Cuando te voy a escribir
se emocionan los tinteros:
los negros tinteros fríos
se ponen rojos y trémulos,
y un claro calor humano
sube desde el fondo negro.
Cuando te voy a escribir,
te van a escribir mis huesos:
te escribo con la imborrable
tinta de mi sentimiento.
Miguel Hernández.
Delante de este lienzo blanco que me invita a contar y a cantar cosas, a ir - como lloró el poeta en Orihuela - de mi corazón a mis asuntos, reflexiono sobre los últimos acontecimientos que rodean mi existencia y sé que algo ha cambiado. Volviendo a este lugar, en el que nacen y mueren las palabras, sé que las ganas de escribir están de nuevo presentes. La cabeza utiliza mecanismos para convencernos de lo que somos o nunca seremos, para decirnos verdades o engañarnos sin piedad con cualquier excusa, para hacernos ver que ordena y manda habitualmente sobre nuestras intenciones, para contarnos mentiras que luego, a su propia conveniencia y antojo, terminan siendo importantes o banales. Pero ella también se sorprende... A veces ocurre que la vida te arrastra a otros lugares, a otros juegos, a otros quehaceres y olvidas lo que hacías en el diario. Y te separas de ello sin darte apenas cuenta. Pero un día, el más pequeño detalle te hace volver a aquello que más te gusta, como si no hubiera pasado nada. Y la verdad es que nunca pasó nada…
La otra noche acudí a la presentación de un libro. Sé que los tiempos se han alargado en la publicación de historias, sucedidos o relatos en este artefacto virtual que tanto me quiere. Sé que unas veces se prolongaron porque decidí hacer el camino hacia dentro y escribía sólo para mí. Pero también sé que en los últimos meses este no era el caso y esta edad que me ahoga convenció a mi otro yo, el agreste, para trabajar más en lo físico que en lo intelectual, que supongo también hacía falta. Creo que, como en otras ocasiones, el señor que vive dentro de mí y me cuenta las cosas que luego escribo dormía. O simplemente estaba cansado por tanto e inesperado ajetreo. Y todo esto que transcribo viene a cuento porque durante la presentación de ese libro (un libro de miedos), pude comprobar que mientras la voz grave del autor daba vida al trabajo elaborado en soledad, cuando ese autor hacía partícipes a los demás – que en este caso también era yo - de una obra cuajada en el silencio, hice de algún modo mías sus palabras y volvieron de repente las ganas de escribir, de desnudar sentimientos, de sentir la emoción de los tinteros. Y me vi dentro de él. Y deseé plantarme de nuevo ante ustedes, si acaso hay alguien ahí detrás, para contárselo.
Duro sólo un momento, pero fue un momento que me ha traído de nuevo hasta este extraño lugar donde se mira sin ser visto, donde se esparcen compulsivas y libres las palabras.
4 comentarios:
¡Qué bien!
Claro que hay gente!
En esta nueva etapa en la que te propones volver al yo interno, a dejar un poco de espacio para el intelecto sin olvidar el trabajo físico, sabes que seguiré viniendo por este Jardín de los Alelos.
¡qué bonito escribía Hernandez y sin necesidad de florituras!.en el Camino también he puesto un poema de él que me encanta.
Un beso
Puede que estos "nuestros diarios" actúen a modo de "quitamiedos"
Por eso precisamos volver a ellos...
Un abrazo!
A los viajes .- Y aunque no la hubiera... siempre estaríamos tú y yo.
A Camy .- Pues gracias por tus visitas.
A Almena .- No tanto de "quitamiendos" como de necesidad de alimentarlos. Hemos creado monstruos...
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