Felicitaciones.



Ahora sí, ahora es Navidad: No me ha tocado la lotería – por eso no me habéis visto en la tele haciendo el idiota con una botella de champán -, mi chaquetón guarda para sí y para mi nariz el olor a los pubs del después de la cena de empresa, mi cuerpo y mi casa guardan retazos de “cocción de gambas” por un “hazlo tú que te sale muy bien” –¡qué se le va a hacer, me lo creo siempre y caigo un año sí y otro año también! -, las tiendas de alimentación están llenas de gente desesperada por comprar lo que eternamente se olvida, los amigos inundan mi móvil de mensajes navideños patrocinados por “Vodafón” o “Timofónica” y el fútbol se va de vacaciones hasta después de las fiestas. Ahora estoy seguro: Es Navidad.


Aunque estas fechas no son para mí - sobretodo por las ausencias - tan buenas como nos muestran los anuncios de televisión, he decidido felicitar la Navidad a todos los que me acompañan a diario en la blogosfera. Quiero desear unas felices fiestas a los verdaderos dueños y señores del Ciberespacio. A aquellos que visito y me visitan porque son amigos, familia o entraron por “error” y se quedaron… Y sobretodo a aquellos que ni siquiera saben que soy yo el que entra en su casa casi todos los días sin permiso (aunque la culpa sea de ellos por dejar las puertas abiertas), a los que bajo la protección que me otorga el anonimato sigo casi a diario, a esos que se han encontrado alguna vez un comentario sin firma que era mío…


Y como contestaba el borracho cuando aquél camarero le preguntaba de madrugada qué quería: ¡Yo sólo quiero que se acabe la guerra en el mundo y que la gente sea feliz!


Dicen que la Navidad es una parte de la infancia que llevamos dentro y que sólo despierta cuando el invierno llama a la puerta. Y añado yo que cuando el “Corteinglé” y “El Lobo” ponen los anuncios en la tele, pero eso no viene a cuento ahora.


Feliz Navidad a todos.


Ahí voy…


(*) Este nacimiento lo hizo un chaval que vive en mi casa. Y a mí casi se me cayeron las lagrimas cuando lo vi. Faltan los Reyes pero no cabían en la foto.

Canción de Navidad




¿Silvio?

Almu-pena...



Línea 8. Aldea Moret-Mejostilla de Espadero. Con la mirada clavada en el espejo retrovisor, el conductor del autobús espera impaciente la llegada a la carrera de una joven. Casi no llego, llega a decir entre jadeos mientras se acomoda en primera fila. Ella no paga. Ningún día paga. Los pasajeros habituales parecen ser sabedores y cómplices de ello.


Saluda sin querer y con una mano recogida dentro de unos viejos guantes de lana a un compañero de viajes y fatigas, más de lo segundo que de lo primero o más de lo primero que de lo segundo, que todo puede ser. Saluda como si no quisiera saludar, quizás por el recuerdo borroso de lo que sucedió anoche, un recuerdo que le dice que una cara tan delicada como la suya – Pareces una princesa, le decía su padre cuando era niña - no debe ser golpeada jamás. Y menos aún por una triste “papelina”.


Primera parada. Con un “Hola Almudena” se acerca a su asiento un chaval que acaba de subir. Tiene, como ella, el gesto curtido por el sol y una media sonrisa perenne que enseña una hilera de dientes oxidados, cuando los hay, por años inyectados en heroína. ¿Dónde vas? - le pregunta mientras guarda un envoltorio de papel plata en los bolsillos intentando que ella no se dé cuenta. O intentando que sí. ¿Dónde voy a ir?, al mismo sitio que todos – le contesta esquivando descaradamente su mirada.


Segunda parada. Dos nuevos jóvenes entran el autobús y se dirigen a la parte de atrás. Parece que no han dormido bien, ni ayer ni nunca. La ropa holgada que un lejano día ajustó en sus cuerpos ayuda a ofrecer una imagen de dejadez mayor, si acaso cabe. También parecen tener prisa, una prisa que les lleva todos los días a ninguna parte. Siempre corriendo, con esa celeridad que mete el “jaco” por las venas a quien se engancha. ¿Por qué correr si no hay a donde ir?


Tercera parada. Del fondo de un gran bolso lleno de nada la nueva viajera saca una vieja tarjeta de crédito y simula el gesto de introducirla en el lector. El conductor, acostumbrado a la treta, le dice un “buenos días” que suena a un “lo de siempre”. Rápidamente se incorpora al grupo de la parte de atrás gritando desde el fondo: ¡Almudena, que no dices “ná”! ¿Te hemos hecho algo? Y ella disimula, como sólo lo hace alguien que ha aprendido a representar un papel de protagonista en el teatro de la vida y de la muerte.


Quinta parada. ¡Es la nuestra!, una voz ronca - gastada diría – interrumpe el obligado silencio del transporte público, una voz que hace que todos salgan del autobús como si el diablo - ¿quién si no? - les estuviera esperando. ¡Vamos!, le grita el de la capucha a Almudena. Ella asiente y hace el gesto de acompañarles… pero en el último instante se da la vuelta y regresa al asiento con una sonrisa pícara. Se cerraron las puertas. Continúa la marcha. Continuará sola. El gesto de asombro de sus compañeros le dice que esta vez le ha salido bien.


Fin del trayecto. San Pedro. Almudena se baja. Mira a derecha a izquierda. Comprueba que está sola. Hoy dirigirá los aparcamientos del Hospital. Es la reina de los aparcacoches. Y sólo necesita unos cuantos euros. Sólo necesita un poco de dinero para comprar una dosis, su dosis. Hoy no tendrá que tomar “metadona”. Hoy y durante un buen rato estará contenta. Hoy y durante un buen rato mi cabeza no parará de dar vueltas a lo que vi y sentí.


