Yo también me voy




Unos cambian de aires. Otros van a recargar las pilas. Algunos cierran el chiringuito. Y los demás… los demás se van de vacaciones. A descansar, dicen, aunque luego vuelvan más cansados y más cabreados que cuando partieron.


Y yo también. O tampoco, que no lo sé. Lo único que tengo claro es que en el Sur soy otra persona. En el Sur soy yo y por eso no me conocen – ni falta que hace -. Y por eso me voy allí. A ver otra luz. A sentirme bien. A que me piquen los mosquitos si son capaces de atravesar la capa de aután que embadurna mi cuerpo. A beber alguna que otra cerveza servida en un “vazo” helado. A dar un paseo a la orilla del mar al atardecer – esto ha quedado muy cursi, pero es la verdad -. A despertarme cuando quiera, que casi siempre es temprano. A desayunar “molletes” de pan de Antequera. A comprar en plan “Maruja” en el mercado de abastos. A correr por la playa – esto alguna vez lo tengo que haber hecho, pero no me acuerdo muy bien -. A jugar al “padel” con Pocholo y Borjamari. A percibir los olores del “pescao recién fritao”. A quemarme la espalda. A dejarme una marca blanca muy interesante a la altura del bañador, entre el lugar donde empiezan mis piernas y termina mi barriga, que creo que este año no tengo. A disfrutar de mis churumbeles, que se lo merecen. A “andar” lo que no “anduve” el resto del año. A contemplar las subidas y bajadas de la serpiente de agua en la marisma. A escuchar el ronroneo de los motores de los pesqueros cuando de madrugada vuelven a puerto. A probar las coquinas, que son como las almejas pero con forma de balón de rugby. A ponerme pantalones que nunca llegan más abajo de las rodillas. A ponerme camisetas y camisas que nunca van por dentro de ese pantalón. A deslumbrarme con el blanco inmenso de las salinas. A relajarme con la mujer que domina mis sentimientos sin darme cuenta. A recorrer lugares interesantes por puro placer. A comprar “toballas” en el vecino Portugal. A ver las peculiares subastas de pescado en la lonja. A mancharme la camiseta de helado. A hablar en andaluz con mi camarero particular. A disfrutar de los modernos chiringuitos de todas las playas. A pisar arena fina y caliente. A sumergirme en las frías aguas del Atlántico. A compartir ratos con familia y amigos. A tomarme unas “canecas” en Vilarreal de Santo Antonio mientras “algunas” desvalijan las tiendas. A leer un libro debajo de la sombrilla. A ver las carabelas de Colón, que son la Pinta, la Niña y la Santa María. A ver qué pinta, ¡Santa María!, tienen la niñas. A tomarme con el compadre unos vasos de “amarguiña” de madrugada. A no usar el móvil, que es como un teléfono pero sin cables. A pasar calor. A probar el ventilador del techo de la habitación. A comprobar lo bien que comen y duermen los vástagos. A dormir la siesta. A serejé, ja, dejé…


Hasta la vuelta, si es que me apetece seguir con esto.





Te intuyo…






¿Quién eres? ¿Quién está detrás de esas anónimas palabras? ¿Quién vino esta madrugada a verme sin avisar? No sé quién eres… No lo puedo saber. Te escondes detrás de una pantalla… Te refugias en el anonimato cibernético… Te camuflas en el paisaje virtual… Y así, así no se puede descubrir nada.


Nada es todo lo que sé. Y no es poco. Casi siempre me basta, pero hoy vino a mí la curiosidad, de repente, sin previo aviso… provocada quizás porque el verano se ha llevado a gran parte de los visitantes de mi contador particular y me hace pensar que en la red quedamos sólo y solos tú y yo.


¿Qué te hace volver cada día a mi casa? ¿Qué te hace decir o no decir algo? ¿Qué encuentras? ¿Qué has perdido? ¿Por qué vienes?


Cada día, porque abro la puerta de esta casa todos los días, busco entre los cajones, revuelvo casi todas las cosas para darme cuenta, al fin, que sólo quiero comprobar si has venido otra vez… Una extraña tranquilidad recorre mi cuerpo cuando descubro tus ipés, tu dirección virtual, tu inconfundible sello… No sé el por qué, - ¿acaso importa? - pero me gusta que vengas… seas quien seas.







