Llego al despacho temprano. Aprieto presuroso, incluso antes de encender la luz, el botón del ordenador que me conecta a la vida. Entro en Internet y doy el acostumbrado paseo virtual por la "bobosfera". ¡Qué descubrimiento! : Es como un patio de vecinas pero sin que se molesten porque vigilas lo que hacen. Veo un mensaje aquí, otro allá,… Compruebo que sigue viva, muy viva, llena de poetas, escritores en potencia, pequeños dictadores, futuros políticos, etcétera. Lo habitual.
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De repente, algo reclama mi atención fuera del ciberespacio. Encima de mi mesa hay algo extraño: He recibido una carta, sí, un escrito de los que vienen generalmente cerrados para comunicar algo a una persona, una carta de las de antes, de las de correos, de las que dentro de poco se verán en los museos. La miro. La vuelvo a mirar. ¿Se habrán equivocado? Mi sonrisa va creciendo. No se han equivocado. Es para mí y me escribe Mercedes. No es una chica cualquiera. La Mercedes que me escribe es la de los coches, esos que llevan una estrella en el capó para que sea primero arrancada y, después, robada.
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Compruebo la dirección. Es para mí, no hay duda: mi nombre, mi ciudad, mi código postal y mi calle. ¿Qué querrán? ¿Ya he alcanzado el lugar estable donde se compran esos coches? ¿Creerán que soy torero? ¿He entrado en la base de datos de los sujetos que pueden comprarse uno? Tengo que aclarar mis dudas. Cojo suavemente el sobre y con un abrecartas (la misma palabra indica para qué vale) rasgo cuidadosamente la parte superior del sobre. Desde el interior me observa un precioso folleto que dice: No busques más, lo tenemos todo. ¡Ya está! Ya me estoy viendo montado en un precioso CLK descapotable azul cielo…
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Pero por momentos desaparece la sonrisa de mi cara y rompo de súbito en mil pedazos la misiva. ¡Será posible! Llevo trabajando desde que se reunificó el olimpismo en Seul. Estoy casado hace un montón de años y tres niños. Lucho cada día (esto me lo voy a inventar para dar más dramatismo a lo que escribo) para subir peldaño a peldaño en el inclinado e inestable escalafón que ha impuesto la sociedad de consumo (¿ha quedado bien?). Y mil cosas más. ¡Y todo ello para que MERCEDES me escriba y me ofrezca UNA "FRAGONETA"!
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NOTA DEL AUTOR: La marca de automoción germana me envió un catálogo de la VITO y la SPRINTER, dos vehículos industriales, de esos que se ven a cientos y de color blanco en los mercados itinerantes de nuestros pueblos o de los que en color azul ceniza transportan a los viajeros desde los aeropuertos a los hoteles de cuatro estrellas o más. Eso sí, me ofrecían probarlas en cualquier concesionario del país. ¡TOTALMENTE GRATIS!
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