Pablo…


Ayer disfrutamos de la pintura, el sonido y la palabra en una mezcla perfecta. No ha sido la primera vez. Tampoco será la última. Pablo nos invitó a descifrar con letras su arte y el resultado fue, como no podía ser de otra manera, espectacular. Quince de sus obras para quince autores, amigos, autores amigos… En la presentación, la música y la palabra fueron susurradas e interpretadas por el talento de los niños mientras la imagen se fusionaba con ambas y vigilaba desde las paredes blancas del claustro que nos vio crecer.

Gracias, amigo, por ser así. Gracias, amigo, por contar conmigo…

A mí me puso en suerte un dibujo en el que una pluma, de las de siempre, de las de tintero antiguo, de las de borrón y cuenta nueva, nos enseña su figura en plenitud… y yo, que entiendo lo que entiendo cuando lo entiendo, que siento lo que siento cuando lo siento, que veo lo que veo cuando no miro, que transformo a mi antojo y conveniencia lo que cae en mis manos, le entregué un texto antiguo que ahora, para mi estado de ánimo, encaja perfectamente en este espacio y en este tiempo.



Ahí la tienen, por si no me creen.


La copa en que libo...

Si la copa en que libas, si el labio que oprimiste
acaban donde todo comienza y se concluye,
piensa que ahora eres el mismo que ayer fuiste,

y más allá no harías nada más que aquí hiciste.
Omar Khayyam

No ambiciono ser lectura, acaso llegar a ser una página en blanco en los límites de tu cuerpo. No pretendo escribirte en la noche, quizás redactarme en los suaves trazos que perfilan tu materia. No deseo palabras lejanas que cuenten nada, tan sólo conjugar aquellos verbos que se atrevan a describir tu ser. No ambiciono otra cosa que no sea poder sentir lo que dentro de mí cuenta en secreto tu alma. Y contárselo a los demás para que me crean.






Posdata: Feliz Navidad, si es que existe, a todas las personas de buena voluntad. Y a las que no la tienen, también.

En la ciudad última…


En el ancho estrecho de la clara oscuridad
vivo copiando palabras que se dejan numerar…
Por el claro oscuro de la estrecha anchura
paso buscando números que se puedan "palabrar"...

En la ciudad última cuadrará el círculo de nuevo, se cerrará el tiempo para nosotros. Y para los que fueron como nosotros... Sé que será allí, a la orilla misma del sosiego. Junto al bronce del muelle del Rey antiguo seremos testigos privilegiados del acontecer y comprobaremos con asombro – porque a pesar de todo, todavía cabe la sorpresa - cómo en medio de esa apacible bruma, de esa extraña tranquilidad, una sombra sonríe. Y no dice nada. Porque al que todo sabe no le hacen falta palabras. Y luego vendrá el río con su majestad. Y se encargará - como sólo él sabe cursar - de la lluvia caída, para que llegue despacio hasta el mar de la media luna, en una expedición infinita, sin retornos, sin preguntas vanas, sin respuestas indeseadas. Siempre fue así en la tierra que guarda la paz. Siempre será así donde reside la saudade. Por eso sé que en ese enclave está el final. Entonces, descubriremos que el Reparador de Sueños nos ha estado guiando durante todo el camino y que gracias a él y a sus mágicos abracadabras hemos podido llegar hasta el lugar donde las heridas curan sin remedio. Y no hará falta que nadie sople más, porque el viento de la noche se habrá llevado las nubes que colmaron y calmaron una sed que nunca pedimos, que jamás tuvimos.

No sé cuándo ni cómo - tampoco me preocupa -, pero hoy siento que hay que iniciar ese viaje. Sin dilación. El futuro, si es que existe, no espera…

Abracadabra, pata de cabra… yo este conjuro voy a hacer, me tienes que creer… Abracadabra, pata de cabra…

Una frase…


- Usted me da una frase y yo le construyo un sueño… A veces me las arreglo con una sola palabra…

- ¿Cómo dice?

- Que si me cuenta qué le preocupa, qué le acongoja, en cinco minutos le invento una ilusión y se olvida del problema. Tenga en cuenta que llevo desde que tengo uso de razón haciéndolo. Fabrico sueños para los demás, ese es mi oficio. Hay gente, más de la que usted cree, que no sabe hacerlo, no sabe vivir. Y yo tengo esa virtud, caballero. Invento historias. Una cada cinco minutos. A veces, incluso, tardo menos en hacerlo. Después, como un buen sastre, tomo las medidas del paciente y se las adapto al cuerpo. Es muy importante saber el tipo y el tamaño que se necesita en cada ocasión… No hay dos personas iguales. Tampoco existen dos sueños iguales… Perdone que no me saque la mano del pecho pero el otro día me robaron la cartera…

- Ya, pero eso no vale para nada…

- No se equivoque. Lo más importante que se puede hacer es soñar, aunque sea mentira. Tener un sueño a mano siempre es un buen recurso para los afligidos. El mejor, me atrevería a decirle. Aunque uno sepa que después no se va a poder cumplir. Debe usted saber que muchos son imposibles, irrealizables, inabarcables... Soñar es gratis y mientras dura, cuando uno tiene un buen sueño preparado, la ilusión por él ciega otras muchas cosas feas. Por cierto, esa bata blanca no le sienta bien, debería cambiar su uniforme…

- ¿Cómo dice que se llama?

