para que siempre apareciera blanco e inmaculado. Y ahora, como premio a su lealtad, Júpiter le había otorgado la libertad: podía ser, para su desgracia, como todos aquellos que lo miraron desde siempre.

Ella había acudido, como cada mañana de domingo, al museo. Se había sentado - siempre la misma rutina - delante de aquella blanca y musculosa figura que le inspiraba proyectos y fantasías inalcanzables. Nunca se cansó. Podía estar varias horas contemplando cada detalle de esa piedra, intuir la perfección del cincel que logró sacar algo tan hermoso de aquella pieza de mármol de Carrara. Mientras, fabricaba sueños imposibles con su amado.

Y aquella mañana fueron cumplidos.



NOTA DE LA REDACCIÓN: La policía busca desesperadamente a los ladrones que, a plena luz del día, robaron la valiosa estatua de Ares sin dejar rastro. Los investigadores no tienen pista alguna sobre el extraño suceso. Para el vigilante no ocurrió nada distinto y sólo llamó su atención una pareja de novios que salía abrazada del local…

Calvos en pelotas




Desde que abrí el blog he adquirido cierta experiencia en el manejo de los espacios virtuales y he llegado a una conclusión meridiana: Una gran parte de los pobladores de internet son calvos y no tienen calzoncillos.

Puede parecer poco serio lo que digo pero es la verdad. Y voy a intentar explicarlo.

Ya dije en su momento que tengo instalado un contador de visitas y que, aunque viene en inglés técnico y yo sólo domino el de “andar por casa” – si es que por casa hablo en inglés, que ahora no me acuerdo -, tiene algunas utilidades que poco a poco voy descubriendo. En esas estaba, en descubrir, cuando me encontré con una cosa que decía Recent Keyword Activity, una herramienta que me señala el camino por el que vienen los internautas, a través de qué cauces llegan a mi blog.

Debo reconocer que el primer día me sorprendí porque el “Señor Gugel” trae, sin nada a cambio, muchos visitantes a mi blog. Pero el problema es que me trae mayoritariamente gente que busca calzoncillos y crecepelos. Y, claro está, aquí no los encuentra, sobre todo porque todavía no he podido abrir una tienda virtual para vender artefactos de esos.

Hace tiempo inserté dos entradas en el blog: “El crecepelo” y “Los calzoncillos”. Y ahora el Señor Gugel, cuando alguien le pregunta a lo largo y ancho de la red por un remedio para la caída del cabello o por la talla de unos slips, lo enlaza a mi blog, como si yo pudiera darles una solución. Y no os podéis hacer una idea de la cantidad de calvos y gentes sin calzoncillos que pululan por ahí. El 70%, más o menos.




NOTA: A mí, lo que de verdad me gustaría es saber quiénes son y de dónde vienen, conocerlos, sentarnos a hablar un poquito, preguntarles por sus vidas (siempre fui un poco cotilla) mientras tomamos un café,… pero no se puede, más que nada por mi inglés y por la limitación de las funciones del contador de visitas, para el que todo el que viene es una “ipé” y, a veces, hasta dinámica, como el Dúo.



Ese lugar…




Anoche soñé con piedras, colocadas con esmero desde lo alto de un promontorio y asidas fuertemente a una tierra que cobija y conserva en sus entrañas, cuasi intacta y para siempre, aquella olvidada villa romana.


Anoche vi unas murallas con sus vanidosas torres albarranas, construidas con el sudor de labriegos y pastores almohades para protegerse del temido Geraldo Sempavor, al que su propio nombre precedía en horror y sufrimientos.


Anoche subí por las cuestas de la Última Puerta de Al-Ándalus, empinadas con el propósito de ofrecer al caminante una visión total de los pequeños y presumidos palacios y las coquetas fachadas de las casonas que las pueblan.


Anoche estuve en calles estrechadas para evitar el estío, callejones hechizados por el padre de una bella musulmana, traicionada - como todas - por amor, y en plazoletas iluminadas con la tenue luz de unos faroles que intentan llegar, si es que pueden, al lugar en el que habita la medrosa oscuridad desde el medievo.


Anoche pisé las piedras, un adoquinado irregular y único que clavaba sus dientes en mis pies para recordarme el lugar donde me hallaba, para que nunca olvidara el sacrificio de las gentes que allí las plantaron.


Anoche imaginé aguas claras en aljibes subterráneos y pasadizos secretos bajo mi cuerpo, túneles excavados para unir, a la luz de las antorchas, la huida de los Solís, Espaderos, Becerras y Carvajales, si fuera menester.


Anoche estuve con los muertos que habitan el silencio de esos templos, espíritus en traje de época atrapados bajo losas graníticas, esqueletos que se mueven como pueden al son de un desafinado y arcaico órgano de tubos.


Anoche cambié mi alma en la blanca judería por unas cuantas monedas de oro, mientras en la Sinagoga, de un San Antonio que espera paciente la justa expulsión de la usura, el rabino Yuçe cabecea una y otra vez el Libro del Éxodo en la Torah.


