Esa quietud…




Arrancó por fin sus pies de aquella peana fría y dura. Al principio le costó mucho trabajo, se hacía casi insuperable mover cada una de sus pétreas articulaciones, pero poco a poco fue sintiendo que algo se movía en su interior y se abría paso desde lo que debía ser el corazón a los demás miembros de su gélido cuerpo, aportando el calor que nunca tuvo.

Bajó lentamente hasta dónde ella esperaba inmóvil, todavía sin dar crédito a lo que estaba sucediendo. Se abrazaron como sólo dos enamorados pueden hacerlo, como si aquel momento fuera el último, como si el destino de ambos terminara allí. Él la besó torpe y apasionadamente con esos labios que ella sintió como témpanos de hielo aunque maravillosos.

Él sólo había pedido un deseo… y le fue concedido. Durante veinte siglos había cumplido con su trabajo de forma fiel, era el mayor exponente de los de su género. Durante dos mil años no se había movido ni por un solo instante, ni siquiera cuando los restauradores pretendieron averiguar por qué, al contrario que sus desarmados hermanos, estaba tallado en una sola pieza o cuando le rociaron con aquellos ácidos para que siempre apareciera blanco e inmaculado. Y ahora, como premio a su lealtad, Júpiter le había otorgado la libertad: podía ser, para su desgracia, como todos aquellos que lo miraron desde siempre.

Ella había acudido, como cada mañana de domingo, al museo. Se había sentado - siempre la misma rutina - delante de aquella blanca y musculosa figura que le inspiraba proyectos y fantasías inalcanzables. Nunca se cansó. Podía estar varias horas contemplando cada detalle de esa piedra, intuir la perfección del cincel que logró sacar algo tan hermoso de aquella pieza de mármol de Carrara. Mientras, fabricaba sueños imposibles con su amado.

Y aquella mañana fueron cumplidos.



NOTA DE LA REDACCIÓN: La policía busca desesperadamente a los ladrones que, a plena luz del día, robaron la valiosa estatua de Ares sin dejar rastro. Los investigadores no tienen pista alguna sobre el extraño suceso. Para el vigilante no ocurrió nada distinto y sólo llamó su atención una pareja de novios que salía abrazada del local…

2 comentarios:

Juan Carlos dijo...

Muy bonito.

En realidad nunca se dieron cuenta de que la estatua había desaparecido. Sólo pensaron que algún desaprensivo la había movido.

En una esquina, durante años, el tímido vigilante de la sala del museo, el otro, había admirado, sentado en su silla, a aquella joven que cada mañana observaba la estatua de Ares. Cuándo vio como la figura descendía de su pedestal y posaba sus labios sobre los que él siempre había deseado besar se quedó de piedra y hoy ocupa el lugar de aquella estatua, pendiente de que alguna joven enamorada del arte vaya cada mañana a verle hasta sacarle de su embrujo.

alelo dijo...

Otia! también pudo ser, que no sé yo.

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