Dulce Navidad…





El día catorce tengo una comida de esas que llaman de trabajo pero que sólo sirven para no trabajar ese día. El quince otra. El veintidós una cena, que sumada a la de Nochebuena y Nochevieja hacen tres. Añado a ellas las comidas familiares de Navidad y Reyes y los dos encuentros gastronómicos de hermandad que anual y obligatoriamente celebro con amigos. Estos últimos pueden ser comida o cena, las dos cosas o ninguna. Y digo ninguna porque a veces, cuando uno está con los amigos, se le olvida comer y sólo tiene sed.

Entonces ¿Cuándo voy a tener tiempo para recorrer tranquilamente los cincuenta blogs de conniventes virtuales y otras especies que tengo agregados a la carpeta de “mis favoritos”? ¿Cuándo voy a poder escribir, si es que esto es escribir, un post con el que alimentar mi querido blog?

Así no se puede.

Y de trabajar… ni hablamos.

Por si no me da tiempo… Feliz Navidad a todos los que lean esto. Y a los que no lo lean también.



Cuéntame cómo pasó.



Anoche me sorprendí viendo “Cuéntame”. Me encontré con un reportaje sobre la Transición en el que participaban Alfonso Guerra, Santiago Carrillo, Nicolás Sartorius, Miguel Roca, Manuel Fraga, Ramón Tamames, Victoria Prego… auténticos dinosaurios de nuestra Constitución relatando las disquisiciones, luchas, dimes y diretes, huelgas y manifestaciones que se vivieron por todo el país para llegar a convertir a España en una Monarquía Parlamentaria. Y no me sorprendí porque tuvieran casi treinta años más cada uno de ellos – que los tenían -. Me llamó sobremanera la atención que destacaran la figura del Rey y la de la Iglesia como pilares fundamentales para poder conseguir esos fines.


¿El Rey? ¿La Iglesia? Mi recuerdo llega a ver nítidamente las burlas generalizadas de los niños que éramos por la peculiar forma de hablar del Señor de la Corona y sus discursos encabezados con la frase “la geina y yo…” y el respeto que por otra parte infundía todo lo relacionado con la casa del Señor, donde no cabía ni una media risa.


Con la sola consigna de “mirar siempre adelante, olvidando el duro pasado”, cerraron página y antepusieron Democracia a República y Monarquía a Dictadura, a pesar de apoyar con ello a un “niñato” que había sido mimado por el Caudillo, niñato que por otro lado se jugó el tipo más de una vez por enviar recaderos a los demonios del “Pecé” sin permiso de los próceres de la Patria. Y resultó.


Alabaron - y esto me sorprendió todavía más por la ideología política de la mayoría de entrevistados - el cambio de actitud de una iglesia que había apoyado el Régimen durante 35 años y su cambio de pareceres en el año 71, sin permiso de los fieles y con el Cardenal Tarancón a la cabeza. Llegaron a decir que gracias a que la Iglesia – con el apoyo del Papa Montini – se desvinculó del franquismo y no dieron el visto bueno a un partido político llamado “Democracia Cristiana” - porque, entre otras cosas, querían cristianos en todos los partidos - la Democracia llegó a buen puerto. Que sin esto nunca hubieran sido posibles las libertades que hoy disfrutamos. Sin esto y sin la legalización del Partido Comunista. La iglesia y los comunistas unidos en una causa común.


Ayer comí “Migas”. Un día de la Constitución de hace 19 años en mi casa había Migas para comer. Un día de la Constitución de hace 19 años mi padre dejó de existir. Durante muchos años no probé las migas por el dolor de su recuerdo. Ayer celebré la Constitución y mis recuerdos más íntimos haciendo unas suculentas “migas extremeñas”. Invité a mi madre a comer, aunque ella no sabía por qué. A la hora de la cena me acompañaron Alfonso Guerra, Santiago Carrillo, Nicolás Sartorius, Miguel Roca, Manuel Fraga, Ramón Tamames, Victoria Prego… Sólo eché de menos a Adolfo Suárez pero no tiene ya la cabeza para este tipo de fiestas. Fue un placer.




Palabras perdidas...

“Mi alma está triste hoy, triste hasta el cuerpo. Todo yo me duelo, memoria, ojos y brazos. Hay una especie de reumatismo en todo cuanto soy. No influye en mí ser la claridad límpida del día, cielo de un gran azul puro, marea alta parada de luz difusa. No me ablanda nada el leve soplo fresco, otoñal como si el estío no olvidase, con que el aire tiene personalidad. Nada es nada para mí. Estoy triste, pero no con una tristeza definida, ni siquiera con una tristeza indefinida. Estoy triste allí fuera, en la calle sembrada de cajones. Estas expresiones no traducen exactamente lo que siento porque sin duda nada puede traducir exactamente lo que alguien siente. Pero de algún modo trato de dar la impresión de lo que siento, mezcla de varias especies de yo y de calle ajena, que, por lo que veo, también, de un modo íntimo que no sé analizar, me pertenece, forma parte de mí”. Pessoa





Son palabras perdidas, encontradas en un cajón donde guardo las cosas que hay que tener en cuenta. Palabras oxidadas, olvidadas por tiempos mejores que recogieron trigos y cebadas en otros campos. Palabras viejas, si acaso puede haber palabras que envejezcan en el trastero de la memoria. Son palabras que encontré no sé dónde ni por qué – tampoco importa -. Palabras tristes que recupero de vez en cuando para recordar quién fui antes y quién soy ahora. Palabras que me dicen que siempre se puede salir de allí donde uno no quiere estar. Nada más.



