El vuelo nocturno



Al Señor Juardo.
A Peich.





Estoy haciendo un viaje a mi interior.
Necesito “adjetivarme”.
Volveré pronto.


Como decía Chateaubriand, el escritor original no es aquel que no imita a nadie, sino aquel que nadie puede imitar. Yo me estoy buscando a mí mismo (como ese viejo compañero de clase que se perdió en el camino) y ni siquiera me quiero imitar. Busco en mi interior sin olvidar que con toda seguridad el viaje más largo es adentro de uno mismo. Es tan fuerte el sentimiento que hoy me gustaría dejarlo todo y dedicarme a escribir, por puro placer, por ensayar libremente con las recién descubiertas letras. Pero no para los demás, sólo para mí, para los míos y para mis dos cómplices amigos de la red, con los que extrañamente no tengo vergüenzas. Me he enganchado a las letras, a las mías y a las de los demás, sobre todo a estas últimas. Como creo que me dijo mi amigo, uno de ellos, al que conocí hace poco pero que es de los de “siempre”, si pretendes viajar haz un vuelo y, a ser posible, que sea nocturno. Así se lo entendí y en eso estoy.



Ahora también, dentro de ese viaje, me dedico a los blogs, esa idiotez que se inventó para que cada uno dijera lo que de otra manera no puede decir (perdóneme Señor Juardo). Son un nuevo mundo para mí. Observo compulsivamente y desde el anonimato las letras que juntan los aspirantes a escritores y los escritores que no quieren aspirar. Incluso las de los que nunca serán. Y estoy grata y absolutamente sorprendido. Hay gente que tiene cosas para decir. Y a veces son interesantes. Vanidosas en su mayoría, pero interesantes.


Creo que todo esto que escribo viene a cuento por lo que me sucedió hace unos días. Por encargo del Juzgado, me designaron como Perito (para determinados actos llego a ser considerado un hombre cualificado) para tasar un inmueble en una localidad de la denominada Campiña Sur de la provincia de "---". Como quiera que la “embargada” tenía su domicilio habitual en "---" y yo no quería hacer 400 kilómetros para encontrarme la vivienda cerrada, por puro egoísmo se me ocurrió salirme del personaje judicial y me puse el traje de persona. Fui a visitarla a su domicilio (ni por asomo estoy obligado a ello) en una zona humilde y apartada de las que todavía existen en la ciudad que presumo conocer como nadie y que nunca terminaré de descubrir. La primera sorpresa me la llevé con la barriada: No parecía estar en mi ciudad, era un pueblo distinto al que yo vivo, todo era extraño y volvió a mí el “síndrome de Lugo” (*). La segunda fueron sus habitantes: gente que miraba con asombro mi vestimenta, me llamaban de usted y a los que mi moto les debía parecer un ovni. La tercera y más importante me la proporcionó la “embargada”: ¡Cuánta ignorancia y sufrimiento puede haber en la parte más baja de la pirámide! Me introdujo directamente en su destartalada casa y en el papel del “Señol Jues” del poema de Gabriel y Galán que tanto gusta recitar al padre de Daniel.


A la salida, ya totalmente descolocado y con el corazón estrujándome por lo vivido, que si tengo ocasión delante de unas cervezas contaré, tropecé de bruces con el Colegio en el que otro amigo siempre decía que teníamos que haber estudiado nosotros por la libertad que presuntamente tenían sus niñas y de la que seguro carecían las nuestras. No era verdad, no es verdad. Bueno, lo de las niñas puede que sí. Su aspecto era deplorable. Lo único reluciente era la recién estrenada bandera autonómica que pendía de un viejo mástil. Por unos instantes me imaginé en él. Por unos instantes me soñé viviendo la que fue mi entrañable y cariñosa infancia en aquel barrio. Por unos instantes intenté ver a mi madre en una de aquellas señoras que tranquilamente descansaban de no hacer nada a la solana de las porterías de los inmuebles. Algo se revolvió dentro de mí. Desde entonces no paro de pensar en ello, ni siquiera he podido olvidar el suceso después de haber entregado en el Juzgado la generosa tasación, que en parte pretendía lavar mi conciencia y que nunca nadie me agradecerá. He estudiado, he vivido y he tenido una familia de las de la parte alta de la pirámide de mi ciudad. No en el sentido de la exclusividad y nobleza sino en el de la formación y cultura. Y ahí es donde están las oportunidades. Y hay que aprovecharlas. Donde yo estuve el otro día, en la base, no hay oportunidades. De eso estoy seguro. Por no tener, no tienen ni el criterio suficiente para subir alguna de sus inclinadas escaleras. Y hasta hace unos días no me había dado cuenta, no había valorado mi suerte. Un simple cambio de cuna por error en la maternidad donde nací podía haberme llevado allí para siempre, a llamar de usted al que apareciera montado en un ovni y vestido como el cura de San Mateo.


