Feliz año nuevo…


Voy cerrando el año - ¡ya era hora! - por campos blancos, casi inmaculados. Son lugares del pasado que invierno a invierno se visten de gala para que los foráneos, esos que sólo nos desplazamos para comer y beber, creamos en la Navidad. En las calles y plazas que ocupaban mi visión hasta ayer había nieve, mucha nieve, para disfrute de los pequeños y de los que no lo son tanto. Pero también hay espacio para desear a los que lean esto un próspero año nuevo.

Y un deseo para todos, el del borracho cuando el camarero le pregunta: ¿Qué quiere…? Y él, quizás en su momento más cuerdo, le contesta: Yo sólo quiero que se acabe la guerra en el mundo y que la gente sea feliz.

Pues eso…

Uno de los otros…




Yo fui uno de los otros, lo confieso padre. Cuando aquel día, perdido y solo, pregunté por dónde tenía que seguir, cuál era tu propuesta, dónde estaba mi ventura, levantaste un brazo y sin mirar siquiera señalaste convencido aquel extraño cruce en el frondoso bosque, aquél del que nacían multitud de caminos. Tenía que ser yo, me dijiste con sabiduría, el que optara. En la vida no hay otra solución. Y elegí el bueno. Y anduve por una senda nueva que muchos antes habían abierto para mí. Algunos, los más osados, eligieron una vereda diferente, más agreste y sucia. Y acertaron también. Aquéllos, los más débiles, partieron sin mucha confianza, ni en sí mismos siquiera, pero descubrieron sorprendidos su destino como los demás. Casi nadie erró. Tal vez un terco que no quiso caminar. Quizás un necio que no quiso ver. Puede que un triste que no pudo escuchar. Nada importante para una obra tan colosal.

Conocí maestros, improvisados algunos, que en otros tiempos y a otras edades agarraron fuertemente mi mano para llevarme hasta el final, su final, para que no me perdiera decían. Reviso despacio la historia, la parte de la que me acuerdo, y encuentro consejos vacíos de gentes que no importan sobre los destinos que deseché, igual que se desechan las cosas gratuitas, las que no valen. Es curioso, padre, que siendo uno de los otros jamás me sentí diferente. Es gratificante comprobar cómo siendo el único que no me dijo lo que tenía o debía hacer, llegaras a influir de aquella manera tan determinante en mi formación hasta convertirme en el hombre que ahora soy.

Gracias padre, porque a pesar de sentirme diferente hiciste conmigo lo mismo que con los demás, que no es poco. Sin distinciones. Sin cortapisas. Sin ambages. Gracias padre, por reírte a carcajadas de lo que no tenía importancia. Gracias padre, por enseñarme también a reír, aunque a veces no me salga bien.

Hoy, en esta Navidad de ausencias, en la que un teléfono sordo me hace compañía, estarás más presente que en ninguna. Sólo quería que lo supieras, que luego me dices que no me explico bien. Y quien quiera entender… que entienda.

El regalo



Hoy recibí un regalo por correo. No era una carta llena de promesas para arreglar a buen precio los desperfectos de mi cuerpo. Tampoco una misiva donde se me felicitara por haber sido elegido entre catorce millones de personas para participar en un estupendo sorteo. Era un pequeño paquete de papel antiguo que contenía un “cedé” en el que un Feliz Navidad 2008 abría de par en par unos cuantos villancicos, de los de siempre, de los del corazón.

Introduje el disco en el equipo y presioné el “play”, que es lo que se hace habitualmente cuando queremos escuchar música. La sorpresa que me llevé fue grande cuando aquel artefacto, en lugar de cantar, me habló. Sí, me hablaba a mí. Me contó en la voz pausada de un amigo cómo fui una vez, cómo vivimos la Navidad hace tanto y me recordó (eso no se hace) que ya era un “veterano de la nostalgia”. Me gustó mucho, entre otras cosas porque nadie antes me había felicitado la Navidad de esa manera.

Tienes que saber, amigo Lorenzo, que el de la presencia menuda, el de las carpetas de cartón, el de las canciones en papel gastado… este año no llamará – desde allí, ya sabes, no se puede – pero su agujero se llena un poco con gente como tú. Nos vemos en el cruce para retomar el camino.

Gracias.



Tiempo de silencios



“No pensar. No pensar. No pienses. No pienses en nada. Tranquilo, estoy tranquilo. No me pasa nada. Estoy tranquilo así. Me quedo así quieto. Estoy esperando. No tengo que pensar. No me pasa nada. Estoy tranquilo, el tiempo pasa y yo estoy tranquilo porque no pienso en nada. Es cuestión de aprender a no pensar en nada, de fijar la mirada en la pared, de hacer que tú quieras hacer porque tu libertad sigue existiendo también ahora. Eres un ser libre para dibujar cualquier dibujo o bien para hacer una raya cada día que vaya pasando como han hecho otros, y cada siete días una raya más larga, porque eres libre de hacer las rayas todo lo largas que quieras y nadie te lo puede impedir”. Luis Martín Santos. Tiempo de silencio.


Sé que tardé mucho en volver, pero es que fui a Madrid a buscar la Navidad. Me entretuve mirando millones de luces, de todos los tamaños y colores, que abrieron de par en par los ojos de mis churumbeles, esos que todavía no se dan cuenta de que esas lámparas solo enmascaran la triste realidad y que sólo se puede comprar lo que un bolsillo da de sí. Me distraje empujando tranquilamente a personas cargadas con bolsas de plástico en las que guardaban los abalorios que luego les traerán los Reyes Magos, que como todo el mundo sabe no son los padres. Me alegré cuando encontré entre cientos de libros algunos que estuve buscando mucho tiempo y que estaban en aquel lugar, escondidos, esperando a que alguien como yo los adoptara.

Al principio y al final el llanto es muy fácil. En el intervalo puede ocurrir de todo. Así es una existencia. Las lágrimas de los niños pueden devenir por mil motivos o estrategias. Una simple rabieta, un dolor causal o casual, un golpe a destiempo,... hacen que explote de repente una máquina perfecta entrenada para lagrimear, si bien igual que empiezan la función, su estudiada función, son capaces de terminarla de forma súbita. Y aquí no ha pasado nada. Los viejos no, ellos lloran de otra manera. Casi siempre por pena. Y es que un corazón gastado no soporta las ausencias y se ve impotente ante la crueldad del paso del tiempo. Ya no soy el que fui. Ni sé por qué todo cambió tan rápido. Ayer vi cómo lloraba un anciano. Ayer me sentí mal porque ante las ausencias, las presentes y las que vendrán sin remedio, las suyas y las mías, nada se puede hacer. ¿Cómo consolar la nostalgia o las añoranzas? ¿Cómo luchar por devolver la galanura al que ya no se ve? ¿Por qué todo pasa con tanto vértigo?

Ayer volví de la capital con una pena, algún que otro libro que no existe en las librerías del lugar donde duermo casi siempre y cientos de luces de colores revoloteando por los alrededores de mi cabeza.

Hoy veo las cosas de otra manera. Es la vida. Y ese vértigo cabrón...

