Amália Rodrigues



La música de Alfredo Marceneiro acompaña un pincel que dibuja fielmente la extraña forma de vida que habita en esa ansiedad que te gobierna. En el cuadro que recoge para siempre el desgarro, el amor, los celos, el dolor y el pecado que uniformaron el fado en tu garganta, destaca la negra silueta de la Señora de la voz profunda, la imagen mítica de un grito en la viola. Amalia, pregúntale al viento qué pasó con tu país, tantas veces herido, mil veces llorado en las calles de Alfama. Cantora, pregúntale al sol por qué esconde la luz en tu plegaria. Porque Lisboa no existe sin esa voz. Porque en la soledad duelen más tus melodías. Porque tú, sin saberlo, fuiste esa ciudad.

Arrulla desde el terrado de los placeres a los súbditos de la Dama que no te conocieron, a los que no te oyeron, a los que nunca sabrán ya. Cántales un último fado desde el teatro de los sueños. Ellos, los nietos de Afonso Henriques, fueron siempre un pueblo agradecido y sabrán corresponder con aplausos hacia el cielo.

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