Un paréntesis en la escapada…


Me asomo despacio y sin miedos a lo que un día fue mi casa... Por un instante. Por un solo instante y por una sola vez. Durante este tiempo no la eché de menos, esa es la verdad. Estuve ocupado en otras batallas más interesantes y reconfortantes que me ayudaron a sonreír y a gozar de nuevo, pero eso no viene a cuento ahora. Dejar de venir hasta este lugar que cobijó lo que siempre quise contar, lo que me apeteció escribir, lo que tuve a bien desparramar compulsivamente por la red, lo que me hizo sentir dichoso, lo que me acercó a gente que no hubiera conocido en otros lugares, lejos de provocar un sentimiento de nostalgia en mi interior se acabó convirtiendo en una liberación. Un blog no puede ser un trabajo ni un escaparate de moda antigua. Y éste lo acabó siendo… Hay etapas en una existencia personal que hay que aprender a cerrar. Pero ayer sentí que tenía algo que decir de nuevo y esta mañana me levanté decidido a volver un rato, para limpiar telarañas. Por un instante... Por un solo instante y por una sola vez... Es curioso comprobar como las cosas que nos han vestido durante mucho tiempo, en ocasiones parecen desaparecer de golpe de las rutinas sin que notemos su falta. Y es que el desapego por la falta de contacto, con el tiempo y una caña, es capaz de vencer a los afectos más íntimos, por muy enraizados que estuvieran en uno.

Y es que ayer me presenté, vacío, delante de ese papel blanco donde suelto lo que escribe el que cavila dentro de mí. Y me representé otra vez desnudo ante mí mismo, con la sensación de no poseer nada para ofrecer. Puede no ser como lo cuento, pero los estados del ánimo son caprichosos y llevan al alma a donde quieren y cuando quieren. Pretendí sacar las palabras que se aferraron a mis entrañas, como se aferra un bebé hambriento a los pechos de una madre, y no quieren salir, no pueden salir. Hay veces que se agarran con tal fuerza al interior que me muestro incapaz de hacerlas vivir, incapaz de hacerlas describir los sentimientos que me pretenden, que me envuelven, que me arañan y desgarran. Y es que el día que me vivió me llevó a la lentitud en el pensar, al recreo desasosegado en otros tiempos, al recuerdo inmejorable de algo que ya no existe, que nunca más volverá. En estos meses he aprendido que hay lagunas que no se llenan con el agua que cae, por mucho que llueva. Necesitan que un manantial les dé vida. Sin él no pueden rebosar. En estos días la varita mágica que me regalé cuando crecí parece encasquillarse y se agita a golpes de mano sin ton ni son, buscando en el espacio un remedio rápido para los que piensan, para los que sólo disfrutan queriendo.

Ayer fue un día de recuerdos y también tuvieron cabida otras cosas en ese estado del ánimo. Y logré rememorar con gratitud a los durmientes, a esas personas que durante una vida estuvieron ahí, apartadas, y que no jugaron nunca un papel importante en el estar hasta que se hicieron necesarios para sobrevivir y absolutamente indispensables en sus apoyos. Veo con satisfacción cómo se han convertido con plenos poderes en imprescindibles, que han entrado para siempre entre los seres que hay que tener en cuenta. Gracias a ellos, aunque algunos vivan lejos, parte de mi mundo todavía conoce los colores puros. Sin esos colores nadie puede existir. Y quería decírselo a través de estas letras, para que lo supieran. Ellos saben quiénes son.

Ayer, cuando tuve la sensación de no llegar hasta el fondo, fue sólo un día más. Me lo dijo un amigo. Y también pasó. Mientras tanto, en esa espera, seguiré soñando que existe algo mejor para compartir. No lo sé hacer de otra manera. Tampoco me apetece cambiarla porque tengo ya una edad.

Sigan ustedes su camino, no se tuerzan… que yo volveré al mío, del que ahora no me apetece salir.

Para Q.
Siempre sabe por qué.

Un hasta luego…



Porque a lo mejor no hace falta pensar…
Porque a lo mejor no hacen falta las excusas…
Porque a lo mejor hay que dejarse llevar…
Porque a lo mejor “la felicidad está en la sala de espera de la felicidad”…
Porque sé que lo que he descubierto en este tiempo llena todo mi espacio…
Porque sé que no necesito más…

Llegará un día en el que no volveréis a ver el fondo de mi rostro reflejado en el agua de este limpio estanque de juramentos, ofrecimientos y compromisos. Llegará un momento en el que las palabras agotarán – no podría ser de otra manera - su ciclo natural en mi interior y tendré que abandonar mi casa con pena, quizás por no tener más para contar, tal vez por carecer de medios para decir... En ese instante sabré que no hay vuelta atrás, que parto para no volver, sin equipaje que me ancle y con los recuerdos que me quepan por bandera, tal cual llegué a esta orilla aquella mañana de primavera.