Se mueren…



No escribo porque no siento. No hago porque no puedo. No niego porque me guste. Sencillamente enredo entre las cosas que veo. Y últimamente sólo veo cómo revolotean los despojos… Y es que he llegado a una edad donde asisto a más entierros que a bodas. Mientras, recojo trozos de sentimientos que encuentro en el camino, pero al final no los escribo. Y no escribo porque no siento…

Vengo poco, lo sé. Me entretengo con las rutinas de la vida común, en ese lugar en el que vegetan las cosas tristes entremezcladas con otras que a veces no lo son tanto. Leo en el periódico que ayer falleció el señor que traía a mi estantería los libros de Pessoa. Angel Campos se llamaba. Y me entristezco, sin saber del todo por qué. Estoy enfrascado en la novela de Stieg Larsson, un sueco que falleció un día antes de ver cómo se publicaba su ópera prima: “Los hombres que no amaban a las mujeres”. Y estoy perdido en ella. Y me gusta, porque no sé a dónde me lleva. A veces es mejor no saber a dónde uno va. Y comoquiera que me satisface lo que hace, hoy he comprado su segunda obra: La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina. Un título raro, sí. Lo sé. Me dicen, se cuenta, se rumorea que es mejor que la primera. Ya veremos.

La verdad es que no sé porque escribo todo esto… Bueno, sí… Es que hace muchos días que no tenía nada que decir y la casa virtual hay que alimentarla de vez en cuando para que tampoco se muera… de pena.

El p--- niño...




Últimamente traigo con demasiada frecuencia a mi refugio virtual las historias de esos pequeños artefactos con patas y sin sentimientos que pululan por mi hogar, pero es que creo que están en una edad en las que sus acciones u omisiones merecen un hueco entre mis serias divagaciones…

Esta misma mañana me encontré con el maestro del simpático ser que con cinco años a sus espaldas juega por las habitaciones de mi casa a ser pirata, y me preguntó si ya no hacía deporte. Hago lo que puedo, le contesté. De vez en cuando cogemos las raquetas, salimos de paseo,… lo poco que me permiten el trabajo y los niños, seguí justificándome. Pero ¿por qué me preguntas eso? El maestro, a quien conozco desde mi propia infancia, si es que tuve, me contó que hace unos días pidió a los niños de la clase que describieran a su padre… y todo fue bien hasta que le tocó el turno al mío. Uno explicaba que el suyo era alto y trabajaba en el Ayuntamiento, el otro describía a su progenitor como alguien muy bueno que le daba chucherías, el de más allá… El mío, cuando le tocó, me describió escueta y fielmente, según su leal saber y entender: Mi padre es un gordinflón que trabaja en una oficina.

Tengo que ponerme a dieta ¡ya!

El sitio de su recreo...

Allí estuvimos… luchando con gigantes en un mundo descomunal, midiendo el ángulo formado por ti y por mí en una décima de segundo más, con la chica de ayer que jugaba con las flores de mi jardín, dejándonos llevar por su azul, sin esperar jamás…

Y allí disfrutamos… en el mismo sitio de su recreo.





Hay algo más, recuérdame que hay que ordenar su habitación.

Lo sé



Si pudiera besarte… comprobarías que alrededor de esta antigua efigie merodean, esperando su momento, un montón de sentimientos. Y si pudiera abrazarte… sabrías que el calor que guardé en mis ramas para ti era sol rebosante de pureza. Más sólo puedo pensarte… por el desliz de una vieja estación que este año me ha regalado un puñado de silencios en sus vientos y muchas cavilaciones en sus aguas.

Ahora estoy más tranquilo, sabiéndote detrás de la puerta. Ahora, en la intimidad de este rincón, hablaré despacio con tu fantasma y le diré al oído cosas que nunca soñó, recuerdos que no pueden ser escritos para no dejar ni una sola huella que los delaten, verdades que dejaron escapar una oportunidad que se apareció como inmejorable,…

No mires para otro lado. Sabes que estas palabras son para ti. Puede que la niebla en su espesura me impida saber quién soy, pero recuerdo con claridad de dónde vengo.

Suena en la voz de Antonio Vega “la chica de ayer”…

Otra de niños…



- Mamá, tienes una arruga aquí y otra allí… ¡Estás vieja! - le dijo con esa crudeza que sólo poseen los que viven en una edad infantil mientras señalaba con dedo acusador un punto muy concreto de su rostro.

- ¡Niño! ¡Eso no se le dice a una dama! - interrumpí inmediatamente lo que seguro no iba a acabar bien y para enseñarle a tener una buena postura ante la vida, como sólo un buen padre como yo es capaz de hacer – A una señora no se le dicen esas cosas tan feas. Hay que hacerle sentir bien, se lo merece, y decirle que está muy guapa, que el vestido que se ha puesto le sienta bien,…

Me miró sorprendido y se dirigió de nuevo a ella, como si yo no estuviera en la habitación: - Mamá, estás muy guapa y tu vestido es muy bonito… pero también estás muy vieja porque tienes una arruga aquí y otra allí.

Cosas de niños…


Un niño de siete años que vive conmigo, harto contento, le dice a su madre al volver del colegio: Hoy la profe me ha preguntado qué son las palabras polisémicas... Yo le he dicho que son las que significan más de una cosa... Y le he puesto hasta un ejemplo: la luna… la del cielo y la del coche…

En ese momento un hermano más pequeño que también vive con nosotros se echa a reír y le espeta: ¡Halaaaaa, si la luna no entra en un coche! ¡Qué bruto!

¡Qué curioso!




Doce explicaciones tiene que dar el diccionario de la R.A.E para definir la palabra político. De ellas, la que más me gusta es la que menos refleja al individuo que desempeña ese papel en la actualidad. Dice a secas: Cortés, urbano. Busco términos que puedan estar relacionados, de alguna u otra forma, con ella y me sorprendo otra vez. Plebiscito necesita tan sólo tres definiciones, urna requiere cinco, referéndum se basta con dos, Senado se entiende con cinco, Congreso con seis y votación con dos. ¿Entonces? ¿Tan difícil es averiguar el verdadero significado de “político”? ¿Hay alguna definición más difícil? Sí. Busco la palabra partido. Necesita treinta y cuatro justificaciones de la Academia. ¡Así no se puede arreglar un país!

Para que se hagan ustedes una pequeña idea: el amor, quizás lo más delicado, embarazoso y agotador para que sea explicado con palabras, necesita tan sólo, y digo tan sólo, catorce interpretaciones. Y aún así, algunas no son verdad.

Órdenes son órdenes...


Cinco comensales. La hora de la cena. La única dama de nuestras vidas reprueba esa fea conducta. Todos callamos. Asentimos. Tienes razón mamita, se oye a uno decir. ¡Pelota!, contesta rápidamente el otro. El de las gafas sólo parpadea. Nos miramos sorprendidos. Vale, no volveremos a quitarnos los zapatos, no volveremos a andar por la casa descalzos… Prometemos portarnos bien y llevar nuestros pies abrigados durante el crudo invierno… No te enfades…

Una hora más tarde, cuando ya duermen plácidamente los chavales que hacen ruido en mi hogar, entro en la cocina, el fatídico lugar donde prometimos lo que prometimos…

La orden la hemos entendido, pero puede que todavía sea pronto para asimilarla.

Hago una foto. No me puedo resistir.



El señor de la hojarasca


Se acerca despacio al umbral de mi puerta, al lugar donde recibo al caminante, el otoño con su gris aparecer. La espesa niebla y la fina lluvia matinal me anuncian una estación que siendo nueva se muestra perpetuamente avejentada. Llega el tiempo de la melancolía y de su mano, ¡cómo no!, el de las temidas depresiones. Después de la claridad y el calor del perdido estío, triunfa, marchito y mojado, el señor de la hojarasca que revierte primaveras.

