El cole





Hoy han derribado mis primeras emociones, mis primeros y uniformados recuerdos, mi primer horario obligatorio, mis primeros tirones de brazo para arrastrarme a ese lugar “horrendo” en el que no se podía levantar uno en toda la mañana, ni aun haciendo creer entre saltos y piernas cruzadas que era necesario partir al vaciado del depósito.


Hoy ha muerto Sor Encarnación, aquella monja chiquitita que me enseñó que la letra “o” no debía ser cuadrada, no era aconsejable, aunque a mí así mejor me resultara su ajuste en ese papel eternamente cuadriculado. Aquella monja que ponía de color rojo la palma de mi mano con una regla si le tiraba del pelo a Andresín, cuando tenía pelo y era Andresín, y que premiaba con bolitas de anís la caligrafía limpia y reluciente en el cuaderno de Rubio o la lectura correcta de “La Cartilla”. Aquella señora que vigilaba para que nos bebiéramos una botella de leche que casi siempre acababa hecha pedazos en el patio de las flores. Aquella dama que volvía a vigilar, una y otra vez, para que no importunáramos a las niñas en el recreo, un recreo separado del nuestro por los tiempos y una pared. Hoy se han evaporado mis primeras y profundas letras entre cascotes, mis primeros números en zigzag entre el polvo, mis primeros mocos de la manga del descolorido “babi”, que llevaron primero mis hermanas, entre los golpes de un gigantesco mazo. Hoy han matado mi infancia.


Sor Encarnación falleció hace más de veinte años, pero hoy la han enterrado otra vez. Hoy han derribado el viejo colegio donde pasé mis primeros años de formación, donde di mis primeros pasos en la lectura, donde jugué a los buenos y a los malos por primera vez, donde hice amigos que a pesar de los años transcurridos todavía conservo, donde...


En su lugar van a construir un edificio grande y reluciente con muchas ventanas. Van a hacer viviendas y locales, como siempre. ¿No podían haber dejado allí una plaza para que la calle respirara mejor? ¿No podían haber puesto, entre flores naranjas, un busto de aquella monjita que enseñó a leer y a escribir a tanta gente de mi ciudad? Digo yo.


Sí, ya lo sé, eso no es rentable, pero me hacía ilusión imaginar que el mundo a veces puede ser de otra manera, aunque nos cueste dinero. Lo peor de todo es que alguno que aprendió a leer y a escribir con ella ahora participará en la construcción del edificio y no se percatará de que en ese trozo aire que llenará de ladrillos, en ese espacio virtual que cementará para siempre, estará ordenando también tabicar su infancia, que también fue la mía. Sin darse cuenta.



5 comentarios:

alelo dijo...

Alguien parece empeñado en destruirlo todo. Hace dos meses derribaron también el colegio de mi juventud. Con él cayeron al suelo un montón de vivencias y recuerdos. Por suerte, yo me las gasto así, guardo en varios cajones de mi memoria parte de lo vivido. Eso no se puede echar abajo. ¡Que lo sepan!

almena dijo...

Los intereses económicos son así. No saben de emociones, de recuerdos infantiles.
Pero esta evocación tuya hace que todo permanezca.
:)
Feliz fin de semana. Un abrazo

Anónimo dijo...

Toma sorpresa. ¿A que ni te imaginabas que Andresín leía tu blog? Pues ya ves aquí me tienes a punto de llorar, nostálgico de los día vividos en el parvulario. No sé si te sorprenderá descubrir que leo tu blog, pero jamás la sorpresa será tan grande como la que me he llevado yo leyéndolo. ¿No será que me he equivocado y no eres el que pienso?

alelo dijo...

Querido Andrés: Bienvenido a este lugar irreal en el que se despachan los sueños y se venden las mentiras.

Bienvenido a la "bobosbera", un sitio inventado donde uno ya no es uno para empezar a ser otro, donde casi todos llevan máscara sin que sea carnaval...

No será que me he equivocado y no eres el que pienso? Eso digo yo. ¡Mira que si no soy el que pienso!

Un abrazo.

J.R.

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho la foto del "método rayas". ¿Sabías que este libro, publicado en toda latinoamérica, lo escribió un cacereño? De Serradilla, nada menos.

Un abrazo, alelo.

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