Ese día, si he conseguido que se hayan grabado en el corazón de quien tuvo la osadía y la paciencia de leer estelas de sentimiento, habré triunfado. Mi único deseo, la última ambición del ser humano que vive en mí ahora, es que algunas palabras buenas, acaso las mejores (si es que las hubo), permanezcan en los rincones de la memoria de aquellos emigrantes anónimos que construyeron paso a paso, sin darse cuenta, este teatro virtual de verdades a medio formar donde uno es quien no dice ser y otro fue lo que realmente pudo ser…





… Y llegó ese día. Cada empresa tiene una etapa. Cada etapa tiene un por qué. Y cada por qué una respuesta que hay que buscar. En este pequeño rincón virtual lo he pasado muy bien. En él descubrí que la vergüenza sólo existe en el corazón de los que no se atreven. Ahora voy a imaginar mañanas que usarán todo mi tiempo. Ahora parto hacia otro lugar. Mañana también...

Ha sido un placer participar con todos ustedes durante estos años…

Nos vemos en la red.


Les dejo con esta canción. La compartí durante mucho tiempo, casi toda la vida, con la primera persona que supo que este blog iba a nacer. Hoy, en este hasta luego, me acordé... No podía ser de otra manera. Va por ti…

Guardo…


Y si una duda te hace
señas a diez mil kilómetros,
lo dejas todo, te arrojas
sobre proas, sobre alas,
estás ya allí; con los besos,
con los dientes la desgarras:
ya no es duda.
Tú nunca puedes dudar.
Pedro Salinas.
La voz a ti debida.


Guardo una noche sin luna que quiere llover tras los cristales... Y el profundo sonido de un abrazo en el silencio de la madrugada que despierta para siempre al que nunca tuvo tiempo para sí. Después siento que empieza a moverse el espacio que respiro muy despacio, lentamente. Ya no se detiene… A partir de ahí, nada. Desde ese momento, todo. Nada para llenar corazones vacíos. Todo para decidir en el camino lo que realmente importa.

Hoy viene a mi memoria una sonrisa y un nombre. Un tiempo feliz en el prefacio. Una rosa en el epílogo. Un golpe inesperado en el cuerpo del libro que me leía. Y aunque nunca me conformo - me lo impide mi carácter -, me adapto. Soy un camaleón en constante evolución y sigo guardando cartas para no enviar en el cajón de la memoria por si mañana me hacen falta. Sigo buscando en la espesura del bosque el tono que falta en el cuadro. Sigo formando al individuo que quiero ser mañana, si acaso es posible.

Miro el calendario. Todos los días se me aparecen iguales en la forma, no hay duda. Cinco en blanco, dos grises. Y así siempre. Y así todas las semanas. Sólo nosotros los hacemos diferentes. Sólo nosotros podemos pintarlos de otro color. Ahora estoy en esa tarea... Sé que es imposible reflejar en la escritura con exactitud cierta un sentimiento sin cometer algún error, sin que alguien equivoque el sentido de la última palabra. Sin que lo confunda yo mismo, que también es probable. No lo puedo evitar. Tampoco me importa y aunque últimamente las letras que muestro van hacia dentro, sé que ahí fuera, donde viven los humanos, existen otras formas, otras maneras de entender. Pero no son las mías, que me esperan cada mañana detrás de lo que pienso y me piden salir al exterior así, tal como las ven. Ahora también he descubierto que la barba que cubre mi rostro ya no me oculta, aunque eso no viene a cuento ahora.

Hoy, cuando todo está volviendo a su sitio, sigo abrazando esa variable. Y no se está mal.

He traído dos flores que no se ven. Pero se sienten. Disfruten de la fragancia que desprenden. Llenen sus ojos con el color. Aprovechen su frescura porque son puras. Las he cogido esta mañana temprano de un sitio escondido… Tuve intención de traerlas ayer hasta aquí, pero concerté una cita con mi destino y no lo pude hacer. Tampoco quise.

Caminaba…


Y la vida es misterio, la luz ciega
y la verdad inaccesible asombra;
la adusta perfección jamás se entrega,
y el secreto ideal duerme en la sombra.
Por eso ser sincero es ser potente;
de desnuda que está, brilla la estrella;
el agua dice el alma de la fuente
en la voz de cristal que fluye de ella.
Rubén Darío.

Hoy era un día diferente. He visto al hombre al que le pesaban las ropas y la vergüenza. Caminaba desnudo por la orilla de la playa. El único lastre que le acompañaba en el trayecto era su propio yo, pero ahora era libre. Y parecía contento. Hoy, cuando nadie puede controlar lo que no se ve, ese individuo sabe que su actitud contra el mundo viene determinada por una variable. Nada más. Hoy, las olas mojaban sus pies al romper contra la orilla y borraban despacio las huellas que no han de quedar. Ha descubierto que cuando todo acaba, empieza el mañana. Hoy ese hombre camina hacia el sol y no se detendrá hasta que se abrase.

Dicen…


“Cada uno de nosotros es en verdad una idea de la Gran Gaviota, una idea ilimitada de la libertad - diría Juan por las tardes, en la playa -, y el vuelo de alta precisión es un paso hacia la expresión de nuestra verdadera naturaleza. Tenemos que rechazar todo lo que nos limite. Esta es la causa de todas estas prácticas a alta y baja velocidad, de estas acrobacias..."
“No creas lo que tus ojos te dicen. Sólo muestran limitaciones. Mira con tu entendimiento, descubre lo que ya sabes, y hallarás la manera de volar."
Juan Salvador Gaviota. Richard Bach.