"Yugo" Chaves.


CARACAS.- Poco más del 50% de los venezolanos rechazó la reforma constitucional propuesta por el presidente Hugo Chaves, según el primer boletín oficial dado por el Consejo Nacional Electoral (CNE) con el 90% de los votos. El mandatario ha comparecido ante los ciudadanos para reconocer la derrota.

Nada más conocerse los resultados, el presidente compareció en la televisión para reconocer la derrota en las urnas. "Felicito a mis adversarios por esta victoria", "Venezuela no se merece tanta tensión", "Deberían saber administrar bien su victoria","Esta propuesta no está muerta, sigue viva, y yo no la retiro", "No es ninguna derrota. Es otro por ahora", y bla, bla, bla...



¿Por qué no te callas?


Por qué lo hago…



Una mujer que vive conmigo me dijo un día que al escribir en un sitio público me exponía sin necesidad: Que nadie – creo que se refería a esos seres extraños que pueblan internet - tiene por qué conocer lo que uno piensa y siente.


Un buen amigo me dijo anoche que a él, que sí sabía la verdadera identidad del autor de las palabras públicas, le gustaba mucho saber que detrás de su compañero de “salidas” había alguien que tenía sentimientos desconocidos para él y que le había gustado descurbrirlos. El otro buen amigo que nos acompañaba, ante las aseveraciones del primero, gruñó y dijo que el que suscribe – que en este caso era yo - era “demasiado sensiblero” para su gusto.


Me gusta escribir. Lo sé ahora. Me gusta comprobar cómo las letras, en un ritual que ahora comprendo maravilloso, se van juntando, una tras otra, y poco a poco van componiendo primero palabras y luego oraciones que rehago una y otra vez. ¡Y ahí está un nuevo párrafo! ¡Y es mío! No sé por qué no lo había hecho antes, tampoco importa… Quizás, ahora que lo pienso, es que antes tenía que hacer otras cosas. Simplemente.


Y es que escribir es un vicio, al menos lo que yo entiendo por tal. O por lo menos se ha convertido en un auténtico vicio que no puedo ni quiero dejar. Es algo que cuando empiezas, cuando te acostumbras, no puedes abandonar. Esa es mi experiencia. Por eso lo cuento.


El día que me canse, el día que no me apetezca decir nada, el día que no salgan las palabras, el día que compruebe que me expongo demasiado, el día que me vea “demasiado sensiblero”… ese día lo dejo. Y no pasará nada.


La tierra que piso...


Vivo en un vergel. Mi tierra, tantas veces denostada por aquellos que creen ser adelantados, es un paraíso durante la mayor parte del año. Sólo el tórrido verano - que también tiene sus encantos, aunque hay que saber mirarlos - parece reflejar hacia fuera señales equivocas de sequedad anual y amarillos perennes.




Hace unos años pensaba que esa belleza era la gran desconocida del país en el que vivo y que había que poner todos los medios del mundo para contar cómo las encinas, formando arboleda, guarecen de las inclemencias del tiempo a ciervos, cochinos y demás especies protegidas, cómo la primavera se refleja en el jaral como no puede hacerlo en casi ningún lugar, cómo huele el campo en el otoño de sus valles, cómo corre el agua sin mancha alguna…





Ahora soy mayor y he comprendido. Ahora sigue siendo, aunque en menor medida, una gran desconocida, pero ahora no es el tiempo de contarlo. Ahora disfruto de ella como no lo había hecho nunca y entiendo que no hace falta que el adelantado venga a decirnos cómo es su futuro ni cómo tienen que ser las cosas bellas. De eso entendemos nosotros. Desde hace tanto…


¡Qué cosas!




Entre infernal e invernal sólo hay una letra.
Y mucha distancia…

Entre burro y barro sólo hay una letra.
Casi no hay distancia…

Entre tú y yo… una sola letra
para unir distancias.

Los sueños...




Nunca desistas de un sueño.
Sólo trata de ver las señales que te lleven a él.
Paulo Coelho.



Las personas nunca se van del todo. Los sueños ayudan a encontrar el reposo en la humana intranquilidad por las ausencias. Y lo hacen sin que nos enteremos, sin darnos cuenta. Y a veces creemos soñar cosas… y no las recordamos. No podemos. Esos sueños han venido a reparar viejas heridas. Una vez curadas, desaparecen para siempre. En su partida dejan un pequeño rastro en nuestra conciencia… pero sólo es eso: un pequeño rastro, quizás para que sepamos que ya no hay averías.


¿Por qué si no al amanecer queremos recordar lo soñado y sólo vienen a nuestra cabeza retazos de lo que pasó?


Cada uno es libre de imaginar cómo son sus sueños. Cada uno es libre para interpretarlos. Yo sueño. Yo soy libre. Y sueño los sueños como quiero.


Uno es su vida





Uno es su vida. Y la de sus abuelos. Y la de sus padres. Y uno es como ha aprendido que hay que ser, aunque esté equivocado. Y nadie le tiene que decir que lo suyo no lo ha vivido o no ha existido porque sí lo ha vivido y porque sí ha existido.


La guerra – la nuestra y cualquier otra - destruyó cientos de familias de uno y otro bando. Y la democracia nos enseñó que podemos vivir juntos, pensemos como pensemos, seamos lo que seamos, y que sólo las urnas deciden quién ostentará el poder temporalmente. Por eso, hasta hoy, mientras la ley no lo prohiba, cada uno puede pensar en este país que llamamos España como quiera y le apetezca.


