Viajes por el Sriptorium





También me lo regalaron este verano. También lo leí. Y no me gustó.


De Auster sólo había leído “Brooklyn Follies”, la novela anterior a ésta en el tiempo, en la que relata la vida en Nueva York de un hombre de 60 años, abandonado por su esposa y con cáncer de pulmón, que busca un lugar tranquilo para morir. Y me impresionó.


Cuando llegó a mis manos “Viajes por el Scriptorium” pensé que iba a leer un buen libro. Según iba avanzando en la lectura se me iban abriendo caminos que prometían ser interesantes. Se intuían intrigas, misterios, asesinatos y venganzas. No se cumple nada. Me ha dejado y me he quedado con una extraña sensación: Paul Auster ha escrito, por encargo o no, una trama que no termina para aprovechar el tirón comercial, y por supuesto económico, de la anterior novela. Y he picado.






Franpan






Nueve de cada diez médicos entrevistados dicen que la “pedrá” que le dieron cuando era chico no tiene nada que ver con su forma de ser ni con su carácter -aunque no sepa lo que es - porque él sigue siendo pequeño.


Sus dedos vuelan entre la cordada que sostiene ese cuerpo de hermosa mujer de guindo y cuello de arce barnizada a la antigua. Su mejor sueño erótico se ve cumplido cuando abraza por detrás las formas del voluptuoso y presuntuoso instrumento. Y lo hace sonar… y la hace gozar…


Le echaran de menos – seguro que sí - en la “Tedos”, sobre todo su amiga farmacéutica que verá menguados considerablemente sus ingresos mensuales y le costará acostumbrarse cada lunes a la falta de ese sombrón que antes de pedir recibía un cariñoso “lo de siempre ¿verdad mi niño?”


Probablemente los aviones seguirán aterrizando y despegando sin novedad… probablemente alguien le sustituirá en su trabajo… probablemente el mundo seguirá su camino… pero ahora es su turno: ahora él será el que despegue y aterrice – esto último a veces duele – y tocará libre su nuevo camino.


Lo único que no cuadra en todo esto y no deja de ser contradictorio, como él, es el “hecho mismo de la cuestión”: Se queda sin trabajo para tocar el contrabajo. Así es el Franpan, ¡qué le vamos a hacer!



  • Franpan Freedonia Jazz



  • Señoras y señores: Permanezcan atentos porque el antiguo domador de “bites” se va de gira.


    Los “pieslibres”


    Últimamente cuando voy por la calle me pasan cosas muy raras: la gente pasa a mi lado gesticulando y hablando sola, haciendo aspavientos totalmente innecesarios. Y este mal parece haber afectado también a los conductores porque en algún que otro semáforo, mientras espero la luz verde que me da paso, compruebo horrorizado que el conductor vecino hace esos mismos gestos raros y habla igualmente solo, quedándome siempre una duda razonable sobre si esa persona en cuestión es apta para llevar un vehículo o no.


    Al principio pensé que el índice de “idiocia” del país se había incrementado notablemente, primero afectando a los peatones y después a los conductores, pero luego reflexioné y comprendí que eso era imposible porque nosotros ya éramos idiotas antes.


    Después me dije a mí mismo que el trabajo desmesurado estaba afectando a la población que perdía progresivamente la cordura, pero pronto caí en la cuenta: a los españoles eso no nos afecta, el trabajo digo. Imposible.


    Más tarde pude comprobar, hasta llegar incluso a darme cuenta, que algunos que hablaban solos llevaban un pequeño aparato en la oreja y pensé rápidamente que eran sordos, pero igualmente pronto entendí que no podía haber tantos.


    Por fin lo descubrí: “Manos libres” lo llaman y sirve para hablar por teléfono sin coger el teléfono, aunque parezca una tontería.


    Si dentro de poco vemos que hay gente por la calle que habla con un zapato en la oreja no se asusten porque ni son agentes secretos ni son seguidores acérrimos de Zapatero, por lo del zapato digo. Probablemente hayan adquirido un flamante “pieslibres” para refrigerar su olorosa peana mientras hablan por teléfono con su señora, que es con la que casi siempre hablan aunque parezca que hablan de negocios y lleven corbata. Como Mortadelo y Filemón, vamos.




    Cometas en el cielo





    Autor: Khaled Hosseini
    Editorial: Salamandra




    Me lo regalaron este verano, porque estas cosas también se regalan, y lo traigo aquí por si alguien tiene a bien compartir una historia diferente, porque no paré de leer hasta que lo terminé y porque ya no oiré ni veré las noticias sobre Afganistán como las oía y veía antes de leer el libro. Los sucesos, tragedias, ajusticiamientos y venganzas en países que a través de la “caja tonta” se presentan tan lejanos suelen dejarnos indiferentes, sobre todo en los días que siguen al primer impacto visual, y hacernos pensar que “eso nunca nos puede pasar a nosotros”.