Dicen que muy de mañana se sintió solo y abandonado. Sus compañeros habían partido a tierras cálidas y fértiles donde pasar el duro y gélido invierno y habían olvidado al amigo que estaba ocupado en sueños imposibles. Dicen que en su soledad se asomaba una y otra vez al acantilado y sólo era capaz de ver al fondo del precipicio agua furiosa, transformada en olas gigantescas y espuma, reventando las rocas. Y que entonces el vértigo se apoderaba de sus alas impidiendo cualquier movimiento, cualquier intento de huida. Cuentan que un día, cuando ya se había olvidado de la suerte, el silbido del viento lo despertó en la noche y le reveló sus mejores instintos. Entonces pensó que no tenía nada que perder si lo intentaba... Cuentan que aquella mañana ese viento acunó al pájaro con su canción más bella y lo hizo despegar. Y echaron a volar... Incluso alguien consiguió ver cómo, en un vuelo perfecto, llegaban a rozar el sol con las alas. Dicen que desde entonces son uno y que nadie es capaz de batir las alas como aquel pájaro. Cuentan que nadie sopla mejor que aquel viento…

Liberando…

Fue una alegría de una sola vez,
de esas que no son nunca más iguales.
El corazón, lleno de historias tristes,
fue arrebatado por las claridades.
Fue una alegría como la mañana,
que puso azul el corazón, y grande,
más comunicativo su latido,
más esbelta su cumbre aleteante.
Miguel Hernández.

Tanto mal causé, tanto bien levanto...

Y me gustó hacer lo que hice. Y decir lo que dije porque hay cuentas en el camino viejo que estaban sin cuadrar. El error, mantenido en el tiempo, colapsa los espacios del recuerdo y de la imaginación. Porque los recuerdos, para ser buenos, para mantenerlos frescos, han de ser tranquilos. Cerrando esa herida antigua se me volvieron a escapar verdades sin querer. Ya no sé de otra manera. Hoy vuelvo a estar tranquilo, he recuperado parte del yo vagabundo y bohemio que tanto bien me hacía…

En la madrugada, después de tantos años, he vuelto a escuchar la parte subrayada de esa canción que guardaba en un baúl.

Y en la claridad de pensamiento que me ofrece la mañana he descubierto con satisfacción que no siempre se llega tarde...

El peso…


No quisiera decir - y no lo voy a hacer - que el peso de lo que intento cada mañana me impide entender con claridad la letra de la canción que me acompaña… No me gustaría pensar - porque intuyo que la capacidad se distorsiona cuando es más fuerte el agujero - que el peso de lo que miento mantiene a flote al ser que me respira… Puede ser que el que bombea, el que todo lo puede, siga jugando con los sentidos y se esconda bajo la almohada sin que nadie le reprenda. Tampoco es cierto que desde entonces no dé conmigo porque siempre estuve en el mismo lugar. Y a las mismas horas. Ayer vi de nuevo al extraño, ese extraño que se me parece tanto. Vagaba entre los iguales… Permanecía encadenado a las rutinas, sin oponer resistencia. Él era la rutina… una isla dentro de un gran continente. Y ha de acostumbrarse a tal condición.

Ahora tengo que hacer un esfuerzo… Saldré a buscar historias diferentes más allá de lo que alcanzo, aplicables al mundo que manejo con soltura, de risas contagiosas, de fiestas sin caretas, repletas de nimiedades, fruslerías o vaguedades, que entretengan o amenicen, que no hagan pensar porque pensar cansa, que se adapten al otro yo… Me llevará un tiempo, pero volveré…

Tengan ustedes una buena semana… o buen año si tardo un poco más, que en este instante tampoco lo sé.

Otra visita...


No me gustaba aquel cuarto. Cuando ponía el pie en él, era la segunda vez y no sería la última, me daba la sensación de haber retrocedido más de treinta años en el calendario. Las aulas del viejo colegio en el que estudié eran del mismo estilo, se vestían con la misma dejadez. La única diferencia estribaba en que en la prisión no había frailes. Nunca me gustó el Colegio. Demasiado estricto, demasiado oscuro. La memoria me recordaba de vez en cuando aquellas frías clases donde un rancio profesor, con un traje gris manchado de tiza y una corbata mal anudada, explicaba por el viejo método matemáticas o historia, que daba lo mismo. Entonces una congoja se apoderaba de mi cuerpo sin saber concretamente por qué. No encontraba una explicación coherente a esa gélida y desagradable reacción corporal. Quizás sí. Sólo me gustaban las clases de literatura, con independencia de quién las impartiera. Leer, lo que fuera, era una devoción y escribir, sobre todo, una pasión. Y lo hacía en secreto. Un día, aquel fraile me descubrió emborronando letras y me quitó aquella poesía garabateada en un folio en blanco. Era para ella. Para mi sonrojo la leyó en voz alta, a toda la clase. Nunca olvidaría cómo veintisiete adolescentes reían sin parar ante la lectura burlona e irónica de aquel individuo.

