Cuando uno, valgo como ejemplo yo mismo, entra en un blog y después – casi siempre tiene que ser después, aunque conozco a un insensato que lo hace antes – de leer una entrada que le ha llamado la atención quiere comentar algo, lo que sea, lo que le apetezca, se encuentra que los comentarios allí no son libres como el sol cuando amanece, como el ave que escapó de su prisión y puede, al fin, volar, no son libres. Los miedos del autor del blog le han hecho moderar o no permitir los comentarios de cualquiera, que en este caso también iba a ser yo.
Así, muchos blogs, la inmensa mayoría, son mentiras, aunque en parte son lo que llamo “mentiras buenas”. Son mentiras porque en ellos no se refleja la cruda realidad, no se refleja la vida tal cual es y sólo se mantiene en ellos lo que nos interesa y no nos hace daño. El administrador de sus propias palabras, el dueño de la tribuna, el periodista de sí mismo, el responsable de la plataforma virtual, hace desaparecer lo que no le gusta, lo que va en contra de su forma de ser y de pensar, incluidos lógicamente los insultos y las descalificaciones varias. Sin embargo digo que son buenas, por una simple razón: si logramos arrancar a la vida las cosas feas, las que no nos gustan, las que nos ofenden, las que nos agravian, las que nos hieren, las que nos hunden, las que nos vilipendian, … esta vida se convierte automáticamente en una vida mucho más plena, más hermosa y más placentera. Aunque, eso sí, falsa – que todo hay que decirlo -.
Por no tener no tengo la más mínima idea de por qué tengo yo que escribir sobre esto que escribo ahora, pero me ha venido a la cabeza de repente. Y cuando una cosa viene de repente es mejor soltarla, no vaya a ser que explote.