    Un simple concurso de cometas en el Kabul pre-soviético y pre-talibán de 1975 da pie a una historia de amistad, verdadera como ninguna y traicionada como muchas, a una historia diferente, a la destrucción de un país que de forma errónea siempre creí un desierto por la imagen que transmiten las guerras - ha tenido varias en treinta años - y al desesperado exilio de sus habitantes.




    Portugal




    Estuve en Portugal. Otra vez Portugal, sí. Parece que el destino, si es que existe, me lleva allí una y otra vez. Esta vez viajé con el fantasma de Carlos Cano y por la ruta de la triste y abandonada María, entre palmas y fandangos, desde Ayamonte hasta Faro, aunque no fue él quien me guió con su voz en el camino. Ella tampoco. Esta vez Topo y Zafra me sacudieron la cabeza con su música de duendes, una y otra vez. - ¡Qué buena es la quinta!, dicho sea de paso -. Llegué a pensar que iban camuflados entre mis churumbeles, a los que aleccionaban para que pusiera determinadas canciones del “cedé”.


    Y miré Portugal y vi a mi padre. Es él quien conduce por la antigua nacional, más divertida que la paralela y flamante autovía. Y yo soy mis hijos, mirando los mismos paisajes que vi entonces, cuando tenía los ojos más grandes y siempre abiertos. Y mi padre soy yo contemplando asombrado la compra compulsiva de toallas que nunca secan, pero que ofrecen una visión excelente y a juego con el alicatado del baño. Y vuelvo a ser mi padre y bebo “uma caneca” bien fría mientras mis hijos, que siguen siendo yo, devoran el pan con “manteiga” y “queru” que precede a la siempre exagerada comida del país vecino.


    Y soñé con esas playas donde el viento mueve a su antojo la cometa que intento gobernar, mientras mi padre, que soy yo de nuevo, observa tranquilo el indomable oleaje del Atlántico. Y mis hijos construyen un castillo con la misma arena con la que construí los míos cuando yo era como ellos, si eso pudo ser. La marea derribará, como entonces, sus construcciones y las mías también, dejando tan sólo un liso recuerdo en el mar…


    Sigo, como antes de partir, con estas extrañas meditaciones abstractas, viendo sin ver los paisajes… que me llevan de nuevo a la infancia, mi infancia, y vuelve a ser mi padre quién conduce mi coche por esta misma carretera. Sin embargo algo parece haber cambiado pues no es la radio del Régimen – da igual qué Régimen porque en los dos países había de eso - la que me cuenta las cosas… repiquetean en mi cabeza macetas de colores con pompas de jabón y chocolate. ¿Se puede saber qué hacen Topo y Zafra en Praia Verde? ¿Qué hacen en mi sueño? No lo sé. Ya se me ha vuelto a ir la olla.


    Recuerdo su voz… y un nudo marinero en el corazón…no deja que me duerma sin su calor… y beberé, beberé los vientos...




    La vuelta



    En verdad, al ir, me perdí en meditaciones abstractas, viendo sin ver los paisajes acuáticos que me alegraba ir a ver, y al volver me he perdido en la fijación de estas sensaciones. No sería capaz de describir el más pequeño pormenor del viaje, el más pequeño trecho de lo visible. He ganado estas páginas por olvido y contradicción. No sé si eso es mejor o peor que lo contrario, que tampoco sé lo que es. Pessoa.








    El sillón del lugar donde habitualmente escribo echó en falta mi apariencia y presencia reales. Se me aparece ahora más confortable que cuando partí en busca del descanso y la desconexión.


    Encontré el descanso, sí. Estaba allí, en aquel lugar lleno de arena bajo el sol, justo detrás del agua. Y también encontré, en cierto modo, la desconexión. Y digo en cierto modo porque he vigilado en la distancia, un día sí y otro no, la blogosfera. He sido un mero espectador de lo que hacían los que se quedaron o los que no se desengancharon: Sólo encontré, por culpa de “una excusa”, una solitaria “caverna” que me hizo romper una vez mi deliberado silencio (ellos ya saben).


    Tuve intenciones y tentaciones para escribir, para decir algo. No he querido. No he podido. No he sabido. Sólo me apetecía contemplar desde la atalaya que me proporcionaron un “uesebé” y un portátil lo que hacían los demás. Y lo he pasado bien, esa es la verdad. Y he descubierto cosas nuevas, como casi siempre que no soy yo el que habla.



     
    subir