Y sin embargo, ese estado al que me lleva el revolotear agitado de los pájaros buscando no sé qué cosas, la bajada en varios tonos de la recta luz, el acortamiento de los días o el baile incesante de las amarronadas hojas, lejos de amilanar al niño que vive en mí le hace sentir bien. Me gusta esta época del año, quizás porque me proporciona tranquilidad, paz, quietud,… tal vez porque a través de una ventana su visión es reconfortante. El otoño activa algo en mi cabeza y mi sangre – ahora avanza mucho más lenta por mis venas, lo sé – sosiega poco a poco, pausadamente, mi cerebro y su perenne no saber estar quieto.

En el soportal que da paso a mi vida, hay un lugar reservado para él. Cada año, tal vez por suerte, mi otoño es más otoño. Cada año, tal vez por desgracia, yo soy más yo.

¿Qué ha cambiado?


Leo en el blog de Turu la magnífica y clarificadora exposición de Leopoldo Abadía sobre la crisis económica que nos ocupa y preocupa. Diariamente vemos en los medios de comunicación la caída en picado de las Bolsas, la paralización de los mercados financieros, la quiebra de grandes sociedades, el despido masivo de obreros de las grandes fábricas y un sinfín de despropósitos que a nosotros, los seres normales, los que no vemos más allá de nuestra economía familiar, nos tienen “acojonaos”.

Pero ¿qué ha cambiado? ¿Por qué hemos llegado hasta aquí? Creo que el mercado inmobiliario ha arrastrado a todos los demás sectores a un callejón sin salida por culpa, por la gran culpa, de los Bancos, verdaderos dueños y señores del chiringuito financiero. Yo sólo sé que hace un par de años cualquier individuo, “casado” y con dos nóminas más o menos "decentes", iba a un banco a por 180.000 euros para la compra de una vivienda siendo poseedor tan sólo de 600 euros ahorrados con mucho esfuerzo para la señal de un piso, y al final, después de que la Tasadora Oficial del Banco diera un valor muy superior al del mercado al inmueble en cuestión (sobretasación se llama), acababa llevándose 240.000 euros que servían para pagar el piso, el impuesto de transmisiones, el arreglo de la cocina y un flamante BMW. Todo ello a pagar en 35 años (420 cómodos plazos), más 2 de carencia que seguro no vivirán, con un interés muy bajo. Cuando preguntabas por qué habían hecho eso, por qué se habían endeudado en más dinero del que necesitaban, siempre te contestaban que la cuota resultante era sólo un poquito superior al alquiler que estaban pagando hasta ese día, para terminar sentenciando: …y encima ahora es mío. Luego los intereses subieron y esas cuotas dejaron de ser paritarias, pero eso no viene a cuento ahora.

Hoy (prueben a hacerlo si acaso les reciben), el mismo Director de la sucursal del barrio que les animaba a llevarse dinero, a comprar el BMW, a arreglar la cocina... echa para atrás no sólo a los nuevos clientes con capacidad de endeudamiento sino a cualquiera que intente retirar sus propios fondos de la entidad. Para llevarse una cantidad, digamos alta, por la ventanilla hay que escapar a un interrogatorio forzoso por parte del empleado que por turno te corresponda. No saques dinero ahora que te doy (él y sólo él) un 6% y te lo puedes llevar cuando quieras, no saques dinero ahora para comprar una vivienda porque vamos a tener en el banco un montón de pisos de la gente que no paga, no saques dinero ahora que los pisos van a bajar a la mitad…

¿Qué ha cambiado entonces? ¿La educación y la formación? ¿La moralidad? No. Lo único que ha cambiado es que los bancos fueron los primeros que se endeudaron convirtiendo en papel mojado nuestras hipotecas, vendiéndolas al mejor postor, que siempre era un grupo de especuladores de Oklahoma o Lienchenstein, a cambio de un interés, y nadie les dijo que eso no se podía hacer. Prestaron mucho más dinero del que tenían y ahora… ahora no permiten siquiera que una pequeña o mediana empresa, esas que dan empleo directo y “decente” al 80% de los habitantes de nuestro país, negocien un mísero pagaré que les permita funcionar en su día a día, un mísero pagaré que convertido en dinero líquido permita que esa empresa siga dando pedales.

Los bancos, y sobre todo aquellos que tenían la obligación moral y legal para controlar esos bancos, son los culpables. Su avaricia hipotecaria nos ha traído hasta aquí. Nosotros, mejor o peor formados, sólo perseguíamos un sueño lícito: Tener una casa propia y un coche nuevo... Y nos dieron el dinero para ello. Y, a lo peor, no nos lo tenían que haber dado o nos tenían que haber ofrecido otras fórmulas para adquirir esa vivienda.

Alguien que no me habla…



…Y ese alguien que habita y piensa dentro mí guarda ahora un silencio profundo. No sabe que hay un lienzo blanco en mi pared que espera las letras que no tengo, que no sé pintar en soledad. Desconoce que ese cuadro inmaculado y puro me vigila, me acecha, me atosiga,… desde la otra parte de la perversa ventana que me conecta sin remedio a la realidad. Ignora por completo que un viejo amigo se fue de mi lado – es definitivo, lo sé - llevándose las letras que me faltaban por escribir.

Hay un tiempo para todo – también lo sé - y tal vez el mío, en este preciso momento, en este instante quedo, es el de la calma y el sosiego. Aun así, haciendo lo que estoy haciendo ahora, contando nada, barajando palabras, jugando al escondite, lo estoy quebrando. No lo sé hacer de otra manera. ¡Qué se le va a hacer!

No soy nada...


No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.

Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Fernando Pessoa como Álvaro de Campos.



Decía el Señor Soares hablando y divagando – como habla y divaga en el Desasosiego - sobre su cuerpo y su alma: “Parece que este cuerpo destinado para comerciante y esta alma destinada para hombre educado son, cuando están a solas, investidos misteriosamente de algo interior que es exterior a ellos, y que no hablan, sino que se habla en ellos, y la voz dice lo que sería mentira que ellos dijesen”. Y esa voz interior que nadie oye y que no habla sino que se habla en mí o en mi pensamiento y en el de Bernardo, existe. O tiene que existir, que no es igual. Vive y la siento en mí como vive en Bernardo, la oigo y me dice las cosas que tengo que escribir y plasmo casi sin darme cuenta en un papel. Y me inspira sobre determinados temas que desconozco o que creía desconocer hasta ese momento. Incluso, conociendo de algún modo el asunto del que me habla, tengo la sensación de que aquello que habita dentro de mí sabe que más que yo mismo sobre ese determinado asunto en cuestión. Y palpo cada palabra, cada frase, cada párrafo que sale de dentro de mi ser como si las conociera, aunque antes nada hubiera sabido sobre el tema. Y es una sensación extraña que se apodera de mi cerebro, quizás de lo que llaman alma, o de las dos cosas, de forma espontánea y probablemente maravillosa. Parece que alguien habita dentro de mí, alguien que me dice cosas para escribir, alguien a quien conozco sin que nadie me lo haya presentado nunca.

Esto es un camelo…

…O no. Que no lo sé. Me llama poderosamente la atención que cuando leemos un post en un blog amigo siempre creemos que detrás de las palabras virtuales viven los sentimientos reales de aquel o aquella que lo escribió. Parece que literatura y ser humano viajan juntos: No se puede escribir lo que uno no siente o no ha vivido.

Sin embargo creo que no tiene que ser necesariamente así, sobre todo porque hay excepciones: Desde que me conozco – y no fue ayer, lo aseguro – por los alrededores de mi cabeza no dejan de pasar situaciones extrañas, imaginadas, tergiversadas, retorcidas, inventadas,… que nada tienen que ver con el sujeto que cada mañana va al trabajo. Y quizás esto sea lo mejor de tener una bitácora, la posibilidad de inventar otra vida a través de la palabra.

