La policía seguía su pista desde hacía tiempo. Por méritos propios se había convertido en el delincuente más buscado del país, por primera vez había conseguido ser el número uno en algo. Su delito, el peor de todos, no tenía cabida en el mundo de los justos. Llevaba dos meses escondido y solo en el bosque, viviendo como una alimaña, alimentándose de raíces y frutos silvestres… Y ahora estaba acorralado. Más de doscientos agentes vigilaban su escondrijo, los francotiradores apuntaban directamente al lugar por el que podría intentar escapar y, más temprano que tarde, tendría que salir. La falta de agua y alimentos señalaba su final. Por fin iban a detener al personaje que acabó con los sueños de cientos de personas.
Desde que hizo lo que hizo, el país entero era un infierno. Se habían creado dos grupos claramente diferenciados y contrapuestos. Sin acuerdo posible, los ciudadanos habían tomado partido por uno u otro bando, reinando la crispación. Las posturas eran irreconciliables y los sucesos del pasado fueron desenterrados sin ningún miramiento. Se había olvidado completamente aquel solemne momento que consiguió que por primera vez la nación viviera una época de libertad como nunca había tenido, pero por culpa de aquel individuo todo se había olvidado, todo se había perdido, parecía que nunca hubiera habido paz entre hermanos. Ahora sólo había disputas, incluso dentro de las mismas familias, donde padres e hijos tenían, en muchas ocasiones, posturas antagónicas. Todo se había vuelto un caos y, para nuestra desgracia, se intuía una nueva rebelión militar, como la que nos tuvo prisioneros durante cuarenta largos años. Con su detención se esperaba que todo volviera a la normalidad, con la devolución de lo robado todo volvería a ser como antes…
Aquel tipo, impunemente y a plena luz del día, ante moros y cristianos, ante sirios y troyanos, ante políticos y personas honradas,... había cometido la mayor de las indignidades, había robado el consenso. Sin él no era posible una existencia digna. Sin el consenso no había futuro. Eso estaba claro.
Desde que hizo lo que hizo, el país entero era un infierno. Se habían creado dos grupos claramente diferenciados y contrapuestos. Sin acuerdo posible, los ciudadanos habían tomado partido por uno u otro bando, reinando la crispación. Las posturas eran irreconciliables y los sucesos del pasado fueron desenterrados sin ningún miramiento. Se había olvidado completamente aquel solemne momento que consiguió que por primera vez la nación viviera una época de libertad como nunca había tenido, pero por culpa de aquel individuo todo se había olvidado, todo se había perdido, parecía que nunca hubiera habido paz entre hermanos. Ahora sólo había disputas, incluso dentro de las mismas familias, donde padres e hijos tenían, en muchas ocasiones, posturas antagónicas. Todo se había vuelto un caos y, para nuestra desgracia, se intuía una nueva rebelión militar, como la que nos tuvo prisioneros durante cuarenta largos años. Con su detención se esperaba que todo volviera a la normalidad, con la devolución de lo robado todo volvería a ser como antes…
Aquel tipo, impunemente y a plena luz del día, ante moros y cristianos, ante sirios y troyanos, ante políticos y personas honradas,... había cometido la mayor de las indignidades, había robado el consenso. Sin él no era posible una existencia digna. Sin el consenso no había futuro. Eso estaba claro.
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