Dos estampas…


El uno...

A las nueve de la mañana estaba levantado, vestido, desayunado y esperando impaciente a que lo recogiera para ir al campo. Tres jornadas completas en las que soportó primero el desagradable viento que a veces peina en exceso los frutales en aquella zona y luego un sol que impartía justicia por encima de su gorra azul “nike”. Tocaba trabajar de sol a sol. Cuando sea mayor quiero ser como el abuelo, dijo convencido.

Le había enseñado a plantar sandías, a regar las patatas y las cebollas con mimo, a manejar el mecanismo del goteo, a curar las heridas del viejo manzano y a azufrar las parras para que no se las coman el “mildiu” o los ácaros, a utilizar la mula mecánica para que la tierra pueda respirar, a abonar los cerezos… Eran tareas que no cuadraban en su estampa urbana, en su visión de niño de diez años – casi once diría él - que nunca ha roto un plato y que devora libros por placer en su tiempo libre.

A mitad de mañana hacían un pequeño descanso a la sombra. A mitad de mañana tomaban un tentempié mientras repasaban los trabajos que ya habían terminado y los que les quedaban por hacer. A mitad de mañana, cuando llegábamos los demás, comprobábamos la felicidad de ambos. El patrón por fin había encontrado alguien en la familia que le seguía, un obrero muy joven y obediente, un tipo perfecto al que modelar a partir de ahora...


El otro...

Los cerezos habían empezado a entregar su sangre en forma de burbujas y había llegado el momento de recolectar. Durante un par de horas – más tiempo para los que no tienen costumbre es inviable- todos colaboramos en las tareas. ¿Todos? ¡Todos no! Uno de los churumbeles, el que tiene ocho años en su cuerpo y una lagartija que mueve su alma, hacía el trabajo a su manera: Cogía una cereza y se comía dos, cogía tres y se comía cinco… No sé qué capacidad tiene el estómago de un niño de esa edad pero el suyo debía estar a punto de explotar.

¡Ese muchacho se va a poner malo!, gritó alguien cuando vio su boca, sus mangas y sus bolsillos manchados de un rojo intenso. No te preocupes, está acostumbrado - le contesté inmediatamente -. Lo del año pasado fue peor…

Y es que el año pasado en el mismo lugar, por las mismas fechas, hizo lo mismo. Antes de llevar una cereza a la cesta, la miraba, la inspeccionaba y… se la comía. Mientras, su otra mano ya tenía otra de mejor tamaño que luego miraba, inspeccionaba y… se la volvía a comer.

Casi no llega a casa. Casi se caga a medio camino. Casi prepara la de San Quintín. Pero es feliz porque para él el campo es un gran árbol cuajado de cerezas, una especie de paraíso terrenal en el Valle del Jerte. Luego se olvida de la flojera de vientre y vuelve a las andanzas…

A primera hora del día siguiente fue a buscarle el abuelo. ¡Vamos! - le dijo -, levántate que tenemos que ir a la finca a coger cerezas otra vez. ¡No, "agüelo"! A esa finca yo no voy que esa finca a mí me da “cagalera” - contestó él convencido -.



Y es que son como dos gotas de agua…El uno y el otro.

5 comentarios:

Silvia dijo...

Después de ver las fotos, me solidarizo con el pequeño, porque con esa pinta, cuesta resistirse.
Espero que no se pusiera demasiado malo.

Turulato dijo...

¡Vamos a ver...!. La primera foto, con esos pendientes rojos, sangre y luz, arrebujaos en verde esperanza, me ha dejado alelao.
Y luego..¡Coño, un respeto!. Que uno está de mala leche y tiene el carácter agrio. ¡Años, años, me ha costado ser así!.
Y según he ido leyendo, me ha vuelto la sonrisa y algo así como un sentido amable.... ¡Eso no se hace!

Anónimo dijo...

Es tan personal que mejor no comentar. añado: envidia cochina por no haber visto todavía el valle del Jerte.
Recuerdos de hace dos temporadas, convertida en niña, encaramada en una escalera y cogiendo y comiendo a la vez unas cerezas preciosas que con la luz del sol filtrada entre las hojas del árbol, se mantiene en mi recuerdo como la más bella pintura.

alelo dijo...

A Silvia.- No se pone demasiado malo porque, como dije, ya está acostumbrado a los atracones.

A Turu.- Si estas páginas consiguen que vuelva la amabilidad... por lo menos sirven para algo. Las fotos están tomadas por una cámara normal y un tío más normal todavía. Lo que pasa es que el paisaje se mete en ellas de forma bestial.

A Camy.- Pues si no conoces todavía el Valle del Jerte te pierdes algo grande. En primavera es espectacular. A mí, sin embargo, me gusta más su otoño y sus colores.

Gracias a los tres por venir.

alelo dijo...

Si no comento antes a los comentaristas es porque ha regresado a mi vida de forma repentina el trabajo y me ha pillado desprevenido. Desde que empezó "laputalacrisis" no paro. Como el personal "no tiene nada que hacer" convoca reuniones a todas horas. Sin ton ni son. Debe ser lo que llaman un "daño colateral". Digo yo.

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