Una funcionaria la trajo del brazo y, antes de cerrar la puerta, dijo un “tienen media hora” que retumbó en mis sienes. Siempre media hora. Siempre el mismo protocolo. Me sonrió. Esta vez sí le salió una sonrisa parecida a las que conocí en otro tiempo, esas que siempre recordé con cariño. Parecía encontrarse mejor. Su aspecto indicaba que se había arreglado para la reunión. Una sombra de ojos y un ligero carmín retrataban con certeza lo que digo. Ahora no transmitía pena, aunque tampoco parecía una mujer segura de sí misma como antaño.

Me voy a acostumbrar a que vengas, dijo sonriendo. Parecía contenta. Algo había cambiado, no sólo en su aspecto externo. He estado esperando este momento toda la semana - dijo avergonzada con una voz que parecía no querer salir de su cuerpo -. No sé por qué pero me gusta que vengas…

No sabía cómo romper el hielo. No tenía ni idea de cómo empezar aquella conversación. Tenía que contarle toda la verdad, el fin que me había llevado hasta ella, pero las palabras me habían abandonado. Alguna que otra vez me ocurría. Mi cerebro parecía bloquearse y no mandaba señales al resto del cuerpo. Entonces podía salir de mi boca cualquier cosa. Soy abogado, le dije sin pensar. Se me escapó. Tal vez quise decir otra cosa, pero solté con una ridícula voz hueca: Soy abogado. Mi cabeza se fue directamente a aquel momento, años atrás, en el que le dije un no que quería decir sí. Había metido la pata otra vez, veintitantos años después. La historia siempre se repite, es inevitable en el ser humano.

Pero esta vez ella sí reaccionó. Su cara cambió de expresión. Ahora transmitía un claro enfado. Se levantó rápidamente, dejando caer la silla en la que estaba sentada momentos antes al suelo. Sin decir nada dio media vuelta y se dirigió a la puerta de salida. Se iba. Estaba ofendida. Dio varios toques con la palma de la mano para que abriera la funcionaria. Volvió a golpear la puerta insistentemente. La agarré como pude de los brazos y la retuve por un momento. Déjame que te explique, supliqué. Déjame que te cuente por qué estoy aquí, añadí desesperado.

Ella parecía no escuchar mis palabras. Sólo quería salir de aquel cuarto, como fuera. Iba a marcharse sin decir nada. Antes de que abrieran la puerta de hierro le dije: Siempre estuve ahí, en la otra orilla, esperando a que llamaras, esperando que me dijeras si... Soy el mejor de tus recuerdos, no lo olvides.

Por un momento pareció dudar. Pensé que iba a cambiar de opinión y que olvidaría lo sucedido. La puerta se abrió pero ella no se movió. Detuvo su marcha. Se quedó parada y me dijo fríamente que la había engañado, que era como los demás. Pensé que eras distinto, fueron sus últimas palabras antes de atravesar la línea que la separaba de la libertad. Oí el chirrido estridente del cerrojo, ante mis propias narices. No pude hacer nada por evitarlo. Se había ido y puede que nunca la volviera a ver. Todo se había venido abajo por mi propia torpeza…

Me sigo moviendo…

Foto Wikimedia

Amanezco. Sentado en un veloz caballo de hierro que olvidó el humo y el chu chú en el andén de una estación de la aldea que me aguanta, adelanto paisajes sin retorno. Todo se mueve a mi alrededor. Todo gira, todo cambia… Demasiada velocidad para un pensamiento, para ese pensamiento que me hace feliz y que escondo de los que no comprenden. Demasiada vista en el horizonte para asumir tan pronto. Compruebo – aquí no cabe la sorpresa - que lo único que permanece anclado al territorio soy yo, ese hombre que conoce lo demás, ese hombre que no percibe cosa alguna de sí. Un, dos, tres… He llegado al destino…

Esta ciudad existe porque la estoy pisando. Sólo por eso. Acabo de descubrir que no era el recuerdo de un año apartado en la memoria de una juventud. Es mucho más. Es parte de la raíz. Nosotros lo sabemos. Ella también. Las calles recogen aún en su empedrado un manojo de cartas amarillas. Esas cartas, la caligrafía perfecta que envidié, anunciaban el después en lo que ayer viví, en lo que ahora vivo. Y son para no leer. O no son para leer. O sí, que tampoco se sabe en este instante quedo…

Veo gentes que se mueven sin ton ni son. Más sin ton que con son. Que van a todos lados y a ninguna parte. De alguna manera este lugar también es ninguna parte. Entre esos seres se desplaza una figura difusa que reconoce con claridad lo que trasluce mi inteligencia, lo que pergeño en el silencio. Lo sé porque sonríe y los demás - no pueden observar más allá, es imposible -, miran al suelo. Nadie sonríe de verdad si no está contento - se percibe en lo que atisban sus ojos -. Nadie dirige esa mirada al suelo si no vive en gris. Sé que yo también algunas veces miro al suelo. Sé que no me gusta el gris…

Ya de vuelta – los billetes no daban otra opción. Mi forma de ser, tampoco -, oigo el chu chú y huelo el humo. No es posible… O sí. Puede que esté regresando a mí, otra vez…

Más tarde, mucho más tarde, aparezco en esa casa. Tres, dos, uno...