“ Ye eté a Paggí ”




Desde el vientre de la majestuosa y verdadera Dama de Hierro, al que acudí con la esperanza de contemplar unas entrañas diferentes, constato incrédulo que su transparencia me moja, no me protege: Tan grande, tan pesada, tan fuerte … y, sin embargo, no consigue detener una simple y débil llovizna sobre el visitador que se refugia bajo sus yerros.




Como hay que hacer una cola de tres horas para contemplar el mundo desde arriba y en ese tiempo llegas, incluso, a pensar… me dije a mí mismo: Visítala por dentro que a lo mejor cierran antes de que te toque el turno para subir. Y por dentro lo que había era lo que recogió la cámara. Ni paredes, ni techo, ni nada...






Mi Blog




Buena parte de lo que aquí se ha escrito ya lo había contado antes, quizás de otro modo, con otras formas, a otras personas, en otro lugar, en otra vida… El blog, mi cuaderno de campo desde hace ya…, ha ido recogiendo, poco a poco, sin sobresaltos – o con ellos, que da lo mismo -, mis pensamientos espontáneos – y los que no lo eran tanto -… propósitos, reflexiones e intenciones que en parte o en todo aquí se refugiaron, deformados de alguna manera, convenientemente estirados y exagerados o parcialmente anulados, que todo es posible en este mundo irreal donde se despachan los sueños y se venden las mentiras.


De un tiempo a esta parte mi bitácora ha sido, más que nada, un bálsamo, una forma de decir lo que quería decir o, incluso, en ocasiones, lo que no me atrevía a decir de otra manera. Incluso he llegado a escribir lo que no quería decir, pero, como siempre, esto no viene a cuento ahora. Puede parecer otra más de mis tonterías pero nunca imaginé, ni por un solo instante, que el blog me iba a servir como una herramienta fundamental para sacar mis adentros, sentimientos que no imaginaba guardaba en mi interior o partes de mi otro yo anónimo que en otras circunstancias nunca hubieran salido a la vista de los demás.


Este es mi blog. Y estoy muy contento porque tengo uno. Hoy sólo quería decir eso.


Hasta la semana que viene, si Dios y el piloto quieren.





El libro




¡Estoy atrapado en un libro… y no sé cómo salir de él! El Pedestal de las estatuas se llama. Lo ha escrito un tal Gala.


Isabel “la católica”, Fernando de Aragón, Felipe “el hermoso”, Juana “la loca”, el emperador Carlos, Felipe II, los Trastámara, los Austrias, Doña Leonor, Gattinara, Isabel de Portugal, Los Habsburgo, Juan III de Portugal, Guillermo de Croy, Juan de Austria, Tiziano, Garcilaso de la Vega, los judíos expulsados, Barbarroja, Francisco I de Francia,… Sólo faltan, creo, Viriato y Agustina de Aragón.


¡Demasiados personajes para tan poca cabeza! ¡Demasiada gente para leer contigo un libro!

La otra vida



No sé adónde fue la vida que no tuve si hubiera ido a ese otro colegio al que nunca me llevaron mis padres. No sé en qué lugar habrían acabado mis sentimientos, si es que los tengo, si hubiera elegido otra Facultad donde pasar aquellos cinco años. No sé qué fue de los compañeros que nunca tuve por no llegar siquiera a conocerlos. Y lo peor es que tampoco sé en qué lugar hubiera recostado mi alma si no la hubiera encontrado.


Vivimos en un mundo de casualidades y matices. Una elección inoportuna o causalmente distinta nos hubiera llevado de cabeza a otra vida, la que ya no tendremos. Puede que peor, quizás mejor… pero otra vida diferente de la que vivimos, a la que está dentro de nosotros mismos.


Puede que no tenga mucho sentido lo que digo. Puede que sí. Hoy me encontré paseando por la calle a un compañero de pupitre de mi infancia, un compañero que partió de mi vida cuando yo tenía tan sólo 10 o 12 años. Después de la sorpresa inicial ante nuestro reconocimiento mutuo – los dos habíamos cambiado físicamente un poquito -, me preguntó por los antiguos compañeros de clase, por la maestra y por el viejo colegio.