Vivimos en DE-MO-CRA-CIA que es una cosa que se inventó 5000 años antes de Cristo por los griegos. En ella los políticos representan el poder del pueblo, que somos nosotros. Y es el mejor modo de vivir, aunque haya decisiones que muchas veces no nos gusten. Y nosotros somos tan sólo los nietos de los que murieron en la guerra y los hijos de los que construyeron nuestra querida libertad. Y la mezcla, en la mayoría de los casos, de esos dos bandos. Sangre de las dos “españas” corre por nuestras venas, aunque no queramos. Y gracias a esa democracia que nos ha tocado vivir podemos decir con libertad VIVA FRANCO, VIVA CARRILLO o VIVA LA MADRE QUE ME PARIÓ. Sin que esté prohibido. Sin que nadie te censure. Sin que nadie se mofe o haga befa de lo que uno piensa porque su abuelo estuvo en uno u otro bando o porque su padre participó en el 75 desde el ala socialista, el centro o la derecha.


Yo, personalmente, mí-me-conmigo, tuve la suerte de tener un abuelo republicano que murió, con demencia senil, diciendo “que vienen a por mí” “que me llevan al molino” (que era donde fusilaban a los rojos “coloraos” como él) y otro abuelo Carabinero (hoy sería Guardia Civil reconvertido), que se salvó milagrosamente de ser fusilado en la plaza de toros de Cáceres por el sólo hecho de acoger en régimen de pensión en su casa a un capitán del ejercito franquista. Y aún suponiéndole de “derechas” se salvó por minutos - y por la valentía de ese capitán que se puso delante del pelotón y dijo que si disparaban contra mi abuelo le dispararan primero a él - de ser fusilado por sus “amigos” del bando nacional.




¿Tengo que cargarme yo a alguno de mis abuelos ahora? ¿Los puedo seguir aceptando como eran? ¿Qué página de mi propia historia arranco?

Orígenes



Un día, en casa de mis padres, hace ya algunos años, encontré una fotografía que reclamó poderosamente mi atención. Mi madre, con un vestido blanco tipo Audrey Hepburn en Vacaciones en Roma, se apoyaba en una barandilla de hierro de algún parque de Coimbra mientras mi padre sonreía detrás de su bigote al fotógrafo que amablemente se habría ofrecido para la ocasión y para retratar el que se me apareció como un feliz momento. Guardé – más bien creo que robé - aquella foto para mí. Estaba datada por detrás: una fecha escrita a bolígrafo me dijo todo lo que debía saber sobre ese viaje.

Fue realizada nueve meses antes de mi venida al mundo, por lo que en cierta manera yo también era portugués, cuando menos fui engendrado allí. Si es cierto que existe la reencarnación y si es cierto, según alguna teoría, que ésta se produce en el mismo momento en que empieza nuestra existencia, en el mismo instante en que ésta se genera, mi espíritu y parte de mi alma fueron recogidos en algún lugar de Portugal y pertenezco de alguna manera a la patria primitiva de los nietos del Conde de Portus Cale.

Mi madre me dijo que ese septiembre consiguieron dejar a mis hermanos mayores - que los tenía y sigo teniendo - repartidos entre familiares y que pasaron quince días los dos solos, sin más compañía que un coche, dinero en el bolsillo y sus sentimientos, recorriendo Portugal: Coimbra, Sintra, Oporto, Cascais y, como no, Lisboa, la omnipresente, fueron entre otros sus destinos. Y el que sería el mío, también.

Y este fin de semana allí estuve de nuevo. Saludé a viejos amigos del corazón y a viejos sentimientos del alma, si es que acaso tengo. Lisboa, minha amada, ¡cómo te eché de menos esta vez!…


Em uma só palavra: Portugal






Hoy recuerdo…


Tengo una calle para mí. En ella los niños sabemos jugar con “bolindres” que recorren los “guás” de memoria, excavados “a talón” en el barro que tengo por acera. Entretanto damos cuenta de un tosco pan que estrangula desde siempre mortadelas y mis ojos se pierden en una peonza con “pico cigüeña” que gira y gira sin parar, esperando a una amiga de su talle que la parta a la mitad.

Detrás de mi calle no hay nada: Vacío, aventura, campo… y un Colegio de uniformes por encima de unas niñas que se empiezan a gustar. Un muro de piedra y alambres separa mi vida de ese recinto que, una y otra vez, profano sigiloso, en las horas que no hay clases, para retar a chavales a una guerra de “pedrás” (*), acabando siempre en casa la monjita peculiar que a cambio de una “limosna” tiene a bien perdonar lo que sabe travesuras y andanadas de zagal.

Un grito desde el cielo reclama mi presencia y mi cuerpo: Es la hora de meter al muchacho de los mocos una tunda con esponja y jabón de despiojar. Mientras, oigo a mi hermana recomendar a mamá que es mejor que me introduzca en la bañera sin quitarme una ropa que salió de casa limpia y vuelve para tirar, vaciando previamente unos bolsillos que guardan como tesoros quince chapas y un tirachinas. Ahí queda como cada año, rutilante y esbelta, la hoguera gigante que descubre a un San Jorge dando permisos a los niños para quemar lo que vale y lo que no.

No hay parques ni jardines, ni farolas de alumbrar, ni siquiera cuatro coches que estorbaran un partido que con carteras de cuero por porterías y un balón remendado por presos gozábamos en medio de un empedrado irregular, ese que murió asfixiado en la edad moderna por el sucio y ordenado asfalto que puebla nuestras ciudades.

