En la esquina marrón de mi calle vive el pensamiento…
En el aire tan puro, que en parte usurpa mi cuerpo, se respira profunda la frigidez del enero y la calidez de sus gentes, cuando las hay…
En el más acá, que está justo enfrente, hay una ventana que me vigila sigilosamente tras los empañados cristales…
En el empedrado gris que hace dameros para dibujar mi acera habita la tranquilidad…
En el humo oloroso de encina quemada que anunció el invierno vuelan los recuerdos de un tiempo lejano y a la vez tan joven…
En el sucio asfalto que puebla mi suelo dormitan inquietas las hojas tristes que no resistieron aquel raro otoño...
En la verja pintada de nuevo, de una equivocada tintura más clara, se posa una mirla sin saber por qué…
En mi breve y enjuto jardín, casi verde, diría aterido –si fuera un color -, ya no quedan flores para repartir, aunque sí algún fruto sin buena presencia para regalar…
En la tarde tan corta y tan fría golpea, detrás de un chaval, un balón de cuero una y otra vez…
En mi calle, como en cualquier calle, se vive y se duerme… y se vive… y se sueña… y se mira… una y otra vez.
En mi calle ya no vivo yo. En mi calle pernoctan tan sólo mis sentimientos…
(Todo esto me lo ha dicho esta mañana el señor que vive dentro de mí que me cuenta, cuando quiere, las cosas que digo y a veces escribo).
En la esquina verde de mi calle… en el aire oloroso de encina… en el empedrado sucio… en el asfalto aterido… en el jardín gris… en la verja breve y enjuta… en la tarde olorosa de encina… en el más acá que usurpa mi cuerpo…
En el aire tan puro, que en parte usurpa mi cuerpo, se respira profunda la frigidez del enero y la calidez de sus gentes, cuando las hay…
En el más acá, que está justo enfrente, hay una ventana que me vigila sigilosamente tras los empañados cristales…
En el empedrado gris que hace dameros para dibujar mi acera habita la tranquilidad…
En el humo oloroso de encina quemada que anunció el invierno vuelan los recuerdos de un tiempo lejano y a la vez tan joven…
En el sucio asfalto que puebla mi suelo dormitan inquietas las hojas tristes que no resistieron aquel raro otoño...
En la verja pintada de nuevo, de una equivocada tintura más clara, se posa una mirla sin saber por qué…
En mi breve y enjuto jardín, casi verde, diría aterido –si fuera un color -, ya no quedan flores para repartir, aunque sí algún fruto sin buena presencia para regalar…
En la tarde tan corta y tan fría golpea, detrás de un chaval, un balón de cuero una y otra vez…
En mi calle, como en cualquier calle, se vive y se duerme… y se vive… y se sueña… y se mira… una y otra vez.
En mi calle ya no vivo yo. En mi calle pernoctan tan sólo mis sentimientos…
(Todo esto me lo ha dicho esta mañana el señor que vive dentro de mí que me cuenta, cuando quiere, las cosas que digo y a veces escribo).
En la esquina verde de mi calle… en el aire oloroso de encina… en el empedrado sucio… en el asfalto aterido… en el jardín gris… en la verja breve y enjuta… en la tarde olorosa de encina… en el más acá que usurpa mi cuerpo…
3 comentarios:
Dedicado con cariño y emoción a Don Suavón Pompeyo, en el día de su cumpleaños, de parte del títere saltimbanqui que tanto le quiere.
Es la tuya una calle llena de vida. Sin duda.
Un abrazo!
Joer, Alelo, qué fonito, te me estás haciendo todo un poeta y yo agradezco como se merece tan inmerecida dedicatoria. Yo, ya lo sabes tú, soy pragmático y cartesiano y me de dejé educar por la vía de los números y las letras que representan magnitudes, por lo que me cuesta, me cuesta digerir tanta mariconada, así es que, dado que me brindas el post de tu calle, mira a ver si una parcelita a precio de ganga por ahí, por tu calle tan llena de vida ...y de euros el metro cuadrado, con la que dar un pelotazo que me haga a mí la vida un pelín más placentera. También te lo iba a agradecer, no tanto como la dedicatoria, que sabes que en el fondo soy un sentimental, pero casi.
Un abrazo, Alelo querido.
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