Llevo algunos años buscando la Navidad en lo más alto del Sur, a quinientos y pico kilómetros del lugar donde resido y pienso. Llevo algunos años intentando deslizar mi cuerpo sobre dos tablas que casi nunca me hacen caso. Llevo algunos años viendo cómo unos pequeños seres que viven en mi hogar se desplazan mucho mejor que yo sobre esas tablas del demonio, como si las llevaran puestas de serie. Llevo algunos años viendo cómo disfrutan los míos, familia y amigos, de ese frío blanco de diciembre que adorna las ramas de los árboles de luces de colores y nieve. Llevo algunos años adelantando en la autovía a los Reyes Magos para que no lleguen antes que yo a casa…
Y este año no podía ser de otra forma. En la tarde del día 5 de enero y alejándome poco a poco de la ciudad que vio llorar al último rey nazarí, pude observar que por un camino paralelo a la carretera que me traía de vuelta circulaba lentamente una carroza con tres sujetos disfrazados de Reyes Magos (Esto lo cuento así por si alguno todavía no sabe que los reyes somos los padres y Juan Carlos y Sofía). Nos saludaron efusivamente al pasar. Por el espejo retrovisor pude ver la cara del pequeñín: Habíamos adelantado a los Reyes y no se encontrarían la puerta de nuestro hogar cerrada a cal y canto. Llegaríamos antes que ellos para dejarles, como todos los años, agua para los camellos, algunos dulces que luego me tengo que comer yo y los zapatos de cada cual colocados a los pies de la chimenea (Esto lo he visto en algunas películas y la estampa es muy bonita, preciosa diría si no fuera un poco cursi).
Doscientos o trescientos kilómetros más tarde – que da igual para lo que voy a contar – paramos a tomar un café, a estirar las piernas y a otras cosas que aquí no se deben explicar. Pero no elegimos bien el sitio porque había que atravesar un pueblo y a esas horas los cincos de enero en las calles principales de todos los pueblos se desarrolla con algarabía y alboroto la famosa Cabalgata. Y nos pararon. Y tuvimos que abandonar los coches para verla. Todos bajamos ipso facto. ¿Todos? ¡No! El pequeñín se quedó dentro del coche y cuando le fui a buscar me dijo absolutamente sorprendido: ¡Ya están aquí!
En su pequeña cabeza no encajaba algo. ¿Cómo era posible que nos hubieran adelantado si iban montados en un artefacto que no pasaba de dos por hora y nosotros íbamos en un “supercoche” con un montón de caballos y “nosécuantas gárgolas”? ¿Cómo podíamos haberlos dejado en el camino y ahora estaban delante de nuestras narices? Son Magos, le dije, por eso ya están aquí, por eso han llegado antes que nosotros. Sobra decir que mis explicaciones parecieron convencerle y bajó del coche. Y recogió tantos caramelos como pudo…
Veinte minutos después, cuando volvimos y me disponía a salir de nuevo a la carretera, me dijo convencido y a voz en grito: ¡Papito, date prisa y corre todo lo que puedas!
Serían Magos, pero él no se fiaba. Y bien que hacía, que luego pasa lo que pasa...
Y este año no podía ser de otra forma. En la tarde del día 5 de enero y alejándome poco a poco de la ciudad que vio llorar al último rey nazarí, pude observar que por un camino paralelo a la carretera que me traía de vuelta circulaba lentamente una carroza con tres sujetos disfrazados de Reyes Magos (Esto lo cuento así por si alguno todavía no sabe que los reyes somos los padres y Juan Carlos y Sofía). Nos saludaron efusivamente al pasar. Por el espejo retrovisor pude ver la cara del pequeñín: Habíamos adelantado a los Reyes y no se encontrarían la puerta de nuestro hogar cerrada a cal y canto. Llegaríamos antes que ellos para dejarles, como todos los años, agua para los camellos, algunos dulces que luego me tengo que comer yo y los zapatos de cada cual colocados a los pies de la chimenea (Esto lo he visto en algunas películas y la estampa es muy bonita, preciosa diría si no fuera un poco cursi).
Doscientos o trescientos kilómetros más tarde – que da igual para lo que voy a contar – paramos a tomar un café, a estirar las piernas y a otras cosas que aquí no se deben explicar. Pero no elegimos bien el sitio porque había que atravesar un pueblo y a esas horas los cincos de enero en las calles principales de todos los pueblos se desarrolla con algarabía y alboroto la famosa Cabalgata. Y nos pararon. Y tuvimos que abandonar los coches para verla. Todos bajamos ipso facto. ¿Todos? ¡No! El pequeñín se quedó dentro del coche y cuando le fui a buscar me dijo absolutamente sorprendido: ¡Ya están aquí!
En su pequeña cabeza no encajaba algo. ¿Cómo era posible que nos hubieran adelantado si iban montados en un artefacto que no pasaba de dos por hora y nosotros íbamos en un “supercoche” con un montón de caballos y “nosécuantas gárgolas”? ¿Cómo podíamos haberlos dejado en el camino y ahora estaban delante de nuestras narices? Son Magos, le dije, por eso ya están aquí, por eso han llegado antes que nosotros. Sobra decir que mis explicaciones parecieron convencerle y bajó del coche. Y recogió tantos caramelos como pudo…
Veinte minutos después, cuando volvimos y me disponía a salir de nuevo a la carretera, me dijo convencido y a voz en grito: ¡Papito, date prisa y corre todo lo que puedas!
Serían Magos, pero él no se fiaba. Y bien que hacía, que luego pasa lo que pasa...
5 comentarios:
Creo que hay pocas cosas que hagan tanta ilusión como la llegada de los Reyes Magos. Alguna otra debe haber, pero, como en la parada, no es para contarla por aquí.
Alelo, qué maravilla ha debido ser la nieve en Cáceres, ¿no? Qué pena que se haya acabado la navidad.
A L.C. .- Pues sí, aunque la espera luego se haga muy larga. Yo tengo uno en casa que se cabrea porque dice que faltan doce meses otra vez para que vuelvan.
A Jur .- Por lo menos ilusionante. La he traído yo desde lo más alto de tu Sur para que disfrutara la gente. Soy así de generoso, ¡qué se le va a hacer!
Abrazos a ambos cuyos sendos dos.
Hoy más que nunca, mi querido Alelo. Por lo que leo en este artículo y por sus dos comentarios sobre educación.
Me siento muy próximo a usted. ¿Sabe?; a pesar de mi carácter agrio y pendenciero, tras escucharle, más que leerle, me he sentido débil y enternecido.
No es que usted escriba bien -que si-, sino que es capaz de hacerme volar con la imaginación a unos escenarios en los que llego a sentir ilusión y ganas de vivir.
Algo hay en sus palabras que hacen que crea en ellas. Y me parece que en el segundo de aquellos comentarios he encontrado la razón: Es usted un niño grande y bueno, que sigue siendo capaz de soñar e ilusionarse a bote pronto. Le envidio.
Un abrazo
A Turu .- La proximidad es mutua y no creo que su carácter sea tan duro como lo pinta. Muchas gracias por tus palabras, pero no te fíes de mi bondad porque a lo peor no lo soy tanto. Ilusionarme a bote pronto, casi siempre. Desengañarme más rápido todavía, también. Un abrazo.
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