Cogedme, cogedme.
Dejadme, dejadme,
fieras, hombres, sombras,
soles, flores, mares.
Cogedme.
Dejadme.
Miguel Hernández
¡Una pedalada más…! ¡El último empeño…! ¡Voy a reventar…! Pero eso… eso será mañana.
Cayó en mis manos el sábado a mediodía y ojeé y hojeé sus páginas como se ojean y hojean los libros que luego nos van a interesar. Apartó momentáneamente de mi lado a los cosacos del Don apacible y calló mi conocimiento hasta el domingo por la tarde. De un tirón leí saboreando y sufriendo cada uno de sus párrafos. Sin los molestos abanicos que descubren pájaras avancé entre las palabras evitando las temidas montoneras... Chupando rueda hasta la cubierta posterior para asimilar encima del cajón de los Campos Elíseos el triunfo, el efímero triunfo… Sin hacer la goma y volando sobre el “botoso” asfalto que inmortalizó Perico Delgado llegué exhausto hasta el lugar donde el hombre baja del hierro y se da cuenta que ha olvidado andar erguido… Marcando “a fuego” el rompepiernas… A tumba abierta…
Como esos ciclistas que después del banderazo de salida de cualquier etapa de una gran vuelta dejan aparcada su vida y ya no pueden parar hasta que un sprint les dice que han llegado a la meta, sus páginas atraparon mi fin de semana sin remedio ni remiendos. Veinte etapas. Tres mil y pico kilómetros detrás de un asesino. Veintidós días para resolver el crimen, para que Cupido (¡Ha vuelto a crecer!) consiga cuadrar la rueda. Perdón, quise decir el círculo. El Alkalino, su fiel escudero, simplemente genial.
He de reconocer que el ciclismo profesional dejó de interesarme hace tiempo. Cualquier deporte que exija a un ser humano más de lo que un cuerpo puede dar está envuelto ab initio en sospechas de dopaje y otras guarrerías que acortan las vidas de individuos que quieren salir como sea del lugar donde estamos los demás. Pero desde ayer he aprendido que en esos deportes hay gentes, la mayoría, que merecen la pena, individuos que luchan contra sus propios fantasmas sin aditivos ni colorantes que ensombrezcan la gloria que no tendrán. Lo difícil no es subir el Tourmalet, lo realmente complicado es traspasar al papel lo que uno siente cuando lo hace. Y Eugenio Fuentes no sólo consigue contarlo de manera magistral sino que hace creer al lector que es uno el que hace el supremo esfuerzo, que es uno el que cuando ya no puede más se levanta del sillín para encarar una curva imposible o una pendiente que no deja ver su desenlace, que es uno el que se descubre con el corazón acelerado cuando termina cada una de las etapas que acompañan los capítulos.
Supongo que el autor ha sido en otra vida ciclista profesional. Tal vez pedaleó al lado de Bahamontes, Ocaña o Lucho Herrera… y no es consciente de ello. De otro modo es muy difícil que cuente en el libro lo que cuenta y de la manera que lo cuenta. La ficción describe certera la realidad. Léanlo y comprueben lo que les digo.
8 comentarios:
leí venas de nieve y me encantó. aunque el ciclismo no es mi fuerte te haré caso.
Seguiré tu consejo. No he leído nada de este señor pero he visto en google que tiene varias novelas y muchos premios.
Merece la pena leerla. Engancha desde el principio y no puedes parar hasta llegar al final.
Gracias por venir.
¿Y aparecen también los fulanos esos, protagonistas pobres durante un mísero instante, que agitan banderas mientras gritan como posesos o corren junto al deportista, procurando joderle?
A ráfagas, Turu, a ráfagas.
La novela gustará a los aficionados al ciclismo (aunque no tanto como El Alpe D’Huez de Javier García Sánchez) y entretendrá –sin apasionar- a los seguidores del género policiaco. La intriga no es extraordinaria pero está bien hecha, sin grandes momentos pero sin estridencias. Una novela tranquila con una violencia mínima, escrita con evidente amor a las bicicletas. No está mal, pero sobre el Tour son mejores e imprescindibles los libros del periodista Carlos Arribas.
Yo se la regalé a mi chico, que es un friki del ciclismo, y comencé a leerla y fui yo quien se enganchó, aunque no me gusta demasiado el ciclismo.
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