No es mi calle, que es mi patria, el lugar de mis adentros donde apuesto, sin saberlo, a ser mayor, jugando con “escondites”, con “rescates” y esos carros de madera hechos de cajas de fruta, con rodamientos por ruedas, que se tiran sin piedad por la prohibida cuesta que hay al lado y que sólo nuestras madres ven lejana del lugar.

No es mi calle, son mis marcas, las que dejan en mi piel las “piteras” que con grapadora en mano y en la “Casa de Socorro” tiene que remendar mi enfermera particular a cambio de caramelos: un engaño sin igual para acallar gritos, llantos, pataleos y berridos.

No es mi calle, que es mi cuna, ese sitio que esparce a borbotones una infancia entretenida por la tele en blanco y negro, la familia de Miliki y tebeos de peseta donde en todas sus viñetas suelo ser el Capitán.

No es mi calle, que es mi casa, un recuerdo acalorado, imborrable y duradero del niño que me vivió.



(*) Algunas tardes… quince o veinte niños saltábamos las tapias del Colegio de las niñas y hacíamos dos grupos, en función de nuestras habilidades. El juego consistía en tirarse piedras de un determinado tamaño – no muy grandes para no matarnos – hasta que alguno se “escalabraba” o se “piteraba”. En el momento en el que alguno necesitaba puntos de sutura se acababa el juego. Entonces se “arreglaban” los desperfectos con grapas en “La Casa de Socorro”. No existían los "puntos de aproximación". Mi frente y mi cuerpo pueden dar fe de cómo dolían. La enfermera, hoy una anciana venerable, todavía me reconoce y me saluda por la calle como si fuera de su familia.

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Este post nació porque la otra noche, mientras cenábamos, un churumbel que vive en mi casa dijo: ¡Es verdad! ¡Papá tiene una “Y” griega en la frente! ¡Es verdad que se le clavó en la cabeza la esquina de un ladrillo cuando le empujaron por el terraplén! Ese día fue el único de mi existencia en que he visto a mi madre perder la consciencia de repente, plancha en mano incluida. A lo mejor se asustó por la sangre... Digo yo.


Distancias…


Subí aquella empinada cuesta para encontrarme en lo alto con el otoño, mas los restos del estío no le habían dejado ocupar la plaza que, por ley, rango y calendario, le correspondía. Entonces me asomé, otra vez, y van… , a ese balcón del que siempre me caigo. Una sensación de vacío se apodera de mis vértigos cuando intento ver hasta dónde no llego.

Siento que la estación ocupa desde hace días mi ser, intentando engañar desde lo más profundo a unos ojos ciegos que tan sólo ven calor… Los hechos que pueblan mi agenda me dicen que no soy distinto, viéndome sin embargo tan diferente en esta época. El escaparate de una vieja tienda de moda me dicta la vida que no tuve… El caño de la fuente hace gárgaras con mis pensamientos… Aquel sombrío paseo me vuelve a mostrar que para hacer el camino no basta sólo con andar… Ese viejo farol ilumina como quiere y cuando quiere, impidiendo que la estrecha calle deje de ser oscura... Y ella… ella me enseña todo lo que ni yo ni mi conocimiento alcanzamos a comprender…


La escritura y mi señor.


A un conocido escritor – no recuerdo ahora quién fue - le preguntaron por qué había dejado de escribir y éste, ufano, contestó que ya no podía hacerlo, que se había muerto su abuelo que era el que le contaba las historias que luego él plasmaba en papel. Llevo varios días sin que el señor que vive dentro de mí me cuente cosas y las pueda trasladar al blog. Y empezaba a preocuparme porque pensé que, a lo peor, a mí también se me había muerto el señor que me contaba los cuentos.

Este fin de semana estuve en la ciudad del Tormes. Acudí con la esperanza de encontrarme o con la inspiración en las piedras o con el señor que me cuenta las cosas que digo. No busqué la rana porque ya sabía que estaba encima de una calavera de la fachada principal del edificio de las Escuelas Mayores de la antigua Universidad. Pero se me olvidó que Salamanca es muy recia y que tiene a gala no prestar lo que la naturaleza no da.

En Fonseca me crucé con Don Miguel de Unamuno, a la sazón Magnífico Rector, que sin pensarlo dos veces me dijo: Vencerás, pero no convencerás. Como quiera que no entendí aquello muy bien, fui en busca de Fray Luis de León para que me lo explicara y me dijera también si su “decíamos ayer” se podía aplicar libremente al “hoy”. Y es que yo quería decir algo “hoy” y no “ayer”, porque “ayer” ya había puesto cosas en el blog… Y no encontré respuesta alguna, su figura de bronce no guardaba palabras secretas para mí.

Sentado en un banco pensaba sobre ello – a veces lo hago, incluso llego a reflexionar, aunque no se me da muy bien -, cuando vino a mí Don Pedro Calderón de la Barca que me dijo: ¿Qué es la vida? Un frenesí, ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son. Yo, que soy muy educado, escuché y callé, aunque por dentro pensaba que con la pinta que llevaba, traje negro, pelos largos, perilla y mostacho, debía ser de los que se fumaban algo para ser felices, sobre todo entre tanto turista descarado.

Vencido, dejé el ruido de cámaras, flashes, bares y comercios del casco antiguo y me encaminé al lugar de donde vine. Y justo allí, a la salida, encontré mi inspiración. Estaba agazapada, escondida, callada. La calle del Silencio, decía el cartel. ¿Qué otro sitio mejor para no decir nada?