Me muevo…


Una bailarina danza en las madrugadas del desvelo que ocupa mi raciocinio. Ayer estuve con ella. Volvió en la noche, desde un sueño de otro tiempo. Se metió en el lugar donde antes el cuerpo que me habita descansaba sin remedio. Lo hizo sin avisar… Para ella no hay puertas que atravesar o muros que saltar. Seguía vistiendo de trapos y brillaba en la oscuridad de la luz y de las palabras. Un día de hace algunos años se aferró a mí cuando metí la mano en la montonera de peleles en aquel tenderete del mercado medieval. Desde entonces, cuando sabe de ese frío que se mete en el cuerpo por donde vegeta el descuido, viene a verme en el silencio, en las tinieblas, donde las imágenes sólo son posibles en una imaginación, donde se conjuga el ser en plenitud. Y me cuenta cosas al oído, muy bajito, de esas que calman la sed. Y me susurra un nombre, es el mío, ese nombre figurado que representa lo mejor de mí mismo... Y me hace bailar... Y cantar... Lará lará lará...

Ayer me dijo que siguiera la senda, que no parara aunque oyera voces o gritos, que sólo uno sabe a dónde va, que uno siempre acaba sabiendo a dónde va...

Ayer bailé hasta el amanecer. Y hoy no estoy cansado.

Rarezas...



Esta noche la ventana que me habla me lleva a otro lugar, cerca de lo indiscreto, lejos de lo cotidiano, de lo que bien me hace.

¿A quién le interesa una verdad si no es su verdad? Hoy se me ha vuelto a caer el cielo encima de lo que tiento y la luna, tantas veces reflejo de lo que miro, se marchó con un cometa sin despedirse, se enamoró de su cola, llevándose la sonrisa. Ya no hay tren en ese andén que espere a lo que no llega. El penúltimo salió ayer... El agua de su antigua chimenea se evaporó en el horizonte de su traqueteo sin calmar una voz ronca y seca como la que me ocupa. ¿A quién le interesa esa verdad si no se puede cantar? La una y media es un punto en el recuerdo que acompaña perenne lo que veo y la maleta que me arrastra, la que guarda mis conjuros, se perdió en el aeropuerto de la ciudad de los espejos, donde todos se miran a sí mismos. Tengo un calendario repleto de fechas que manejan a su antojo lo que no se olvida. Tengo un orden y un concierto anclados a la memoria. El concierto fue un fracaso. El orden calló y cayó desvalido entre el tumulto de los indecisos. ¿A quién le interesa una verdad que no se puede contar? Si te pudiera decir… Si te pudiera cantar… Si te pudiera contar…

Sé que yo también seré tan sólo una fecha en el calendario de otros, pero eso será mañana… De momento todavía sé quién soy y guardo los recuerdos a buen recaudo.

Si es cierto que todo está en su sitio ¿por qué me sigue doliendo la cabeza?

Me siento...


Me siento a la puerta y embebo mis ojos en los colores y en los sonidos del paisaje, y canto lento, sólo para mí, vagos cantos que compongo mientras espero…

Me siento a la puerta y pienso en lo que fui, en lo que ahora no soy…

Me siento a la puerta y veo un lugar que me habita y no existe…

Me siento a la puerta y siento que el todo está en uno mismo…

Pienso, veo y siento… Mi patria soy yo. Va a donde yo voy. Es la infancia de una calle con piedras y una luz sin farolas. Y un amigo que viene a buscarme a la puerta de casa años más tarde. Mi patria soy tú y un te quiero que dejé por olvido en la vergüenza de un pupitre vacío, que no pudo salir de aquel aula. Mi patria me sigue detrás, en la sombra que retiene silencios por saber demasiado. Es también una ola, una risa y un llanto. Es la claridad y el sol, la letra de una canción común y un verde paraje apartado en la sierra, un viejo colegio y uniformes azules con medias, un futuro a esculpir muy despacio en la dura piedra que me sirve de espejo y revela otro yo. Mi patria no sabe de luchas, de antiguas querellas o disputas vanas porque no es de tierra, banderas o signos, ni de raza o cunas, ni linajes vacuos. Sólo ve mañanas… Es verdad tan real y cercana que siento cómo saca los codos o clava sus uñas para defenderse de las alimañas. Y es, por y sobre todo, un sueño de ojos abiertos que levanto cada jornada y que adapto como quiero a esa figura frágil que me sostiene en el aire. Mi patria viene conmigo y cambia cada día, como cambio yo…

Rarará rarararará rarararará rararararaaaa…

Inflexión…


Ah, no es verdad que la vida sea dolorosa o que sea doloroso pensar en la vida. Lo que es verdad es que nuestro dolor sólo es serio y grave cuando lo fingimos tal. Si somos naturales, se pasará lo mismo que ha llegado, se esfumará como ha crecido. Todo es nada, y nuestro dolor en ello. Fernando Pessoa.

A veces, cuando miro para atrás, veo un punto de inflexión que reclama el total de mis atenciones y me enseña con dureza que en el ayer algo recto se torció para siempre. Cuando espero un poco más y reflexiono soy capaz de subir un peldaño y otear claramente que no es más que un punto en una curva que ha cambiado de sentido el gráfico que me representa. Porque lo que llamamos vida, al fin y al cabo es un plano blanco atravesado por una raya muy gorda que fluctúa, que sube o baja, en función de los destinos, de los afectos, de lo sentido, del calor del sol, del estado del viento o del capricho de un gris nubarrón. Hoy, sin embargo, debo haber subido otro escalón y ese punto se difumina en mi consciencia y es sólo un cambio morfológico que padecen las palabras que transcribo. Hoy el dictado viene relajado y no sabe - ni se preocupa por ello - a dónde va. Últimamente nunca sabe a dónde va, pero tampoco importa.