A mí lo que me gusta es escribir, jugar con las letras, componer historias en silencio. Hablar de lo que me pasa y de lo que no me ha ocurrido ni me ocurrirá nunca. De historias cercanas, pero también de aquellas que mi imaginación desbordante me trae de vez en cuando a la orilla del teclado, hayan sucedido o no. El señor que vive detrás de la ventana es un señor como otro cualquiera, pero el monstruo que se atreve a plasmar todo tipo de sentimientos en la red es otra cosa. Mejor o peor, pero otra cosa.

Desde que abrí el blog me he convertido, de alguna manera, en el británico Linus Daff, el inventor de historias de la novela de Marta Rivera de la Cruz, cuyo oficio, con el que se ganó de forma sobrada la vida, era el de inventar pasados para quienes su vida anterior suponía un lastre. Yo, sin embargo y a diferencia del personaje de la novela, intento inventar sueños y los plasmo, sin pensar en sus consecuencias, en el papel. Sean verdad o no, que eso no es importante. Lo realmente importante es despertar en los demás sensaciones. ¿Qué haríamos si no sintiésemos nada? Y es que al final nunca son iguales sensaciones que las del sujeto que escribió en origen: Mil personas leen, mil visiones tendrán.

Si el blog es un trabajo, el mío – hoy pienso así, mañana no lo sé - ha consistido hasta ahora en crear sueños que tuvieran más virtudes que defectos, más positivos que negativos, más héroes que villanos…, sueños que se miran en un espejo que devuelve imágenes mejoradas, porque nadie se mira en un espejo para verse viejo, siempre busca lo mejor de aquello que devuelve el cristal. Y para lo que digo existe un problema: Sólo cuando alguien se compara con el individuo que se reflejaba en el mismo espejo años atrás parece tener noción del paso del tiempo. Envejecemos delante de los espejos sin darnos cuenta. Sólo la visión de la imagen actual comparada con la del pasado ante cualquiera de los varios que pueblan nuestras casas o de los múltiples escaparates que pueblan nuestras ciudades - ¿Quién no observa su cuerpo o su silueta al menos tres o cuatro veces por jornada? – hace que no notemos el cambio definitivo, destructivo y cruel que opera silencioso en nuestros cuerpos. Es entonces cuando nos venimos abajo y dejamos de soñar.

Pues sepan ustedes, si acaso hay alguien detrás de mi ventana, que yo no voy a envejecer. Quiero seguir inventando sueños, aunque sean imposibles. Ya encontraré la pócima que me ayude a conseguirlo. He dicho.

La copa en que libo…


Si la copa en que libas, si el labio que oprimiste
acaban donde todo comienza y se concluye,
piensa que ahora eres el mismo que ayer fuiste,
y más allá no harías nada más que aquí hiciste.

Omar Khayyam


No ambiciono ser lectura, acaso llegar a ser una página en blanco en los límites de tu cuerpo. No pretendo escribirte en la noche, quizás redactarme en los suaves trazos que perfilan tu materia. No deseo palabras lejanas que cuenten nada, tan sólo conjugar aquellos verbos que se atrevan a describir tu ser. No ambiciono otra cosa que no sea poder sentir lo que dentro de mí cuenta en secreto tu alma. Y contárselo a los demás para que me crean.


El azar


Durante muchos años buscó su presencia entre los mejores sueños, pero no halló más que retazos borrosos, en blanco y negro, de una imagen adolescente, de amigos jugando a ser mayores y de risas compartidas por culpa de una edad desenfadada. De vez en cuando ella volvía a su lado para decirle que estaba ahí, en la otra orilla, para que le preguntara cómo podía llegar hasta ese lugar y para averiguar qué había sido de la naturaleza bravía que habitaba aquel ser entonces. Pero él, distraído, sólo alcanzaba a ver una sonrisa. Porque él, entonces y ahora, sólo podía ver sonrisas que luego almacenaba en su alma para siempre. Después ella volvía a desaparecer dejándole un extraño dolor melancólico recostado sobre su inteligencia.

Hoy la ventana que le conecta a la realidad – o el azar, que puede ser lo mismo - la arrastró hasta el centro mismo de sus evocaciones. ¿Cuántos años han pasado? Casi el doble de la edad que tuvieron aquellos días. Es mucho tiempo, él lo sabía. Tal vez una vida que no tuvieron, quizás una existencia que no fueron. Y recordó de repente cómo la luna llena movía a su antojo en aquella noche de verano las olas de aquella playa en un vaivén acompasado mientras él, inconsciente, se aferraba desesperado a la blanca arena para que no se esfumara aquel momento donde espacio y tiempo se habían detenido para los dos. Sólo una imagen. Sólo unas palabras. Acaso unas manos entrelazadas. Volvió a su conciencia una promesa perdida en una noche de agosto: Si tu quieres, la distancia entre nuestros mundos no será un obstáculo insalvable.

Hoy recordó un nombre olvidado, una promesa que no pudo cumplir, una playa que todavía conserva en un apartado oscuro del corazón y, detrás de todo aquello, una sonrisa. También descubrió que sus mundos siempre estuvieron al lado, que nunca existieron más barreras que las que su inexperiencia inventó y que no supo darse cuenta en su momento…

La rutina



Sé, estoy casi convencido, que la felicidad no existe como tal. Nadie es feliz del todo. No conocemos a ningún ser humano del que digamos cuando queremos describirle que es feliz sin equivocarnos en parte. Si sé que la vida nos ofrece momentos felices. Y lo más cercano que una persona puede estar de la felicidad plena es cuando consigue almacenar para sí muchos de esos momentos felices. Cuantos más tengamos, cuantos más vivamos y más continuados sean, más cerca estaremos de lo que utópicamente llaman felicidad. Y lo más curioso es que ese estado de bienestar vive arropado, agazapado diría, en las situaciones más íntimas y no en los momentos estelares de nuestra existencia.

El zorro que quería ser domesticado para tener un amigo reveló al Principito su gran secreto: Sólo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible para los ojos. Y es que el disfrute en los quehaceres diarios, el trabajo - si es elegido por uno mismo -, la mujer o el hombre que acompañan nuestra vida - sin son elegidos por uno mismo también -, los descendientes y todas las pequeñas cosas que nos rodean en general pueden dar más placer que un gran viaje, unas largas vacaciones o un premio en la lotería, por poner algunos ejemplos de satisfacción inmediata y fácil. La felicidad, como casi todo lo importante, se encuentra escondida en los pequeños detalles, por muy simples que parezcan, y es invisible por regla general para los ojos. Tan sólo cuando esas pequeñas cosas nos faltan parecemos darnos cuenta de lo que perdimos, de lo verdaderamente importante que eran para nuestra cordura vital.

Uno, que es tan tonto que no lo sabía hasta se le ha ocurrido volver hoy a la rutina para apreciarlo. Así, de repente.

¡Estás loco!


