Vivo en un vergel. Mi tierra, tantas veces denostada por aquellos que creen ser adelantados, es un paraíso durante la mayor parte del año. Sólo el tórrido verano - que también tiene sus encantos, aunque hay que saber mirarlos - parece reflejar hacia fuera señales equivocas de sequedad anual y amarillos perennes.
Hace unos años pensaba que esa belleza era la gran desconocida del país en el que vivo y que había que poner todos los medios del mundo para contar cómo las encinas, formando arboleda, guarecen de las inclemencias del tiempo a ciervos, cochinos y demás especies protegidas, cómo la primavera se refleja en el jaral como no puede hacerlo en casi ningún lugar, cómo huele el campo en el otoño de sus valles, cómo corre el agua sin mancha alguna…
Ahora soy mayor y he comprendido. Ahora sigue siendo, aunque en menor medida, una gran desconocida, pero ahora no es el tiempo de contarlo. Ahora disfruto de ella como no lo había hecho nunca y entiendo que no hace falta que el adelantado venga a decirnos cómo es su futuro ni cómo tienen que ser las cosas bellas. De eso entendemos nosotros. Desde hace tanto…