El guaraní





Llegó tan justo que trajo un poco menos de lo puesto, una triste maleta de desgastado cartón casi vacía que él veía medio llena y abrochada su camisa blanca hasta la nuez. Hipotecó por cuatro meses parte de su vida y su pequeña casa sin despensa en Asunción para pagar el pasaje hacía el país que llamaban de las maravillas. Atrás dejó tirados al hambre, a su mujer y a una hija pequeña, de la que sólo pudo despedirse, muy a su pesar, mientras dormía. El paso que dio era tan grande y tan alto que, siendo el octavo de diez en el escalafón familiar y el segundo en atreverse a cruzar el charco para los ojos de sus hermanos, fue el primero en mandar dinero para engordar a su famélica madre y a su prolija descendencia.



Los primeros días contaba angustiado lo que faltaba para que llegaran los primeros meses y los primeros ahorros, que venían escasos después de doce horas por jornada, sin papeles, agarrado a una paleta. Fue un tiempo de soledad, trabajo a destajo, silencio profundo y nanas no cantadas en guaraní. Pero dos años después de la congoja, consiguió reunir plata suficiente para traer a trabajar honesta y legalmente, como limpia empleada de un hogar feliz, a su esposa y también para traer a una nueva esperanza a la que ya no se parecía en tamaño a su pequeña niña dormida. Le resbalaban sin querer las lágrimas por la mejilla cuando me decía que su linda indígena no sabía quién era ese señor moreno que le quería dar la mano y la abrazaba sin ningún motivo y que los primeros meses de convivencia fueron muy duros, durísimos.



Ahora son cuatro. Ahora son españoles. Ahora tienen una casa abandonada en Paraguay que nadie compra porque nadie puede comprar. Ahora tienen un empleo ¿estable? y no pasan hambre. Ahora ahorran para que puedan comprar una vaca y dos gallinas los del otro lado del Atlántico. Ahora tienen un futuro para sus hijas españolas, igual de futuro e igual de español que el que tienen nuestros hijos.



En la confianza que da una barra diaria de bar, hoy me preguntó si yo había notado alguna vez el racismo en la ciudad. Le dije que no y no le mentí. Le dije que no podía ser racista aquel que sólo había convivido con una raza, si es que la española era una raza. Le dije, finalmente, que dentro de unos años, cuando su familia entera y sus vecinos y los amigos de sus vecinos y los amigos de los amigos de sus vecinos estuvieran aquí, en el país de las maravillas, me lo volviera a preguntar. Entonces lo sabré o no lo sabré, esa es la cuestión.




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Oye Censor, tu en este hilo has borrao comentarios, que lo sé que me fui el viernes y dejé aquí uno y me lo has fulminao.

Romano Censor. Iskiburki ta mueto

mueto mueto y mueto de muete.

fdo.: www.atitelovoyadecir.com/quetodolosabes/sinquesirvadeprecedente/voyaquemartetualdeaconunlegionario.html

Anónimo dijo...

Pero qué buenos pinchos pone, mi tocayo.

A mí lo del guaraní sólo me sonaba a la canción esa del indiesito (chouíii chouíii que linndo es, que lindo vaaa), pero ahora resulta que tienen idioma y de todo. Palabra, y no se entiende ná de na.

Halapaí.

Balich

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