Anoche contemplé el desamparo de las desmochadas torres, en las que tan sólo las cigüeñas esperan, sin fortuna ni futuro, el perdón de “La Católica”, campanarios sordos desde siempre en mi recuerdo y hermosos arcos vacíos de bestias y gentes.


Anoche el silencio se apoderó de aquel lugar, como casi todas las noches, porque allí el sosiego no se acuesta, y pude sentir el paso y el peso de los siglos sobre mi talle.


Anoche, en mi soledad, Cáceres era así. Otras noches, también.




Mi banco...

"Saludos, respetado cliente!

Haga el favor de leer atentamente esta carta y seguir nuestras recomendaciones.


Discúlpenos por las molestias que podamos ocasionarle, pero estamos en el deber de comunicarles que el servicio de apoyo técnico de nuestro banco, debe realizar una serie de trabajos profilácticos 1 vez al año. El servicio de apoyo técnico elimina las deficiencias en el trabajo de los servidores, los errores en los equipos y renueva los medios de protección de la página web www.bancosdevalencia.de. Estos son trabajos necesarios y obligatorios que sirven para incrementar la seguridad y elevar la calidad de servicios de sus cuentas bancarias.


Es por eso que le pedimos que recuerde y transmita los datos de su cuenta detalladamente, para que nosotros podamos renovar y modernizar la base de datos de nuestros clientes.

IMPORTANTE: Por favor, rellene todos los campos correctamente y escriba solo los requisitos verdaderos de la cuenta. En caso contrario, no podremos renovar el sistema de protección de su cuenta vía on-line.


Verifique ahora sus datos bancarios: https://www.bv-i.bancosdevalencia.de.
Le pedimos por favor hacer caso atento y responsable a nuestra petición. Confiamos en su comprensión y apoyo. Esta carta es enviada automáticamente a todos los clientes de nuestro banco, no hay necesidad de contestar a ella.

Respetuosamente. La administración y el Servicio de apoyo técnico del Banco de Valencia. "





He recibido este correo esta mañana. No tengo cuenta en el Banco de Valencia ni en casi ningún otro banco, pero eso no viene a cuento ahora. Y menos aún en la sucursal que esa entidad dice tener en Alemania porque, entre otras cosas, me cae un poco lejos. No sé qué quiere decir “trabajos profilácticos”. Tampoco entiendo por qué no puedo contestar a la carta y, sin embargo, tengo que rellenar un cuestionario con mis datos. Pero, eso sí, debo ser muy importante porque si no relleno la ficha no van a poder renovar el sistema de protección del banco.

No sé… pero me da la sensación, la ligera sensación, de que hay trampa.




El alma de mi ciudad




Me despierta el runrún de los vehículos que llevan a los tempranos trabajadores por la Ronda, ésa que prometieron iba a ser un gran corredor verde que no molestaría a los vecinos ni a sus sueños. Bajo un septiembre que trae el calor que no consiguieron para sí julio y agosto, salgo a la terraza con un café y ese libro que describe de forma ejemplar y didáctica el nacimiento de Ambrosía (Plasencia, Placencia, la que place al Señor.): La ciudad del alma de Sánchez Adalid. ¿Las ciudades pueden tener alma?


El repiquetear de las madrugadoras herramientas de esmerados albañiles me llega desde el este y el oeste, mientras intento concentrarme en la lectura para comprobar que la ciudad donde vivo era en esa época tierra de moros, tierra de penumbras, y ¡ay de aquél que se atreviera a introducirse en los encinares al sur de la antigua Ambrosía, la ciudad perfecta!


Después de una ducha que despierta hasta mi última neurona, si es que tengo de eso, parto a la rutina… El sonido de la moto que cabalgo se ve apagado, oscurecido y anulado por la ¿música? de uno de esos artefactos tuneados con forma de coche que hacen las delicias de mis vástagos. ¿Cómo es posible que Camarón esté despierto tan temprano?


Acabo de llegar al lugar donde esto escribo cuando el “tapicerooo, señora” me interrumpe y se queda un rato “a la puertaaa de mi domicilioooo”. No tengo otro remedio que dejar mis obligaciones y salir a tomar un nuevo café mientras el “Señor de las Descalzadoras” hace sus labores. España debe ser el único país del mundo en el que unos tienen que dejar de trabajar para que lo hagan otros. Ejemplos hay muchos pero a mi cabeza siempre viene, cuando pienso en ello, la imagen de una larguísima fila de coches con sus conductores haciendo sonar bocinas y gritando algún que otro improperio por no poder hacer lo que en ese momento quisieran hacer. Y todo ello porque el señor del camión, ese que lleva diez minutos aparcado en mitad de la calle, está trabajando.


Mientras oigo de fondo el estridente molinillo del café y el chirriante silbido que hace la salida del vapor que calienta la leche, viene a mi cabeza de nuevo ese libro… y acabo en la idea de Don Bricio, Obispo y Señor de Ambrosía, sobre el alma de las ciudades. Si es cierto que las ciudades pueden tener alma, ésta debe tener motor y hacer mucho ruido. Si así no fuera, no tendrán cabida en nuestro mundo.


