Ayer…

…Despierto temprano. El amanecer atraviesa sin permiso el hueco que vive entre mi cama y el infinito e interrumpe súbitamente la divagación. Porque parece claro que es una divagación de las muchas que acompañan mi existencia. La luz que me despeja no quiere que averigüe cómo es aquel lugar al que me llevaba el sueño en su parte final, tal vez la más interesante. Tal vez no. Entonces recuerdo que Lisbeth Salander está herida: Tiene una bala incrustada en la cabeza y temen por su vida… Tengo que seguir leyendo… Tampoco se van de mi cabeza las imágenes de ayer cuando unas manos nuevas recorrían en armonía - ¿eso es armonía? - las cuerdas de esa infernal caja de ruidos en el momento de su debut frente al gran público. ¡Disfruté tanto!



Suena Deep Purple. Smoke on the water. Ta ta taaaaaa ta ta ta taaaaaaaaaaaa...

A propósito de…


Alguien que vive en mis alrededores me comenta que en la entrada anterior utilizo la expresión “amable carterista” y que es un contrasentido porque si te están robando la cartera desaparece de inmediato lo que la amabilidad conlleva. ¿Cómo puede ser amable un ladrón?

Pues sí, le dije yo, en Lisboa los carteristas son muy amables. Y lo puedo demostrar. Aprovechan para robar cuando el tranvía está repleto de inocentes criaturas que danzan al compás de los quiebros, que permanecen sujetos al techo por una mano que deja cruelmente a la intemperie las sobaqueras mientras fijan su atención en los roces incómodos que la gente en su apretura proporciona sin querer. Entonces, en una de las curvas, hay cientos, el individuo en cuestión, el que ha decidido que serás tú su presa, aprovecha el movimiento generalizado de la tropa hacia la derecha o hacia la izquierda, hacia delante o hacia atrás, para exagerar su propio desplazamiento, para empujar un poco más de la cuenta al que luego no tendrá dinero pero sí un gran disgusto. Entonces, digo, en ese momento, en ese empujón, en un plis plas, le birla la cartera sin que se dé cuenta. El recién robado, que no ha echado de menos todavía su cartera, se gira con cara de pocos amigos hacia el que le empujó y el carterista, con un gesto que transmite de forma y manera indubitada un “ha sido sin querer”, le pide perdón convenientemente.

¿Le acaba o no le acaba de limpiar de forma amable? Pues eso.

Viajando…




De cómo estoy me hallo tan incierto
que en vivo ardor temblando estoy de frío;
sin causa alternamente lloro y río;
abarco el orbe pero nada advierto.

Es todo mi sentir un desconcierto;
un fuego el alma, la mirada un río;
de pronto espero, al punto desconfío;
ora divago, de repente acierto.

Estando en tierra al Cielo me levanto;
milenios son mis horas; ningún día
he podido vivir sólo una hora.

¿Pregúntasme el por qué de este quebranto?
Responderlo no sé... Tal vez sería
sólo porque os miré, dulce Señora.

Luis de Camoens.

Sevilla, Madrid, Barcelona, Alicante, Sevilla otra vez, Madrid de nuevo, Guadalajara tres veces, Barcelona,… y así hasta septiembre. Voy a recorrer – ya lo estoy haciendo - de punta a punta la piel de toro. Voy a hacer más kilómetros que un camionero. Dejo atrás casa, esposa y niños, aunque no por ese orden. Voy en busca del futuro, que como casi todo el mundo sabe es renovable, pero yo… yo lo que quiero es ir a Lisboa. Y no me dejan.

Lisboa, la Dama triste, la Señora del Estuario, la dueña de mis evocaciones. Lisboa y sus callejuelas peinadas de farolas a media luz entre la bruma nocturna y cables de acero. Lisboa y sus antiguos tranvías rojos y amarillos de madera, con su sentido traqueteo y sus amables carteristas. Lisboa y su río que quiere ser mar pero no sabe cómo. Lisboa y un apetito despierto al olor de sus tabernas con sabor a fritura de pescados y marisco fresco. Lisboa y las letras de Camoens, Chiado y Pessoa. Lisboa y yo, un fin de semana cualquiera. No pido nada más.

Quiero sentir que estaré allí, cuando ella despierte. Quiero pensar que estaré allí, junto a su sombra. Quiero disfrutar de su reverso, de las traseras de su memoria, callejear sin destino mientras un fado rasga sin piedad la garganta del viejo trovador. Quiero beber de esas fuentes donde se bañan la saudade y el desasosiego. ¿Cómo puedo explicarte qué significa esa ciudad si no has sufrido su aguijón, si no has andado en su memoria, si no has ayudado a sus brazos de hierro y hormigón a sujetarla al Continente?

¡Quiero ir a Lisboa! ¿Alguien me lleva?

Amor é um fogo que arde sem se ver…

 
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