Sí, ya lo sé, se me ha vuelto a ir la olla pero tenía que escribir algo. Lo necesitaba. ¿Será esto de la escritura un vicio? Es que si es un vicio lo voy a tener que dejar también, como el alcohol, el tabaco o las mujeres.

El “ío” y el “dao”.



Papá, hoy la profesora ha reñido a Pedrito. Le ha preguntado que dónde ha estado de vacaciones y él le ha contestado: He “ío” a la playa. Y la profe le ha corregido porque se dice con “d”.

Claro, le interrumpo yo, se dice “ido”, “He ido a la playa”, con “d” de Dinamarca.

¡No!, me dice él muy seguro. Con “d” de “dao”, de "Le he “dao” una piruleta".


Rarezas rutinarias.


¡Qué extraña es la ciudad que recorro antes de tiempo! Y es que ese lugar no es mi ciudad diez minutos atrás… Se mueve de otra manera, se gira para otro lado, no la reconozco… Sus gentes son otras gentes, su vida no es mi vida. Ni yo, siquiera, creo ser yo…

Y es que diez minutos antes... esa niña no va al Cole porque el Cole no está abierto; ese hombre no tiene la prisa que tendrá luego, cuando llegue tarde; esa señora no espera impaciente en la rotonda la llegada de ese alguien que la recoge a destiempo cada mañana… Todo es tan distinto, todo es tan distante, todo es diferente… sólo diez minutos antes.

Decidido: ¡Mañana vuelvo a trabajar a la hora de siempre!

Te me apareces…


Te veo claramente, desde la otra orilla, a pesar de ese mar de árboles que cortésmente nos separa. La distancia con esa juventud temprana, esa que te trae a mí de vez en cuando, de otoño en otoño casi siempre, no arriba a comprender cómo desde tan lejos te tiento, sin asimilar siquiera por qué no se borraron indesignables recuerdos que tendrían que haber fenecido hace tanto. Y es que a veces me aprietan, en el mismo lugar donde me ahogo, dejando en mí ser los restos cansados de esta triste estación.

Sé que vivo en tu memoria, como agua en la lluvia. Sé que estoy en tu interior, como llave en la puerta. Sé que soy tu conciencia, más allá de los tiempos que pasaron. Sé que sigues reflejando intenciones en el rostro de la luna, que maliciosa sonríe y me dice las cosas que no quería ya saber, desafiando perenne a mis sueños.

Intento detener el tiempo y acaso vislumbrar en el reposo cómo fuiste. Más no me veo a mí, nunca estoy para confirmar lo que digo. Sé que hay pasos que nunca di… por eso no me llevaron a aquel lugar donde quizás, sin remedio ni remiendos, esperaras a otra vida.



Las simples cosas…


Uno se despide insensiblemente de pequeñas cosas,
lo mismo que un árbol en tiempos de otoño se queda sin hojas.
Al fin la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas,
esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón.

Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida,
entonces parece cómo están de ausentes las cosas queridas.

Por eso muchacha no partas ahora soñando el regreso,
que el amor es simple, y a las cosas simples las devora el tiempo.

Demórate aquí, a la luz mayor de este mediodía,
donde encontrarás con el pan al sol la mesa tendida.

Por eso muchacha no partas ahora soñando el regreso,
que el amor es simple, y a las cosas simples las devora el tiempo.

Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida.

Otoño


La lluvia y el viento anuncian la llegada de la Estación, que, poco a poco, muy despacio, va desnudando el verde intenso para posarlo en el desesperado secano.

La arboleda quiere morir enredada, como cada año, en la madeja que tejieron las nubes que en forma de estrato bailan para ella de forma exclusiva.

La llovizna empapa mi alma o lo que queda de ella, que cubierta de esponja absorbe lentamente la melancolía que deja tras sí el mustio paisaje.


San Miguel, Gran Capitán, arcángel de guerras legítimas, celebra su día despertando colores… rojos, ocres y marrones borrarán para siempre las canas del cansado estío.


El otoño anuncia su llegada para que a nadie le coja por sorpresa, para que nadie quede sin vacunar contra las añoranzas, decaimientos y morriñas, para que nadie se lleve a engaño y busque el verde donde ya no puede estar, … Y, sobre todas las cosas, para que yo disfrute con el ir y venir de las hojas.



Un niño de primaria...





Sí, lo reconozco: ¡No sé más que un niño de primaria!


Eso sí, ellos tampoco saben muchas cosas que yo sé...






El mensaje...


Sonó el ding-dong que anunciaba un nuevo mensaje en mi móvil. Rápidamente lo abrí. No daba crédito a lo que me habían enviado: “Cuando vayas por la cuneta, por lo menos dime adiós… ¿o ya no te acuerdas del polvo de anoche?”

Al principio me hizo gracia y pensé que no me acordaba de lo que había hecho la noche anterior, aunque todo indicaba que lo había pasado bastante bien. Después recordé que desde hace unos años no salgo nunca solo, por lo que decidí llamar a la persona que me había mandado tan cariñoso recado:

-- ¿Dígame?

-- Hola, buenas tardes. Sólo quería decirte que te has equivocado de cuneta, de polvo y de número de teléfono…

No sé por qué pero me pareció que la chica pasó bastante vergüenza...

El africano


“Cuando se es rico, en oro o en sabiduría, hay que tener miramientos con la indigencia de los demás”.

“No te deseo que tengas inteligencia, pues tendrás que ponerla al servicio de los poderosos, te deseo que tengas suerte, para que la gente inteligente esté a tu servicio”.

“Una comunidad se desintegra cuando consiente en abandonar al más débil de sus miembros”.

Le preguntaron a una madre a cuál de sus hijos quería más. Ella contestó: "al enfermo hasta que cure, al pequeño hasta que crezca, al viajero hasta que vuelva”.

