Estampas de un verano…



Ah, sí, yo sé lo que adorasteis.
Vosotros pensativos en la orilla,
con vuestra mejilla en la mano aún mojada,
mirasteis esas ondas, mientras acaso pensabais en un cuerpo:
Un solo cuerpo dulce de un animal tranquilo.
Tendisteis vuestra mano y aplicasteis su calor
a la tibia tersura de una piel aplacada.
¡Oh suave tigre a vuestros pies dormido!
Vicente Aleixandre.

Tengo esas olas clavadas en mi memoria adolescente, aunque entonces no lo supe describir. Eran leves ondulaciones que mecían y tranquilizaban de alguna manera el joven e inexperto músculo que bombea calor sin descanso. Un lento cabalgar de espuma, de frío, de salada sal… Esas ondas se batían como alas de gaviota y latían como yo cuando sentía…

Recuerdo de forma clara que muy de mañana, cuando el mar desfallecía en su retirada, derrotado, tal vez vencido, para que los que no tenían nada que hacer y los que sí pudieran pisar con firmeza sus lamidos nocturnos, recorría paso a paso y con el tibio sol en lontananza el camino que otros hicieron antes, que yo mismo hice antes, que nosotros fuimos capaces de pintar con el peso de unos cuerpos cuasi desnudos mucho antes. Una nueva huella sustituía a las que se anduvieron, a las que se borraron para no volver, a las que se olvidaron para que cada jornada fuera diferente en el borde mismo de la materia. Y siento que en la lejanía, en la seguridad que proporciona una tierra alejada de la costa, todavía puedo describirlas, recordar cómo partían, cómo venían al encuentro, cómo volvían sin parar, una y otra vez, cómo morían a mis pies, cómo mojaban sin remedio y cómo volvían a marchar sin añoranza ni memoria.

En ocasiones jugué a averiguar su recorrido, imperfecto y acompasado, alocado y metódico - ¿o es melódico? - a la vez. Llegué a intuir que en el compás, su compás, nuestro compás, acariciaban poco a poco la arena, siempre igual, rindiéndose vencidas a la base del viejo continente, aplacando la sed de una tierra que no sabe beber, tal vez desesperadas por no poder romper las líneas rectas que la naturaleza caprichosa intenta quebrar en su último esfuerzo. Siempre el mismo ritmo, la misma cadencia, las mismas pautas…

Hoy, mi memoria, me trajo debajo del brazo los recuerdos de ese ayer. Y me dice que un día esas olas acompañaron mi cuerpo hasta el final, hasta esa línea que separa la tierra del azul. Y que no me cansé de mirar lo que nunca vi, lo que nunca pude demostrar, lo que acaso sólo existió en mi corta visión. Hoy sentí celos de esos días, de ese sol y de ese agua. También de las dunas vigilantes que me hicieron compañía durante el trayecto. A mí y a la soledad del caminante que optó por volver de ese lugar donde los hombres se pierden para siempre. Tal vez sólo para contarlo.

Creo que todo esto pasó cuando la vida en otra edad se me ofrecía de otra manera. Y hoy lo he vuelto a recordar. No sé por qué. Tampoco importa…




NOTA: Las fotografías son de la vuelta, al atardecer. El sol se va por el oeste, sin remedio... Se puede pinchar sobre ellas...

2 comentarios:

José María JURADO dijo...

Hermoso poema de Aleixandre, preciosas fotografías y precioso texto. Un abrazo, ¿se verán los AFA en alguna fecha por Navidad?

alelo dijo...

A Jur.- Muchas gracias. La respuesta a tu pregunta es "no lo sé" o "no tenemos datos". Otro abrazo para ti.

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