Foto: Alberto Encinas Rivera



Esta mañana la hermana encina ha posado sus viejas manos en el huerto, tu huerto, para recoger en el silencio cientos de abrazos y besos desparramados en el suelo por el paso de los tiempos. Esta mañana, en la soledad de tu recuerdo, la luz del día llegaba fácil y segura, reflejando en el limpio arroyo las caras del emotivo y esperanzador encuentro de ayer. Esta mañana comprobé que aunque las lágrimas no habían secado todavía aquel rostro – aún es pronto, lo sé -, mis recuerdos y vivencias las borraban, poco a poco. Esta mañana, cuando llegué cansado al borde mismo del desconsuelo, apacigüé mi sed con el agua que brotaba desde lo más profundo de la sierra de tus anhelos. Esta mañana dejé caer, vencido, mi cuerpo sobre el poyete del viejo refugio, desde donde pude contemplar de nuevo ese bosque tan verde y tan nuestro. Esta mañana, en aquel puente de piedra, ¿recuerdas?, vi a cientos de niños trabajando alegres bajo el sol, intentando contener para mañana ese riachuelo al que tú, con respeto, llamabas río. Esta mañana te vi sentado entre los niños del cielo y parecías muy contento. Me miraste y comprendí que aquello no se podía parar, que no hacía falta que estuvieras aquí porque nunca habías partido.


Si pienso en lo que quieres que yo haga.
Si tengo que hacer caso a tus palabras.
Si quieres que te diga lo que pienso:
Es de locos, es de locos.

Si quieres que me quite las cadenas
que me hacen sentir seguro aquí abajo.
Es como si me vaciaras la venas:
Estás loco, estás loco.

Solo te pido fuerzas para hacer de mi
debilidad un férreo vendaval.
Desde el convencimiento que tal vez
hoy todo puede ser de nuevo realidad,
que ya estás al llegar.

De todas formas sé que es necesario
andar contracorriente en esta tierra.
Y que en el fondo merece la pena
estar loco, estar loco.

Pachi


Tengo en mi rostro las huellas de las lágrimas de ayer, un reflejo nítido de lo que realmente soy. Tengo en mi alma un agujero enorme, tan grande que no alcanzo a ver las palabras que nos quedaron por decir. Tengo un dolor que me duele sin hacer daño pero que hiere en cada pensamiento y mucha rabia contenida para soltar.


Él, que nunca espera, me esperó. Esperó a que volviera de la isla verde de los pájaros negros, a que el avión que traía mi cuerpo y sus pensamientos tomara tierra, a que llegara a esa casa que recibe al extraño y al que no lo es con esa frase que intuía el mañana y que sólo hoy comprendo: Con Francisco me quedo en vosotros. Esperó a que sacara del coche la última maleta. Entonces, en ese preciso instante, me llamó para decirme que se iba, que no podía más, y que fuera a Sevilla a jugar con él la última partida en lo alto de la colina.




Mi corazón hoy, un día después, es un instrumento que aunque no suena está lleno de sentimientos recién amanecidos que tardaré tiempo en asimilar, una caja inmensa repleta de abrazos y besos de los buenos, de aquellos que tuve que recibir, de esos otros que necesité regalar. Ayer vi el trigo en el trigal en su máximo esplendor, el que sembraste aquellos días sin darte cuenta o no, que no lo sé, y comprobé que todavía hay un tiempo para llegar al final del camino, tu camino, nuestro camino.




Dicen que abriste la puerta, que deseabas partir. Yo creo que no. Esa puerta la utiliza todo el que se va, cualquiera puede abrirla. Seguro que tú preferiste escoger otra vereda, quizás más difícil pero a la larga más útil. Como siempre. Te veo claramente haciendo un hueco en el grueso muro que nos separa del otro lado para que nos llegue después del adiós esa luz que los seres normales no podemos ver.


Sé que ahora estarás poniendo orden en el cielo de tus sueños, diciéndoles cómo hay que hacer las cosas a los que están allí desde siempre, pero no olvides que en tu bosque siempre habrá también un niño esperando a que le digas qué es lo que hay que hacer ahora. Y que ese niño todavía puedo ser yo.









Sigo viendo...






Lo que veo...







El último libro


Un libro de amores,
de flores
fragantes y bellas,
de historias de lirios que amasen estrellas;
un libro de rosas tempranas
y espumas
de mágicos lagos en tristes jardines,
y enfermos jazmines,
y brumas
lejanas
de montes azules...
Un libro de olvido divino
que dice fragancia del alma, fragancia
que puede curar la amargura que da la distancia,
que sólo es el alma la flor del camino.
Un libro que dice la blanca quimera
de la Primavera,
de gemas y rosas ceñida,
en una lejana, brumosa pradera
perdida...

Antonio Machado.



Busco con ansiedad el último libro, el que hable en voz baja con mi interior, el que diga y enseñe a la razón aquello - lo que sea, que da igual - que arranque del letargo, de sus nervudas raíces, al ruin humano que vegeta dentro de mí. Por eso creo que a veces no termino algunos, por culpa, por la gran culpa, por la grandísima culpa de ese perenne rastreo. Por eso creo que siempre estoy indagando, porque no acierto a descansar en algunas páginas o a reflejarme en esas historias. Por eso creo que siempre tengo diez o doce ejemplares, de los más diversos y dispersos temas, esperando en un selecto apartado de mi estantería particular, en esa que yacen las esperanzas y malviven los estados oníricos efímeros. Tal vez, que no lo sé, únicamente aguardan agazapados, acurrucados, escondidos o encogidos el momento adecuado en mi particular estado de ánimo para ser elegidos para una gloria que a buen seguro tendrán.


La culpa la tengo yo por ser un individuo que no tiene ideas y malvive como puede de unos sentimientos tan extraños que nunca llego a controlar. Compulsivos muchas veces, sí, pero sentimientos al fin y al cabo.


Sí, ya lo sé, se me ha vuelto a ir la cabeza... pero estamos en la etapa africana del verano, en la calle abrasan sus cuarenta grados y todavía no me he ido de vacaciones.

La caída de la red...


Buenos días, dígame… le atiende Elorín… ¿en qué podemos ayudarle?

La voz suave, aplatanada y dulce de quién está al otro lado del teléfono me hace dudar y en un principio no sé si he llamado al número de información de Timofón o a la playa donde se rueda el anuncio “me estás estresando” del ron Malibú.

- Pues mire señorita… quería saber por qué llevo toda la mañana sin conexión a internet. No sé si es un problema de mi ordenador o de la compañía suministradora…

- No se preocupe usted, “broder”… Estamos trabajando en ello para restablecer el servicio próximamente… es que se ha caído la red…

- ¿Cómo dice…? ¿Qué se ha caído qué?

- … La red, que se ha caído la red.

- Ya, lo entiendo - le dije sorprendido a la amable señorita para luego volver a preguntar - y ¿por qué no la recogen?

- No comprendo, caballero…

- Que digo yo que si la red se ha caído tendrán que bajar a recogerla ¿no?

- Sigo sin entenderle, “mihenmano”…

- Verá usted señorita… es la cuarta o quinta vez en los dos últimos meses que llamo a este número de teléfono de atención al consumidor, que en este caso soy yo, y siempre me dicen lo mismo, que se ha caído la red. Yo no sé a dónde se ha caído y tampoco entiendo ni por qué nadie va a recogerla ni por qué tardan tanto en hacerlo… Lo único que sé es que cada vez que a ustedes se les cae esa dichosa red no tengo conexión a internet y yo sin esa conexión ya no sé vivir. ¿No la pueden atar un poco más fuerte para que no se caiga?

La señorita cortó de repente la conversación transoceánica y yo… yo me quedé otra vez con cara de bobo y sin internet. ¿Alguien lo entiende?




