La otra noche, en la paz que refleja mi hogar cuando el pequeñín ya está soñando que es un pirata malo con la pata de palo que come “pollo asao”…, la mujer que domina mis sentimientos, mi vástago mayor y mi otro yo (el que quiere aprender cosas) nos encontrábamos leyendo – cada uno un libro, que todo hay que decirlo. Sí un libro, una cosa de esas que se parece a un cuaderno pero con las pastas más gordas y que ya lo compras con las letras escritas dentro e incluso, en ocasiones, se regala – cuando otro chaval que vive en mi casa que tiene cinco años se unió al grupo.
El ambiente era excelente, de otra época, dos adultos y dos churumbeles en paz total, con la tele encendida pero sin volumen – no la quitamos del todo porque dicen que las familias de hoy sólo ven juntos la televisión y si la quitamos nos desintegramos, creo – y leyendo tranquilamente… ¿Tranquilamente? ¡No! De repente, el de cinco años, que está en los inicios de su formación (como yo), empezó a leer como leen en su Colegio (que para eso va), muy bien, muy claro, muy alto, altísimo, a gritos diría: Entonces Piglet preguntó que si el invierno venía tendría que saludarle y meterlo en casa, contestando Winnie de pooh que el invierno no era ningún señor, que era una estación…
Sus carcajadas, que es como reírse pero cuando uno no tiene freno alguno, retumbaban en la estancia dejando una cara de estupefacción estupefacta a los restantes ex-lectores que nos encontrábamos en la sala. Entonces, ahí salió de dentro de mí el instinto de padre que siempre he llevado dentro, le dije: Hijo mío… así no se debe leer... tienes que hacerlo sin hablar... sólo pensando… si lo haces así, los demás no nos enteramos de lo que pone en nuestros libros… Vamos a hacer una prueba: cuando yo cuente tres, los cuatro vamos a leer en voz alta, cada uno su libro, y entonces… entonces te darás cuenta que es mejor que todos leamos sin hablar.
Entonces pasó. Entonces el que se dio cuenta fui yo, lo vi perfectamente claro entre el ruido de las frases que salían de cada libro, en el Babel que se produjo en la habitación: ¡Ya sé porqué no funciona la ONU! Estaba claro: Allí cada uno lee un libro distinto, para distintas edades, con distintos dibujos, de diferente grosor y además… ¡Todos leen a la vez y en voz alta! Así no hay forma de aclararse ni, menos aún, de arreglar el mundo. ¿No?
Ni que decir tiene que mi churumbel, aunque lo entendió, siguió leyendo muy bien, muy claro, muy alto, altísimo, a gritos diría. El padre que llevo dentro de mí se dio perfecta cuenta (a veces pasa) de que las cosas son como son y que todavía no sabía hacerlo de otra manera. Todo llegará.
3 comentarios:
buen post sobre la lectura. enhorabuena por tener clara esa manera de educar. los libros, los autores, y sobre todo tus hijos te lo agradecerán
un abrazo
Alelo, tío, en la ONU hay unas señoritas de muy buen ver que saben idiomas y les cuentan las cosas por los orejos a los señores que se sientan allí a discutir. Lo he visto yo en una peli.
Los problemas de la ONU son otros y ahora que se ha ido Kofi pues tiene uno menos.
Muaca a los niños.
tonces Piglet preguntó que si el invierno venía tendría que saludarle y meterlo en casa, contestando Winnie de pooh que el invierno no era ningún señor, que era una estación…
Porque en el principio de la vida está literatura y también acaso en su fin, ¡¡mira que hacer callar al niño feliz!!
brhamaputra.com
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