La necedad del que manda.





Nunca he estado - ni estaré en esta vida, creo. No me va a dar tiempo. - en el Palacio de la Moncloa, pero debe ser una burbuja de cristal donde el que entra queda aislado del exterior y pierde toda visión de la realidad para determinadas cuestiones principales. Sus espejos devuelven la imagen del que allí se mira deformada y su inquilino principal, desde el inicio de los tiempos, se ve más guapo, más alto, más rubio y con los ojos más bonitos de lo que la verdad y el paso del tiempo dictan. Y digo esto porque hay realidades que un pueblo, en el sentido más humano de la palabra, piense como piense, vote como vote, haga lo que haga, nunca acepta. Pero el ejemplo de errores anteriores parece que nunca valen a aquél al que las urnas otorgan el derecho a gobernar y a ¿hacer lo que quiera? durante los siguientes cuatro años.


El ciudadano, y hablo de mayorías, no quiere guerras. ¿Quién en su sano juicio puede querer la guerra? Y uno que mandaba, a sabiendas o no, por orgullo o sin él, nos llevo como pueblo a una en la que aunque no participamos en bombas, sí lo hicimos en espíritu. Y lo echaron (no me gustaría entrar en estériles debates que no vienen a cuento en lo que pretendo exponer).


Pues bien, el ciudadano tampoco quiere hablar con terroristas. ¿Quién en su sano juicio puede querer hablar con asesinos? Ahora, otro que manda se ha vuelto a equivocar, a sabiendas o no, por orgullo o sin él. Y como se descuide también lo van a echar. Seguro.


Con determinadas cosas no se juega, pienses como pienses, votes como votes, hagas lo que hagas. Sobre todo porque para determinadas cosas, los sentimientos humanos afloran desde lo más profundo de cada uno y no aceptan lo que va contra natura, se piense como se piense, se vote como se vote, se haga lo que se haga.


Sé que me arriesgo a que aquél que lea lo anterior me encasille en alguna tendencia política que probablemente no comparto. Por ello, adelantaré el principio que me ha movido a abrir este apartado, contra la guerra antes y contra el terrorismo ahora: Creo en la vida por encima de todas las cosas y nadie que haya quitado una a un inocente puede escapar impune de un justo castigo, piense como piense, vote lo que vote o haga lo que haga.


He dicho. Puede que mal, pero he dicho. Es que se me estaba poniendo la cara como al niño del anuncio de Volkswagen: aaaaaaaaaammmmm.




1 comentarios:

Anónimo dijo...

El ciudadano, y hablo de mayorías, no quiere guerras. ¿Quién en su sano juicio puede querer la guerra? Y uno que mandaba, a sabiendas o no, por orgullo o sin él, nos llevo como pueblo a una en la que aunque no participamos en bombas, sí lo hicimos en espíritu. Y lo echaron
Meeeeeeccc: Se fue él solito cumpliendo una de las promesas hechas, dejando a su partido en una inmejorable situación para repetir victoria. De súbito matan a 192, hieren a unos 2000, joden unos cuantos trenes, se viola una jornada de reflexión, se asaltan las sedes de un partido político y, sí, se gestiona mal la crisis y, sí, el pueblo decide la composición del parlamento que sufrimos.
A la guerra, igualita de guerra que la afgana guerra y por el mismo motivo, lo digan Kofi, su porquero o los que se gastaban con sus niños el dinero -del programa petróleo por alimentos, se entiende- se brindó un entusiasta y estúpido apoyo diplomático, no se puso el espíritu de un pueblo, en caso de existir ese pueblo que relata.
Le hago estas puntualizaciones porque ahora que andamos con lo de la memoria histórica conviene no olvidar la más reciente e incurre usted en dos falsedades palmarias:
-Nadie echó a ése que mandaba.
-No hemos participado en ninguna guerra, ni en bombas ni en espíritu.
He dicho.

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