Ayer estuve lejos y comprobé que el todo viaja con uno, que no es sencillo dejar una parte en casa y creer que metiendo en la maleta la ropa que luego nos hará falta estamos preparados para lo que luego vendrá. En un bolso no tienen cabida las cosas intangibles, las invisibles, las inciertas, las que dan respuestas o generan preguntas. Ayer estuve lejos y me lleve conmigo lo que ni siquiera me atrevo a contarme. Sé que el miedo no aporta nada al hombre pero hay ocasiones que se acerca por la espalda, no lo ves venir, y te sorprende. Intuyo que hay que aprender a vencerlo, aunque no de cualquier manera. Hacerle frente con descaro puede ser una solución. Cambiarle las reglas - sus propias reglas, si es preciso -, probablemente otra. Sin dar pasos no se avanza en el camino.

Sigo buscando… Continuaré por el Todo sin olvidarme del Quién, para acabar en el Más, que es donde me encuentro a gusto.

Tengan ustedes un buen día.


Partiré...


El viento es un caballo:
óyelo cómo corre

por el mar, por el cielo.

Quiere llevarme: escucha

cómo recorre el mundo

para llevarme lejos.

Escóndeme en tus brazos

por esta noche sola,

mientras la lluvia rompe

contra el mar y la tierra

su boca innumerable.

Escucha como el viento

me llama galopando

para llevarme lejos.

Pablo Neruda.


Hoy partiré de nuevo… Marcho a lo desconocido. Cogeré el hatillo en el que envuelvo lo que siento y volaré a un mundo que sólo existe en la imaginación que me desvela. Hoy partiré de nuevo hacia lo que nunca espera. Y olvidaré que un día estuve ahí, junto a esa sombra mía que persigue al hombre que no es. Hoy, como ayer, tengo un viaje escondido en la manga que hace trampas al ser que me respira, que le engaña con cuentos extraños de otro tiempo y fábulas imposibles. Mas si queréis saber dónde me hallo, buscadme en los adentros, en ese rincón apartado de la noche donde está lo que se entiende, en el trastero viejo que recoge y recorre sin un orden la distancia… Allí me encontraréis, a bordo y preparado, ligero de equipaje, como siempre, y casi desnudo, como los hijos de la mar y aquel poeta.


Y no voy solo. Así no voy solo... Me llevo en el recuerdo más tierno un abrazo entrañable del viento…


El regalito…


El otro día fui a Madrid. El comentario no tendría ninguna importancia si no fuera por lo que me pasó y que les voy a contar como buenamente pueda.

Tengo una amiga que se enteró de mi visita y que tiene un piso en la capital del reino en el que pasa algunas temporadas. Entonces me dijo que si no me importaba…, que ya que iba a pasar por delante de su puerta…, que tenía que recoger unas cosillas que se le habían olvidado la última vez que fue…, que si se las podía traer..., que no me preocupara por las llaves…, que el portero del inmueble las tenía…, que ella le llamaba para que me las diera….

Hasta esta parte de la historia, justo cuando accedí a realizar el “mandado”, todo iba bien.

Cuando me faltaban unos kilómetros para llegar, me llamó y me dijo: Oye, que te las tienes que apañar tú solito con las llaves y convencerle para que te las entregue…, que no tenía el teléfono del portero y envié un sms a una amiga para que me lo facilitara…, que me lo envió enseguida…, que la contesté en otro sms diciéndole que muchas gracias y que Dios se lo pagara con un buen polvete…

Entonces, en ese momento fue cuando la historia se empezó a torcer. Ahora me comprenderán...

Vale, le dije yo, no es que el mensaje a tu amiga sea el más adecuado pero ¿cuál es el problema? Y mi amiga, a la que voy a llamar a partir de ahora mi ex-amiga, me espeta con una tranquilidad total que ¡¡¡se ha equivocado de teléfono!!!! y le ha deseado ese “polvete” al portero del inmueble. Terminó la conversación telefónica diciéndome: ¿No te pensarás que ahora voy a hablar yo con ese hombre! ¡Nunca voy a volver a llamarle! ¡Arréglatelas como puedas! Adiós.

Y colgó.

He de reconocer que en un principio se me soltó la risa. Incluso la carcajada, diría. Pero cuando llegué a la garita donde se refugiaba aquel hombre me cambió la cara: Sesenta y muchos años, absolutamente afeminado y una cara de cachondeo descomunal.

Cuando intenté presentarme, dejó tranquilamente las gafas en el mostrador y con una sonrisa pícara me dijo un “quería las llaves ¿no?” que me empezó a mosquear. Metió sus manos en el bolsillo y me las entregó diciéndome: Venga, que le acompaño yo a la vivienda…

En ese instante me di cuenta de que aquel individuo había pensado que yo era su regalo, el deseado polvete que había estado esperando toda la mañana gracias al sms de mi ex-amiga…

¡No! Le dije sobresaltado. No venga usted conmigo. Ya me apaño yo solito.

