Un tren a Lisboa…



No sería capaz de describir el más pequeño pormenor del viaje, el más pequeño trecho de visible. He ganado estas páginas por olvido y contradicción. No sé si eso es mejor o peor que lo contrario, que tampoco sé lo que es. El tren afloja, es el Caes do Sodré. He llegado a Lisboa, pero no a una conclusión. Fernando Pessoa.

Sueño un tren que me lleva a Lisboa… Que parte en la noche desde la casona de la “agüela” y recorre despacio la ciudad que un día me vio nacer. Hay preparadas dos mochilas – siempre dos, no lo olviden - con cuatro camisetas, dos pares de calcetines, una cantimplora, cinco engatusados besos para alargar horarios y mucha ilusión. Los besos no los doy yo. La anciana sonríe... Y ese tren, tranquilo en su traqueteo, lento en el caminar, me llevará hasta aquel pueblo de Las Hurdes que contaba con las estrellas más grandes del mundo. Y parará otra vez, para mí, para que las contemple, para que sienta la luz blanca difuminar la consciencia… hasta que me venza el sueño. Despertaré en otro lugar, junto al riachuelo que vive al lado de la gran encina, la más hermosa, la dueña de nuestros secretos, los más lejanos, los que se aferraron a las esperanzas de la sierra madre. Entonces, mientras la mañana refleja mi recuerdo entre la sombra de aquellos pinos, escucharé el silbido del revisor y una voz gritará de antiguo: ¡Viajeeeros al treeen! Y yo, viajero siempre, trotamundos de pensamiento, palabra y omisión, peregrino de anhelos, retornaré a mi asiento, esta vez de primera clase, y retomaré la vida. Más tarde, sólo un poco más tarde, se detendrá en el Foro de los nietos de la loba para que hable con la juventud. Y robaremos cosas. Y llenaremos el cuento con miles de japoneses con cámaras telescópicas. Y reiremos con saña, como se ríe a esa edad...

Después seguiremos al destino. El bailado y pausado traqueteo del viejo tren aliviará los sobresaltos de un viaje inesperado. Y en la frontera desaparecerán las vías para siempre. Para llegar a la ciudad última, a la Lisboa del mar por Alfama, al cachazudo Lusitania le bastan “caminhos do Ferro”, que son más poéticos y más gráciles que nuestros serios raíles. Y yo, ahora, prefiero cosas que no pesen… Santa Apolonia y Chiado me esperan, las calles con cuestas y el olor a mar también. Pessoa y lo incierto, tal vez. Y acaso volveré a ver las lecturas que se me cayeron, las que se callaron aquel día de lluvia. Y buscaré entre los cachivaches de Ladra el sosiego. Y encontraré la saudade en la cafetería de los escritores antiguos y los poetas bohemios que se fueron, junto a la estatua de bronce… en cualquier rincón, en cualquier esquina, en cualquier lugar de la Vieja Dama.

Sueño un tren que nos lleva a Lisboa… En el entretanto, espero tranquilo en el bar de una estación.

2 comentarios:

José María JURADO dijo...

Sueña, con Lisboa o con la primavera, pero sueña, amigo, sueña...

alelo dijo...

En ello estamos, amigo.

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