Le dije que no sabía nada de aquellos pequeños compañeros, que eligieron su destino a su manera y no coincidió con el mío, quizás por ser tan tempranos. Le conté que la maestra ya no era maestra sino una venerable jubilada, si es que todavía vivía porque hacía mucho tiempo que no la veía. Le confirmé que el Colegio ya no existía, lo habían derribado para hacer bonitas viviendas en su honorable lugar…


Lo más curioso de todo es que su cara reflejaba extrañeza ante lo que le contaba, quizás preguntándose si de verdad había estado tanto tiempo fuera. Toda una vida, pensaba yo en mis adentros mientras nos despedíamos con un fuerte apretón de manos.



El avión





El domingo tengo que montar en un avión que me llevará a P.Orly. Y no me gustan los aviones porque no se sostienen en ningún sitio, que dice siempre un churumbel que vive en mi casa y que me ha dicho en secreto que él no va –que se lo ha creído él -, que se queda con la “agüela”.


Cinco días después tengo que montar en otro que me traerá desde P.CDG a Barajas, que en este caso nada tiene que ver con los naipes.


Sí, ya sé que es por una buena causa pero no puedo evitar que no me gusten esos cacharros.



Tendencias masculinas


Las empresas de cosmética son conocedoras de la tendencia del hombre a cuidarse, cada vez más. Poco a poco, hemos entrado en un mercado que hasta hace dos días era propiedad exclusiva del sexo femenino, utilizando – como si lo hubiéramos hecho toda la vida – exfoliantes (que siempre creí era otra cosa, pero ahora no viene a cuento), limpiadores faciales, cremas hidratantes y otras zarandajas. A mayor abundamiento y para satisfacción de esas grandes empresas, se ha descubierto que el hombre gasta más: ha llegado el último e invierte en su cuerpo de manera mucho más alegre y espléndida – diría, incluso, desesperada -, que las féminas, aunque lo nuestro, generalmente, no tenga arreglo.


Y yo, hasta el día de la fecha no había utilizado ningún producto que arreglara mi desaguisado particular, ni siquiera los “obligatorios” gel y crema o after shave cuando me afeito. Una piel demasiado blanda y una barba excesivamente fuerte han hecho que sólo después de aplicar agua caliente en la zona pueda rasurarme como lo hacían los forajidos en el lejano oeste o far west, que decían en los telefilms (que eran como las películas pero cuando las hacían los americanos): navaja en una mano y espejo en la otra.


Pero hoy no. Hoy soy otro. Acabo de entrar de lleno en el mundo metro-sexual. ¡Temblad! Algunos que me quieren bien – esto no es normal en el siglo en el que nos ha tocado vivir – me regalaron una crema especial para caras sensibles y para tíos que hemos entrado en la cuarentena, añado yo. Para ello y para que se gaste el dinero la gente a la que le pasa lo que a mí, la multinacional ha tenido que mezclar unos cuantos componentes con el agua: esterato de potasio, glicerina, sales potásicas derivadas de aceite de oliva y coco, aceites esenciales naturales, extracto de viola tricolor, aceite de almendra dulce, leche de cabra, jabón a base de aceites vegetales de oliva, de coco, silicato de sodio, sulfato de magnesio, alcohol, aceite de jojoba, glicerina, extracto de aloe vera, manteca de karité, linoleato de glicerilo, extracto de camomila, extracto de mirra, jabón de cera de abeja, arcilla, carragenatos y goma xántica.


¡Casi “ná”!, que dicen en mi pueblo. Y todo ello para que esta mañana la gente de mi entorno laboral me diga de una manera que yo intuyo jovial, por no decir burlesca: Tienes buena cara… te noto raro… ¿te arreglaste por fin lo de la nariz?


¡Será posible?



El pasaporte





El Señor Presidente del Gobierno dijo ayer en el Debate sobre el Estado de la Nación que el futuro empezaba hoy. Y yo digo que como el futuro sea "hacer cola" en los Ministerios desde las siete de la mañana, prefiero el pasado.


En el lugar en el que vivo, desde el 1 de julio renovar el “deneí” o el pasaporte se ha convertido en una odisea. Durante todo el año el horario de atención al público va desde las 9 de la mañana hasta las cinco de la tarde, sin interrupciones. Pues bien, los responsables del Ministerio de Asuntos Exteriores, así me lo ha manifestado la amable señorita que por fin me atendió, han decidido que cuando la mayor parte de turistas, que son aquellas personas que se van de vacaciones de vez en cuando, decide renovar sus documentos oficiales y obligatorios para estar identificados el horario se reduce hasta las dos, además de reducir también el número de funcionarios que atienden al personal, que en este caso también iba a ser yo.