Por culpa, principalmente, del terror diario de los telediarios, que acostumbran y desnudan de sentimientos al ser humano y vacunan por aburrimiento y repetición gratuitamente contra la culpabilidad a todo el que los sufre, las grandes catástrofes no consiguen su perverso objetivo y salimos indemnes, sin una pequeña mella a pesar de los gráficos daños que recibimos. Todo parece ocurrirle a los demás y generalmente a muchos kilómetros de distancia. Y, sin embargo, una pequeña circunstancia, un pequeño encargo laboral, una corta visita, hacen que se despierten en uno las expresiones más íntimas.


No puedo dejar de pensar que el nombramiento se efectuó por lo que jurídicamente llamamos insaculación. El azar es así. La suerte me buscó a mí. De una lista de cuarenta profesionales posibles, salieron tres. Bola una, bola dos, bola tres y al saco. Aquella mano, presuntamente inocente, sacó la mía, me tocó a mí. Ahora voy a responder a la suerte, quiero responder a la suerte. Ella ha puesto en mi cabeza cosas que por la costumbre, la rutina y la buena vida se olvidan para siempre o ni siquiera se llegan a conocer. Necesito ser mejor. Y necesito escribirlo. Para mí, para los míos y para mis dos amigos de la red.



POSDATA: Desde aquel día también tengo necesidad irremediable de abrazar. Los míos tiemblan cuando me ven llegar. ¡Que viene el oso! dicen mis churumbeles instantes antes de salir a correr despavoridos. Recordadme, si se me olvida, que os dé un fuerte abrazo cuando os vuelva a ver.





(*) Síndrome de Lugo: Me ha pasado en tres o cuatro ocasiones a lo largo de mi vida: la angustia se apodera de mí y no puedo respirar. Siento la necesidad de salir rápidamente de un determinado lugar. Entro en un espacio en el que los sentimientos me dicen que ya he estado y he vivido. ¿Una existencia anterior? El recuerdo no es nada agradable. Es como si muchos años atrás hubiera vivido alguna experiencia traumática en ese sitio, pero no sé cuál. La pequeña y bonita ciudad de Lugo fue el escenario del mayor “síndrome” que he sufrido. Entramos mi querida esposa, testigo principal del suceso, y yo en la ciudad amurallada y, al llegar a un viejo parque, me empecé a encontrar mal. Otra vez la angustia y más fuerte que nunca. El maravilloso fin de semana que nos prometíamos allí quedó inmediatamente suspendido. Tuvimos que salir de esa ciudad a la que posiblemente no volveré. Nunca he logrado averiguar por qué me pasa eso.

4 comentarios:

Mon dijo...

sin palabras.

te hacés preguntas sobre Lugo, y creo entender que encontraste la respuesta; pero lo decís así, como al pasar...
no querés, o no podés, creerte.
nuestra cultura occidental se desentiende de la inmortalidad del alma.
tu alma, estuvo allí.
y tu alma te lo cuenta.
vos sentís la angustia, no escuchás su voz.
el alma recuerda mientras nosotros olvidamos, de lo contrario no podríamos vivir.
pero en ocasiones... el alma nos pone sobre aviso: "no te quedes aquí, aquí sufriste mucho, hace tiempo, cuando tu carne era otra"... entonces surge la angustia.
un niño a punto de nacer, nada sabe acerca de "otra vida".
la vida es ese útero.
el niño nace, y nace a una nueva forma de vida: la luz, el afuera, una madre.
nuestra vida, la de hoy, no es más que una entre tantas.
tantas que tuvimos.
tantas que tendremos.
sólo vamos cambiando el ropaje.
pero el alma no cambia, ni muere.

no nos conocemos, pero ha sido un placer leerte.

aldara san lorenzo dijo...

Oye, Mon... ¿sabes? después de tanto tiempo leyéndote... sigues dejándome sin palabras.
Y llevo, por siempre presente, en el mar de mis recuerdos, tu no-árbol de Navidad. Ojalá te llegara el afecto cálido que te tenemos muchos, los de éste lado del mundo.

alelo dijo...

Si todo eso es como tú dices, quiero elegir el destino de mi alma: Fui un valeroso soldado durante la tercera guerra carlista, ajusticiado primero por el Tribunal Militar de Lugo y fusilado después, por supuesto con todos los honores de mi rango de oficial de caballería, en aquel viejo parque que por entonces debía ser un triste descampado.

He hablado con el “Señor Gugel” y me ha dicho que Lugo, etimológicamente significa “bosque sagrado” ¿No serás una bruja? Es que no conozco ninguna.

Gracias por tus palabras. Nos vemos en la red.

Anónimo dijo...

Tantas veces nos adueñamos de ideas.
Tantas veces descubrimos que son prestadas.
Son muy pocas las que dejamos para descubrir las nuestras.
De repente la vida te aparta el tiempo.
Y es un duelo que nos enseña a ganar y a perder.

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