Me asomo despacio y sin miedos a lo que un día fue mi casa... Por un instante. Por un solo instante y por una sola vez. Durante este tiempo no la eché de menos, esa es la verdad. Estuve ocupado en otras batallas más interesantes y reconfortantes que me ayudaron a sonreír y a gozar de nuevo, pero eso no viene a cuento ahora. Dejar de venir hasta este lugar que cobijó lo que siempre quise contar, lo que me apeteció escribir, lo que tuve a bien desparramar compulsivamente por la red, lo que me hizo sentir dichoso, lo que me acercó a gente que no hubiera conocido en otros lugares, lejos de provocar un sentimiento de nostalgia en mi interior se acabó convirtiendo en una liberación. Un blog no puede ser un trabajo ni un escaparate de moda antigua. Y éste lo acabó siendo… Hay etapas en una existencia personal que hay que aprender a cerrar. Pero ayer sentí que tenía algo que decir de nuevo y esta mañana me levanté decidido a volver un rato, para limpiar telarañas. Por un instante... Por un solo instante y por una sola vez... Es curioso comprobar como las cosas que nos han vestido durante mucho tiempo, en ocasiones parecen desaparecer de golpe de las rutinas sin que notemos su falta. Y es que el desapego por la falta de contacto, con el tiempo y una caña, es capaz de vencer a los afectos más íntimos, por muy enraizados que estuvieran en uno.
Y es que ayer me presenté, vacío, delante de ese papel blanco donde suelto lo que escribe el que cavila dentro de mí. Y me representé otra vez desnudo ante mí mismo, con la sensación de no poseer nada para ofrecer. Puede no ser como lo cuento, pero los estados del ánimo son caprichosos y llevan al alma a donde quieren y cuando quieren. Pretendí sacar las palabras que se aferraron a mis entrañas, como se aferra un bebé hambriento a los pechos de una madre, y no quieren salir, no pueden salir. Hay veces que se agarran con tal fuerza al interior que me muestro incapaz de hacerlas vivir, incapaz de hacerlas describir los sentimientos que me pretenden, que me envuelven, que me arañan y desgarran. Y es que el día que me vivió me llevó a la lentitud en el pensar, al recreo desasosegado en otros tiempos, al recuerdo inmejorable de algo que ya no existe, que nunca más volverá. En estos meses he aprendido que hay lagunas que no se llenan con el agua que cae, por mucho que llueva. Necesitan que un manantial les dé vida. Sin él no pueden rebosar. En estos días la varita mágica que me regalé cuando crecí parece encasquillarse y se agita a golpes de mano sin ton ni son, buscando en el espacio un remedio rápido para los que piensan, para los que sólo disfrutan queriendo.
Ayer fue un día de recuerdos y también tuvieron cabida otras cosas en ese estado del ánimo. Y logré rememorar con gratitud a los durmientes, a esas personas que durante una vida estuvieron ahí, apartadas, y que no jugaron nunca un papel importante en el estar hasta que se hicieron necesarios para sobrevivir y absolutamente indispensables en sus apoyos. Veo con satisfacción cómo se han convertido con plenos poderes en imprescindibles, que han entrado para siempre entre los seres que hay que tener en cuenta. Gracias a ellos, aunque algunos vivan lejos, parte de mi mundo todavía conoce los colores puros. Sin esos colores nadie puede existir. Y quería decírselo a través de estas letras, para que lo supieran. Ellos saben quiénes son.
Ayer, cuando tuve la sensación de no llegar hasta el fondo, fue sólo un día más. Me lo dijo un amigo. Y también pasó. Mientras tanto, en esa espera, seguiré soñando que existe algo mejor para compartir. No lo sé hacer de otra manera. Tampoco me apetece cambiarla porque tengo ya una edad.
Sigan ustedes su camino, no se tuerzan… que yo volveré al mío, del que ahora no me apetece salir.
Y es que ayer me presenté, vacío, delante de ese papel blanco donde suelto lo que escribe el que cavila dentro de mí. Y me representé otra vez desnudo ante mí mismo, con la sensación de no poseer nada para ofrecer. Puede no ser como lo cuento, pero los estados del ánimo son caprichosos y llevan al alma a donde quieren y cuando quieren. Pretendí sacar las palabras que se aferraron a mis entrañas, como se aferra un bebé hambriento a los pechos de una madre, y no quieren salir, no pueden salir. Hay veces que se agarran con tal fuerza al interior que me muestro incapaz de hacerlas vivir, incapaz de hacerlas describir los sentimientos que me pretenden, que me envuelven, que me arañan y desgarran. Y es que el día que me vivió me llevó a la lentitud en el pensar, al recreo desasosegado en otros tiempos, al recuerdo inmejorable de algo que ya no existe, que nunca más volverá. En estos meses he aprendido que hay lagunas que no se llenan con el agua que cae, por mucho que llueva. Necesitan que un manantial les dé vida. Sin él no pueden rebosar. En estos días la varita mágica que me regalé cuando crecí parece encasquillarse y se agita a golpes de mano sin ton ni son, buscando en el espacio un remedio rápido para los que piensan, para los que sólo disfrutan queriendo.
Ayer fue un día de recuerdos y también tuvieron cabida otras cosas en ese estado del ánimo. Y logré rememorar con gratitud a los durmientes, a esas personas que durante una vida estuvieron ahí, apartadas, y que no jugaron nunca un papel importante en el estar hasta que se hicieron necesarios para sobrevivir y absolutamente indispensables en sus apoyos. Veo con satisfacción cómo se han convertido con plenos poderes en imprescindibles, que han entrado para siempre entre los seres que hay que tener en cuenta. Gracias a ellos, aunque algunos vivan lejos, parte de mi mundo todavía conoce los colores puros. Sin esos colores nadie puede existir. Y quería decírselo a través de estas letras, para que lo supieran. Ellos saben quiénes son.
Ayer, cuando tuve la sensación de no llegar hasta el fondo, fue sólo un día más. Me lo dijo un amigo. Y también pasó. Mientras tanto, en esa espera, seguiré soñando que existe algo mejor para compartir. No lo sé hacer de otra manera. Tampoco me apetece cambiarla porque tengo ya una edad.
Sigan ustedes su camino, no se tuerzan… que yo volveré al mío, del que ahora no me apetece salir.
Para Q.
Siempre sabe por qué.
Siempre sabe por qué.