Aquel lugar

Como un atado en que el vagabundo guarda su ropa y otros efectos personales, guardo en este lugar las palabras que me recuerdan lo que no quiero olvidar, lo que no debo olvidar…


Porque allí descubrí que la noche oscura tenía un color, que las estrellas se podían contar hasta que la mañana engullía su luz, que los pinos desprendían un aroma que se queda grabado para siempre en los anales, que un río podía ser capaz de arrastrar agua limpia y clara, que la naturaleza compartida es un laberinto abierto a la sabiduría y que los amigos, los verdaderos, los que te duran para toda una vida, salen de lo más profundo del corazón.


Allí me llevó un tal Francisco. Me despojó de las ropas – no podía ser de otra manera - y me dijo que le siguiera. Y le seguí. Sin más.


Y hoy, ese hombre me recordó desde el refugio donde pasa el invierno de su vida que estaba vivo y contento. Y me alegré. Por él y por mí. Por los que prestaron sus oídos. Y por los demás, que en ese momento no atendían, también.

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