Imagínate
que eres mi dama,
mi último sueño,
mi más roja flama.
Imagínate
que somos nosotros,
tú y yo para siempre,
que no eres de otro".
que eres mi dama,
mi último sueño,
mi más roja flama.
Imagínate
que somos nosotros,
tú y yo para siempre,
que no eres de otro".
Mi dama ya no huele. Cuando niño, en la casa de mis abuelos, solíamos jugar en aquel viejo y sombrío patio, bañarnos en la fuente de piedra que un día tuvo peces de colores y soportar el riego constante de mi padre, al que una simple manguera le hacía feliz.
Aquella casa, hoy convertida en un triste y moderno despacho de abogados, aparejadores, contables, agentes inmobiliarios y demás sujetos potencialmente peligrosos, ha dado la espalda al viejo patio. Y la dama ya no huele…
Las noches de verano destacaban por el extraño frescor de aquel lugar en mitad del desierto, la fragancia que desprendía la Dama al atardecer y por la exuberancia de sus maravillosas flores blancas. Empezaba el tiempo de calor y la Dama liberaba todo su arsenal de colores y olores. Pero ya no...
He llegado incluso a hacerle la "emboscada de la buganvilla", a la que se le hace pasar sed y calor durante unos días y luego se la inunda de agua para que, en un concierto total, exploten sus flores al unísono. Nada. Ni por esas…
He terminado en el convencimiento de que todavía espera a su particular jardinero. Pero no volverá. Hace años partió a regar otros campos. Ella sigue ahí, esbelta, floreada, engalanada sólo para él… pero sin soltar una pizca de su perfume. Espera paciente e infinitamente a su Galán. Espera en vano. No volverá.
1 comentarios:
¿No volverá?
Hay personas que no lo saben... pero las cosas y muy especialmente las casas que han sido habitadas muchos años por generaciones de una misma familia... laten. Respiran. Se empapan de vivencias, de cosas que sucedieron, de sensaciones y de sentimientos...
Con los jardines sucede algo más trágico: se apagan. Se ponen de duelo cuando el jardinero que los domesticó no los cuida más... y, si el jardinero era especial en sus amores... entonces se dejan morir.
Nadie puede detenerlo.
Se ofrendan, así.
--Hay quien no sabe escuchar a los árboles, quien no sabe ver cómo un camino de gravilla se va sumergiendo en la tierra hasta decir adiós, quien no siente la mudez de los arrayanes ni como los mirtos decrecen.
Y ¿sabes??? Siempre he creído que, si esos jardineros que quisimos tanto volvieran... sólo habría que mirar sus jardines (floridos, brillantes, esplendorosos) para adivinarlo.
Un beso,
ia ;-))
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