¿Razonamiento lógico?

Hacía tiempo que no traía a este lugar a esos extraños seres que convierten mi casa en un hogar, pero el sucedido de ayer creo que merece ser contado para que estén preparados si les ocurre algo parecido.

Por mandato expreso de un simpático profesor, compré un instrumento musical en la tienda de un amigo para un chaval de siete años que vive conmigo y que cuando sea mayor quiere ser como Camalardo, su personaje favorito de los dibujos animados.

Las instrucciones eran claras: Marca XX, modelo XX, color XX. Y así se hizo. O así se tenía que haber hecho, porque cuando desempaquetamos aquel artefacto la sorpresa del niño fue mayúscula – la mía también, por qué no decirlo - y el aparato era más grande de lo previsto, más dorado de lo esperado, más instrumento de lo que iba a tocar en su vida, más caro, incluso, que el que usaba el profesor, más… Algo no cuadraba. El señor de la tienda se había equivocado y nos había dado uno que valía cuatro veces más que el que habíamos adquirido. Pagué un Seat 600 y me llevé a casa un Mercedes último modelo con todos los extras. Más o menos.

Llamé a la tienda y les comuniqué el error. Gracias por la llamada, me dijo aliviado el comerciante, porque antes o después - justo en el momento en el que advirtiera que faltaba en la colección la trompeta de Louis Armstrong, pensé yo -, me habría vuelto loco buscándolo…

Entonces sucedió. Cuando colgué, el pequeño me miró con cara de sorpresa y me dijo: ¿Por qué has llamado?, ¡Nos lo podíamos haber quedado, tonto!

En ese momento de debilidad es cuando un buen padre como yo tiene que hacer ver a un chaval cómo son las cosas, cómo hay que actuar en esta vida, cómo hay que respetar las reglas y ser honrado siempre. Yo no me puedo quedar con algo que no es mío, le contesté. Piensa que si me hubieran dado otro peor hubiera llamado a la tienda y me lo habrían cambiado también. Además, si no lo hubiera devuelto, no me sentiría bien.

Después de unos instantes de reflexión se dirigió de nuevo a mí convencido: Yo también fui honrado una vez.

La seguridad de su reflexión me hizo ver que la conversación iba a tirar por unos derroteros que no eran los deseados pero no tuve más remedio que continuar y escuchar su disertación: Un día, en el cole, me encontré un Gormiti. Era el que más me gustaba porque era el número 1 de la serie agua, pero al final del recreo vino un niño y me dijo que era suyo. Entonces se lo tuve que devolver…

A pesar del pequeño matiz que introdujo y que va desde la obligatoriedad (se lo tuve que…) a la deseada voluntariedad (se lo devolví), le dije que había hecho muy bien y que no era tan difícil renunciar a lo que no es de uno.

Pensé que aquella frase iba a poner el punto final a lo que nos traíamos entre manos y había entendido el mensaje. Sobra decir que no fue así. Se dio la vuelta y abandonó la estancia, sentenciando con aire de suficiencia: Tienes razón porque yo tampoco me sentí bien cuando se lo di.

5 comentarios:

José María JURADO dijo...

Menos mal que no te ebviaron un piano de cola.

alelo dijo...

Todo llegará José María, todo llegará.

Camy dijo...

Alelo he sonreído con tus aventuras de padre...
Me alegró mucho tu comentario en el Camino.
Un beso

Conchi dijo...

jajajja me encantan las deducciones de los niños... es muy simple, ellos dicen lo que realmente piensan porque no creen que eso sea malo. A todos nos cuesta y nos disgusta desprendernos de algo que queremos, aunque sepamos que no nos pertenece, sólo el hecho de que haya sido nuestro por unos instantes hace que lo echemos de menos.

Anónimo dijo...

Ten la seguridad de que esa anecdota nunca se le olvidara...
Esos son los momentos en que nos convertimos en educadores para la vida cotidiana.
Un abrazo.
isabel agundez

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