“El príncipe hace proyectos en su palacio sin saber que en el mismo instante, en una choza, los dedos de un artesano están tejiendo su sudario”.

“Con frecuencia los mejores actos se realizan por las peores razones, y los peores actos por las mejores razones”.

“Un hombre no es nunca pobre del todo mientras tiene lengua en la boca”.

“Aunque pudiéramos perdornarle lo que ha hecho ¿cómo podríamos perdonarle las cosas de las que lo acusamos?”

Acorralado…


La policía seguía su pista desde hacía tiempo. Por méritos propios se había convertido en el delincuente más buscado del país, por primera vez había conseguido ser el número uno en algo. Su delito, el peor de todos, no tenía cabida en el mundo de los justos. Llevaba dos meses escondido y solo en el bosque, viviendo como una alimaña, alimentándose de raíces y frutos silvestres… Y ahora estaba acorralado. Más de doscientos agentes vigilaban su escondrijo, los francotiradores apuntaban directamente al lugar por el que podría intentar escapar y, más temprano que tarde, tendría que salir. La falta de agua y alimentos señalaba su final. Por fin iban a detener al personaje que acabó con los sueños de cientos de personas.

Desde que hizo lo que hizo, el país entero era un infierno. Se habían creado dos grupos claramente diferenciados y contrapuestos. Sin acuerdo posible, los ciudadanos habían tomado partido por uno u otro bando, reinando la crispación. Las posturas eran irreconciliables y los sucesos del pasado fueron desenterrados sin ningún miramiento. Se había olvidado completamente aquel solemne momento que consiguió que por primera vez la nación viviera una época de libertad como nunca había tenido, pero por culpa de aquel individuo todo se había olvidado, todo se había perdido, parecía que nunca hubiera habido paz entre hermanos. Ahora sólo había disputas, incluso dentro de las mismas familias, donde padres e hijos tenían, en muchas ocasiones, posturas antagónicas. Todo se había vuelto un caos y, para nuestra desgracia, se intuía una nueva rebelión militar, como la que nos tuvo prisioneros durante cuarenta largos años. Con su detención se esperaba que todo volviera a la normalidad, con la devolución de lo robado todo volvería a ser como antes…

Aquel tipo, impunemente y a plena luz del día, ante moros y cristianos, ante sirios y troyanos, ante políticos y personas honradas,... había cometido la mayor de las indignidades, había robado el consenso. Sin él no era posible una existencia digna. Sin el consenso no había futuro. Eso estaba claro.


Si los hombres...



El público internauta parece interesado en la ropa interior masculina y es un tema, lo he comprobado, del que casi nadie escribe. Si esto que digo no fuera cierto ¿por qué hay tanta gente consultándole al Señor Gugel por tallas, colores, tipos y demás zarandajas de la ropa interior? Me dicen que es muy fácil comprar calzoncillos, que soy un exagerado, que hoy las cosas se hacen con más naturalidad… Y a lo peor tienen razón y yo sólo soy fruto de una educación arcaica y trasnochada. A lo mejor no la tienen. Si no me creen, que no tienen por qué hacerlo porque me lo puedo estar inventando, pregunten a sus hermanos, padres, novios, maridos o hijos por la talla que usan, ya verán que la mayoría de los entrevistados no tendrá ni idea o nunca habrá comprado “de eso” porque “de eso se ocupa tu madre”.

Ahora bien, ¿qué pasaría si nosotros en vez de usar slips tuviéramos que utilizar, por una mutación genética de la madre naturaleza, braguitas y sujetadores?

Ya estoy viendo a algunos que conozco intentando explicar a una humilde vendedora que los “wonderbrá” no le sientan bien porque se le suben en exceso las tetas o abriéndose la camisa de par en par en medio de la tienda para que pudieran comprobar en directo su talla.

Pero peor, si cabe, sería lo de las bragas, porque un hombre con tanga- que es lo que se lleva ahora, creo - se convierte ipsofacto en un Fórmula 1. A ver quién es el guapo que aguanta una tira de tela enganchada todo el día entre las dos paredes rocosas del lugar donde la espalda pierde su honroso nombre sin parecer que tenga mucha prisa por llevar el culo “palante”.

Dejaré para otro capítulo lo de los “picardías”, esas prendas que se inventaron para incentivar la imaginación de unos hombres a los que en el asunto erótico no había que incentivar nada. Más bien lo contrario. Y si esto no fuera así ¿para qué se inventó el bromuro?

Esa quietud…




Arrancó por fin sus pies de aquella peana fría y dura. Al principio le costó mucho trabajo, se hacía casi insuperable mover cada una de sus pétreas articulaciones, pero poco a poco fue sintiendo que algo se movía en su interior y se abría paso desde lo que debía ser el corazón a los demás miembros de su gélido cuerpo, aportando el calor que nunca tuvo.

Bajó lentamente hasta dónde ella esperaba inmóvil, todavía sin dar crédito a lo que estaba sucediendo. Se abrazaron como sólo dos enamorados pueden hacerlo, como si aquel momento fuera el último, como si el destino de ambos terminara allí. Él la besó torpe y apasionadamente con esos labios que ella sintió como témpanos de hielo aunque maravillosos.

Él sólo había pedido un deseo… y le fue concedido. Durante veinte siglos había cumplido con su trabajo de forma fiel, era el mayor exponente de los de su género. Durante dos mil años no se había movido ni por un solo instante, ni siquiera cuando los restauradores pretendieron averiguar por qué, al contrario que sus desarmados hermanos, estaba tallado en una sola pieza o cuando le rociaron con aquellos ácidos para que siempre apareciera blanco e inmaculado. Y ahora, como premio a su lealtad, Júpiter le había otorgado la libertad: podía ser, para su desgracia, como todos aquellos que lo miraron desde siempre.