Nota del autor.- Alguno, extrañado, se preguntará cómo conseguí hablar con un ser humano directamente, un ser humano de los de verdad, saltándome el protocolo de la maquinita, esa que empieza a decirte, después de escuchar durante cinco minutos el “Letitbí” de los “Bitels” interpretado por “Paul Mauriat”, sin miramiento alguno: si la llamada es para una avería… pulse 1, si la llamada es por un despiste de un primo… pulse 2, si la llamada es porque usted estaba aburrido y no sabía que hacer… pulse 3… Tengo un truco: Cuando la máquina habla y empieza con el jueguecito de los “pulse” uno debe permanecer en silencio, totalmente callado. La maquinita no está preparada para que el que está al otro lado de la línea no le hable. Entonces, enseguida, de repente, te ponen con lo que llaman “un operador”. Y ese operador, aunque esté en el Caribe, te habla, te escucha… aunque no te entienda. Pruébenlo.

El olvido que seremos…


Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y los que seremos.

Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los triunfos de la muerte y las endechas.

No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá quien fui sobre la tierra.

Bajo el indiferente azul del cielo,
esta meditación es un consuelo.

Jorge Luis Borges


“Sobrevivimos por unos frágiles años, todavía, después de muertos, en la memoria de otros, pero también esa memoria personal, con cada instante que pasa, está siempre más cerca a desapacerecer. Los libros son un simulacro de recuerdo, una prótesis para recordar, un intento desesperado por hacer un poco más perdurable lo que es irremediablemente finito.”


No suelo recomendar libros. De vez en año inserto un post que habla de alguno que cayó en mis manos y descolocó mis sentimientos durante un breve espacio de tiempo, pero no me gusta decirle a la gente lo que tiene que leer o lo que no: Allá cada uno con sus “cadaunadas”. La reseña que aparece en el margen izquierdo de esta bitácora con el título “Estoy en” sólo muestra el ejemplar – cuando no se me olvida cambiarlo - que en ese momento estoy destrozando, sin más pretensión que la de ofrecer una información adicional por si a alguien, principalmente a seres humanos a los que les guste la lectura, le pudiera interesar o no sabe en ese momento qué comprar o regalar a un ser querido. Más de una vez el que suscribe, que soy yo, ha adquirido algún libro publicitado en alguna que otra página amiga. Incluso los he llegado a leer, pero eso no viene a cuento ahora.

Hoy sí, hoy voy a recomendarles uno. Hacía tiempo que no lo pasaba tan bien y tan mal delante de una novela. Hacía más tiempo todavía que mi corazón no me decía que siguiera leyendo y mi cabeza no me obligaba a subrayar frases de forma compulsiva para que luego no se me olvidaran. Es un libro autobiográfico en el que se sentirán representados aquellos que tuvieron la suerte de tener un padre de verdad, esos que disfrutaron de una existencia en familia, aquellos que vieron en su hogar una figura paterna que influyó, por su noble condición, con sus aciertos y con sus errores, en la forma de encarar la vida y en el carácter que se creó con el correr del tiempo dentro de uno mismo.

Si este verano tienen algún rato libre… no se lo pierdan. Lean despacio, recréense, disfruten…

“Todos los amigos que fueron al entierro de Héctor Abad Gómez tenían miedo. Algunos, para protegerse, se escondieron desvergonzadamente tras los árboles . Sólo dos de ellos se atrevieron a hablar: Carlos Gaviria recordó aquellas horrorosas palabras pronunciadas en Salamanca, en tiempos de la guerra civil española, por un franquista de infame recordación, Millán Astray: «¡Viva la muerte, abajo la inteligencia!»

El otro que habló fue el escritor Manuel Mejía Vallejo, paisano (ambos eran de Jericó) y uno de los amigos más cercanos a Abad, quien dijo valientemente este corto discurso:

Vivimos en un país que olvida sus mejores rostros, sus mejores impulsos, y la vida seguirá en su monotonía irremediable, de espaldas a los que nos dan la razón de ser y de seguir viviendo. Yo sé que lamentarán la ausencia tuya y un llanto de verdad humedecerá los ojos que te vieron y te conocieron. Después llegará ese tremendo borrón, porque somos tierra fácil para el olvido de lo que más queremos. La vida, aquí, están convirtiéndola en el peor espanto. Y llegará ese olvido y será como un monstruo que todo lo arrasa, y tampoco de tu nombre tendrán memoria. Yo sé que tu muerte será inútil, y que tu heroísmo se agregará a todas las ausencias.”

Volverán las oscuras golondrinas…

¡Contumaz!, esa es la palabra que describe perfectamente a ese animal alado. He buscado el significado en el diccionario, que para eso está, y me dice que contumaz es alguien obstinado, tenaz en mantener un error. Y las poéticas golondrinas lo son y ¡en qué medida!

Una pareja de golondrinas pretende hacer un nido para criar golondrinos – que no es lo que ustedes están pensando – en la puerta de mi garaje. Yo las disuado y ellas dicen que no. Yo rompo su nido en construcción y ellas, como si nada, vuelven a empezar.

Pensarán que uno no sabe que son especie protegida… Pensarán que uno desconoce que los nidos de esas aves no se pueden tocar so pena en forma de multa cuantiosa… Pensarán que uno no tiene sentimientos... Pensarán que uno desconoce también que no se las puede molestar bajo ningún concepto… ¡Nada de eso! Sólo intento disuadirlas para que hagan su hogar en otro lado y lleguen a tiempo para poner sus huevos y alimentar a sus crías con tranquilidad.

Y todo ello ocurre porque son absolutamente contumaces. La pareja de golondrinas en cuestión, que debe ser muy “nueva”, se empeña una y otra vez en hacer el nido en el vértice superior derecho del portón que da acceso a mi garaje, entre el travesaño fijo superior y la puerta abatible. Así, cada vez que abro la puerta – seis o siete veces por día – el nido se rompe en mil pedazos. Pero ellas, erre que erre, dando coces contra el aguijón, cogiendo en mal latín, diente con diente, haciendo de rey y de roque, vuelven sobre su construcción. Visto lo visto sólo tengo dos opciones: o dejo que críen allí y no utilizo el coche en dos o tres meses o antes de que terminen el nido las disuado para que lo hagan en otro sitio. Opté por la segunda, que era la más lógica – además podría irme de vacaciones con la familia -, y no dejan de sorprenderme porque cada vez que abro la puerta y se rompe el nido… ellas vuelven a empezar. Calculo que llevan iniciados cuarenta y siete, más o menos.

Un chaval que vive en mi casa no entiende el juego que nos traemos entre manos las volátiles y el que suscribe y me dice, me implora, me suplica, que las deje, que hagan su casa, que quiere ver los pollitos, que si no tenemos coche en el verano que no pasa nada porque vamos “adondesea” en avión, que son muy bonitas y azules. Y yo, comento con los labios entrecerrados: Sí, bonitas y azules, pero más tontas que Abundio.

Ya decía Gustavo Adolfo, que de estos pájaros entendía un rato, que volverían las oscuras golondrinas en mi balcón sus nidos a colgar, y que, otra vez, con el ala a sus cristales jugando llamarían, pero que aquéllas… aquéllas que aprendieron nuestros nombres… ésas… ¡no volverían! Pues bien que lo siento por Don Gustavo pero eso no es verdad porque esos artefactos azules con alas no han colgado su nido en balcón alguno – ni intención tienen -, ni juegan con el ala en los cristales – no les da tiempo con tanto ajetreo - y por más que les he dicho cómo me llamo - incluso se lo he gritado para asombro de algún que otro vecino que observa atónito a un individuo al que creían cuerdo hacer aspavientos y gritar su propio nombre al viento - vuelven. Siempre vuelven, aunque acaben sabiendo de memoria el patronímico, el mote y el marital del sujeto que gesticula de forma absurda y vocifera su nombre y apellidos a pleno sol cada jornada.



