El otro día fui a Madrid. El comentario no tendría ninguna importancia si no fuera por lo que me pasó y que les voy a contar como buenamente pueda.
Tengo una amiga que se enteró de mi visita y que tiene un piso en la capital del reino en el que pasa algunas temporadas. Entonces me dijo que si no me importaba…, que ya que iba a pasar por delante de su puerta…, que tenía que recoger unas cosillas que se le habían olvidado la última vez que fue…, que si se las podía traer..., que no me preocupara por las llaves…, que el portero del inmueble las tenía…, que ella le llamaba para que me las diera….
Hasta esta parte de la historia, justo cuando accedí a realizar el “mandado”, todo iba bien.
Cuando me faltaban unos kilómetros para llegar, me llamó y me dijo: Oye, que te las tienes que apañar tú solito con las llaves y convencerle para que te las entregue…, que no tenía el teléfono del portero y envié un sms a una amiga para que me lo facilitara…, que me lo envió enseguida…, que la contesté en otro sms diciéndole que muchas gracias y que Dios se lo pagara con un buen polvete…
Entonces, en ese momento fue cuando la historia se empezó a torcer. Ahora me comprenderán...
Vale, le dije yo, no es que el mensaje a tu amiga sea el más adecuado pero ¿cuál es el problema? Y mi amiga, a la que voy a llamar a partir de ahora mi ex-amiga, me espeta con una tranquilidad total que ¡¡¡se ha equivocado de teléfono!!!! y le ha deseado ese “polvete” al portero del inmueble. Terminó la conversación telefónica diciéndome: ¿No te pensarás que ahora voy a hablar yo con ese hombre! ¡Nunca voy a volver a llamarle! ¡Arréglatelas como puedas! Adiós.
Y colgó.
He de reconocer que en un principio se me soltó la risa. Incluso la carcajada, diría. Pero cuando llegué a la garita donde se refugiaba aquel hombre me cambió la cara: Sesenta y muchos años, absolutamente afeminado y una cara de cachondeo descomunal.
Cuando intenté presentarme, dejó tranquilamente las gafas en el mostrador y con una sonrisa pícara me dijo un “quería las llaves ¿no?” que me empezó a mosquear. Metió sus manos en el bolsillo y me las entregó diciéndome: Venga, que le acompaño yo a la vivienda…
En ese instante me di cuenta de que aquel individuo había pensado que yo era su regalo, el deseado polvete que había estado esperando toda la mañana gracias al sms de mi ex-amiga…
¡No! Le dije sobresaltado. No venga usted conmigo. Ya me apaño yo solito.
3 comentarios:
Me desternillo.
Pero no has contado el final.¿Qué pasó con el portero?
¿Le pediste el tlf. a tu amiga, de la empolvada amiga?
lo que a ti no te paseeee...Es buenísimo. Pobre portero que se quedó "compuesto y sin novio".Seguro que al verte pensó que era su día de suerte y le "chafaste" el postre. Ja ja ja
Jur, no pasó nada más. Y si hubiera o hubiese pasado, no lo voy a contar por este cauce. Un abrazo.
Anónimo, no chafé nada. Yo no tengo la culpa de que me gusten las mujeres.
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