La prisión


Busco en la muerte la vida,
salud en la enfermedad,
en la prisión libertad,
en lo cerrado salida
y en el traidor lealtad.
Pero mi suerte, de quien
jamás espero algún bien,
con el cielo ha estatuido,
que, pues lo imposible pido,
lo posible aún no me den.
Miguel de Cervantes

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Nunca lloré por ella. Nunca la presté mucha atención. Nunca pensé en ella como el báculo de mi vejez. Tampoco nunca imaginé lo que vendría después. Viví la vida en presente, sin tiempo para el futuro. Creí que iba a estar bien: pensar en el mañana era cosa de otros, de los que pasaban hambre, de la gente normal y corriente, no de los elegidos. Yo me sentía distinto, controlaba todo a cada momento y nunca pensé que llegaría a viejo y acabaría mis días en una prisión. Ahora, en la soledad, en mi maldita soledad, la extraño como a nadie. Sólo mi madre, a la que no correspondí con suficiente fuerza durante su vida, hizo aflorar en mí sentimientos parecidos.
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Y estoy pagando la osadía. Algunas noches me despierto sobresaltado y con la cara mojada. Creo que lloro en sueños. O en pesadillas porque no sé lo que son. El desasosiego que siento no tiene comparación con nada. Mi desventura parece ser el precio que tengo que pagar por mi necedad. Entonces sí estoy en una cárcel, pero dentro de mi cuerpo. Siento como mi alma, a pesar de no haber creído ni en ella ni en Dios nunca, me aprieta y me ahoga. Juan duerme a pierna suelta, él no tiene remordimientos, ni recuerdos, ni otra vida como yo. Algo en su cerebro le permite ser feliz con lo que tiene. ¿Podría borrar mis recuerdos? ¿Acaso el hombre está condenado a vivir con su memoria eternamente?
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Ahora creo que tú lo que buscabas era la felicidad, pero equivocaste el lugar donde encontrarla. No existe la felicidad. Existen los momentos felices y, desgraciadamente, son muy pocos a lo largo de una vida. Por lo menos a lo largo de una vida como la mía. Y tú, cariño mío, buscabas lo que no existe y así no se encuentra nada. Si hubieras dedicado tu vida a otro… Si hubieras puesto todo el empeño en algo que fuera, cuando menos, humano… Si no me hubieran herido… Si me hubieran matado cuando me correspondía… Tendría que haber intuido cuánto amabas, cuánto querías. Lo tendría que haber intuido para cambiar también mi destino. ¿Se puede cambiar el destino? Pero estuve ciego, toda mi vida. Ahora, desde esta cárcel en que se está convirtiendo mi propio cuerpo, veo que te amé, siempre.
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De "Cuarenta". Próximamente en sus quioscos, que según la RAE es un "pabellón pequeño para vender periódicos, refrescos, etcétera". Creo que "Cuarenta" entra en el apartado de "etcétera". Digo yo.

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