Viento…


Nada soy yo,
cuerpo que flota, luz, oleaje;

todo es del viento

y el viento es aire siempre de viaje.

Octavio Paz


Esas palabras duermen en silencio dentro de un recipiente con forma humana, esperando tal vez un momento más favorable… El verbo busca su espacio lentamente, en las conjugaciones regulares, como yo… Amar, temer, partir… Hay una consciencia que intuye que incluso el viento cambia de aires sin previo aviso. Y el aire sólo sabe a dónde va cuando llega a su destino.

Hay un roble cambiando de forma, evolucionando cada segundo. Debe elegir entre el bambú o el viento.

Desconoce que es viento hace tanto…

Primum vívere…


Hoy tengo casi todas las palabras.
Pero me faltan casi todas.

Cada vez me faltan más.
Apenas si puedo unir éstas que escribo

para decir el resto de ternura

y el hueco de temor
que se esconden en la ausencia de todo,

en la creciente ausencia
que no pide palabras…
Roberto Juarroz.

… Sigo moviendo las letras dentro de lo abstracto…

¡Mira!… ¿Qué ves? Sólo son palabras. Verbos jugando a ser mayores, adjetivos colocados para la ocasión que se adornan a sí mismos, sustantivos perdidos en su propia definición… Si uno no se asoma, tampoco será capaz de ver lo que se mueve detrás de la ventana. Si uno no busca en ese detrás, tampoco sentirá el vértigo… Y sin vértigo no hay nada. Hay que hacer un esfuerzo, lo sé. A veces, aun en el error, merece la pena.

En ocasiones llegan a alcanzar un sentido, diferente en cada cual que las percibe, eso sí, mas no creo que haya que buscar ese sentido en las explicaciones primarias, en las que se tropiezan con el individuo cuando acaba de llegar. No son visibles. Lo que importa se resguarda en la otra cara de la luna, donde nadie ha llegado.

Busco el equilibrio y lo encuentro en el borde del abismo, en ese precipicio que anima a no caer, a mantener una imposible quietud en el límite del acantilado que me mantiene erguido. A mí y a lo que pienso. A mí y a lo que siento... Soy un funámbulo a la orilla del alambre que ha perdido en el tiempo el pie que le sostiene…

Repaso con cariño lo que tengo guardado en el cajón, en ese apartado que me permite respirar cada mañana. Son sólo letras que se unen para lanzarme al vacío. Y el vacío es irresistible. Y esperanzador. Hay tres palabras que amortiguan la caída. Siempre sobró la última. La cantidad, para determinadas cuestiones, sobre todo para las del alma, no es medible. Nunca fue contable. Se siente o no se siente. Se es o no se es… Aquí no cabe el estar. La gran diferencia entre los dos grandes es que en el estar se vive acompañado mientras que en el ser se vive y se enfrenta en soledad. En el ser está uno mismo con sus circunstancias. En el estar permanecen atentos los demás.

Hay también una mirada que se mete en lo que escondo, desde lejos… Ni siquiera las palabras se atreven a explicar... pero eso es otra historia.

Seguimos por lo abstracto, negociando por lo indefinido…

Demorará…


Lo que espero con ansia demorará... Sé que demorará. Aquello que busco en el viejo baúl de la memoria ha partido desde la sombra hacia la claridad, sin esperarme, en uno de esos viajes donde no se encuentran billetes de vuelta, donde las taquillas, clausuradas por orden gubernativa, cuelgan un cartel que amenaza con "vuelva usted mañana". Eternamente mañana. Siempre mañana...

Hay un nada dentro del todo que me representa, mas un día volverá la emoción a brillar donde aquello termina, en el límite de mi propio yo. Y de tu propio tú. Veo también a un loco que me reclama entre los cuerdos, que ahora ríen estridentes y descompasados desde sus propios temores, que también los tienen. Pero nadie le hace caso. Yo tampoco porque nunca estoy cuando me hago falta. El loco soy yo.

Paseo despacio, sin posar los pies, por la soledad que me rodea. Intento escapar. Otra vez. Recorro sigiloso el patio que guarda la fuente que me bebe y salgo por fin a la calle... No hay nadie junto a mi sombra. Una vez más la sombra... Zapatillas, música y una mente en blanco me llevan hasta donde no quería llegar, hasta el principio de todo.

Me salva que tengo una rosa... Me queda en el recuerdo una rosa que alguien robó de madrugada... No se me ocurre otra manera de volar... Tampoco necesito otra... Y en el entretanto sigo moviendo las letras dentro de lo abstracto, rodando en lo absurdo, girando por lo que yo sólo y solo entiendo. O tampoco, que todo puede ser.