Ella había acudido, como cada mañana de domingo, al museo. Se había sentado - siempre la misma rutina - delante de aquella blanca y musculosa figura que le inspiraba proyectos y fantasías inalcanzables. Nunca se cansó. Podía estar varias horas contemplando cada detalle de esa piedra, intuir la perfección del cincel que logró sacar algo tan hermoso de aquella pieza de mármol de Carrara. Mientras, fabricaba sueños imposibles con su amado.

Y aquella mañana fueron cumplidos.



NOTA DE LA REDACCIÓN: La policía busca desesperadamente a los ladrones que, a plena luz del día, robaron la valiosa estatua de Ares sin dejar rastro. Los investigadores no tienen pista alguna sobre el extraño suceso. Para el vigilante no ocurrió nada distinto y sólo llamó su atención una pareja de novios que salía abrazada del local…

Calvos en pelotas




Desde que abrí el blog he adquirido cierta experiencia en el manejo de los espacios virtuales y he llegado a una conclusión meridiana: Una gran parte de los pobladores de internet son calvos y no tienen calzoncillos.

Puede parecer poco serio lo que digo pero es la verdad. Y voy a intentar explicarlo.

Ya dije en su momento que tengo instalado un contador de visitas y que, aunque viene en inglés técnico y yo sólo domino el de “andar por casa” – si es que por casa hablo en inglés, que ahora no me acuerdo -, tiene algunas utilidades que poco a poco voy descubriendo. En esas estaba, en descubrir, cuando me encontré con una cosa que decía Recent Keyword Activity, una herramienta que me señala el camino por el que vienen los internautas, a través de qué cauces llegan a mi blog.

Debo reconocer que el primer día me sorprendí porque el “Señor Gugel” trae, sin nada a cambio, muchos visitantes a mi blog. Pero el problema es que me trae mayoritariamente gente que busca calzoncillos y crecepelos. Y, claro está, aquí no los encuentra, sobre todo porque todavía no he podido abrir una tienda virtual para vender artefactos de esos.

Hace tiempo inserté dos entradas en el blog: “El crecepelo” y “Los calzoncillos”. Y ahora el Señor Gugel, cuando alguien le pregunta a lo largo y ancho de la red por un remedio para la caída del cabello o por la talla de unos slips, lo enlaza a mi blog, como si yo pudiera darles una solución. Y no os podéis hacer una idea de la cantidad de calvos y gentes sin calzoncillos que pululan por ahí. El 70%, más o menos.




NOTA: A mí, lo que de verdad me gustaría es saber quiénes son y de dónde vienen, conocerlos, sentarnos a hablar un poquito, preguntarles por sus vidas (siempre fui un poco cotilla) mientras tomamos un café,… pero no se puede, más que nada por mi inglés y por la limitación de las funciones del contador de visitas, para el que todo el que viene es una “ipé” y, a veces, hasta dinámica, como el Dúo.



Ese lugar…




Anoche soñé con piedras, colocadas con esmero desde lo alto de un promontorio y asidas fuertemente a una tierra que cobija y conserva en sus entrañas, cuasi intacta y para siempre, aquella olvidada villa romana.


Anoche vi unas murallas con sus vanidosas torres albarranas, construidas con el sudor de labriegos y pastores almohades para protegerse del temido Geraldo Sempavor, al que su propio nombre precedía en horror y sufrimientos.


Anoche subí por las cuestas de la Última Puerta de Al-Ándalus, empinadas con el propósito de ofrecer al caminante una visión total de los pequeños y presumidos palacios y las coquetas fachadas de las casonas que las pueblan.


Anoche estuve en calles estrechadas para evitar el estío, callejones hechizados por el padre de una bella musulmana, traicionada - como todas - por amor, y en plazoletas iluminadas con la tenue luz de unos faroles que intentan llegar, si es que pueden, al lugar en el que habita la medrosa oscuridad desde el medievo.


Anoche pisé las piedras, un adoquinado irregular y único que clavaba sus dientes en mis pies para recordarme el lugar donde me hallaba, para que nunca olvidara el sacrificio de las gentes que allí las plantaron.


Anoche imaginé aguas claras en aljibes subterráneos y pasadizos secretos bajo mi cuerpo, túneles excavados para unir, a la luz de las antorchas, la huida de los Solís, Espaderos, Becerras y Carvajales, si fuera menester.


Anoche estuve con los muertos que habitan el silencio de esos templos, espíritus en traje de época atrapados bajo losas graníticas, esqueletos que se mueven como pueden al son de un desafinado y arcaico órgano de tubos.


Anoche cambié mi alma en la blanca judería por unas cuantas monedas de oro, mientras en la Sinagoga, de un San Antonio que espera paciente la justa expulsión de la usura, el rabino Yuçe cabecea una y otra vez el Libro del Éxodo en la Torah.


Anoche contemplé el desamparo de las desmochadas torres, en las que tan sólo las cigüeñas esperan, sin fortuna ni futuro, el perdón de “La Católica”, campanarios sordos desde siempre en mi recuerdo y hermosos arcos vacíos de bestias y gentes.


Anoche el silencio se apoderó de aquel lugar, como casi todas las noches, porque allí el sosiego no se acuesta, y pude sentir el paso y el peso de los siglos sobre mi talle.


Anoche, en mi soledad, Cáceres era así. Otras noches, también.




 
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