Ahí, donde está la mancha de barro, lo intentan hacer.

La tarifa nocturna


“La tarifa nocturna de la electricidad tiene los días contados. El día 1 de julio entra en vigor un nuevo sistema de precio basado en la discriminación horaria (TDH), lo que supondrá un mayor número de horas a coste más bajo (lo que se conoce como 'horas valle'), pero con un porcentaje de descuento menor que el que obtienen hoy día las familias dadas de alta en una modalidad que prima el uso de los electrodomésticos durante la noche, cuando los requerimientos energéticos son menores. De hecho, estos hogares se ahorraban hasta un 55 por ciento por poner la lavadora o el lavavajillas entre las 23,00 y las 7,00 horas en invierno y entre las 00,00 y las 8,00 en verano. La denominada 'Tarifa 2.0N' podía aplicarse a cualquier cliente en baja tensión cuya potencia contratada no excediese de los 15 Kw, siempre que contara con el equipo de adecuado.

La medida, promovida por el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio, no ha sido bien recibida. La Unión de Consumidores de España (UCE) ha pedido el amparo del Defensor del Pueblo, ya que considera un abuso que los abonados vayan a desembolsar un 40 por ciento más que en la actualidad. «La nueva tarifa es más cara porque el usuario paga la potencia máxima para las 24 horas del día», comentan. A su juicio, esto vulnera los derechos fundamentales de los ciudadanos, además de suponer un grave perjuicio económico. Y agregan que los consumidores han recibido ya cartas de sus compañías informándoles de que cambiarán la potencia y que les cobrarán por ello los derechos de acceso.”

¿Cómo dice…? ¿318 euros…? Pero ¿por qué? Hace unos años instalé calefacción eléctrica en mi casa y me acogí a la llamada Tarifa Nocturna. Dos mil euros invertidos en radiadores, cables, acumuladores y otras zarandajas que ahora tendré que tirar. Firmé un contrato con una compañía eléctrica que, bajo el paraguas de Papá Estado, me aseguraba suministro eléctrico limpio a un precio “razonable”. La tarifa nocturna era una ventaja para contratante y contratado porque esos radiadores cargaban – es decir, gastaban luz - durante la noche y, al parecer, como todos estábamos dormidos – o durmiendo que dijo Don Camilo una vez – y la energía no se acumula (requerimientos energéticos menores les llaman) además de hacerle un favor a las Compañías… el ahorro era considerable para el ciudadano.

El otro día recibí una carta en la que se me conminaba a pasar por las oficinas de esa Compañía que tan bien me trató ab initio para autorizar un cambio de potencia, necesario (¿para quién?) y obligatorio (para mí). Y es que alguien que manda – El Ministerio de Industria, por ejemplo - había decidido de forma unilateral y abusiva romper un contrato que los contratantes, con sus pactos, cláusulas y condiciones, habíamos tenido por conveniente y que no afectaba, para mayor seguridad, ni a la moral ni al orden público, que decía aquella ley.

En Derecho y en casi todo en la vida, añado yo, el que la hace la paga. Y yo, Señoría, no he hecho nada. Más bien lo contrario, ya que hasta el día de hoy he abonado los recibos que puntual y mensualmente me han girado vía bancaria, hubiera saldo o no. Son ellos los que han vulnerado los principios más elementales. Son ellos los que han roto un contrato sin previo aviso. Son ellos los que – ahora sí viene al caso – con nocturnidad y alevosía han vulnerado el contrato que tan alegremente firmamos entonces. Son ellos los que, para mi mayúscula sorpresa, me dicen que tengo que abonar 318 euros por ese cambio obligatorio más un 40% de incremento mensual por arreglar su descosido, por cambiar algo que me obligan a cambiar, por ser tan gilipollas y hacer caso a las cosas a las que nunca hay que hacer caso…

Si ni siquiera nos podemos fiar ya de Papá Estado – auténtico valedor de los derechos de los ciudadanos como yo - … ¿cómo me voy a fiar de los demás?

Tu risa

Sólo pretendí que te sintieras bien, aunque fuera por un momento, un diminuto instante… Ni quise perturbar tu realidad, ni quise pisar las flores que con tanto esmero habías plantado en tu jardín. Sólo anhelé llegar hasta el lugar donde te duele porque en ese sitio me duele a mí también.


Hoy, y nada más que hoy, siento que nací para soñar alegrías y para correr por esos campos donde nacen las satisfacciones, para entregar sonrisas a todo aquel que me las pida… Son gratis, oiga. ¡Última oportunidad, señoras y señores! ¡Llévense dos por el precio de una!



Llegará ese día…



Leer, leer, leer, vivir la vida
que otros soñaron.
Leer, leer, leer, el alma olvida
las cosas que pasaron.
Se quedan las que quedan, las ficciones,
las flores de la pluma,
las solas, las humanas creaciones,
el poso de la espuma.
Leer, leer, leer; ¿seré lectura
mañana también yo?
¿Seré mi creador, mi criatura,
seré lo que pasó?

Miguel de Unamuno


Llegará un día en el que no volveréis a ver el fondo de mi rostro reflejado en el agua de este limpio estanque de juramentos, ofrecimientos y compromisos. Llegará un momento en el que las palabras agotarán – no podría ser de otra manera - su ciclo natural en mi interior y tendré que abandonar mi casa con pena, quizás por no tener más para contar, tal vez por carecer de medios para decir... En ese instante sabré que no hay vuelta atrás, que parto para no volver, sin equipaje que me ancle y con los recuerdos que me quepan por bandera, tal cual llegué a esta orilla aquella mañana de primavera.


Ese día, si he conseguido que se hayan grabado en el corazón de quien tuvo la osadía y la paciencia de leer estelas de sentimiento, habré triunfado. Mi único deseo, la última ambición del ser humano que vive en mí ahora, es que algunas palabras buenas, acaso las mejores (si es que las hubo), permanezcan en los rincones de la memoria de aquellos emigrantes anónimos que construyeron paso a paso, sin darse cuenta, este teatro virtual de verdades a medio formar donde uno es quien no dice ser y otro fue lo que realmente pudo ser.



A Turu, con cariño, que me dio una frase para
que yo construyera sin escrúpulos otra mentira.

Ayer estuve…


Ayer estuve donde el arte de las musas le roba el poder a la palabra, en un lugar donde los sonidos, siempre sensibles, eternamente frágiles, se hacen dueños del espacio y del tiempo.

Ayer estuve donde esa palabra calla, aunque sea por un instante, por un solo instante, para que los dedos vuelen por entre la misma esencia del ébano, el marfil, el arce escogido o el barnizado a mano y así, despacio, suavemente, puedan interpretar a su manera lo que vieron, lo que aprendieron, lo que saben ejecutar en vida independiente y libre, cada uno por su lado.

Ayer estuve allí, en un rincón del alma donde se juntan pensamiento y cuerpo al son que marcan los compases, donde fluyen sin querer los saberes naturales de los más pequeños, los de aquellos que por edad no temen ni a la soledad del escenario ni a sí mismos, los de aquellos que respiran todavía sin fantasmas.

Ayer disfruté oyendo, viendo y sintiendo como oyen, ven y sienten los que quieren disfrutar.

Ayer la sombra fui yo. Hoy el reflejo de aquello eres tú. Y ellos también.


