Anuncio de otoño...

Un pavoroso ventarrón sopló sobre mi existencia, llevándose parte de los tejados y las cornisas de la ciudad que me vive. Un terrible y repentino aguacero se desplomó sobre mi conciencia y arrancó los árboles de mi calle, desparramando a latigazos sus hojas en un otoño súbito. Una inmensa granizada se precipitó al vacío de mi alma, colapsando los tragantes que alivian la cordura de mi barrio. Un amargo festival de rayos y centellas se rebeló en la memoria, revelando parques sin niños o jardines sin flores en la anegada oscura oscuridad de aquella noche.

El después fue un inmenso mojito de hojas machacadas entre el agua y el hielo acumulado. También un correr y no parar entre katiuskas con olor a alcanfor rescatadas del olvido. El paisaje terminó adornando su vestidura con lo que fue la vida de miles e incautos gorriones que esta vez, como nosotros, no vieron venir lo que se avecinaba. El silencio sepulcral de la mañana da fe de lo que digo. Perdón, quise decir de lo que escribo.

En el mucho después, en la seca recogida de la catastrófica catástrofe, se hicieron cientos y cientos de montones verdes para que las máquinas se dieran un merecido festín. En mi calle, sin embargo, ahí siguen ocho días más tarde. Han empaquetado la tormenta y la han dejado ahí, tal vez para que recordemos lo que puede volver a pasar, acaso como un serio aviso de lo que irremediablemente volverá a suceder mañana.


NOTA: Las fotos han sido sacadas de internet al azar. Mientras estuve achicando agua se me olvidó hacer alguna que diera fe de lo que pasó.

2 comentarios:

José María JURADO dijo...

¿Tantos días achicando? El cielo se desplomó sobre tus cabezas. ¿Cuantiosos daños materiales? ¡¡¡Cambio climático!!!

alelo dijo...

Me consuela saber que tras la catástrofe, sigues estando ahí, detrás de la pantalla.
¡Qué triste y sola quedó la blogosfera!
Un abrazo.

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