Una mujer que vive conmigo me dijo un día que al escribir en un sitio público me exponía sin necesidad: Que nadie – creo que se refería a esos seres extraños que pueblan internet - tiene por qué conocer lo que uno piensa y siente.
Un buen amigo me dijo anoche que a él, que sí sabía la verdadera identidad del autor de las palabras públicas, le gustaba mucho saber que detrás de su compañero de “salidas” había alguien que tenía sentimientos desconocidos para él y que le había gustado descurbrirlos. El otro buen amigo que nos acompañaba, ante las aseveraciones del primero, gruñó y dijo que el que suscribe – que en este caso era yo - era “demasiado sensiblero” para su gusto.
Me gusta escribir. Lo sé ahora. Me gusta comprobar cómo las letras, en un ritual que ahora comprendo maravilloso, se van juntando, una tras otra, y poco a poco van componiendo primero palabras y luego oraciones que rehago una y otra vez. ¡Y ahí está un nuevo párrafo! ¡Y es mío! No sé por qué no lo había hecho antes, tampoco importa… Quizás, ahora que lo pienso, es que antes tenía que hacer otras cosas. Simplemente.
Y es que escribir es un vicio, al menos lo que yo entiendo por tal. O por lo menos se ha convertido en un auténtico vicio que no puedo ni quiero dejar. Es algo que cuando empiezas, cuando te acostumbras, no puedes abandonar. Esa es mi experiencia. Por eso lo cuento.
El día que me canse, el día que no me apetezca decir nada, el día que no salgan las palabras, el día que compruebe que me expongo demasiado, el día que me vea “demasiado sensiblero”… ese día lo dejo. Y no pasará nada.
Un buen amigo me dijo anoche que a él, que sí sabía la verdadera identidad del autor de las palabras públicas, le gustaba mucho saber que detrás de su compañero de “salidas” había alguien que tenía sentimientos desconocidos para él y que le había gustado descurbrirlos. El otro buen amigo que nos acompañaba, ante las aseveraciones del primero, gruñó y dijo que el que suscribe – que en este caso era yo - era “demasiado sensiblero” para su gusto.
Me gusta escribir. Lo sé ahora. Me gusta comprobar cómo las letras, en un ritual que ahora comprendo maravilloso, se van juntando, una tras otra, y poco a poco van componiendo primero palabras y luego oraciones que rehago una y otra vez. ¡Y ahí está un nuevo párrafo! ¡Y es mío! No sé por qué no lo había hecho antes, tampoco importa… Quizás, ahora que lo pienso, es que antes tenía que hacer otras cosas. Simplemente.
Y es que escribir es un vicio, al menos lo que yo entiendo por tal. O por lo menos se ha convertido en un auténtico vicio que no puedo ni quiero dejar. Es algo que cuando empiezas, cuando te acostumbras, no puedes abandonar. Esa es mi experiencia. Por eso lo cuento.
El día que me canse, el día que no me apetezca decir nada, el día que no salgan las palabras, el día que compruebe que me expongo demasiado, el día que me vea “demasiado sensiblero”… ese día lo dejo. Y no pasará nada.
3 comentarios:
Yo no sé cuándo empecé. Muy pequeña, supongo. Nunca he sentido eso, de todos modos, lo de "esto es un párrafo y es mío": es sólo que si no escribo, ni vivo, ni revivo ni recuerdo.
A mí me gusta leerte.
Tendría una pregunta para la mujer que vive contigo, la que dice que nadie tiene por qué conocer lo que uno piensa y siente. ¿Ni ella, de ti?
A unaexcusa: No hablo de “mío” en el sentido de “mi propiedad”. Me refiero a que he sido capaz de construir ese párrafo yo sólo, algo que ha salido de mí, algo que guardaba dentro en bruto y que pulí para que lo leyeran otros. Y ella de mí sí, pero a lo mejor no lo he explicado bien: se refiere más bien a las vergüenzas, esas que todos los que tenemos un blog hemos perdido hace tiempo y que aquellos que no lo tienen a veces no entienden.
Me aglegro que te guste leer lo que aquí se pone.
el día que deje de hacerlo habré muerto
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