Para Luc




Días de alto en las lecturas… y de sol desprevenido. No hay tiempo, no tengo tiempo… Vivimos camufladas épocas de un pan que amenaza ser escaso bajo el boato europeo de infames crisis que no son y un maravilloso Circo del de siempre, del de ¡pasen y vean…!, del de ¿Cómo estás ustedeeees…?, para engañar convenientemente las hambres del que menos se da cuenta, que también puedo ser yo. Y es que las “eurocopas” del fútbol, los “rolangarros” y el “uinblendón” del tenis, las carreras de “fennandoalonso” y las motos de Pedrosa, Bautista y el inestable Lorenzo y algún que otro deporte de cuyo nombre no me acuerdo, dictan a pie juntillas lo “cojonudos” que somos los españoles delante de una tele de plasma y una cerveza fresquita bebida a la sombra de un bar con aire acondicionado. Si a todo eso le añadimos el ajetreo del fin de curso escolar, no queda un rato libre para descansar o un espacio de tiempo para dedicar a los libros, esos artefactos con hojas blancas, tinta negra y pasta dura que tanto bien me hacen. No soy capaz de hacer el equipaje del Rey José, Pepe Botella para los amigos... No soy consciente de los ejemplares que he ido almacenando para cuando sea posible, que será probablemente en el mes del descanso… Sólo un hueco, un pequeño recoveco diario, trae de vez en cuando ante mis ojos y para que lo reparta por el conocimiento, cuando lo tengo, “Las estaciones lentas”, “puñados de palabras en las que, a veces, pueden/las cosas respirar,/compartir con nosotros el estremecimiento/que las mantiene vivas...”



Dicho lo divino - que a nadie importa, ni a mí siquiera… -, paso a describir - por deseo expreso de una amiga virtual - lo mundano, para lo que por sistema tengo un rato para perder:


No me gusta (aunque no creo que importe):

1.- El “bacalao” y todo tipo de música que tenga como único fin el ruido.
2.- La manipulación política en los medios de comunicación.
3.- Que haya que comprobar a diario y previamente si los dibujos animados de la tele son adecuados para los niños o no.
4.- Que desordenen el desorden natural de mis cosas.
5.- Que me digan lo que tengo que hacer.


Me gusta (sí me importa):

1.- Leer cualquier cosa y escribir.
2.- Aprender a tocar el piano, si es que acaso se puede, a esta edad.
3.- Hacer felices a los míos.
4.- Moverme en moto por la ciudad.
5.- Una salida extra con los amigos recordando lo bien que lo pasábamos hace tanto.


No entiendo (ni falta que hace, creo):

1.- Para qué sirve el Ministerio de Igualdad (a no ser que valga para que los hombres alcancemos en derechos a las mujeres o “miembras”).
2.- Por qué los niños españoles nunca acaban de aprender inglés aunque se pasen media vida estudiándolo.
3.- Por qué si quince autonomías remamos en la misma dirección siempre acabamos en el puerto de las dos que reman contracorriente.
4.- Por qué, desde que se instauró la democracia, el inquilino que por turno y número de votos reside en la Moncloa acaba convirtiéndose sin remedio en un auténtico “gilipollas” a los dos años, aproximadamente, de vivir allí.
5.- Por qué se siguen pelando tan mal los palotes.


Me gustaría (esto va para la galería, esa que espera convencida que detrás de las palabras que malviven en el blog resida un hombre cuerdo o comprometido):

1.- Que los coches funcionaran con aire o, a menos perder, que la gasolina bajara a la mitad.
2.- Que no hubiera guerras.
3.- Que no existiera el hambre en el mundo.
4.- Que la gente, incluyendo en este apartado a las personas, transeúntes y peatones en general, fuera feliz.
5.- De ésta (con acento en la e por riesgo de ambigüedad) ya no me acuerdo, así que no sería importante.


Y como dijo el poeta en una de sus lentas estaciones:

Desde lejos me observan como lo haría ese cielo
común de los pastores…

Buenos días a todos y a todas en el segundo día de un verano que se prevé caluroso, como siempre que es verano y hace calor. ¡Faltaría más...!

A Lola...



Ayer se fue de nuestro lado, sin hacer ruido. Y yo, perdido en esos recuerdos de la infancia donde su sola presencia era signo de alegría para los más pequeños, busco desesperado algún madero salvador al que asirme fuertemente. Me duelen los dolores más extraños, los que reflejan callados la parte dulce en los adentros, los que me dicen al oído que un lejano día fui feliz con poca cosa, los que me cuentan en silencio que ella estuvo allí, que fue parte principal de aquello que hoy rememoro y reformo a mi antojo. Y siento que me falta algo por hacer, una palabra por decir, una frase que compense la balanza, para que los “te doy” que regalaba sean recíprocos. Y la encontré en la poesía de alguien que también formó parte del nosotros familiar, de un ayer plagado de vivencias.


"Allá: todo está allí, en esa orilla.
Todo está en ti, mujer: todo en la amada.
Sobre mi seco pozo de silencio
espero la humedad de tu palabra,

lo mismo que la hiedra: brocal solo,
lodo y cal solo hacia las nuevas aguas.
Aquí todo está aquí, en esta orilla,
hacia mi pozo lleno de nostalgias.

Todo está aquí. Todo está en ti, canción;
eres canción, paisaje, tarde clara,
mis hijos, versos míos, tierra madre…
abre, llueve en mi pozo tu palabra.

Aquí, sobre mi pozo de silencio,
donde mi seca voz amurallada,
llueve, canción, mujer, llueve mi voz,
llueve tu voz, tu hiedra en mi antesala.”

ALFONSO ALBALÁ ( España, 1924 - 1974 )



Y ya no oiré esa voz en la ventana reclamando que abra mi puerta a los detalles para con esos que hoy son como yo fui ayer… Ya no podré esperar lo que no llega… Ya no…

Con lo puesto…



Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.

Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruidosa cama.

Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.

El odio se amortigua
detrás de la ventana.

Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.

Canción última. Miguel Hernández.


Vengo con lo puesto, que no es nada. No traigo siquiera un equipaje que pueda sobrecargar mis recuerdos. Salí desnudo esta mañana temprano por entre los campos del conocimiento, ya secos pues la estación que aparece lo solicita sin remedio... Vagué sin esperanza entre las callejas de mi memoria, si acaso existía y no fue otra de mis dispersas divagaciones… Me detuve a última hora del mediodía en esta mi casa, un lugar vacío de sentimientos, proclamas y soflamas desde hace tanto que ni sé si algún día estuvo su despensa repleta…

Pero no se asusten, que sólo traigo palabras… Es lo único que pude recoger. Las encontré en esos campos que retuercen mi entendimiento y en esas estrechas callejas que transitan por entre mis evocaciones. Y son de aliento y consuelo, de felicidad y alegría, de esperanza en mañana quizás… Las reparto, pues mi generosidad no conoce límite para lo que no hace falta o es innecesario. Digo que las reparto, que las envuelvo en papel de regalo para aquel que las quiera recoger. Las esparzo sin temor entre las gentes de bien que viven tras los hilos que sujetan mi ventana al resto del mundo y que nunca sé quiénes son, si existen o son otra invención más. ¿Quién no quiere un consuelo? ¿Alguien desprecia un apoyo? ¿Acaso se reniega de un razonamiento para rebatir?

Traigo de todo y para todos… ¿Qué otra cosa podía hacer si no poseo más que este don, sabiendo muy dentro que no es un tal porque siempre es traición? Sé que vuelvo a descolocar mi conciencia a borbotones, que no llego – nunca podré llegar - al lugar que quisiera, más me hacía falta decir que vivo y que estoy aquí.

Algunas veces se me va la cabeza. Otras veces... también.


 
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