Ad líbitum…


Hay un sitio para mí al fondo de la esperanza… Es un lugar escondido donde se alojan los buenos. ¿Quieres venir? Yo te llevo… Una calle donde el sol no vive de los recuerdos, una plaza en la memoria que nace cada mañana, un rincón en el que el aire se respira, siente y habla con la parte que más quiero. Es como un pequeño tramo de esa vida, - perdón, quise decir otra cosa - de esa dulce melodía que interpreto como quiero, donde el ritmo no se impone y la armonía es camelo, donde el autor ha dejado un hueco entre las "confusas", las "difusas", la redonda o la corchea y el compás que a mí me suena retumba entre lo que anhelo. Es un paraje tranquilo donde las letras se cantan, donde basta una palabra, una mísera palabra, y se conjuga otro cuento en el que la bruja mala, el lobo, el ogro y lo negro han salido de parranda y se han perdido lo bueno. Voy a ir a ese lugar que inventé en un desespero…

Hay un sitio para mí al fondo de ese futuro… ¿Quieres venir? Yo te llevo…

Suena Frank. My way…

Veo más...



Veo a Sansón debajo de un templo… Y dos columnas que caen en lo que tuvo que ser un homenaje al Dios del mar. Los filisteos han dejado de reír porque en la modernidad el cielo se ha vuelto a derrumbar con estrépito sobre sus cuerpos. Veo más... Un solo golpe para que cambie la historia. Nunca dejó de transmutar para volver a repetirse… ¿Dónde está Dalila? ¿Cuándo se fue…? La fuerza del hombre, del todopoderoso, ha sido vencida. Hay más… Todavía no sabe que los cascotes de la derrota a veces esconden pequeños triunfos. Hoy el héroe del ayer ha descubierto con asombro que se puede engañar a una vida, pero no a un corazón.

Disperso…

Foto Q.R.

Todo era azul delante de aquellos ojos y era
verde hasta lo entrañable, dorado hasta muy lejos.
Porque el color hallaba su encarnación primera
dentro de aquellos ojos de frágiles reflejos.
Miguel Hernández.

Aquella noche levanté un puente, construí un río, dibujé un paisaje… y los coloqué en medio del frío que en la madrugada me acosaba. Compré una ventana de madera grande con restos de nieve de aquella sierra mora que un día nos vivió y el más confortable sillón, para observarlo todo tras los cristales. Recolecté unas cuantas hojas con un viento suave y las hice revolotear antes mis ojos como en esos otoños que traían placidez hasta la puerta de mi casa. Y muchos colores, verdes, blancos, grises… Y un sol amarillo. Traje el ciprés que cobija mi sombra y la chimenea de la casa antigua repleta de brasas. Y me refugié dentro de un pequeño vaso de vino que desde aquel río, cálido y dulce bajaba por la garganta hasta mi cocina. Allí se guisaban a fuego muy lento un poco de paz, un tiempo perdido y mucha armonía. Y llené con gentes, las que me interesan, las que siempre son, un espacio inerte para hacerlo vivo. Después, para completarlo, cogí tres acordes y unas cuantas notas que fueron hilando, sonriendo y bailando hasta que juntaron una melodía. Y luego, más tarde, para terminar, saqué de un cajón la fotografía, la que más me gusta, la que descubrí no hace muchos días, esa que me observa con tranquilidad, con serenidad y con alegría... Y le di la mano. Y me acompañó por lo que no había. Y creyó también que lo que soñé - porque lo soñé - tal vez existía…

Al amanecer, cuando desperté, allí estaba el río, el paisaje, el puente… me olvidé del frío…

Una llave…

Foto Q.R.

Y allí estaba la puerta cuya llave no vi;
Y allí se alzaba el velo que lo ocultaba todo:

Un vago murmurar cerca de Ti y de Mí
se escuchó...
y después nada, ni de Mí ni de Ti.

Omar Jayyám


Paseé por un campo en el invierno verde del valle que me respira en el estío. Recorrí cada rincón buscando mañanas, mas el futuro no descansa en la campiña, ni en aquellos prados donde el ganado pasta en plenitud, ni en las montañas de cuento dichoso, ni siquiera en lo profundo de esas aguas que cristalinas caen desde la nieve hasta mis ganas de beber, hasta esa sed insaciable que me ocupa.

Entretuve con acierto la aflicción entre seres diminutos que alegres jugaban en estancias de otra época, más señorial o distinguida tal vez. Y sentí que había vida en lo que anhelo…

Engañé a la angustia entre jamón y amistad, entre risas y vino, sorbiendo despacio lo que se me ofrecía, aquello que se me daba sin preguntas inciertas, sin respuestas obligadas.

Me burlé del desaliento de madrugada, junto a un fuego que sin querer arder calentaba los recuerdos que me habitan.

Me planté debajo del gran árbol cuando el sol se apagaba, para fundirme en uno con su savia, para llegar lentamente a los rudos brazos que equilibran su porte, su saber estar indiferente al paso del tiempo. Y pensé en transformarme en flor, su flor, antes de la primavera, si acaso fuera preciso.

Y quise atravesar con todas mis fuerzas esa puerta, la que esconde lo que esconde, cuando percibí que en un descuido – no pudo ser de otra manera - se habían llevado la llave que descerraja los sentimientos. Sepan ustedes que no conseguí abrirla. Ni con palancas ni con tretas, ni con argucias o aspavientos... Mientras tanto la esperanza me susurraba al oído un “espera tranquilo” que calmaba y colmaba la impaciencia. Entonces supe que alguien, que algo, algún día, vendrá para mostrarme el otro lado de lo que siento, para cantarle nuevos versos al alma del poeta...

Foto Q.R.

 
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