El encargo

Partiendo de la nada alcancé
las más altas cimas de la miseria.
Groucho Marx.



Senté mi conciencia en aquella silla y le conté que no volvería a hacer ninguna Tasación. Que aquel trabajo no dejaba paz alguna para mi alma, si es que tengo, porque no se cumplía el fin para el que fui propuesto. Nunca tuve la sensación de estar valorando inmuebles sino míseras vidas de gentes como yo a los que la fortuna les había dado calabazas. Había dejado de calcular el precio de las cosas para medir la fatalidad en las personas, para apreciar – a veces, incluso, a compartir - desventuras, para estimar calamidades y para determinar las desgracias económicas de los demás.


Desde el primer momento percibí que a ella parecía darle igual lo que detalladamente le contaba y sólo estaba pendiente de mi rúbrica en aquel papel oficial que ratificaría para siempre lo escrito. Su cara mostraba una extrañeza que se me aparecía arrogante. ¡Sabrás tú lo que son miserias!, debía estar pensando mientras le relataba aquellas cosas. Y es que, justo un momento antes, me giré y vi la placa dorada que me recordó el lugar donde me encontraba: JUZGADO DE LO PENAL Y DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO. Aquella joven era la Secretaria de aquel triste, aunque absolutamente necesario, lugar y vivía todos los días las desventuras que yo tan sólo sufría en menor escala y ocasionalmente.


Aquella mujer estaba ya acostumbrada y vacunada contra todo tipo de virus y enfermedades del sentimiento. No le había quedado otro remedio.




El regreso escolar





Últimamente miro mucho para atrás, demasiado quizás, y no sé si es bueno. Suelo llegar hasta la infancia, que es el límite lógico al que llega mi conocimiento. A veces llego a deformar los recuerdos - que para eso son míos - a mi conveniencia y antojo, pero eso no viene a cuento ahora. Lo que hoy escribo tiene que ver con el mes que ahora empieza y con las herencias. Estamos en septiembre y empieza de nuevo el curso escolar con sus regularizaciones de horarios de vigilia y sueño infantiles, plastificado de libros inmaculados, ilusión por ver a los compañeros y compañeras de clase, comprobación de las tallas de los uniformes heredados… ¿Heredados? Esa palabra provoca un cataclismo en mi mente para transportarme directamente a ese lugar de mi vida que creía olvidado.


Éramos seis hermanos – creo que todavía seguimos siendo, por lo menos esta mañana a primera hora - y yo tuve la “suerte” de ser el quinto en el escalafón (no hay quinto malo, que decía el refrán). Y eso representó para mí un problema, no tanto por el puesto que ocupaba sino porque me precedían tres "hermosas muchachitas". Del sexo femenino, sí, y eso me acomplejó durante algún tiempo… Desde aquí quiero dar recuerdos a una de ellas que me estará leyendo. Ella sabe de lo que hablo.


Pues bien, cuando llegaba la hora del nuevo curso, mi madre, que era muy “apañada” –como todas las madres, supongo -, compraba telas de colores en los “Retales” y junto a una modista, que también era casi de la familia, confeccionaban durante varios días la ropa que íbamos a ponernos todos los hermanos durante el año escolar. No hablo de derroches ni despilfarros sino de todo lo contrario: nos hacían a cada uno dos camisas y dos pantalones y ya estábamos equipados… A los mayores, casi siempre, como premio al crecimiento de sus pies, les compraban además unos maravillosos e irrompibles (para mi desgracia, que nunca estrené unos) zapatos “gorila”. A los pequeños nos daban la pelota verde de goma que regalaban con su compra. Y todos tan contentos.


Pero mi problema venía después, en el tiempo de las reformas y remiendos, que es el tiempo que empieza justo cuando terminaban de “fabricar” el último pantalón. Comoquiera que los niños crecen (eso es una cosa normal en la infancia), las ropas de las anteriores temporadas se iban quedando pequeñas y se iban adaptando a los que venían detrás, que en este caso era yo. Y ahí estaba el problema: me precedían tres hermanas, del sexo femenino, sí, como ya he dicho. Y en aquel tiempo las féminas usaban faldas – de tablillas creo que las llamaban -. Y esas faldas tenían que reconvertirse en pantalones para mí. Les cosían la parte de abajo, para sujetar los calzoncillos, creo, y “mira qué pantalones más bonitos te hemos hecho, mi niño”. Y yo, su niño, odiaba aquello porque nunca dejé de pensar que llevaba puesta una falda cosida por abajo, por más que se empeñara mi madre en convencerme de lo contrario. Además, después de tantos lavados, los cuadros de las coloridas camisas de mis hermanas eran prácticamente inapreciables cuando llegaban a mi cuerpo.



Con la camisa desteñida y una falda-pantalón llegué a comprender muy rápido al payaso de “mi color”. Sí, ese anuncio de la tele donde introducen a dos payasos en la lavadora, a uno con el inigualable “mi color”, que mantiene los colores en su sitio, y a otro con un detergente cualquiera. Y a veces me sentí como el descolorido payaso. Y comprendo su tristeza.




 
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