Tiempo de silencios



“No pensar. No pensar. No pienses. No pienses en nada. Tranquilo, estoy tranquilo. No me pasa nada. Estoy tranquilo así. Me quedo así quieto. Estoy esperando. No tengo que pensar. No me pasa nada. Estoy tranquilo, el tiempo pasa y yo estoy tranquilo porque no pienso en nada. Es cuestión de aprender a no pensar en nada, de fijar la mirada en la pared, de hacer que tú quieras hacer porque tu libertad sigue existiendo también ahora. Eres un ser libre para dibujar cualquier dibujo o bien para hacer una raya cada día que vaya pasando como han hecho otros, y cada siete días una raya más larga, porque eres libre de hacer las rayas todo lo largas que quieras y nadie te lo puede impedir”. Luis Martín Santos. Tiempo de silencio.


Sé que tardé mucho en volver, pero es que fui a Madrid a buscar la Navidad. Me entretuve mirando millones de luces, de todos los tamaños y colores, que abrieron de par en par los ojos de mis churumbeles, esos que todavía no se dan cuenta de que esas lámparas solo enmascaran la triste realidad y que sólo se puede comprar lo que un bolsillo da de sí. Me distraje empujando tranquilamente a personas cargadas con bolsas de plástico en las que guardaban los abalorios que luego les traerán los Reyes Magos, que como todo el mundo sabe no son los padres. Me alegré cuando encontré entre cientos de libros algunos que estuve buscando mucho tiempo y que estaban en aquel lugar, escondidos, esperando a que alguien como yo los adoptara.

Al principio y al final el llanto es muy fácil. En el intervalo puede ocurrir de todo. Así es una existencia. Las lágrimas de los niños pueden devenir por mil motivos o estrategias. Una simple rabieta, un dolor causal o casual, un golpe a destiempo,... hacen que explote de repente una máquina perfecta entrenada para lagrimear, si bien igual que empiezan la función, su estudiada función, son capaces de terminarla de forma súbita. Y aquí no ha pasado nada. Los viejos no, ellos lloran de otra manera. Casi siempre por pena. Y es que un corazón gastado no soporta las ausencias y se ve impotente ante la crueldad del paso del tiempo. Ya no soy el que fui. Ni sé por qué todo cambió tan rápido. Ayer vi cómo lloraba un anciano. Ayer me sentí mal porque ante las ausencias, las presentes y las que vendrán sin remedio, las suyas y las mías, nada se puede hacer. ¿Cómo consolar la nostalgia o las añoranzas? ¿Cómo luchar por devolver la galanura al que ya no se ve? ¿Por qué todo pasa con tanto vértigo?

Ayer volví de la capital con una pena, algún que otro libro que no existe en las librerías del lugar donde duermo casi siempre y cientos de luces de colores revoloteando por los alrededores de mi cabeza.

Hoy veo las cosas de otra manera. Es la vida. Y ese vértigo cabrón...

2 comentarios:

Turulato dijo...

Y volviste con más quilómetros en tu haber. Y alguna cosa picarías. Y seguro que discutiríais. Y te compraste ...
Y ya estás en casa. La vida va... Funciona el invento.

Anónimo dijo...

Nada que añadir. Lo has dicho todo o casi...
:))

Camy

Publicar un comentario

 
subir