Para organizar el previsible caos, a las ocho y media de la mañana se entregan por riguroso orden de llegada unos números como los que se entregan en los supermercados en la sección de la carne, el pescado o los fiambres. Está mañana llegué a las siete en punto y aunque parezca mentira no era el primero. Me iba a corresponder el número cinco porque había cuatro personas esperando su número para renovar el pasaporte desde las seis y yo a esa hora no salgo de casa , lo tengo prohibido expresamente, porque es de noche y todavía no están las calles puestas.


Llegó la hora y mi sorpresa fue morrocotuda cuando el policía me entregó el número catorce. ¿Cómo? ¿Catorce?… pero si sólo hay cuatro delante de mí… ¡A mí me da el cinco que es el número que me corresponde y que me he ganado en la espera! El policía, acostumbrado a torear en plazas peores, me dijo tranquilamente: No se preocupe… es que han desaparecido números ayer… pero póngase en la cola que le atenderán en quinto lugar.


Me relajé, me tranquilicé, me suavicé… ¡me “mosqueé” otra vez! De repente, un señor y su esposa pretenden colocarse delante de mí con los números cinco y seis, alegando el caballero que su “cuñao” era policía y les había conseguido esos magníficos números para que no tuvieran que esperar mucho. No se lo permití, le dije que mi “cuñao” era empleado de autopistas y me había enseñado a que no se me colara la gente sin pagar peaje. En esa discusión estábamos cuando el policía que repartía los números a las ocho y media por “riguroso orden de llegada” y que me había dicho que no me preocupara se hizo el enfadado, porque hay que reconocer que lo hacía muy bien, y me amenazó con llamar al Comisario y parar la emisión de pasaportes por todo el día si no dejábamos pasar al “cuñao” de su colega.


¡Qué satisfacción más satisfactoria provocó en mi persona el grito unánime de todos los que tenían derecho! Todos los que habían cogido número en un ordenado y riguroso orden gritaron al unísono: ¡Llámelo! ¡Qué venga el comisario! ¡A ver si se atreve!


No se colaron. No les hicieron el pasaporte. Ni la honrada gente que esperaba su turno ni la vergüenza, que alguna tenían, les permitieron saltarse un solo puesto. Se tuvieron que marchar, seguro que hasta que su “cuñao” al día siguiente les volviera a sacar otros dos buenos números, esta vez más disimulados. Digo yo.


A todo esto… sepan ustedes que la mayoría de las oficinas que expiden el “deneí” cerrarán completamente, supongo que con previo aviso, dos días enteros del mes de julio, allá por el veintitantos, para empezar a usar una máquina nueva de expedición de “deneís” - máquina que no ha podido ser instalada en los diez meses del año que no tienen casi trabajo – y para que los funcionarios, los que no estén de vacaciones, aprendan a usarla.


Lo dicho, si el futuro es así… yo me quedo con el pasado.




Ab imo pectore



Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.

Sobre la pena duermo solo y uno,
pena en mi paz y pena en mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.

Miguel Hernández.




¿Quién te quita este dolor que no te duele pero que araña, rasga y rompe tus entrañas? Este dolor sin daño que te duele… este dolor de dentro… ese daño justo en donde duele… Desde un principio sé que te acompañará siempre porque a mí me dolió en el mismo lado… Y cada vez que quiera te recordará que está ahí, agazapado, escondido, acurrucado, disimulado, misterioso… sólo para decirte que te duele… como si no lo hubieras ya notado…


Un dolor que aunque no cura con el tiempo se acostumbra lentamente a tu figura y se enmaraña por tu cuerpo… un dolor de vida y de principio, un dolor tan seco en los adentros…


Hablarás con él, le dirás que sí, que se quede, que te acompañe… pero intenta que no vaya solo. Dile que se acompañe de buenos recuerdos, con los mejores, que para eso están. Dile que se junte con la vida, que siempre estén con él las imágenes de aquella existencia, esa que no puede evitar tener la culpa de que duela…


Y, poco a poco, encontrarás la calma. Y hallarás al hombre que dolió al dolor en su consuelo.





 
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