- Creí que se lo había dicho... Bonaparte. Napoleón Bonaparte.




Sé que he tardado un poco en volver, pero esta mañana, muy temprano, he tenido que ir a buscar el sol. A ver si acaso con la luz…

De fondo suena The boxer... Simón & Garfunkel... Lai la lai…

Un tren a Lisboa…



No sería capaz de describir el más pequeño pormenor del viaje, el más pequeño trecho de visible. He ganado estas páginas por olvido y contradicción. No sé si eso es mejor o peor que lo contrario, que tampoco sé lo que es. El tren afloja, es el Caes do Sodré. He llegado a Lisboa, pero no a una conclusión. Fernando Pessoa.

Sueño un tren que me lleva a Lisboa… Que parte en la noche desde la casona de la “agüela” y recorre despacio la ciudad que un día me vio nacer. Hay preparadas dos mochilas – siempre dos, no lo olviden - con cuatro camisetas, dos pares de calcetines, una cantimplora, cinco engatusados besos para alargar horarios y mucha ilusión. Los besos no los doy yo. La anciana sonríe... Y ese tren, tranquilo en su traqueteo, lento en el caminar, me llevará hasta aquel pueblo de Las Hurdes que contaba con las estrellas más grandes del mundo. Y parará otra vez, para mí, para que las contemple, para que sienta la luz blanca difuminar la consciencia… hasta que me venza el sueño. Despertaré en otro lugar, junto al riachuelo que vive al lado de la gran encina, la más hermosa, la dueña de nuestros secretos, los más lejanos, los que se aferraron a las esperanzas de la sierra madre. Entonces, mientras la mañana refleja mi recuerdo entre la sombra de aquellos pinos, escucharé el silbido del revisor y una voz gritará de antiguo: ¡Viajeeeros al treeen! Y yo, viajero siempre, trotamundos de pensamiento, palabra y omisión, peregrino de anhelos, retornaré a mi asiento, esta vez de primera clase, y retomaré la vida. Más tarde, sólo un poco más tarde, se detendrá en el Foro de los nietos de la loba para que hable con la juventud. Y robaremos cosas. Y llenaremos el cuento con miles de japoneses con cámaras telescópicas. Y reiremos con saña, como se ríe a esa edad...

Después seguiremos al destino. El bailado y pausado traqueteo del viejo tren aliviará los sobresaltos de un viaje inesperado. Y en la frontera desaparecerán las vías para siempre. Para llegar a la ciudad última, a la Lisboa del mar por Alfama, al cachazudo Lusitania le bastan “caminhos do Ferro”, que son más poéticos y más gráciles que nuestros serios raíles. Y yo, ahora, prefiero cosas que no pesen… Santa Apolonia y Chiado me esperan, las calles con cuestas y el olor a mar también. Pessoa y lo incierto, tal vez. Y acaso volveré a ver las lecturas que se me cayeron, las que se callaron aquel día de lluvia. Y buscaré entre los cachivaches de Ladra el sosiego. Y encontraré la saudade en la cafetería de los escritores antiguos y los poetas bohemios que se fueron, junto a la estatua de bronce… en cualquier rincón, en cualquier esquina, en cualquier lugar de la Vieja Dama.

Sueño un tren que nos lleva a Lisboa… En el entretanto, espero tranquilo en el bar de una estación.

Sueños…


En la imagen hay un solar abandonado. Y dos personas, frente a frente.
Una niebla espesa difumina de sus caras los rasgos que definen quiénes son, quiénes pueden ser, quiénes no serán, quiénes serán cuando haya luz.
Se ven pero no se alcanzan. Se miran, se estudian en la distancia, …
Veo más cosas, pero no me detengo a contemplar las circunstancias que dan lugar al todo. Es posible, no probable, que alguna vez uno de los dos hubiera estado antes en aquel lugar. Con otras caras. Con otras vidas. Con otra edad.
Desconozco si es como lo percibo. Tampoco lo intento averiguar porque me invade el sopor cuando intento pensar en ello.
Uno de ellos soy yo, termino siendo yo.
Giro el cuerpo a derecha e izquierda. Miro hacia atrás. No hay nada. Las otras cosas son nada.
El vacío rodea mi cuerpo.
Lo único que queda está en el frente. Y no sé quién tengo delante. O sí.
La niebla va desapareciendo, poco a poco.
Descubro lentamente la visión y me aferro a lo que no quiero ver.
Se van borrando los cuerpos.
Al final se pierden… como se pierde en el olvido casi todo. O no.
La historia vuelve a empezar:
En la imagen queda otra vez el solar abandonado. Y dos personas frente a frente.
Entonces me despierto… O tampoco, que todo es posible.


 
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